Revista Ecos de Asia

De “Angel Island” a Los Ángeles: la inmigración asiática en Estados Unidos y el cine de Hollywood.

Introducción

Con motivo del Segundo Aniversario de la revista Ecos de Asia, la dirección de la misma organizó un evento multimedial en el ámbito de la Universidad de Zaragoza, dentro del cual se insertaba un ciclo de conferencias que versaban sobre diversos temas referentes al panorama cultural asiático, en coordinación con IV Congreso Científico del Grupo de Investigación Japón. Con motivo de este encuentro de opiniones participamos con la siguiente ponencia, de la cual se recogen aquí sus principales ideas.

El tema elegido para dicha conferencia fue el de la vinculación entre la inmigración asiática en los Estados Unidos y la producción cinematográfica de este país, y la elección del mismo se fundamenta en el importante papel que este aspecto ha tenido para la Historia del Cine, así como la relevancia otorgada a las relaciones asiático-americanas desde la plataforma de difusión cultural que supone la revista Ecos de Asia. Precisamente esta publicación se ha adentrado en numerosas ocasiones en el fructífero campo del estudio intercultural, analizando las relaciones existentes entre diversos países del continente asiático y otros puntos del globo (fundamentalmente, Europa). Sin embargo, desde la propia revista se atendió también a la necesidad de explorar las interrelaciones que unen Asia y América en un sustancioso especial, para el cual procedimos a la investigación de las sucesivas olas migratorias que han otorgado a los Estados Unidos el sustrato interracial con el que cuenta hoy en día, ahondando en aquellos inmigrantes de procedencia asiática, las circunstancias de su partida, sus lugares de asentamiento y su legado cultural, aún presente en la cultura norteamericana.

Para la presente disertación, se partió, pues, de un tema ya estudiado, el de la inmigración oriental en Estados Unidos, pero vinculándolo con el Séptimo Arte. De esta forma, uno de los objetivos de esta conferencia es analizar los puntos de unión entre Asia y los Estados Unidos a través del medio cinematográfico, centrándonos en el retrato que de los asiáticos ha hecho la industria de Hollywood. A tenor de este análisis, otro objetivo fundamental es el de profundizar en la imagen dual que la gran pantalla ha ofrecido de los orientales, siempre basculando entre el exotismo, de carácter fundamentalmente femenino, y el terror, encarnado por malignos doctores y asesinos, como el sobradamente conocido Fu Manchú, hasta llegar a la distorsión caricaturesca de los verdaderos enemigos bélicos, como lo fueron los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, se busca atender a la evolución de este fenómeno a lo largo de las décadas, comparando ejemplos clásicos con otros de producción más reciente.

La inmigración asiática en Estados Unidos[1]

Los Estados Unidos de América han sido, desde su misma configuración, un ente multicultural cuya diversidad se fundamenta en la existencia de diversas olas migratorias que llevaron hasta sus extensas costas a gentes procedentes de todo el globo en busca de nuevas oportunidades. Sobre una base ya de por sí variada, formada por multitud de tribus de indios nativos, se fue configurando un sustrato cultural único, en cuya definición los eruditos no consiguen ponerse de acuerdo. ¿Es Estados Unidos un bol de ensalada (Salad Bowl) en el que cada cultura mantiene sus peculiaridades, o por el contrario la convivencia ha llevado a la mezcla generando un crisol de razas (Melting Pot) cuyo resultado es la raza americana?

Sin entrar en este debate, lo cierto es que son muchas las etnias que, desde el siglo XVI se amalgaman en Norteamérica, puesto que a las tribus de indios (Cheyene, Apache, Comanche) se unieron los colonizadores españoles, británicos, franceses, alemanes, suecos u holandeses. Así se conformaron las denominadas Trece Colonias, germen de la nación que es hoy Estados Unidos, tras independizarse de la metrópolis británica a finales del siglo XVIII.

Muchos son los inmigrantes que llegaron a la tierra de las oportunidades en los siglos siguientes, desde los africanos llevados por los esclavistas para trabajar en sus plantaciones, los irlandeses que huían de la Gran Hambruna, los miles de desplazados que generó el auge del nazismo (fundamentalmente judíos) o, en fechas más recientes, los latinoamericanos.

En cualquier caso, nosotros debemos centrarnos ahora en la inmigración asiática, para analizar sus motivaciones, peculiaridades e impronta cultural. La mayor parte de los desplazados procedentes de Asia, llegaban a Estados Unidos a través del océano Pacífico y su principal punto de entrada era la Isla de los Ángeles (Angel Island), que da nombre a este artículo. Situado en la bahía de San Francisco, en el estado de California, se trataba de un centro de procesamiento de inmigrantes asiáticos, muy similar al de la Isla de Ellis (Ellis Island), más conocido que el anterior y situado en Nueva York.

Uno de los colectivos de inmigrantes asiáticos más importante es el de los sinoamericanos, los cuales comenzaron a llegar a Estados Unidos en el siglo XIX para trabajar en las minas durante la llamada “fiebre del oro”, en las plantaciones agrícolas de Hawái, o en la construcción del ferrocarril. Las guerras y hambrunas de su país de origen motivaron su asentamiento, fundamentalmente en la costa oeste, agrupándose en núcleos urbanos que más tarde se llamarían Chinatowns o barrios chinos, los cuales se conservan aún en muchas ciudades estadounidenses. En ellos, los sinoamericanos concentran sus negocios y restaurantes, mantienen su cultura y llevan a cabo sus celebraciones más importantes, como el Año Nuevo Chino.

Grabado del siglo XIX que muestra a varios trabajadores chinos durante la “fiebre del oro”.

Progresivamente, los inmigrantes chinos emprendieron sus propios negocios, fundamentalmente las lavanderías, que con escasa inversión económica les permitían la ansiada independencia laboral. Sin embargo, la opinión pública no vio con buenos ojos la proliferación de estos negocios, acusando a los chinos de robar empleos y generando un ambiente de rechazo y xenofobia hacia los asiáticos, con lemas tan lapidarios como el popular “Los chinos deben irse” (The Chinese must go!), lo que llevó a la aprobación de la Ley de Exclusión China de 1882, que impedía a los chinos entrar en Norteamérica.

Sin embargo, el terremoto de San Francisco de 1906 destruyó los registros de inmigración existentes, lo que permitió que muchos chinos fingieran haber nacido en territorio americano, falsificando sus papeles, por lo que fueron conocidos como “hijos de papel” (o paper sons).

La Ley de Exclusión China favoreció entonces la inmigración japonesa en los Estados Unidos, reemplazando a los chinos en los trabajos que estos realizaban. Cuando empezaron a prosperar, se trató de limitar su presencia en América permitiendo tan solo el acceso a aquellas personas que ya habían residido allí anteriormente, a trabajadores especializados, y a familiares de otros residentes. Esta circunstancia motivó la aparición de las llamadas picture brides, mujeres llegadas para contraer matrimonios concertados con esposos a los que solo conocían a través de fotografías.

El ataque japonés a Pearl Harbor creó un ambiente de inseguridad y rechazo hacia los japoneses americanos, que fueron llevados a campos de internamiento situados en zonas desérticas al oeste del país, en California, Arizona, Wyoming, Idaho, Utah y Arkansas.

Fotografía tomada por Dorothea Lange en marzo de 1942 y que muestra un comercio regentado por japoneses con un cartel en el que puede leerse: “Soy americano”, dejando así claro que, a pesar de su ascendencia oriental, los propietarios se consideraban estadounidenses.

La invasión japonesa de Corea en 1904, unida a la sequía y las hambrunas, propició la migración de muchos coreanos hacia América, sufriendo allí una discriminación similar a la que antes habían experimentado otros asiáticos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los coreanos, considerados súbditos de los japoneses, fueron considerados también como enemigos, lo que no impidió que algunos de estos coreanos-americanos se alistaran en el ejército de su país de adopción para luchar contra los totalitarismos.

Tras la aprobación de la Ley de Inmigración de 1965, la inmigración asiática aumentó enormemente, uniéndose a las etnias ya comentadas aquellas procedentes de la India, fundamentalmente del Punjab.

Caso diferente es el de aquellos inmigrantes llegados a Estados Unidos procedentes del Sureste Asiático, de países como Vietnam, Camboya y Laos. Estas colonias francesas, conocidas como Indochina, fueron ocupadas por Japón durante la Segunda Guerra Mundial. La proclamación de la independencia de Vietnam por Ho Chi Minh desencadenó una guerra que contó con la desastrosa intervención estadounidense. El final de la Guerra de Vietnam, en 1975, y la represión motivada por la dictadura de Pol Pot en Camboya, propició la migración desde el sudeste asiático a Estados Unidos, donde fueron alojados en centros de recepción para refugiados.

Pese a las diversas circunstancias que motivaron su llegada a América, y las diferentes tradiciones que atesoran, todas las nacionalidades asiáticas que conviven en Estados Unidos han contribuido a implementar la diversidad étnica norteamericana, convirtiendo a esta potente nación en la Meca de la multiculturalidad.

Cine clásico y el Yellow Peril

Como ya hemos analizado en el apartado anterior, la presión migratoria sobre los Estados Unidos desencadenó diversas situaciones de rechazo, xenofobia y racismo, las cuales se ven plasmadas en las manifestaciones culturales de la época. Así pues, de entre estas manifestaciones culturales hemos escogido el cine, puesto que resulta un espejo de la sociedad que lo crea, y el análisis de estas producciones audiovisuales resulta tan atractivo como ilustrativo.

El cine norteamericano, desde principios del siglo XX, transmite al espectador una imagen de los inmigrantes asiáticos que conviene analizar con detenimiento, siempre a la luz de los conflictos sociopolíticos ya comentados. De esta forma, el rechazo generado hacia los sinoamericanos, acusados de quitar empleos a los autóctonos, las consiguientes leyes de restricción migratoria, o el odio a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, favorecerán la configuración de una imagen de lo asiático unido a percepciones negativas, asociadas al terror, lo malvado o incluso lo esotérico.

Este concepto del terror racial suscitado por lo asiático es conocido con el término de Yellow Peril, que hace referencia a la sensación de inseguridad y peligro provocada por vagas hordas amarillas de gentes primitivas con extraños poderes. Podríamos traducirlo como “amenaza amarilla” y supone una mera metáfora racista en la que se asocia el color amarillo con los pobladores del Extremo Oriente, haciendo referencia asimismo a la sensación de peligro que suponen para la raza blanca y Occidente.

Grabado caricaturesco que ilustra el fenómeno del Yellow Peril, bajo el cual se lee: “El Terror Amarillo en toda su gloria”.

El origen remoto de esta paranoia podría asociarse con las luchas entre griegos y persas durante las Guerras Médicas (490 a. C. – 478 a. C), o incluso con el ansia expansiva de los mongoles hacia Europa con Genghis Khan durante el siglo XIII.

Tal y como apunta Gina Marchetti: “The Yellow Peril combines racist terror of alien cultures, sexual anxieties and the belief that the West will be overpowered and enveloped by the irresistible, dark, occult forces of the East.”[2]

El término fue acuñado por el emperador alemán Guillermo II en 1895, en plena época de expansión colonialista, y sirvió a modo de justificación para espolear las ansias imperialistas de las potencias europeas. Sin embargo, la teoría de que los asiáticos suponían una amenaza para occidente empezó a tomar fuerza a raíz de las migraciones chinas desde finales del siglo XIX, fundamentalmente a Estados Unidos. Durante el siglo XX, el foco del odio oriental bascularía de los chinos a los japoneses, motivado por la situación generada a raíz de la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente hacia los pobladores del sudeste asiático, cuando los conflictos bélicos pasen a desarrollarse en áreas como Vietnam. Como podemos comprobar, es Estados Unidos, a modo de reducción de lo occidental, el país en torno al cual se articula esta visión del “otro”, y el suyo el punto de vista que prima a la hora de calificar a los potenciales enemigos del “mundo civilizado”, coincidentes en cada caso con sus verdaderos oponentes bélicos.

De esta forma, se fueron configurando estereotipos raciales que se difundieron a través de medios emergentes, como la prensa escrita. Ejemplo de ello podría ser una editorial publicada en el siglo XIX por Horace Greeley en su periódico, el New-York Tribune: “The Chinese are uncivilized, unclean, and filthy beyond all conception without any of the higher domestic or social relations; lustful and sensual in their dispositions; every female is a prostitute of the basest order.”[3]

Sucesos como los acaecidos durante la Rebelión de los Bóxers en Pekín (1900), que supuso la muerte cientos de occidentales y chinos convertidos al cristianismo, no hicieron sino fomentar la ya negativa imagen de los orientales en el panorama internacional, espoleando la expansión colonialista de las potencias occidentales en un intento de defender “la raza blanca” contra lo oriental.

Muestra de este terror hacia lo oriental son asimismo las restricciones migratorias como la Ley de Exclusión China (1882), que impedía la entrada de inmigrantes chinos a Estados Unidos y estuvo vigente hasta 1946.

En el celuloide, que empieza a consagrarse durante las primeras décadas del siglo XX, la visión que se nos ofrece de los orientales está en plena consonancia con el ideario xenófobo de la época. Así, encontramos cintas como La marca de fuego (1915) en la que Hishuru Tori (Sessue Hayakawa) es un atractivo caballero japonés que se tornará en un depredador sexual, amenazando a Edith Hardy (Fannie Ward), un ama de casa americana a la que tratará de violar. En este primitivo ejemplo se plasma, por un lado, la desaforada sexualidad asiática, tan incontrolable como sádica, y por otro el peligro que supone el sexo interracial, que parece abocar a la desaparición de la raza blanca, una de las principales amenazas incluidas dentro del amplio concepto que supone el Yellow Peril.

Imagen de La marca de fuego (1915).

Pero, sin lugar a dudas, el estereotipo masculino por excelencia en el que se concentran todos los aspectos negativos de los orientales será la figura de Fu Manchú. Este personaje, surgido en la literatura de la mano del novelista inglés Sax Rohmer, sería más tarde llevado a otros medios audiovisuales, como el cómic o el cine. La serie de novelas protagonizadas por este malévolo personaje oriental se inició con The Mystery of Dr. Fu Manchu (1912-1913), y en ellas aparece representado como cabeza visible de una malvada organización internacional, la cual se aprovechará de sus esotéricos poderes orientales para tratar de dominar el mundo; planes que ser verán siempre frustrados por detectives occidentales. La serie continuaría, no sin modificaciones, hasta la década de los cincuenta, dejándonos algunos títulos tan célebres como La máscara de Fu Manchú (1932), que sería llevada al cine ese mismo año con Boris Karloff en el papel protagonista. Desde su inicial éxito en los años veinte y treinta, muchas son las películas que han tenido a este pintoresco personaje como eje central de una trama criminal, desde El regreso de Fu Manchú (The face of Fu Manchu, 1965), con un orientalizado Christopher Lee, hasta adaptaciones más disparatadas, como El diabólico plan del Dr. Fu Manchú (1980) de Peter Sellers.

Imágenes de algunas de las adaptaciones cinematográficas que cuentan con el personaje de Fu Manchú como protagonista: arriba a la izquierda, La máscara de Fu Manchú (1932); arriba a la derecha, El regreso de Fu Manchú (1965); abajo, El diabólico plan del Dr. Fu Manchú (1980).

Una vez analizada la estereotipada imagen que nos ofrece el cine clásico americano sobre el hombre oriental, conviene volver la vista a la manera en cómo esta misma industria plasma el papel de la mujer asiática. Desde el Romanticismo comenzó a forjarse una imagen de la mujer oriental como símbolo de la seducción, pero a comienzos del siglo XX este ideario adquirirá un cariz negativo cuando se asocia a la llamada “mujer dragón” con el erotismo y la prostitución, con féminas que tratan de tentar o pervertir al moralmente irreprochable varón occidental.

El definitivo giro negativo del rol de la mujer oriental en el cine hollywoodense tendrá lugar con películas como La hija del dragón (1931), en la que la protagonista es hija del propio Fu Manchú, asociando así ambos estereotipos, masculino y femenino, en un mismo filme. La actriz que daba vida a esta malvada dama fue Anna May Wong (1905-1961), quien al año siguiente compartiría pantalla con la mismísima Marlene Dietrich en el clásico de Josef von Sternberg El expreso de Shanghai (1932).

Anna May Wong, a la derecha, en el cartel de La hija del dragón (1931); a la derecha, en la prensa junto a Marlene Dietrich promocionando El expreso de Shanghai (1932).

Conviene aquí detenernos brevemente para explorar la interesante figura de Anna May Wong, una de las primeras actrices sinoamericanas en alcanzar reconocimiento internacional, encarnando estereotipados papeles como los arriba comentados. Hija de inmigrantes de segunda generación, Wong nació en el Chinatown de Los Ángeles, en el seno de una familia humilde, pues eran dueños de una lavandería, el negocio al que tradicionalmente se habían dedicado los inmigrantes asiáticos desde el siglo XIX. Tras sus primeras apariciones en el cine mudo, se convirtió en todo un icono en los años veinte, copando las revistas cinematográficas. Sin embargo, la situación de las actrices asiáticas en el panorama fílmico de Hollywood durante esa época resultaba sumamente dificultoso, puesto que sus posibilidades quedaban reducidas a roles menores, repetitivos y estereotipados, mientras que los papeles protagonistas iban a parar a mujeres occidentales, cuyos rostros eran maquillados para asemejarse a la raza china (fenómeno conocido como Yellowface que estudiaremos a continuación). Hastiada por sus escasas posibilidades profesionales, decidió viajar por Europa, donde protagonizó películas y obras de teatro con enorme éxito, como Piccadilly (1929). Tras una discreta carrera en el cine sonoro, siempre a la sombra de las actrices caucásicas, que le arrebataban los papeles principales, Anna May Wong volvió a ponerse ante las cámaras en los años cincuenta, realizando diversos trabajos para televisión, aunque sería siempre recordada como rostro visible de esa “mujer dragón” que sedujo y aterrorizó, a partes iguales, a los occidentales durante el Yellow Peril.[4]

Fotografía de Anna May Wong, icono de sensualidad oriental.

Una derivación igualmente habitual de este estereotipo femenino asiático, se da en aquellas películas que ilustran romances entre caballeros occidentales y delicadas “flores de loto”, como la actriz Nancy Kwan en The World of Suzie Wong (1960), filme que relata la historia de amor entre un pintor estadounidense y una prostituta china en Hong Kong. Es inevitable asociar estos ejemplos de amor interracial remontándonos hasta la genial ópera de Giacomo Puccini, Madama Butterfly (1904), y ver en todos aquellos occidentales seducidos por bellas y delicadas mujeres asiáticas a renovados “Pinkertons” que, pese al paso de las décadas, siguen sucumbiendo al ideal de femineidad oriental.

Como hemos analizado hasta el momento, los principales roles para actores asiáticos en la época dorada de Hollywood eran malvados criminales, ávidos depredadores sexuales, o seductoras prostitutas; sin embargo, en los años treinta comienza a surgir cierta oposición a estos estereotipos generados por el Yellow Peril, apareciendo entonces el personaje de Charlie Chan: un detective privado sinoamericano afincado en Honolulu. Inicialmente creado en las novelas de Earl Derr Biggers, pronto se crearon en torno a este personaje viñetas y adaptaciones cinematográficas, como The Chinese Ring (1947). Totalmente opuesto a los tradicionales villanos orientales, Chan es un ejemplo de integración de los inmigrantes en la sociedad americana, y una muestra de cómo, progresivamente, se iban abandonando aquellos estereotipos negativos surgidos como reacción al Yellow Peril.

Cartel de The Chinese Ring (1947), película protagonizada por el personaje de Charlie Chan.

El fenómeno del Yellowface

Volviendo de nuevo a los ejemplos del Hollywood clásico, se ha mencionado la existencia de un fenómeno tan llamativo como habitual, consistente en utilizar actores caucásicos para interpretar roles asiáticos, haciendo uso del maquillaje para asemejar sus rasgos a los orientales. Esta técnica es conocida como Yellowface –literalmente, “cara amarilla”- y sus numerosos ejemplos se extienden durante décadas, llegando incluso hasta la actualidad.

En primer lugar, conviene situar correctamente en su contexto el empleo de esta técnica de maquillaje tan peculiar. En medio del Yellow Peril, arriba extensamente estudiado, la industria fílmica hollywoodense presentaba fuertes prejuicios contra los actores asiáticos que, como hemos visto en el caso de Anna May Wong, se veían muchas veces relegados a papeles secundarios (estereotipados y negativos). De esta forma, cuando por exigencias del guión se requería que el protagonista del filme fuera asiático, se primaba a actores y actrices occidentales, cuyos rasgos debían ser entonces transformados para tal cometido.

Por otro lado, encontramos el controvertido tema de las relaciones interraciales que, como avanzábamos antes, estaban mal vistas pues eran entendidas como un preludio de la desaparición de la raza blanca (una teoría, la de la pureza de razas, que preludiaría genocidios como el llevado a cabo por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial). Ante esta situación, cuando el argumento de un filme exigía que los protagonistas tuvieran un amorío, debían evitarse las muestras de afecto en pantalla entre personas de razas diferentes, motivando que ambos actores sufrieran las consiguientes adaptaciones faciales.

Un ejemplo de esta última circunstancia lo encontramos en la película The Son-Daughter (1932), que narra los avatares de una familia china en el Chinatown de San Francisco a comienzos del siglo XX. El filme está protagonizado por Helen Hayes, una americana de padres irlandeses, y Ramón Novarro, nacido en México, por lo que ambos fueron objeto de Yellowface con el fin de encarnar sus respectivos roles orientales.

Esta circunstancia se repitió con asiduidad en la década de los años treinta, con casos como el de Loretta Young en El hacha justiciera (1932) o el de Luise Rainer en La buena tierra (1937), adaptación cinematográfica de una novela de la renombrada escritora Pearl S. Buck.

Artículos de prensa que muestran el proceso de Yellowface en los actores de The Son-Daughter (1932) y El hacha justiciera (1932).

El Yellowface alcanzó también a actores y actrices de la más alta talla, como fue el caso de Katharine Hepburn, protagonista de otra adaptación a la gran pantalla de una obra de Pearl S. Buck como Estirpe de Dragón (1944).

Katharine Hepburn caracterizada como una oriental en Estirpe de Dragón (1944).

Esta técnica se alargó en el tiempo hasta los años sesenta, con casos tan polémicos como el del señor Yunioshi de Desayuno con diamantes (1961), a quien dio vida Mickey Rooney, o tan surrealistas como el de Sean Connery en Sólo se vive dos veces (1967), película en la que el Agente 007 debe ocultarse en Japón para desbaratar los planes de la organización Spectra.

Mickey Rooney como el señor Yunioshi en Desayuno con diamantes (1961).

Pero aún más sorprendente resulta saber que el fenómeno del Yellowface llega hasta nuestros días, con casos como el de la cinta de ciencia ficción El atlas de las nubes (2012). Esta colosal película, basada en las novelas de David Mitchell y dirigida por los hermanos Wachowski (que cuentan con avalada experiencia en el ámbito de la ciencia ficción futurista, desde Matrix, 1999, hasta El destino de Júpiter, 2015), nos plantea una distopía de historias cruzadas a lo largo del tiempo (pasado, presente y futuro), de forma que un mismo actor interpreta a diversos personajes en tiempos diferentes, y con un aspecto dispar, lo que hace de su reconocimiento todo un juego de agudeza visual. De esta forma, encontramos a actores de la talla de Tom Hanks, Halle Berry o Ben Whishaw, cuyas caras han de ser distorsionadas, empleando en algunos casos la técnica del Yellowface. Más llamativo aún es el uso del camino inverso, es decir, tomar a un actor asiático y maquillarlo para asemejar rasgos occidentales, como ocurre a lo largo del filme con Doona Bae, actriz surcoreana que en algunos fotogramas resulta casi irreconocible.

Impresionante caracterización de Doona Bae en El atlas de las nubes (2012).

Los asiático-americanos en el audiovisual actual

Al margen de experimentos distópicos como El atlas de las nubes, lo cierto es que en el audiovisual estadounidense más reciente los asiático-americanos han ido progresivamente hallando su hueco, alzándose con papeles protagonistas y plagando las ficciones actuales de sabor oriental. Este hecho no es sino una muestra evidente del cambio sociocultural obrado en los Estados Unidos a lo largo de unas décadas en las que hemos pasado de la exclusión a la integración, mostrando asimismo un cambio en la mentalidad norteamericana, desde la xenofobia a la integración multicultural.

Esta circunstancia, que podemos extrapolar también al resto de etnias que configuran el mosaico intercultural estadounidense, es especialmente llamativa en el caso de los actores y actrices asiáticos, que se alzan con papeles protagonistas en la actualidad. Es indudable que el panorama fílmico actual se encuentra en una crisis cuyo fin difícilmente podemos atisbar, en la cual el cine comercial se encuentra copado de remakes y adaptaciones (sirvan de ejemplo las ya innumerables películas de superhéroes o las versiones en carne y hueso de clásicos de Disney), dejando un margen escaso a los productos originales; éstos encuentran precisamente su refugio en la televisión, hasta ahora denostada como medio de masas, que en el momento presente alcanza cotas de esplendor, hasta el punto de que es tal vez en la pequeña pantalla donde se oculten las más destacadas joyas del audiovisual contemporáneo. Esta circunstancia que afecta a la industria cinematográfica influye también en el análisis de lo asiático en las producciones estadounidenses, pues debemos volver la mirada hacia producciones televisivas, en muchas de las cuales encontramos protagonistas venidos de oriente. Sería imposible citar aquí todos los ejemplos existentes, por lo que mencionaremos tan solo algunos de los más populares, como es el caso de Jin-Soo Kwon y Sun-Hwa Kwon, la pareja coreana de Perdidos (2004-2010), la doctora Cristina Yang de Anatomía de Grey (2005-), de origen chino, o el japones Hiro Nakamura de Héroes (2006-2010).

Aunque, tal vez, la más conocida de todas y la que más renombre ha alcanzado en el panorama internacional haya sido la actriz Lucy Liu, nacida en Nueva York pero de origen chino que, tras encarnar el prototipo de fría mujer oriental en la teleserie Ally McBeal (1997 – 2002) y dar vida a uno de Los ángeles de Charlie (2000), ha regresado recientemente a la televisión para darle una vuelta de tuerca al clásico literario de sir Arthur Conan Doyle dando vida a una versión femenina de Watson en la serie Elementary (2012-).

Lucy Liu en una imagen promocional de la serie Elementary (2012-).

Así, si antes las relaciones interraciales entre un occidental y una oriental quedaban excluidas de la pantalla, ahora encontramos que incluso personajes tan populares como Harry Potter sucumben a la seducción oriental, como ocurrió cuando Harry besó a Cho Chang, en la fructífera franquicia creada por la autora británica J. K. Rowling.

El último paso en este largo camino es, no ya salvar la barrera impuesta por la industria y que les impedía lograr papeles protagonistas, sino tomar por completo las riendas de un show enteramente asiático-americano. Lo cierto es que otras minorías étnicas de los Estados Unidos, como los afroamericanos, contaron con programas de enorme popularidad desde los años ochenta, por ejemplo La Hora De Bill Cosby (1984-1992), Cosas de casa (1989-1998) o El príncipe de Bel-Air (1990–1996), pero a los asiáticos les ha costado más llegar hasta nuestros televisores. La punta de lanza sería la serie detectivesca The Gallery of Madame Liu-Tsong (1951), protagonizada por Anna May Wong, de la que ya hemos hablado extensamente; pero no será hasta los noventa cuando encontremos una teleserie con full Asian cast, es decir, con un reparto completo formado por actores asiáticos, con la producción titulada All-American Girl (1994-1995), de escaso éxito. El eslabón más reciente de esta cadena es Fresh off the boat (2015) que, en tono de comedia, ilustra los estereotipos raciales a los que debe hacer frente una familia sinoamericana en Orlando. La buena acogida del show hace prever que se avecinan vientos de cambio para la televisión estadunidense y que tal vez podemos estar ante una provechosa veta de ficción que exprima la diversidad cultural
del país para ofrecer productos de calidad destinados a un público igualmente variado.

Cartel promocional de Fresh off the boat (2015).

Conclusiones

Con esta disertación se ha intentado, por una parte, acercar a los potenciales lectores un oscuro aunque interesante periodo de la Historia del Cine, y más concretamente de Hollywood, en el cual los prejuicios raciales motivados por el Yellow Peril propiciaron un fenómeno muchas veces desconocido como fue el Yellowface. A través de diversos ejemplos hemos podido comprobar las dificultades que encontraban los actores asiático-americanos a la hora de trabajar en las principales producciones cinematográficas, y cómo las circunstancias políticas (la legislación contra la inmigración asiática) y sociales (el estado general de alerta ante una amenaza que motivó comportamientos racistas y xenófobos), llevaron a la utilización de técnicas de maquillaje para crear la ilusión de que un actor caucásico era en realidad oriental.

Por otro lado, esta situación que se deja entrever en el mundo del cine no hace sino reflejar el panorama histórico de la época, haciéndonos recordar una vez más la importancia de la relación existente entre la historia del Cine y la Historia. Podremos así comprobar que la historia del celuloide no es un mero listado de películas, actores y directores, sino que a través de estas películas y series somos capaces de entender mejor las circunstancias históricas por las que atravesaba un país, desde los problemas migratorios del siglo XIX hasta las consecuencias de la Guerra de Vietnam.

Finalmente, resulta interesante comprobar, mediante un recorrido cronológico de estas producciones, el cambio que han sufrido los estereotipos raciales en el audiovisual americano a lo largo de las décadas. Vemos así el cambio entre una imagen del hombre oriental como malvado hechicero y de la mujer asiática como una vil seductora, hasta los estereotipos actuales que nos traslada la televisión, según los cuales los asiático-americanos son gente intelectualmente muy capacitada, especialmente para las ciencias, trabajadora y profesional, deudora de un rico acerbo cultural milenario.

Así y todo, la aspiración última sería lograr superar esta visión estereotipada pues, aunque sea más positiva que la que se transmitía hace un siglo, no deja de ser una imagen restrictiva y limitada de un colectivo que, como cualquier otro, tiene sus propias individualidades y no debe ser tratado como un conjunto por el mero hecho de una similitud de rasgos que, en muchas ocasiones, ocultan una variedad que escapa al inexperto ojo occidental, incapaz de distinguir entre un japonés, un chino y un coreano. Un país como Estados Unidos, con dos siglos de multiculturalidad a sus espaldas, debe ser pionero en el tratamiento igualitario de todos los colectivos que componen su vasta nación, y el audiovisual es el mejor medio para plasmar una pluralidad que, aunque sea un hecho en la realidad cotidiana de sus cincuenta estados, lo cierto es que resulta difícil de ver en sus pantallas.

Bibliografía

Marchetti, Gina, Romance and the “Yellow Peril”: Race, Sex, and Discursive Strategies in Hollywood Fiction, University of California Press, 1994.

Hodges, Graham Russell, Anna May Wong: From Laundryman’s Daughter to Hollywood Legend, Basingstoke, Hampshire, Palgrave Macmillan, 2004.

Leibfried, Philip; Chei Mi Lane, Anna May Wong: A Complete Guide to her Film, Stage, Radio and Television Work, Jefferson, North Carolina, McFarland, 2004.

Yang, Tim, “The Malleable Yet Undying Nature of the Yellow Peril”, Dartmouth College, 2004. Disponible aquí.

Ono, Kent A.; Pham, Vincent, Asian Americans and the Media, Volumen 2 de MM -Media and Minorities, Polity, 2009.

Lee, Erika; Yung, Judy, Angel Island: Immigrant Gateway to America, Oxford University Press, 2010.

Montgomery, Laszlo, “Chinese American Stars and Entertainers of Old Hollywood”, en The China History Podcast, 3 de septiembre de 2015.

Notas:

[1] Para profundizar en este tema de la inmigración asiática en Estados Unidos, puede consultarse el artículo relativo a dicha cuestión en Ecos de Asia.

[2] Cf. Marchetti, Gina, Romance and the “Yellow Peril”: Race, Sex, and Discursive Strategies in Hollywood Fiction. University of California Press, 1994, p. 2: “El Yellow Peril combina terror racista por culturas extrañas, ansiedades sexuales y la creencia de que Occidente sería subyugado y envuelto por las fuerzas irresistibles, oscuras y ocultas de Oriente” (traducción propia).

[3] Cf. Yang, Tim, “The Malleable Yet Undying Nature of the Yellow Peril”, Dartmouth College, 2004. Disponible aquí: “Los chinos son incivilizados, sucios e inmundos más allá de toda concepción, sin ningún tipo de contacto doméstico o social; lujuriosos y sensuales en sus disposiciones; todas las mujeres son prostitutas de la más baja calaña” (traducción propia).

[4] Recientemente, la actriz Anna May Wong ha sido objeto de diversas monografías, como las de Graham Russell Hodges o la de Philip Leibfried y Chei Mi Lane, ambas publicadas en 2004 y recogidas en el apartado de bibliografía.

avatar Laura Martínez (173 Posts)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Máster de Estudios Avanzados en Historia del Arte de la misma, con especialización en Cine. Actualmente realiza estudios de Doctorado en la Universidad de La Rioja.


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