Revista Ecos de Asia

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This article was written on 26 Feb 2014, and is filled under Música y escenarios.

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Im rausch der Kirschblüten, o embriagados por las flores del cerezo. Museo del Teatro, Viena. 17 de octubre 2013 – 3 de marzo 2014.

Tanto los años finales del XIX y primeros del XX como la importancia de las artes escénicas son dos coordenadas indispensables para entender el legado cultural que floreció en la ciudad de Viena. El fenómeno del japonismo, a su vez, hacía furor entre las clases pudientes europeas por esos años: el pistoletazo lo había dado París en la década de 1860, posibilitado por la apertura política del país nipón con la Revolución Meiji. La moda de lo japonés invadió el coleccionismo, la publicidad, la moda, las artes plásticas. Pero también los palcos.

Durante estos últimos tres meses, el Museo Austriaco del Teatro (Theatermuseum) ha querido rendir tributo en forma de exposición al papel que Japón pasó a ocupar, en base a lo descrito, en el teatro occidental. La proliferación de obras de tema nipón (y, por extensión, oriental) buscaba, apropiándose de la ubicua moda, el éxito de público.  Todo aquel que se pirrase por Japón no dudaría en pagar por viajar al recóndito país desde su butaca habitual.

Accedemos a la exposición por el ala de un patio del museo. Una pequeña suerte de café tiene como telón de fondo un decorado teatral de ambientación japonesa diseñado por Emil Orlik, artista miembro de la Secesión Vienesa. Al otro extremo del patio, la recreación a escala de la entrada a un santuario zen. Sin duda, ya vamos entrando en materia.

Sadayakko vista por Orlik (1901).

Sadayakko vista por Orlik (1901).

La primera estancia en sí de la muestra, una rotonda a media luz, parece hacer un guiño a los panoramas decimonónicos.[1] El tema que glosa es la importancia de la Exposición Universal de Viena (1873) para el fenómeno del japonismo en suelo austriaco. Entre recortes de prensa y fotograbados de época, destaca el maravilloso retrato de la actriz japonesa Sadayakko, nuevamente debida a Orlik, uno de los pocos artistas europeos que llevó su fascinación por el país del Sol Naciente a cotas mayores, viajando a Japón a documentarse y a aprender, entre otras cosas, la técnica autóctona de la xilografía. No es el único artista plástico cuya obra en torno a Japón y el teatro se expone en esta ocasión. Grata sorpresa son los irreverentes diseños de vestuario de Stella Junker-Weissenberg y Erna Bergmayer, que entroncan ya con el art decó y el hedonista periodo de entreguerras.

Las siguientes salas se dedican, en primer lugar, a Japón y al teatro japonés, que no japonista. Una hermosa serie fotográfica procedente del Museo Etnológico vienés nos muestra interesantes estampas del Japón Meiji, entre las que destacan vistas de barrios teatrales de diversas ciudades niponas. Pero los géneros del teatro del Japón (el aristocrático , el mundanal kabuki) también reciben la atención debida, quedando representados a partir de máscaras y objetos de atrezzo. Aunque quizá lo más impactante y destacado sea la colección de grabados ukiyo-e de tema teatral, algunos de ellos debidos a nombres de tanta fama como Sharaku, Kuniyoshi, Hokuei… o incluso al mismo Hokusai. La tipología más frecuente: retratos, para el deleite de los admiradores, de los intérpretes de kabuki más señalados, captados en plena escenificación, encarnando a sus personajes más célebres y ofreciendo la característica e imponente pose ‘mie’.[2]

¿Y qué hay del teatro japonista, que no japonés? La respuesta está en una tercera sala, dedicada a documentar las obras dramáticas de tema extremo-oriental. A Viena llegaron las lágrimas de la pucciniana Madame Butterfly… Pero también las risas de El Mikado, exitosa opereta de Gilbert & Sullivan (de cuyos primeros pases en el Theater an der Wien y el Carltheater se muestran programa, fotografías y carteles) o las de La Geisha, del también inglés Sidney Jones, una de las comedias musicales más famosas de la década de 1890. Otro paisano destacable (y vanguardista) es Edward Gordon Craig: sus esbozos para escenografías de Shakespeare, de obvia inspiración nipona, pueden verse en la exposición.

La actriz Katharina Abel, en el papel de la ‘muñeca japonesa’ en Die Puppenfee, protagonista del catálogo de la exposición.

La actriz Katharina Abel, en el papel de la ‘muñeca japonesa’ en Die Puppenfee, protagonista del catálogo de la exposición.

Pero volvamos de nuevo a Austria, pues también se nos brindan numerosos testimonios del boom oriental en el teatro germanófono. Un ejemplo es Die Puppenfee, de Josef Bayer (íntimo de los Strauß), que causó sensación en 1888. También se especializó en temas orientales el (austro)húngaro Melchior Lengyel, tratando la alarmante militarización nipona en Taifun (1909), que cosechó éxito mundial; o inspirando a Béla Bartók para componer un ballet a partir de otra de sus historias (El Mandarín Milagroso, 1916). Finalmente, el museo vienés no deja pasar por alto a una de las más altas figuras del teatro austriaco, Max Reinhardt, admirador manifiesto del teatro japonés, como se demuestra con apuntes, fotografías y objetos pertenecientes a éste.

Por supuesto, la historia del japonismo siempre lo es de idas y vueltas, de intercambios de influencias que dan frutos inesperados. Esto es válido tanto respecto a recorridos geográficos como a disciplinas artísticas. No olvide el lector las magistrales adaptaciones shakespearianas de Akira Kurosawa (Trono de Sangre, de 1957, o Ran, de 1985), o la virtuosa y oscarizada labor de la diseñadora de vestuario Eiko Ishioka para el Drácula de Francis Ford Coppola (1992), donde el vampiro protagonista lucía un diseño de inspiración descaradamente, si me permiten el término, ‘klimtiana’. Un buen ejemplo para cerrar recorrido de ida y vuelta entre Japón y Austria.

En resumen, la exposición del Theatermuseum no plantea grandes novedades, pero sí ofrece material valioso e inusual, presentando solventemente al japonismo como fenómeno de amplio espectro. Finalmente, hablar de japonismo y Viena, teniendo en cuenta la importancia de la ciudad en el periodo en el que el japonismo estuvo en auge, no es ni mucho menos hablar de un foco periférico ni optar por lo rebuscado. Así pues, esta borrachera de cerezos entre bambalinas es dulce al paladar, y, si bien no arriesga en exceso, tampoco defrauda.

Notas:

[1] Antecedentes de nuestro IMAX, estos sumergían a los visitantes de exposiciones universales y otros eventos similares dentro de un espacio decorado con una pintura que se extendía a lo largo de 360º. La sensación de inmersión en otra realidad así obtenida era intensa, y lo es también en este caso.

[2] El actor de Kabuki quedaba en ocasiones ‘congelado’ en un rictus grave, lleno de fuerza y emoción contenida, momentos que figuraban entre lo más señalado de una representación. El artista de ukiyo-e, al inmortalizar estos momentos, ofrecía al público una instantánea atractiva, y se convertía así en creador de merchandising para el fan, así como, de algún modo (y con las debidas reservas), en parte indirecta del star-system precinematográfico nipón.

avatar Claudia Sanjuan (15 Posts)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Máster en Nineteenth Century-Studies por el King's College de Londres. El fin del XIX, los estudios de género y la historia cultural figuran entre sus mayores intereses. Actualmente, reside en Viena.


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