El conflicto político universitario en Japón había nacido con las reivindicaciones relacionadas tan sólo con temas de la Universidad, pero había aumentado y se había globalizado para alcanzar todo el espectro político de oposición desde la izquierda. Ahora venían los años sesenta, década prodigiosa en la que Japón tuvo un crecimiento económico y demográfico sin precedentes, y esto tuvo una importancia capital en el desarrollo de una nueva cultura y una nueva política.
Algo estaba cambiando a una velocidad de vértigo. El baby boom y el éxodo rural transformaban la vida urbana japonesa. Tokio se convirtió en la ciudad más densamente poblada del mundo industrializado. La economía crecía exponencialmente y las penurias de la posguerra parecían un mal sueño lejano. Pero todo esto también venía de la mano de la alienación urbana y unas exiguas condiciones laborales. Los estudiantes que ahora marcarán la agenda política radical no se parecerán a los de los años cuarenta, aunque sean sus herederos espirituales. La competitividad de los exámenes de acceso; la depreciación que estaba sufriendo la educación superior, que ya no garantizaba el acceso a un buen puesto de trabajo; o las universidades mamut (manmosu daigaku) y sus clases masivas (masu-puro kougi) provocaban que el prestigio de la universidad cayera en picado. Para la mayoría del nuevo Zengakuren, el fracaso de las anteriores organizaciones se debía a su escasa voluntad de cambio radical y ahora la protesta universitaria ya sólo era un trampolín para la revolución antiimperialista completa.
El asesinato en 1961 del líder socialista Inejiro Asanuma en medio del parlamento marca el inicio del fin para la izquierda en sus posibilidades entristas y reformistas. Para la Nueva Izquierda, ya sólo queda la calle. A partir de ahora veremos un exceso de romantización de la épica de la lucha que convertirá los campus y las calles tokiotas en escenario de batallas como nunca antes se habían visto.
Todo empieza con el desmembramiento del Zengakuren clásico. Hasta cinco grupos distintos se proclamaban verdaderos dueños de la federación en su 11º congreso: el Minseido, afín al PCJ; el Shaseido, afín a los socialistas; el Furonto, antiimperialistas, el Shagakudo, radicalización maoísta de los restos del Bund; y el Marugakudo, trotskista y heredero del Kakukyōdō. ¿Parece complicado? Pues la cosa se pondrá aún peor con el desmembramiento de estos últimos en las dos facciones rivales que marcarán toda esta década y la siguiente: el Kakumaru, los más independientes de todos y más reacios a la colaboración; y el Chukaku–ha, o núcleo central, los más agresivos y combativos. Quedémonos con estos dos nombres.
La enemistad entre organizaciones será enorme. Tanto que es necesario comprender el concepto de secta, que es como se conocía entre los estudiantes a las diversas facciones. La lucha interna entre unos y otros, conocida como uchi-geba, elevará el nivel de violencia a otro estado, entre acusaciones de disidencia y traición. Es en este momento, precisamente en una reyerta entre el Kakumaru y el resto de sectas, el 2 julio de 1964 en Waseda, cuando nacen las icónicas imágenes de estudiantes armados con palos y cascos de diferentes colores, que se convertirían tanto en protección como en uniformes de cada organización. Es el momento de las estrategias cuasi militares, como la peculiar jiguzagu o danza de la serpiente, un movimiento en zigzag que se llevaba a cabo en manifestaciones para cohesionar y dar lucha sin tregua a la policía.
En cuanto a las ideologías de estos grupos, el anticapitalismo y el antiimperialismo serán los conceptos clave a manejar. Los años sesenta fueron muy importantes en este ámbito porque, por primera vez desde la II Guerra Mundial, el capitalismo global se veía amenazado desde diversos focos de resistencia, a veces pequeños (Cuba), otras enormes (China), y desde la lucha global es desde donde se intentan situar los miembros de la Nueva Izquierda japonesa. Uno de estos episodios de resistencia, quintaesencia de esta década, fue Vietnam.
Eisaku Sato y Richard Nixon
Debido a la firma del Anpo, Japón estaba obligado a servir militarmente en todo lo posible a su aliado, EEUU. La oposición a su intervencionismo en el sudeste asiático conjugaba la lucha local y global en la que ellos se veían partícipes, y la importancia mediática que suscitaba provocó una movilización mucho más grande y descontrolada para lo que estaban acostumbrados hasta ahora. Asociaciones ciudadanas, de trabajadores o intelectuales pacifistas, como el Beherein,1 sumaban a la causa antibélica. Para el Zengakuren, la alianza con los sindicatos ya se venía dando desde la década anterior, pero en este momento se intentó explotar aún más su capacidad de empujar la sociedad japonesa hacia la revolución completa. Aunque los resultados y motivaciones eran dispares, para casi todos los estudiantes radicales la universidad era sólo un medio hacia la revolución, pero ésta no existiría sin el apoyo popular y obrero. Pero veremos que su forma de ganarlo no fue siempre la más efectiva.
Defensa del Beten-Bashi (puente de Beten) para evitar que Sato zarpara en Haneda, 1967.
El primer movimiento importante fue en octubre del 67. Del mismo modo del que se había intentado detener a Kishi hacía años en su vuelo a EEUU, se intentaría ahora detener al nuevo presidente, Eisaku Sato (hermano biológico del anterior y de apariencia más moderada, aunque no exento de contradicciones y polémicas) en su gira por Vietnam y EEUU para entrevistarse con Nixon acerca del futuro de Okinawa y la política internacional conjunta. De un modo similar a como se rodeó Haneda para detener a Kishi, los estudiantes tomaron el aeropuerto y los pueblos aledaños el día anterior. Pero la magnitud del choque fue inmensamente mayor. Gran parte de las asociaciones obreras de base se unen a los estudiantes, recelosos de unas condiciones de trabajo fordianas que no han mejorado su situación social pese al “milagro japonés”, y seducidos por la narrativa de la violencia que Kakumaru y Chukaku llevaban a cabo con sus cascos, palos y movimientos. La batalla campal subsiguiente dejó 345 arrestos, 600 (heridos y un muerto, Hiroaki Yamazaki, en circunstancias nunca esclarecidas. En una sola jornada, las cifras, el nivel de violencia y su sofisticación habían traspasado los límites de toda la campaña anterior contra el Anpo.
Y también hubo de nuevo una campaña contra el Anpo, pues el tratado debía ser revisado ahora cada diez años. En medio del contexto anti-Vietnam y las protestas para que Okinawa fuera devuelta a jurisdicción japonesa, con el pueblo nipón claramente contrario a la presencia americana, se proclamaban soflamas como “las bases deben morir, no nosotros” (en referencia a muertes laborales niponas en las bases militares, así como a los asesinatos atribuidos a soldados estadounidenses) o “¡Recuperemos Okinawa! Destrozemos la Anpo y acabemos con el imperialismo”, con las que en general, gran parte de la opinión pública se identificaba. Una huelga general, nada bien vista por los sindicatos mayoritarios y los socialistas, fue convocada en toda la península de Okinawa durante el verano del 71. Y el Zengakuren llamó a filas en la capital del país a modo de muestra de solidaridad. Tokio acabó rodeada por doce mil policías, cual fortaleza, ante el terror que ya empezaban a provocar los estudiantes al stablishment nipón. Los disturbios de Koza, en Shibuya, dieron como resultado otros 300 detenidos y otro muerto, pero en este caso fue un policía, también en circunstancias nada claras.
Activistas aguantando Luchas entre estudiantes y policía en el disturbio de Koza, en Shibuya, 1971
La furia que provocó esto entre el gobierno japonés fue tal que se invocó la vieja Ley de Actividades Subversivas y durante los siguientes meses se arrestaron a más de dos mil activistas. Uno de ellos, Fumiaki Hoshino, cargó con las culpas de la muerte del oficial, aunque muchos le consideran un cabeza de turco, ya que en su juicio nunca se aportaron pruebas más allá de su pertenencia a organizaciones radicales y unos testimonios extrañamente contradictorios y demostrados falsos con el paso del tiempo. Hoshino supondría el preso político más longevo de Japón y uno de los más antiguos del mundo, aunque las asociaciones que luchan por la revisión de su condena nunca hayan conseguido que se le otorgue esta consideración.2
Hubo tiempo entre estos dos hitos, para otras protestas, no todas estériles como las luchas en Sasebo en 1968, donde se impidió que el portaviones nuclear Enterprise fondeara las costas niponas en Kyushu. Fue especialmente mediático, tanto por el espinoso tema del uso de la energía nuclear como por el uso desmedido de la fuerza que llevaron a cabo los antidisturbios, que gasearon un hospital con manifestantes refugiados en él.
Activistas aguantando las cargas de los cañones de agua de la policía en Sasebo, 1968.
Y es en otro hospital donde sucede otra de las manifestaciones anti-Vietnam. En Oji, distrito de Kita al norte de Tokio, los EEUU establecen secretamente un hospital de guerra para soldados trasladados desde Vietnam en marzo del 1968. La potestad de los americanos para usar instalaciones niponas se interpreta desde la Anpo, nuevamente, pero muchos de los vecinos muestran preocupación y recelo por los militares extranjeros. El Beherein también se unirá a las marchas convocadas para mostrar rechazo a la presencia norteamericana, pero quienes la liderarán serán nuevamente el Zengakuren. La enconada defensa del área que llevarán a cabo los antidisturbios llevará de nuevo a batallas entre estos y los estudiantes, acabando trágicamente de nuevo, con la muerte de un transeúnte aparentemente atrapado en las llamas de un coche de policía. La violencia se recrudecía en ambos bandos y las cosas no parecía que fueran a acabar bien para nadie. Pero la política de apoyo a EEUU de Eisaku Sato se mantuvo férrea y su popularidad, aún cuestionada, no disminuyó. Incluso se le fue otorgado un premio Nobel de la Paz al final de su carrera.
La lucha se había casi profesionalizado entre los estudiantes japoneses. Los finales de los sesenta encontrarían su punto culminante antes de que todo explotase para nunca volver a ser lo mismo. En el último artículo veremos este final, así como analizaremos los porqués y las causas. Pero para acabar ahora, quedémonos con la reflexión que hacía Akiyama Katsuyi, presidente de una de las facciones del Zengakuren, acerca de la situación de la protesta estudiantil por aquellas alturas:
En esencia hay dos tipos de lucha: el primero de ellos se vuelve rutina sin que uno esté dispuesto a arriesgar su vida en la lucha contra el orden establecido, y el segundo, en el que los participantes se juegan realmente su vida y el cual, aunque puede terminar en derrota está justificado por haber sido una lucha mayor que la otra. Un punto de crítica fue que usábamos piedras y postes de madera, pero esto era necesario a finde defendernos, y además son las armas con las que podemos derrotar a los antidisturbios. Sin embargo, no era la calidad o la cantidad de estas armas lo que decidió nuestra victoria o derrota, sino que fue, en realidad, el problema de soporte fundamental de clase. 3
Notas:
1 Asociación formada en 1965 por activistas pacifistas como Oda Makoto, que buscaba internacionalizar la protesta contra Vietnam y concienciar de la no-colaboración a sus compatriotas japoneses. Uno de sus logros más recordados fue el de acoger y proteger a los cuatro desertores estodounidenses que llegaron a Japón en el barco Intrepid.
2 Más información del caso de Fumiaki Hoshino en los últimos años, llevado a cabo por el periodista e historiador William Andrews (en inglés) aquí y aquí:
3 Citando al líder del Sampa Rengo Akiyama Katsuyi. Extraído de Donetsky, S. Zengakuren, Barcelona, Deskontrol, 2012.