En 1956, un delicado cuento invernal, producido por la Soyuzmultfilm, el estudio de animación más influyente de la Unión Soviética, ganó el premio del Festival de Venecia al mejor filme de ficción para la juventud. Arde el fuego en la yaranga (1956), [1] también conocido como La llama del ártico, es un corto animado de 21 minutos de duración, creación de la veterana directora –y pionera de la animación soviética- Olga Khotadayeva.[2]
Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, Soyuzmultfilm produjo algunos de sus filmes más populares y conocidos (tanto en animación clásica bidimensional como mediante diferentes técnicas de stop-motion, como sucede con las películas del famoso personaje Cheburashka); muchos de ellos, eran adaptaciones de cuentos rusos tradicionales o cuentos de hadas europeos, además de no pocos ejemplos de lo que hoy podría ser clasificado abiertamente como propaganda.
Precisamente por esto, destacó rápidamente el filme al que dedicamos nuestro artículo: aunque su tratamiento de la película era eminentemente realista (como el de muchas otras realizadas durante el Realismo Socialista Soviético), presentó varias secuencias de animación sumamente audaces para el momento –colocándola, definitivamente, entre la animación vanguardista de la época-, además de presentar una historia que, desde un primer momento, fue considerada como exótica y diferente.
Aunque la película simplemente dice estar ambientada “en el frío norte” y “en la tundra”, rápidamente puede identificarse a sus protagonistas como pobladores originarios de Siberia (es decir, no eslavos). Seguramente, tanto por sus fisionomías como por la representación etnográfica de la vivienda y sus enseres, podríamos decir que los protagonistas del filme son habitantes originarios de la región de Chukotka, en el extremo noreste de Siberia, una de las más inhóspitas del planeta, y que en la actualidad solamente está habitada por unas 50.000 personas, muchas de ellas nómadas como los que aparecen en la película.
En el filme se cuenta la historia de una madre –según la sinopsis, una viuda, aunque esto jamás se menciona en la película- y sus dos vagos y desobedientes hijos, Yato y Tayune, esta última más preocupada por cuidar sus largas trenzas que en seguir las instrucciones de su madre. A pesar de que ella les pide que vayan a buscar más madera para poder mantener vivo el fuego que les dará calor en la humilde yaranga –morada tradicional de algunos pueblos de Siberia-, ya que si no entrará la temible Ventisca (personificada en la historia como una anciana malvada), ellos desobedecen, y al final sucede lo inevitable: al extinguirse el fuego, la Ventisca entra en la tienda e inunda todo con su manto, con la mala suerte de que este se rompe y, sintiéndose desafiada por la madre (que intenta proteger a sus hijos de la congelación), decide convertirla en un pájaro y llevársela a su castillo. Ahí, ya de nuevo bajo forma humana, la Ventisca obligará a la madre a coserle un nuevo manto, con “tela de nieve y agujas de hielo”. Rápidamente, los niños se dan cuenta de que, si hubieran hecho caso a su madre y hubieran ido a buscar leña, la Ventisca no se la habría llevado, así que deciden salir en su búsqueda, teniendo que superar un sinfín de obstáculos.
Aunque algunas versiones presentan esta historia como de origen nenet,[3] otros elementos presentes en la historia nos hacen identificarlos más bien como chucotos (o chukchi), pueblo cuya religión y cultura material son conocidas con mucho más detalle gracias a estudiosos como Vladimir Bogoraz. No obstante, debido a la presencia de elementos mitológicos variados e improbables en un mismo escenario –como explicaremos más adelante-, parece que la confusión entre diferentes grupos es deliberada, recreando una especie de tundra arcádica y legendaria, en la que puedan tener lugar escenas ligadas a lo sobrenatural, como lo que sucede en la película. De hecho, la única referencia concreta es la yaranga que da título a la película, un tipo de tienda que es la vivienda habitual –durante el invierno- de muchos pueblos paleosiberianos (además de los chucotos, también la utilizan los yupik, en ocasiones llamados “esquimales de Siberia”), y que consta de un armazón de madera de forma redonda o cónica que es cubierto con pieles de reno, y que guarda mucha relación con las yurtas de las estepas. También el fuego –elemento central de la película- es una parte muy importante en el ceremonial de algunos pueblos de la región, caso de los coriacos,[4] o de los ya mencionados chucotos.[5]
Nada más salir de la yaranga, los niños se encuentran al Sol, representado de acuerdo a la mitología chukchi; es decir, como un hombre vestido de cobre, que maneja un trineo tirado por un reno con cuernos de cobre o de oro (en el caso de la película, los cuernos son dorados), rodeado de una aureola radiante y que atraviesa el horizonte.[6] El Sol les dice que, aunque está muy ocupado, les ayudará con la búsqueda de su madre y, aunque la Ventisca vive más allá de las montañas, les da unas flechas ardientes que les servirán de ayuda.
Más adelante, los niños se encuentran con el espíritu del sueño, que intenta dormirlos y congelarlos, pero la madre, en la lejanía, logra despertarlos con su delicado canto. Poco después, Yato y Tayune siguen subiendo y escalando la montaña y se dan cuenta de que la cuerda que traen es demasiado corta, pero la niña decide sacrificar sus queridas trenzas para poder alargarla y subir. Después, Yato utiliza sus flechas para construir un puente y poder llegar hasta el castillo, pero la Oscuridad comienza a inundar todo el paisaje… por suerte, los niños cuentan con las flechas resplandecientes entregadas por el Sol. Al lanzar una, tiene lugar la segunda aparición mitológica del corto, los Gemelos Solares, reconocidos al momento por Yato, y que visten de la misma manera que los niños, aunque portan dos bastones o espadas en llamas con los que, literalmente, hacen desaparecer la oscuridad. Finalmente, con otra de las flechas entregadas por el Sol, Yato dispara y vence a la Ventisca, quien se derrite y cae sobre el valle, terminando así el eterno invierno y provocando el deshielo, que dará lugar a la llegada de la primavera a la tundra, que por primera y única vez aparece verde en la secuencia final. Todo esto, permitirá que los niños se reencuentren con su madre, a la que ya nunca volverán a desobedecer.
Es en esta última secuencia donde, incluso el espectador más acostumbrado quedará algo confuso, ya que, aunque las figuras mitológicas de gemelos son muy habituales dentro de diversas tradiciones mitológicas indoeuropeas (de la India a Alemania pasando por Grecia), no están presentes en las cosmogonías de los pueblos paleosiberianos.[7] Los que aparecen en la película son, seguramente, los Ašvieniai de la mitología lituana o los Dieva Deli de los letones (otros pueblos no eslavos que también fueron asimilados por el Imperio Ruso durante su expansión, en los que las tradiciones no cristianas permanecieron incluso entrado el siglo XX). De hecho, en ambos sistemas religiosos ambos son considerados hijos del sol –por lo que no es extraño que aparezcan cuando Yato utiliza una de las flechas solares-, y son considerados como guerreros y ayudantes en la batalla.[8]
Según quien sea el espectador de la película, esta puede resultar sorprendente por varios motivos. En primer lugar, seguramente el espectador de fuera de la antigua Unión Soviética quede gratamente sorprendido por la altísima calidad de la animación, increíble y preciosista y únicamente comparable a otros grandes estudios como Disney o Warner Brothers (aunque en aquellos años estos habían adoptado un estilo plástico de tono muy diferente). De hecho, el estilo empleado choca con los de otras producciones soviéticas del momento, y, desde luego contrasta con el estilo de juventud de la autora, mucho más ligado al constructivismo y a la caricatura. Quizás, en esto tuvo mucho que ver la mano de Nikolai Voinov, que colaboró en la película, y que fue también el creador artístico de otras adaptaciones de cuentos populares de la compañía, como El Patito feo o La doncella de las nieves. En el caso del corto que nos atañe, aunque el estilo es eminentemente realista, no faltan las concesiones a los detalles infantiles habituales de la animación, como los omnipresentes animales que hacen a la vez de mascota y compañeros (en este caso, una cervatilla y un perro –seguramente, un samoyedo, para no desentonar con la ambientación); con su dibujo amable, personajes infantiles, moraleja filial e incluso tono en ocasiones musical, algunos acusaron a la veterana Khodatayeva de haber sufrido una “disneyficación” durante sus últimos años.
Por otro lado, incluso dentro de la propia URSS sorprendió esta película por su exotismo (ya que trataba el folklore de pueblos soviéticos –o, más bien, sovietizados- pero no eslavos), y además lo hacía con un trato sorprendentemente amable y respetuoso, que no fue ni mucho menos el trato habitual hacia los pueblos siberianos durante la eslavización, y posterior “kulakización” de la tundra siberiana a lo largo de los siglos XIX y XX; todavía prevalecen los chistes sobre chucotos, habitualmente tildados de “salvajes” y analfabetos.[9] De hecho, años atrás, la propia Olga Khodatoyeva había sido la autora de otro corto sobre pueblos siberianos, El chico samoyedo (Самоедский мальчик, 1928), de estética e intenciones muy diferentes: se trataba en realidad, de una crítica antirreligiosa en la que arremetía contra la religión y los chamanes del pueblo nenet, representados como estafadores por la autora.
En definitiva, por todo lo anteriormente mencionado, la película resulta una forma amena e interesante para introducirse tanto en la sobresaliente animación de la desaparecida Unión Soviética como en el folklore propio del norte de Asia, una de las regiones más olvidadas del planeta, incluso dentro de la propia Rusia.
Para saber más:
https://www.youtube.com/watch?time_continue=36&v=oQYMF3ZKdEM
Notas:
[1] V yarange gorit ogon (В яранге горит огонь). Título alternativo en inglés: The Flame of the Artic.
[2] La transcripción más apropiada al castellano sería “Olga Jodatayeva”, pero para facilitar ulteriores búsquedas sobre su persona hemos preferido dejar la transcripción habitual al inglés, que es con la que figura en páginas relevantes como IMDb. Hacemos lo mismo en el caso de otros nombres en los que la transcripción española pueda generar confusión.
[3]Los nenet son un pueblo que tradicionalmente fue llamado samoyedo (aunque hoy, el grupo de lenguas samoyedas incluye también las habladas por otras etnias), tradicionalmente habitante de la tundra y de carácter nómada, y que principalmente habitan en las zonas del norte del Distrito Federal del Ural, dentro de la actual Rusia. Una versión de esta historia como cuento nenet puede leerse en: Forest, Heather, Wonder tales from around the World. Little Rock, August House Publishers, 1995. Pp. 25-29.
[4]Para más información, véase Jochelson, Waldemar, Kasten; Erich Dürr, Michael, The Koryaks. Füstenberg, Verlag der KulturstiftungSibirien, 2016 (original de Jochelson de 1905).
[5] Por ejemplo, tal como ya señaló Bogoraz, entre los chukchi, todos los elementos que tengan que ver con el corazón y la estructura de la yaranga son considerados sagrados, especialmente el fuego; por ejemplo, tomar prestado fuego de la yaranga de un vecino puede ser considerado un “pecado”, o incluso recalentar una pieza de carne que haya sido cocinada en otro fuego. Para más información, véase, Bogoraz, Waldemar, “Chukchee Mythology”,Memoirs of the American Museum of Natural History. Nueva York, E. J. Brill, 1910.
[6] Para más información, véase Siimets, Ülo, “The Sun, the Moon and Firmament in Chukchi Mythology and on the Relations of Celestial Bodies and Sacrifices”, Electronic Journal of Folklore, v. 32, 2006, p. 133.
[7] Para más información, véase Ward, Donald. The Divine Twins. And Indo-European Myths in Germanic Tradition. Berkeley, University of California Press, 1968
[8]Ward, Donald. The Divine Twins…,op. cit.,p. 18-19.
[9] Una muestra de los mismos, con ejemplos recientes, puede encontrarse aquí.