El bingata, de bin (color) y kata (referencia a las plantillas empleadas en el proceso), es un término acuñado a finales del siglo XIX. Antes de él, esta técnica tradicional de estampación okinawense del género katazome (estarcido con plantillas), era conocida como katachichi (“aplicar patrones”), o hana-nunu (“tejido flor”), quizás porque a primera vista, un textil bingata capta la atención por sus vivos colores, reminiscentes de las flores exóticas e intensas aguas azules, propias de las islas tropicales de Okinawa. Siendo el ejemplo más claro el kimono ryusou , también llamado ushinchi en el lenguaje local.
Quien tenga la suerte de contemplar uno en todo su decorado esplendor, jamás podrá confundirlo con sus hermanos más sobrios del Japón nuclear, no solo por sus mangas más amplias, que permiten el paso de la brisa, y su corte distendido que lo asemeja más al yukata, sino por la intensidad exquisita de las estampaciones de esta prenda tradicional okinawense, reservada habitualmente para ocasiones especiales. No sin motivo, ha sido objeto de admiración y símbolo de estatus durante siglos.
Pero para comprender la importancia del bingata en la cultura okinawense, debemos exponer, al menos de forma superficial, su historia y proceso creativo.
El bingata data aproximadamente del siglo XIV, y nace ya sumergido en lo más hondo del imaginario cultural de Okinawa en forma de leyenda; Se cuenta que, durante el festival del reino de Ryukyu[1], el entonces emperador visitó la isla de Kudaka-Jima, también llamada la isla de los Dioses, y quedando fascinado por la obra textil de las sacerdotisas allí presentes, hizo llamar artesanos de todas partes para perfeccionar la técnica que sería su último legado; dando origen al bingata.
Sea o no cierta esta historia, lo que sí es cierto es que el proceso fue perfeccionado gracias al contacto con regiones circundantes como Japón, China y Java (Indonesia), de cuyas metodologías textiles desciende, y fuera cual fuera el motivo inicial, una sólida conexión con la nobleza, y en particular con la familia imperial de Ryukyu, resultó clave en su desarrollo.
Durante el reinado de esta dinastía, el bingata se empleaba únicamente para la estampación de ropa de lujo destinada a emperadores y nobles, y se establecieron leyes muy estrictas sobre la fabricación y el derecho a vestir prendas decoradas mediante esta práctica, capaz de creaciones de enorme lujo que obviaban la necesidad de ningún tipo de bordado con el que acentuar su esplendor (práctica común en el Japón nuclear). Para la adquisición de los pigmentos necesarios, los artesanos necesitaban que se les otorgasen permisos imperiales, y los diseños que debían adornar los ropajes del monarca eran decididos por un órgano particular del gobierno, conocido como la Oficina de Planificación de Dibujo y Diseño. Asimismo, los patrones escogidos para las mujeres nobles debían ser únicos, y se penaba el reproducirlos; cuando se hacía entrega de un kimono ryusou, con él iban las plantillas empleadas en su creación.
Las diferentes tonalidades funcionaban además como signo visual de posición social; el amarillo y el rojo en patrones de gran tamaño se reservaban comúnmente para la familia imperial, mientras que el azul intenso solía estar asociado a la nobleza. Prendas de tonos como marrón, negro y azul apagado, en patrones de menor tamaño, les eran permitidas a la plebe únicamente en ocasiones especiales, como festivales y celebraciones, siempre que pudieran permitirse pagar los exorbitantes precios de un trabajo manual intensivo. Un solo kimono podía llevar meses de trabajo.
Debido a la posición que ostentaba el bingata, solamente tres familias (los Takushi, los Chinen y los Gusukuma o Shiroma) recibieron el permiso imperial para establecer talleres, en los que la tradición pasaba de generación en generación, junto a los patrones tradicionales de Ryukyu (pinos, tortugas…) y a los asimilados de otras culturas cercanas, como las flores de cerezo y la nieve de Japón –que no se daban en las islas-, o los dragones y faisanes chinos.
Los talleres, siempre bajo la protección del emperador, se ubicaban en torno al palacio imperial de Shuri, y solo cambiaron a Naha cuando la isla fue invadida. Irónicamente, fue precisamente cuando Ryukyu fue sometido por Japón durante el siglo XVII, que la técnica alcanzó su pleno apogeo pues, en pos de mantener la paz, y como parte del tratado en el que se anexionaron ambas naciones, comenzaron a ofrecerse tributos de artesanía a Japón, siendo uno de ellos los tejidos bingata. De este modo se implementó un exhaustivo examen de calidad que llevó la técnica a nuevas cotas. Pero este florecimiento fue completamente truncado con la posterior asimilación del reino por Japón en 1879, y la deposición de la familia imperial patrona, junto a la nobleza hasta entonces vigente. La ausencia de clientes con el necesario poder económico para la adquisición de costosos kimonos ryusou, trajo el declive de los talleres, y más tarde la Segunda Guerra Mundial casi acabó con ellos.
La mayoría fueron destruidos en bombardeos e incendios, y lo que sobrevivió fue expoliado. Bajo semejantes circunstancias la tradición bingata hubiera podido desaparecer por completo, de no ser por maestros artesanos como Eiki Shiroma, heredero de una de las familias tradicionales designadas por decreto imperial.
Shiroma, incluso careciendo de los materiales necesarios para la fabricación, se sirvió de basura abandonada por los americanos para reemplazar plantillas, pigmentos y pinceles, e impulsó el levantamiento de su nuevo taller, vendiendo como suvenir su arte a los soldados apostados en la isla. Con el tiempo rastreó y recuperó diversas plantillas originales, ayudó a la diseminación de la técnica, y a conseguir establecer el bingata como parte del alma cultural de Okinawa, pues si algo tuvieron de positivo todas las dificultades, fue la posibilidad creativa que la ausencia de las antiguas leyes restrictivas acarreaba.
Hoy día el bingata y toda su gama de vividos colores, está al acceso de todo consumidor y artista. Se enseña y práctica en diversos talleres tradicionales, como continúa siendo el de la familia Shiroma, colegios, universidades, y como forma de ocio. Y los antaño restringidos patrones imperiales, comparten espacio con diseños puramente artísticos, tan cambiantes como el enorme abanico de maestros y aficionados que los realizan.
Sin embargo, es testamento de lo hondamente asentado que se encuentra el bingata en el alma tradicional de Okinawa, el que la técnica no solo haya permanecido prácticamente inalterada por el paso del tiempo, llevándose a cabo ahora como antaño; Con diseños recortados en plantillas de papel shibugami [2] resistente al agua, reserva[3] mezcla de salvado de arroz y harina de arroz glutinoso, pigmentos con leche de soja, y pinceles de pelo de ciervo, para ejecutar esas capas coloreadas de más claro a más oscuro, que ofrecen los degradados característicos del bingata. Sino por haber sido además, reconocido como patrimonio cultural intangible del Japón actual, del que Okinawa forma parte indiscutible.
Al fin y al cabo quizás este proceso de reserva, teñido, y lavado, que puede llegar a repetirse más de una docena de veces, convertido en ejercicio de calmada paciencia, y puro placer creativo, refleje la historia y el espíritu Okinawense mejor que ninguna otra artesania.
Para saber más
[1] Ryukyu: Reino independiente que gobernó las islas Ryukyu, al sur de Japón, del siglo XIV al siglo XIX, la principal de las cuales era Okinawa.
[2] Papel tratado con zumo curado de caqui para asegurar su impermeabilidad.
[3] Técnica que protege una sección del tejido para que el pigmento no penetre.