Este artículo no habría sido posible sin la ayuda de Jorge Lanzuela Paricio, a quien pertenecen los mantones aquí fotografiados.
La indumentaria regional de casi cualquier lugar busca en los antiguos modos de vestir extintos, o a punto de extinguirse, una riqueza cultural que ayude a definir la identidad de una tierra. La conciencia de la posible existencia de unas ropas regionales, o nacionales, llega a las mentes europeas con los últimos estertores del Antiguo Régimen a lo largo del siglo XIX.[1] En el caso aragonés para hallar el “unifome regional” que hoy en día se luce tanto en fiestas patronales como en rondallas joteras, hemos de retrotraernos hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando, conscientes de los cambios de nuestra sociedad que poco a poco abandona las formas de vida tradicionales rurales, algunos buscan, como ya había ocurrido en toda Europa, la esencia de Aragón en los ropajes que se colocan como puntales para definir esta identidad aragonesa. Este es el momento de regeneracionistas y regionalistas que, poniendo los ojos en el pueblo llano, buscan en diferentes manifestaciones culturales lo auténticamente aragonés o lo auténticamente español, catalán, gallego… según se tercie.
Aragón a finales del siglo XIX y principios del XX seguía siendo una sociedad rural cuya mayor parte de la población no había abandonado sus tradiciones, por ello cuando en otros lugares se recuperaba el vestir tradicional aquí aún existían pueblos que no habían cesado de usarlo, ya que nunca se habían integrado completamente en la moda internacional. Cuando plenamente entrados en el siglo XX llega la modernidad a todos los pueblos de España, se propicia el surgimiento de los “trajes regionales” como tal, unos estereotipos inspirados en prendas auténticas que se fijan a partir de la década de 1940 gracias, en gran parte, a la acción de la Sección Femenina y otros organismos afines al régimen franquista que, en medio del proceso de reconstrucción de la nación española y lo que significaba pertenecer a ella, reconocen la regionalidad como algo valido pero que necesita de control y definición.
En Aragón aparecen en este momento dos versiones: el traje de dama y el de labradora, siguiendo el modelo de las jóvenes que se presentaban en Zaragoza a los concursos de Reinas de las Fiestas del Pilar. Los trajes de dama fueron inspirados en los burgueses de los siglos XVIII y XIX. Mientras que los de labradora, estaban basados en la ropa diaria del siglo anterior con la falda acortada y acompañados de mandiles y mantones de Manila. Es necesario recalcar, pese a su nombre, que no estaríamos ante un traje de faena sería, más bien, uno de diario que puede engalanarse y que se ha transformado en el actual traje de baturra.
Pero la tipificación no los convierte en algo estático, ni mucho menos, y van cambiando según el interés de la propia poblaciónles haga abandonar el estereotipo y avance el trabajo de diversos investigadores y asociaciones que recuperan no sólo la autenticidad de los conjuntos sino también la popularidad de estos.
Entre otras numerosas prendas pertenecientes a la moda decimonónica, el mantón de Manila se incluye y luce con orgullo en el traje aragonés desde su primera definición, y es que Aragón y esta prenda tienen una larga historia en común. Los mantones de Manila son una prenda realmente imprescindible en todo el contexto hispano del siglo XIX. Pueden encontrarse estos mantones en muchas de las casas de nuestra comunidad desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Se trata de una prenda que aparece en los pueblos de casi todas las latitudes deAragón como la lógica continuación del uso de pañuelos, pañoletas, mantillas y mantos diversos que se usaban con frecuencia desde el siglo XVIII, cuando, además, podemos empezar a ver datos fiables que señalan el uso de mantones bordados en seda. Pero no es hasta 1821 cuando ya se describe como tal el mantón de Manila en la Casa de Contratación de Sevilla. El éxito de estos en la moda española fue, para Galdós, fuerte pero efímero ya que según este escritor el mantón de Manila, y en general el tejido de seda chino, decayó hacia 1845-1850 en las ciudades, y señala que en 1885 es una pieza casi perdida para la generalidad de la población que sólo el pueblo conserva. Y es este pueblo el que lo ha guardado hasta la actualidad integrándose en prácticamente todos los trajes regionales de España y muchos de Sudamérica.
Aunque vemos que para la moda hispana el mantón nace en el siglo XIX, sus orígenes los podríamos situar en el siglo XVI cuando Filipinas es conquistada por los españoles convirtiéndose Manila en la capital de la colonia y en un centro económico muy importante para el Imperio Español. En esta ciudad, numerosos productos de lujo como la porcelana y las sedas de China eran importados para llevarse después a México y/o España. Entre estos productos se traen los que podríamos considerar como los antecedentes de nuestros mantones: telas de seda bordadas en las ciudades chinas del sudeste del país – principalmente Macao o Cantón- desde donde se exportaban junto con abanicos, sedas y especias a Manila. Estas sedas bordadas eran usadas de las más diversas maneras: para tapices, sobremesas, colchas de cama (los motivos chinescos se conservaron hasta la mitad de siglo XX en Aragón como algo frecuente en estas), etc. Las telas bordadas se embarcarían desde Filipinas hasta enlazar con el comercio español por la ruta Manila-Acapulco-Veracruz- Sevilla. Su paso por México las deja allí como un símbolo regional equiparable al español.[2] Una vez llegados a España sería donde se le adherirían los característicos flecos de macramé que todos relacionamos con esta prenda (por ello, los mantones de la primera mitad del siglo XIX tienen un color diferente que sus flecos). Rápidamente en China, con vistas a ampliar el negocio, empezaron a crear mantones al gusto occidental con flecos y usando los colores de moda del momento (un ejemplo de esto sería la abundancia de amarillo en los mantones entre 1850-1880). Dado el gran éxito de estas prendas, se empezaron a copiar en México y en España. Cuando este país pierda definitivamente las colonias se iniciará en Sevilla el desarrollo de una industria de mantones de elaboración autóctona – los llamados mantones de cigarreras- con grandes bordados florales de hilos más gruesos y resistentes que los anteriores chinos de bordado más delicado y frágil. Además, a finales del XIX aparecen los bordados mecánicos que abaratan el coste y aumentan la producción. Y no sólo en Sevilla se elaboran estas piezas, también en Zaragoza veremos como gracias a los sederos de la zona se crean mantones de seda con motivos tomados de los de Manila. Dado el clima frío de Aragón, aparecieron también mantones de lana merina con bordados chinescos o indios (estos últimos eran más frecuentes en las prendas de algodón llamadas indianas).
La aceptación no fue el fin de esta historia, que siguió en las múltiples adaptaciones de esta prenda y su evolución en el vestir tradicional y la moda contemporánea.
Para saber más:
Notas:
[1] O ya en el siglo XX, esto depende del desarrollo industrial de cada zona.
[2] Muchos estudiosos señalan que, seguramente, el primer uso de estas telas como mantón se encontraría en Sudamérica, desde donde se extendería a la metrópoli.