La historietista libanesa Zeina Abirached pasó los primeros diez años de su vida sin prácticamente poder salir de su edificio. Nacida entre los bombardeos de la Guerra Civil del Líbano[1] y criada en el Beirut ocupado por Israel, estudió en la Academia Libanesa de Bellas Artes, continuando después sus estudios en París. A día de hoy, es considerada la principal representante de la historieta libanesa, un género todavía no demasiado asentado en la región.[2]
La narrativa autobiográfica de Abirached cuenta, hasta el momento presente, con cuatro títulos. Con el que ha alcanzado mayor reconocimiento –y por el momento el único traducido al inglés, lo que le otorga una mayor difusión– es El Juego de las Golondrinas (2007),[3] al que siguió Me acuerdo (2008):[4] ambos presentan, de una forma más convencional pero también más refinada que en su obra inicial, diferentes momentos y recuerdos de la infancia de la autora.
En El Juego de las Golondrinas, Abirached concentra la narración en un solo lugar –el vestíbulo de su casa– y en un único momento: una tarde de bombardeos en la que sus padres tardaron más de lo habitual en volver a casa. Entre 1975 y 1990, la ciudad de Beirut fue dividida en dos mediante la llamada “línea verde”, que dividía la ciudad en las zonas musulmana y cristiana. La casa familiar de los Abirached quedó en la zona cristiana, pero muy cercana a la línea divisoria, y a plena merced de los francotiradores que asolaron la ciudad. Por ese motivo, la familia acabó concentrando todas sus actividades diarias posibles en el vestíbulo, el único lugar de la casa que quedaba fuera de la línea de fuego. Bajo un tapiz que representa la huida de los hebreos de Egipto, al cual la propia Zeina atribuía innegables capacidades protectoras, los Abirached cocinaban, comían, dormían y pasaban el rato. Debido a que este lugar era también el punto más seguro de todo el edificio –un señorial inmueble de los años 40 del barrio de Archafrieh–, en las tardes de bombardeo el resto de vecinos bajaban a refugiarse a este lugar, trayendo con ello tanto sus historias como noticias del exterior para Zeina y su hermano, que apenas pisaron las calles durante sus primeros años de vida. A partir de lo que sucede en la habitación, Abirached presenta en realidad un microcosmos que representa a, al menos una parte, de la sociedad libanesa de la década de los 80.
Aunque la autora intenta realizar una obra de carácter universal, ciertos aspectos revelan que el ambiente vecinal de la escritora se trataba, esencialmente, de uno cristiano y de clase más bien alta. Junto a la familia Abirached, cuya religión u ocupación desconocemos, pero que debieron contar con suficientes ahorros como para poder subsistir tras varios años en guerra sin trabajar, encontramos a otros personajes. El más querido parece ser Anhala, una anciana que desde niña ha trabajado como servicio de una acaudalada familia (a la que todavía adora a pesar de que la han dejado atrás en vez de sacarla del país), seguida de Chucri, el hijo del difunto administrador del edificio, que se ocupa de proporcionar agua y víveres a los mismos, arriesgando a diario su vida, y de Ernest, un profesor de francés cuya forma de subversión es continuar vistiendo impecable a pesar de las bélicas circunstancias. Completan el elenco Linda y Khaled, un acaudalado matrimonio venido a menos, y Razmi y Farah, un matrimonio “bohemio” siempre listo para partir, compuesto por un fallido arquitecto y la niña de los ojos de Anhala.
Tras unas esquemáticas primeras páginas, en las que Abirached introduce al espectador en la fragmentación de la ciudad como consecuencia de la guerra, y en la que nos presenta los cambios en el paisaje urbano (“Francotiradores, bidones de arena, bidones de gasolina, alambre de púas y sacos de arena forjaron una nueva geografía”), la gente comienza a llegar a la pequeña habitación de los Abirached.
En esencia, se trata de una pequeña y corta novela, en la que no llega a suceder nada, pero en la que todo está sucediendo. A través de las historias de los personajes nos aproximamos a la cotidianeidad bélica, aprendiendo sobre lo habitual de la muerte en la ciudad sitiada, o lo complicado de poder conseguir bienes de subsistencia como agua o gasolina. En este contexto, vemos cómo la familia Abirached protege a Zeina y a su hermano de las crueldades de la guerra, que juegan felices a ser sus personajes de anime favorito o cantan en inglés mientras que caen las bombas. Este recuerdo, tan aparentemente ajeno a la realidad, será matizado posteriormente en Me acuerdo, en el que la autora presenta algunos recuerdos seleccionados de la época de la guerra, muchos de los cuales –como los ruidos fuertes de las tormentas, que le recuerdan a los bombardeos–, todavía parecen asustarla.
El estilo gráfico de Abirached resulta aparentemente próximo al de Marjane Satrapi en Persépolis –el cual, a su vez, era muy deudor del de David D.–, pero no lo es en su estilo narrativo. Aunque la libanesa y la iraní comparten no solo un ambiente próximo al Islam, una filiación francesa y, lo que es más importante, un carácter marcadamente autobiográfico en sus obras,[5] Abirached separa en ellas diferentes momentos de sus vivencias infantiles, en vez de proponernos una narración cronológica como hacía Satrapi. Asimismo, el tono de crítica social es mucho más leve en Abirached, que lleva sus vivencias bélicas a un ambiente familiar y nostálgico en medio de la calma tensa que percibían entre bombardeo y bombardeo. De hecho, esta última señala como su obra ha sido bien recibida entre los que estuvieron en el otro bando durante la guerra, y que esto se debe a lo pretendidamente apolítico de su obra.[6] Y, por añadidura, aunque ambas autoras comparten un grafismo basado en el uso bidimensional del blanco y negro con un carácter expresionista, su estilo difiere bastante.
Mientras que las viñetas de Satrapi presentan –salvo excepciones– un dibujo más naïf y esquemático, en el que el texto mantiene una importancia principal, las escenas de Abirached están llenas de pequeños y minuciosos detalles, que de hecho son los que ofrecen la información más relevante en escenas secuenciadas –para algunos, demasiado repetitivas–, y que en momentos dotan a la obra de cierto tono de storyboard. El estilo hiperdecorativo de Abirached, ejemplificado en los abundantes rizos con los que se representa la protagonista, parece remitir a las artes tradicionales del Próximo Oriente, mientras que a algunos les recuerda incluso al acusado trépano de las obras de arte de civilizaciones que, como la fenicia y la griega, coexistieron antes en la región.
En definitiva, El Juego de las Golondrinas –cuyo título no llegamos a entender hasta el final– se trata de una obra que rehúye la épica de otras grandes novelas gráficas que tienen por protagonista a la Guerra, y que mediante un arriesgado estilo narrativo, presenta un episodio concreto en el que la oscuridad de ésta se camufla en una mutilada cotidianidad. Y, aunque esto decepcione a quienes busquen un nuevo Maus o Persépolis, proporcionará al lector una visión no tan dramática de un conflicto reciente aparentemente olvidado, del que apenas comienza a haber literatura reflexiva, y lo hará, sin duda, de una forma visualmente deliciosa.
Para saber más:
Notas:
[1] Generalmente, se considera a la guerra que sacudió al Líbano entre 1975 y, aproximadamente, 1990, como una guerra civil entre decenas de fracciones (cristianas, musulmanas y seculares) que combatieron entre sí, pero en la que también jugaron una parte principal las milicias israelíes, palestinas y sirias, además de los intereses manifiestos de los Estados Unidos y la Unión Soviética; de hecho, algunos historiadores señalan cómo en la misma combatieron muy pocos libaneses.
[2] Para una suerte de estado de la cuestión, véase Van Aertryck, Pierre-Nicholas, “État des lieux éditorial de la bande dessinée au Liban”, Trabajo Fin de Máster de la Université de París 4 y la Université Saint-Joseph de Beirut, 2011. Disponible online aquí.
[3] El libro apareció en francés en 2007, y más tarde fue traducido al español (Abirached, Zeina. El Juego De Las Golondrinas. Madrid, Sinsentido, 2008), holandés, alemán, italiano e inglés.
[4] El libro apareció en francés en 2008 y ha sido traducido al español (Abirached, Zeina. Me Acuerdo: Beirut. Madrid, Sinsentido, 2009), italiano, alemán e inglés.
[5] Aunque las obras más celebradas de ambas autoras son narrativas de su propia historia personal, ambas han incursionado asimismo en otros géneros: Satrapi ha realizado otras obras no autobiográficas como Pollo con ciruelas, El suspiro, Los monstruos tienen miedo de la luna y Adjar, así como las ilustraciones de Sagesse et malices de la Perse y de Ulysse au pays des fous. Por su parte, Abirached ha ilustrado, además de las obras previamente mencionadas, Mouton, Le Piano oriental, Agatha de Beyrouth y Le Papa-Maman. Asimismo, ambas han incursionado en el mundo del cine: Abrirached con el corto Mouton y Satrapi mediante la co-dirección de Persépolis, Pollo con ciruelas y la dirección de The Voices.
[6] “THE NEW YORK COMICS AND PICTURE-STORY SYMPOSIUM: ZEINA ABIRACHED”, The Rumpus, 20 de septiembre de 2013, disponible online aquí.