En el artículo anterior se presentaba el maoísmo desde la historia de China y la propia vida de su Gran Timonel: Mao Zedong (1893-1976). En esta segunda parte se aborda el papel de esta ideología en el mundo, dando unas pinceladas de la importancia variable que ha tenido en los distintos panoramas geopolíticos tanto de Asía y América –Latina especialmente– como de Europa occidental.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en el mundo de los movimientos sociales organizados del viejo continente se produce un choque generacional y de mentalidades que se plasma en el distanciamiento entre la izquierda tradicional ―representada por los partidos políticos clásicos― y una Nueva Izquierda, más radical, utópica e inmensamente plural que tuvo su mayor protagonismo en el célebre Mayo del 68. Estos movimientos pusieron de manifiesto que se podía ser marxista y rechazar a la izquierda tradicional, algo que, desde la lógica de la disciplina comunista, era inconcebible.
En ese caldo de cultivo, muchos jóvenes europeos de izquierda dieron la espalda a los viejos tótems que suponían para ellos Marx y Lenin, y comenzaron a construir sus referencias ideológicas sobre las figuras de Trotsky, Gramsci, Rosa Luxemburgo, Ernesto Ché Guevara y Mao entre otros. En su rechazo al estalinismo, consideraban a estas personalidades de la izquierda como padres de la revolución y la transformación social. El hecho de leer a estos autores significaba un acto de desobediencia soviética, de rebeldía contra la ortodoxia y el dogma marxista-leninista que imponía Moscú. Europa occidental asistió, pues, al nacimiento de un nuevo marxismo, bastante peculiar, con una orientación universitaria, combinado con otras modas del momento como el movimiento hippie e, incluso, con otras ideologías, como el nacionalismo y hasta con las religiones. Era el marxismo de las aulas, no el de las fábricas; un marxismo de comunas populares al más puro estilo chino, no de herméticos y estáticos cuadros de partido.
Más allá del gigante asiático
De Mao Zedong sí puede decirse que fue profeta en su tierra, pero también en muchos otros lugares del globo, especialmente en la vieja Europa de las décadas de 1960 y 1970. La crítica a la política soviética por parte el Partido Comunista de China provocó varias divisiones en los partidos comunistas a lo largo del mundo, sobre todo, como se ha dicho, en el continente europeo, donde tuvo lugar un auténtico auge del maoísmo.
Pero ¿y Asia? La cercanía geográfica con el gigante chino provocó que muchos partidos comunistas, especialmente los del Sudeste Asiático, pasaran a convertirse en una especie de satélites del PCCh, véanse los casos del Partido Comunista de Tailandia y el Partido Comunista de Indonesia. Sin embargo, otros partidos asiáticos, como el Partido Comunista de Vietnam y el Partido de los Trabajadores de Corea del Norte ―que aún rige el país― tomaron una posición intermedia. De hecho, en el caso norcoreano, las relaciones con la República Popular China se fueron enfriando progresivamente a raíz de la crítica que hizo Kim Il-sung ―abuelo del actual dirigente, Kim Jong-un, y líder del país entre 1948 y 1994― al dogmatismo de Mao Zedong, y la acusación de que el PCCh adoptaba la posición trotskista de la «Revolución permanente.»[1]
En el mundo occidental, un buen número de organizaciones mantuvieron contactos con el Partido Comunista de China, tomando nombres como partido comunista (marxista-leninista) o partido comunista revolucionario para distinguirse de los partidos comunistas prosoviéticos tradicionales. Un ejemplo de ello lo encarna el Partido del Trabajo de Albania ―partido único de la República Popular de Albania entre 1946 y 1991― o el Partido Comunista de España (marxista-leninista), que no debe confundirse con el viejo PCE de Santiago Carrillo, del que se escindió en 1964.
En España, durante los años de la crisis final del franquismo, el ideario maoísta y el considerarse seguidor del mismo estuvo muy de moda entre la juventud progre y antifranquista militante, ambientes en los que leer el Libro Rojo se convirtió en un lugar común. De hecho, puede afirmarse que la exaltación del modelo chino era un referente con mucho éxito entre los disidentes más jóvenes. Surgieron así, a lo largo y ancho del Estado, diversas organizaciones prochinas. Puede citarse, como ejemplo, el caso de Zaragoza, donde existió un colectivo universitario clandestino que llevó la voz cantante durante las manifestaciones estudiantiles en los años setenta, el Comité de Estudiantes Revolucionarios de Zaragoza (CERZ). A nivel estatal, las organizaciones maoístas más importantes fueron el Movimiento Comunista de España (MCE), la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) y el Partido del Trabajo de España (PTE), que llegaron a tener representación en los ayuntamientos tras las elecciones municipales de 1979, las primeras libres desde 1933.
Y es que la masificación experimentada por las universidades europeas en las décadas de 1960 y 1970 desembocó en un potente y activo movimiento estudiantil. Ya en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, «Mao Zedong y Zhu De, líderes de las fuerzas revolucionarias chinas, eran objeto de admiración para la juventud, por su eficacia y firmeza en la lucha antijaponesa.»[2] Así las cosas, no es casual, por tanto, que las organizaciones maoístas occidentales se nutrieran, en la mayoría de los casos, de las oleadas del radicalismo estudiantil de aquellos años de barricadas que «cierra[n] la calle pero abre el camino», como proclamaba el lema sesentayochista.
Por consiguiente, bajo el liderazgo del Partido Comunista de China surgió un movimiento comunista-maoísta internacional paralelo y alternativo al soviético, aunque nunca fue tan homogéneo y formalizado como éste último. En consecuencia, durante los años ochenta surgieron, a la vez, dos movimientos de reagrupación: uno en el que participaba el Partido Comunista de Filipinas ―que dio nacimiento a la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxistas-Leninistas―, y el Movimiento Internacionalista Revolucionario, una suerte de Internacional maoísta ―en la que participa, entre otros, el grupo terrorista Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso―. Ambas tendencias reivindicaban el marxismo-leninismo-maoísmo. En oposición al Movimiento Internacional Revolucionario se fundó el Movimiento Internacionalista Maoísta (MIM), radicado en Estados Unidos, con sus propias interpretaciones del maoísmo. Está liderado por el Partido Comunista Revolucionario de los Estados Unidos.[3]
Actualmente, en pleno siglo XXI, no son muchos los partidos que se reivindican estrictamente maoístas, aunque en numerosos países de casi todos los continentes se encuentran organizaciones que defienden los aportes de Mao al marxismo-leninismo; no obstante, constituyen una fuerza eminentemente marginal. Estas organizaciones se encuentran agrupadas en el Movimiento Internacionalista Revolucionario anteriormente citado, y tienen sus principales focos en el sur de Asia, con luchas armadas desarrolladas en Nepal, India y Bangladés.
En el caso particular de América del Sur, es fácil encontrar partidos maoístas en casi todos los países. Por ejemplo, el Partido Comunista Marxista-Leninista de Ecuador organiza anualmente el Seminario Problemas de la Revolución en América Latina y el Mundo, que cuenta con la participación de decenas de partidos y movimientos internacionales.
Aparte del evidente e indiscutible peso que el maoísmo ha tenido en la historia del gigante asiático, una expresión clara de la influencia de este marxismo chino fue la proliferación, en casi todo el mundo, de grupos inspirados en esta teoría política.
Esa llama revolucionaria situada a la izquierda del comunismo soviético tenía una serie de trazos compartidos: un marcado carácter transformador del orden social que implicaba la destrucción del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado, la concepción del partido como la suma de revolucionarios profesionales, el rechazo absoluto a la democracia liberal como fase intermedia e inevitable en la singladura hacia el socialismo ―punto establecido ya en el siglo XIX por Marx y Engels y defendido por el comunismo clásico― y un antiimperialismo que les llevaba a acercarse a movimientos del Tercer Mundo.[4]
Pese a la implicación absoluta del puñado de militantes maoístas europeos ―los cuales tenían por bandera los valores, la moral, cierto heroísmo y disposición al sacrificio― el sendero emprendido por ellos mismos acabó por convertirse en flor de un día. Eran utópicos por definición y por si fuera poco, la China posterior a Mao Zedong repudió e incluso se opuso al proceso de exaltación maoísta occidental. Sin un referente claro y conocedores, con el paso de los años, del lado más oscuro del régimen de Mao, los seguidores occidentales de esta ideología fueron diluyéndose entre las brumas de la historia.
Para saber más
Notas:
[1] Concepto teórico del marxismo utilizado por Marx y Engels, pero sobre todo por León Trotsky, quien en 1929 abogó porque la revolución no podía limitarse a una nación concreta, sino que debía ser internacionalizada porque sólo sobreviviría si triunfa en los países más avanzados. Esta estrategia fue rechazada por la URSS ―y, posteriormente, por otros países como Corea del Norte― durante el mandato de Stalin, quien adoptó la tesis del «Socialismo en un solo país», es decir, desarrollar y preservar el socialismo dentro del marco nacional que suponía la Unión Soviética ―o cualquier otra nación en casos como el norcoreano―.
[2] Carrillo, Santiago, Memorias, Planeta, Barcelona, 2008, p. 107.
[3] Llama la atención la existencia de un partido maoísta en el país con la más larga tradición anticomunista, aunque se trate de un grupúsculo más testimonial que otra cosa.
[4] Cucó i Giner, Josepa, “La izquierda de la izquierda. Un estudio de antropología política en España y Portugal”, Papeles CEIC, International Journal on Collective Indentity Research, 1, 2007, pp. 1-34.