Tras una breve introducción al Programa MIRAI y a las actividades específicas desarrolladas por el grupo “Ciencias y Tecnología”, en la anterior entrega se repasaron las actividades culturales realizadas principalmente en Hiroshima. En el presente artículo finalizamos la crónica relatando las actividades transversales que pudieron disfrutarse durante esta edición del programa.
La gastronomía
Las artes culinarias son uno de los grandes atractivos de Japón, reconocidas en todo el mundo, siendo de las facetas de la cultura japonesa que la JNTO (Japan National Tourism Organization) promociona con más énfasis. Dado que uno de los objetivos del Programa MIRAI es hacer partícipes a los integrantes de las principales atracciones que puede ofrecer el país asiático, no es de extrañar que la comida fuera uno de los aspectos más cuidados del programa. De manera general, se optó por convidar a los participantes a una selección de las comidas japonesas más típicas, en ocasiones propias de las regiones visitadas, donde el menú se adaptaba a las necesidades especificadas de los comensales (veganismo, alergias…).
Así, pudimos comer karaage (pollo frito) en el restaurante Oto Oto del centro comercial Toranomon Hills, tonkatsu (lomo de cerdo empanado) en el Tonkatsu Ise del rascacielos Shinjuku NS y formar parte de la experiencia que supone comer shabu shabu, carne cruda de cerdo y de ternera que hay que cocinar sumergiéndola con palillos en un puchero de agua hirviendo. El pescado, por supuesto, fue una constante en nuestra dieta durante el programa. Desde la deliciosa ebi (gamba japonesa) rebozada, hasta un plato combinado que incluía unas exquisitas croquetas de ostras que pudimos degustar cerca de Miyajima (especializados en la pesca de estos moluscos), pasando por la sencilla pero sabrosa caballa acompañada de tamagoyaki (tortilla a la japonesa) del restaurante Tofuro en Ginza, cuya decoración tradicional se inspira en el interior de las casas del periodo Edo (1603/1615-1868). Tampoco pudo faltar el ekiben o almuerzo de la estación, que se nos proporcionó en nuestro viaje en Shinkansen (tren bala) desde Hiroshima hasta Tokio. Un detalle que nos impresionó de todos estos platos fue, además de su excelente sabor, su esmerada presentación, convirtiendo las comidas en una experiencia única que deleitaba los cinco sentidos.
En otras ocasiones se les dio más libertad a los participantes para elegir sus propios refrigerios. Los desayunos, por ejemplo, se hacían en el buffet libre del hotel correspondiente (el Sunshine City Prince Hotel de Tokio o el Hokke Club de Hiroshima), en los que sobresalía una gran variedad de comidas tanto japonesas, como el oloroso nattô (soja fermentada) o el sabroso salmón teriyaki, como occidentales, si bien algunos de estos platos forman parte ya de la dieta japonesa, como las tortitas. En dos ocasiones, además, se nos permitió explorar libremente la ciudad para que eligiéramos por nosotros mismos dónde cenar. Aunque entre las opciones disponibles se encontraban restaurantes conocidos por el público europeo como KFC, los participantes optaron por las alternativas más tradicionales, aprovechando para saborear auténtico sushi y sashimi (pescado crudo), pasar la velada en una izakaya (bar tradicional japonés) o probar el siempre popular curry.
Actividades en el tiempo libre: el Museo Nacional de Tokio
Como se ha visto a lo largo de la crónica, la mayor parte de las actividades realizadas durante el Programa MIRAI están organizadas de antemano, siendo obligatoria la asistencia a todas ellas (excepto en caso de enfermedad) si se forma parte de este proyecto, pero eso no implica que no se deje cierta libertad a los participantes. Este aspecto del programa, además, ha ido evolucionando a lo largo de los años, y en la presente edición podemos afirmar que disfrutamos de una notable cantidad de tiempo libre, repartida entre las pocas horas previas a empezar la jornada planificada, tras las comidas y después de volver al hotel, si bien salir a estas horas tan tardías no resulta recomendable ya que los comercios japoneses suelen cerrar pronto, sobre todo si lo comparamos con los negocios españoles.
Una constante en todos los intercambios realizados hasta la fecha es la posibilidad de explorar Tokio durante el último día de estancia en Japón, dejando a los integrantes que planifiquen sus propias visitas, algo que resulta conveniente hacer de antemano. En mi caso elegí visitar el Museo Nacional de Tokio, situado en el Parque de Ueno. Este museo, el más grande y antiguo de Japón, consta de tres edificios principales, cada uno dedicado a temáticas diferentes: el edificio que en su día fuera la galería principal es el Honkan, reconstruido tras el terremoto de 1923 con estilo corona imperial y alberga exposiciones de obras de arte japonesas datadas desde el 10.000 a.C. hasta finales del siglo XIX; el segundo edificio es el Heiseikan, construido en 1993 y utilizado principalmente para exposiciones especiales, aunque la galería de arqueología del primer piso está siempre disponible; el último es el Tôyôkan, donde están guardados artefactos procedentes del resto de Asia, incluyendo China, Corea, la India y Egipto. A estos edificios se le añade el emblemático Hyôkeikan, declarado Propiedad Cultural Importante y que sólo abre sus puertas cuando alberga exposiciones temporales, así como el museo al aire libre de jardines y casitas del té. Debido a las limitaciones de tiempo, ya que el museo cierra a las cinco de la tarde como la mayor parte de establecimientos en Japón, elegí limitar la visita a la primera de estas galerías, el Honkan, centrándome en las exposiciones dedicadas a los periodos Muromachi (1333-1573), Azuchi-Momoyama (1574-1603) y Edo (1603-1868).
Tal y como se ha comentado, el único denominador común de los objetos expuestos en el Honkan es su procedencia, Japón, pero sus tipologías son de lo más variadas. De gran belleza eran los kimonos conservados por el clan Uesugi pertenecientes a actores de teatro Nô, arte escénico japonés caracterizado por la magnificencia de sus atuendos, hasta el punto de que había gente que asistía a estas obras sólo para ver las prendas que llevaban los intérpretes. En la sala dedicada al periodo Edo no faltaban los ukiyo-e, donde las xilografías expuestas eran pocas pero muy bien escogidas, incluyendo las de maestros como Harunobu, Utamaro y Hokusai, del que se exponían creaciones poco conocidas. Las lacas son otra de las principales atracciones de la exposición, desde delicadas cajitas para guardar incienso hasta arcones de considerable tamaño utilizados para archivar libros, con técnicas como el maki-e (laca negra con polvo de oro espolvoreado) o el chôshitsu o laca esculpida (donde se aplica una capa de laca de gran espesor que luego es tallada). Los biombos resultaban majestuosos, con especial mención a la sala dedicada al biombo Bosque de pinos de Hasegawa Tôhaku realizado en 1580, siendo esta obra uno de los mejores ejemplos del arte de la sugerencia tan apreciado por la filosofía zen.
Una de las secciones del museo especialmente atractiva es la dedicada a los samuráis, que recoge armaduras originales del periodo Sengoku (1467/1477-1603) y una gran variedad de armas, incluyendo larguísimos arcos con sus flechas, las temibles naginata empleadas habitualmente por mujeres y, por supuesto, una amplísima variedad de tachi (espadas japonesas utilizadas en las etapas más tempranas de su historia y blandidas normalmente a caballo) y katana (algo posteriores y más cortas, diseñadas para combate a pie), donde estaban expuestas las cuchillas desnudas sin empuñadura. De algunas de ellas se conservaba la saya (vaina), donde se podían diferenciar claramente las utilizadas durante el conflictivo periodo de los estados combatientes, en general lisas, austeras y muy gastadas, de las forjadas en los tiempos de paz del periodo Edo, lacadas y profusamente decoradas.
Por último, una buena manera de acabar el día tras visitar el Museo Nacional es dar un agradable paseo por el Parque de Ueno. Si bien es cierto que los numerosos templos con los que cuenta el parque están cerrados al público, si se apura hasta la hora de cierre de las galerías, todavía es posible verlos desde fuera, donde destacamos Tôshôgû, dedicado a Tokugawa Ieyasu con sus linternas de piedra y pagodas, y Bentendô, iluminado con innumerables farolillos en cuanto anochece. También resulta de interés pasarse a ver la estatua de Saigô Takamori, artífice de la Rebelión de Satsuma (1877) contra el emperador Meiji y considerado el último samurái que hubo en Japón. Los senderos del parque, además, están flanqueados por linternas decoradas con el estilo de las pinturas del mundo flotante del periodo Edo, que se iluminan al anochecer, proporcionando un aire completamente diferente a los jardines si lo comparamos con su aspecto diurno.
En conclusión, como se ha visto a lo largo de esta crónica del viaje a Japón realizado por el Programa MIRAI – Grupo cinco “Ciencias y Tecnología” en enero de 2019, este intercambio es un viaje único e inolvidable, donde se da a los participantes la posibilidad de conocer el país nipón desde una perspectiva diferente, difícilmente comparable a la que ofrecen otros programas de intercambio en calidad de las visitas y tratamiento, a lo que se le une la posibilidad de compartir esta aventura con compañeros de toda Europa con intereses afines. En suma, se trata de una experiencia muy recomendable para todos aquellos que quieran profundizar en la cultura japonesa y tender unos primeros puentes que faciliten contactos futuros con el país.