Para entender la importancia que el quimono tuvo en Occidente, tenemos que hacer referencia al fenómeno conocido como Japonismo, que denomina a la influencia de las artes japonesas en Occidente. Las obras que se crearon a partir de la referencia directa de los principios estéticos japoneses, especialmente las realizadas en Francia, no supusieron una transformación del arte occidental, pero sí una importante tendencia a acercarse al Lejano Oriente en los lenguajes ornamentales.
La llegada de la influencia de las artes de Japón se produjo a principios del periodo Meiji (1868-1912) cuando se acabó con el largo aislamiento nacional del periodo Edo y se abrieron las importaciones de Occidente, incluyendo la fotografía, técnicas de impresión o la indumentaria; por su parte, a Europa llegaron nuevas formas de relación con la naturaleza, nuevas técnicas y lenguajes artísticos. Precisamente cuando Japón abrió sus puertas a la cultura occidental, y las primeras obras de arte japonés fueron conocidas también en Europa, el arte realista de Francia y de otras escuelas europeas empezaban a buscar nuevos caminos a los que ya conocían por considerarlos saturados.
La valoración del arte japonés no radicó en su consideración como objeto de lujo sino en sus propiedades estilísticas utilizadas como referencia frente al arte academicista.
Muchos de los artistas más importantes del arte del siglo XIX muestran evidencias en sus obras de una gran admiración por los nuevos lenguajes que el arte japonés les aportaba, sobre todo los impresionistas, post-impresionistas, simbolistas y modernistas. Manet y Degas trataron de pintar “al estilo japonés”, Degas aprendió de Hokusai a pintar la belleza del cuerpo humano en movimiento. Monet encontró en la pintura de la escuela Ukiyo-e una verdadera revelación por su sentido del color. Estos pintores también se vieron influidos por la pintura decorativa de Japón. Destacan también los post-impresionistas como Gauguin, Van Gogh y Toulouse-Lautrec por la asimilación de los principios de los grabados Ukiyo-e porque siguieron encontrando en ellos nuevos caminos para su arte. El modernismo adoptó diversos recursos decorativos japoneses en sus ritmos orgánicos y en su repertorio ornamental lleno de flores e insectos como mariposas o libélulas.
El Japonismo tuvo su capital en París, pero pronto sería una corriente consolidada y difundida por las principales capitales europeas y americanas. Se produjo un auge del coleccionismo asiático, que también supuso unas estupenda vía para la divulgación de la cultura japonesa.
La moda no fue ajena a este fenómeno. La locura por el arte oriental englobó también un creciente interés por la indumentaria y el estilo de vida de las mujeres niponas. La moda femenina occidental estuvo fuertemente influida por el quimono especialmente desde 1860 hasta 1900, y los diseñadores europeos iban perfeccionando su técnica a la hora de confeccionarlos. Las mujeres europeas se inclinaron a esta prenda no sólo por su elegante corte, sino por sus sedas teñidas de forma exquisita y sus diseños asimétricos y dinámicos. Algunos de los pintores que habían aplicado técnicas y formas japonesas en sus obras, también intentaron reproducir la belleza del quimono, el contraste de los colores de las sucesivas prendas. Toulouse- Lautrec realizó un autorretrato con un quimono y también se fotografió vistiendo uno. Gustav Klimt coleccionó quimonos, todos de una altísima calidad. Claude Monet en 1867 compró un quimono para su joven esposa y posó con el para el cuadro La japonaise.
En el siglo XVIII ya los europeos sentían una gran curiosidad por los diversos productos importados desde Oriente, concretamente en los tejidos de dibujos asimétricos y las nuevas combinaciones de colores que se hicieron muy populares en la época, al igual que los detalles pintorescos en las sedas exóticas. Los europeos no concedieron a Japón una identidad cultural diferenciada hasta la segunda mitad del siglo XIX, pero ya en el siglo XVII y en el XVIII la Ducth East India Company ya importaba quimonos japoneses que los hombres europeos llevaban como batines para estar por casa. Como el suministro de auténticos quimonos japoneses importados era limitado aparecieron los batines orientales confeccionados con indiana para satisfacer la demanda. En Holanda se llamaban japonese rocken; en Francia, robes de chambre d´indienne y en Inglaterra; banianos. Debido a sus características exóticas y a su relativa escasez se convirtieron en un símbolo de estatus social y económico elevado. En casa, los hombres lo llevaban sobre una camisa y un calzón, con un gorro en lugar de peluca. Parece ser que también se lo ponían para recibir a los amigos más cercanos y para pasear por la mañana.
Las indumentarias orientales eran apreciadas sobre todo por sus rarezas; en segundo lugar por sus características exóticas como las complejas formas curvas basadas en la estética y la sensibilidad orientales; y por último, porque no podían ser valoradas según las normas occidentales. La popularidad de estos tejidos queda patente en el uso de términos orientales para describir determinados motivos y técnicas, como el bordado ungen -técnica de coloración tradicional que expresa la sombra por zonas del mismo color- o la raya de Pequín.
Durante el siglo XIX, Francia se convirtió en el líder indiscutible dentro del mundo de la moda. La Revolución Francesa provocó el desplome de la jerarquía social tradicional y dio paso a una rica burguesía que fue la gran protagonista de la moda del siglo, así como las actrices y las demi-mondaines (cortesanas de lujo).
Con la apertura de Japón al comercio internacional en 1854, los intereses europeos en este país crecieron rápidamente. La influencia del japonismo en la moda emerge sobre todo desde 1880 hasta 1920 y se aprecia en diversas tendencias. En primer lugar, el quimono propiamente dicho se llevaba como batín exótico para estar en casa y las telas con el que estaba hecho se utilizaban en la confección de vestidos occidentales. Todavía se conservan buenos ejemplos de vestidos estilo polisón hechos con tela de kosode, por su parte, en Japón también se conocía el estilo polisón como el atuendo occidental que se llevaba en el rokunei-kan, la casa de huéspedes oficial que funcionó como centro de occidentalización de Tokio durante la restauración Meiji (1868-1912). Los motivos japoneses también fueron adaptados y aplicados a las telas europeas, por ejemplo en los tejidos producidos en esa época en Lyon podemos ver detalles de la naturaleza, pequeños animales e incluso blasones familiares. Más tarde, la prenda se convirtió en un batín que, aunque conservaba la forma de quimono, era más occidental. El término quimono empezó a utilizarse en Occidente en un sentido más amplio. Especialmente popular fue el tejido japonés llamado rinzu cuya característica principal es que presenta una trama con diferentes tipos de hilos de seda que realiza un efecto de brocado, y fue muy utilizado para los quimonos de las mujeres japonesas de la clase samurái. Incluso algunos vestidos fueron rehechos con corte Occidental a partir de quimonos ya hechos el periodo Edo. Como este ejemplo: raso de seda blanco labrado tipo shibori bordado en hilo metálico con motivos de glicinas, crisantemos, peonías y abanicos. Los botones están forrados con un motivo japonés.
Los ejemplos sobre vestidos femeninos con claros débitos orientales son muy numerosos. Se pusieron de moda los vestidos con motivos de ayame, una flor de la familia del iris cuya aparición en el arte europeo proviene de su frecuente uso en el estilo japonés. El motivo de ayame también aparecía con frecuencia en Le Japon artistique, la publicación de arte japonés de Siegfried Bing. Otro motivo que fue de gran influencia en Europa son los crisantemos, que se exportaban desde Japón y que a partir de la publicación de Madame Crhysanthème, la imagen de esta flor como símbolo de Japón quedó consolidada. Incluso algunos vestidos nos muestran composiciones que no se habían visto nunca antes en Occidente y que reflejan una marcada influencia del arte y de la artesanía japoneses, especialmente del quimono.
Con la restauración Meiji, la seda se convirtió en un producto de exportación muy importante. En Europa se continuaban realizando vestidos para estar por casa con influencias niponas como el “vestido de tarde”, que era una elegante prenda que se llevaba hasta la hora de la cena y que se podía llevar con el corsé menos apretado de lo normal. Algunas de las más famosas maisons parisinas crearon lujosos vestidos de tarde. Ejemplo es este vestido de tarde japonés que muestra un estilo medieval mezclado con la moda del siglo XVIII. Los crisantemos están bordados mediante una técnica japonesa llamada nikuirinui.
A finales del siglo XIX, las principales tiendas japonesas de quimonos como Iida Takashimaya y Mitsokuchi mostraron su interés por el mercado occidental. Se realizaron muchos productos específicamente para el consumidor europeo como los “abrigos de teatro” que se pusieron de moda en Inglaterra. Se inspiraban en túnicas de estilo mandarín que llevaban las autoridades públicas de la dinastía China. También se realizaron batas, que aunque siguieron manteniendo la esencia del quimono, se adaptaron para ser más aceptadas en el público europeo.
Nos situamos ya en el siglo XX en el que tiene lugar el surgimiento de una pujante media clase que dio pie a un nuevo estilo de vida y para ella los diseñadores de moda y los artistas pusieron gran empeño en crear nuevos tipos de indumentaria. En el siglo XX, la silueta y la construcción plana del quimono iba a ejercer una gran influencia sobre la indumentaria tridimensional occidental y el mundo de la moda, y es que, el Japonismo aún tenía una gran influencia a la hora de crear vestidos. Destacaron diseñadores como Poiret y Callot Soeurs que encontraron la inspiración en la sensual belleza de Japón. Se sintieron atraídos por los dibujos y los colores de los tejidos, así como por la estructura de las prendas. La forma plana y la abertura del quimono ya apuntaban a la nueva relación que iba a existir entre indumentaria y cuerpo.
Fue Paul Poiret el que introdujo el vestido sin corsé en la moda femenina pasando el centro de gravedad de la cintura a los hombros e ideó un abrigo suelto, al que llamó “abrigo quimono”. Entre los años 1910 y 1913 muchos diseñadores además de Poiret crearon abrigos al estilo mukiemon, creados a partir de una sola pieza con un corte en el centro y con un cuello abierto similar al quimono y una línea suelta en la espalda. En otros ejemplos podemos ver en la espalda un adorno de bucles al estilo kumihimo.
También fue a principios del siglo XX cuando los ostentosos trajes del teatro kabuki adquirieron en Europa una gran popularidad. El atrevido motivo de rayas de este vestido y el estilo date-eri del cuello y los motivos florales similares a los dibujos preferidos por los actores del kabuki.. La línea estilo nukiemon y el cuello bajo por la espalda también son elementos que se han tomado prestados para este abrigo.
Mariano Fortuny fue uno de los diseñadores que más utilizó los modelos orientales como inspiración a la hora de crear sus propios vestidos. Solía adoptar ideas de diseño que provenían de muy diversas fuentes, incluso utilizaba los modelos directamente de telas japonesas o de la publicación francesa Le Japon Artistique. Situándose un paso por delante respecto a otros artistas de su época, desarrolló una técnica de estampación de seda con plantillas basadas en el sistema de estarcido japonés, lo que denota aún más su fascinación por el país del sol naciente.
La influencia del arte japonés inundó de nuevos motivos todas las telas de los más destacados diseñadores, quienes se mostraron muy interesados por los motivos de los blasones familiares utilizados en el quimono y en otras artes decorativas. En el ejemplo que aparece a continuación los blasones familiares japoneses fueron bordados con cuentas y canutillo dispuestos según el estilo occidental. También puede observarse la influencia japonesa en la larga cola y los adornos con cuentas que crean una forma asimétrica.
Una gran diseñadora del panorama parisino de los años 20 fue Madeleine Vionnet, quien tampoco estuvo exenta de la influencia de Japón, ya no sólo ejercida por los quimonos, sino también por cualquier manifestación artística como los grabados Ukiyo-e y las lacas. Creó un cambio fundamental en las técnicas de corte de la tela, lo que hoy nosotros conocemos como corte “al biés”. Para algunos de sus vestidos utilizó telas triangulares dobladas de forma alternativa, incluida por las diferentes técnicas del origami japonés, se trata de una compleja técnica de construcción que requiere una perfecta técnica de corte.
Inspirados por los artículos lacados japoneses, decoradores como Hielen Gray y Jean Dunand crearon artículos de decoración de interiores realizados con laca. Dunand también creó tejidos lacados como el lamé que tiene una textura lacada, brillo y flexibilidad. Incluso Vionnet se sintió atraída por las formas que el rastrillo dibuja en los jardines zen ( o karensansui ) para incorporarlas a sus creaciones.
El quimono terminó asentándose definitivamente en la moda Occidental durante los años veinte gracias al trabajo de las grandes maisons de moda parisinas. Son innumerables los ejemplos de vestidos conservados que presentan unos débitos bien claros y definidos. Son quimonos en occidente, no hay duda. Con el deseo de liberar el cuerpo de la mujer se buscaron nuevos modelos que dieran un pequeño gran toque de frescura en el abigarrado mundo de la indumentaria. Gracias a ese cambio de rumbo, la historia de la moda sufrió un giro radical hacia nuevas direcciones aún sin explorar y que miraban hacia Oriente.
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