El primer volumen de El laberinto del millón de tatamis fue uno de los lanzamientos estrella que Letrablanka llevó al pasado Salón del Manga de Barcelona. Este título marcará, previsiblemente, un nuevo hito en la historia de la editorial, al tratarse de una licencia de cierto renombre que anticipa lo que promete ser un 2018 cargado de novedades en la editorial, que espera alcanzar el ritmo de una publicación mensual.[1]
No en vano, se trata de la primera licencia japonesa que supera la duración del tomo único (a pesar de que se trata de una serie muy corta, de tan solo dos tomos),[2] aunque lo más destacado es, sin duda, la nominación para el premio Manga Taishô 2016, uno de los reconocimientos más importantes de la industria nipona.
El laberinto del millón de tatamis cuenta la historia de Reika y Yôko, dos compañeras de apartamento que trabajan juntas en una compañía de desarrollo de videojuegos. Al comienzo del tomo, vemos cómo huyen por un extraño edificio, sin saber por qué. Como el lector irá conociendo conforme avance las páginas, se trata de un edificio que no se rige por las leyes de la física ni de la lógica, sino que presenta algunas similitudes con el mundo de los videojuegos. Cuanto más descubrimos de ese entorno, más claramente vemos esta proximidad.
Uno de los principales atractivos de El laberinto del millón de tatamis es, precisamente, la capacidad de su autor, Takamichi, para dosificar la información de la que dispone el lector, ofrecer pistas sobre el mundo en el que se desenvuelven las protagonistas y, en definitiva, gestionar las tensiones para mantener el interés. En este sentido, sorprende enormemente la agilidad que Takamichi imprime en la acción, incluso en los momentos más tranquilos, convirtiendo la lectura en una experiencia amena y muy ligera.
En el fondo, El laberinto del millón de tatamis va, precisamente, sobre experiencias. Su proximidad al mundo de los videojuegos (con abundantes referencias a títulos como Assassins Creed o la franquicia Mario Bros., además de la presencia de numerosas videoconsolas, que nunca se mencionan por su nombre comercial, pero se representan inequívocamente reconocibles) ofrece a los aficionados al ocio virtual una nueva forma de experimentar las mismas lógicas y planteamientos de los videojuegos, a través de imágenes y texto sobre soporte papel. Por una parte, pueden verse reflejados, especialmente, en la figura de Reika, una joven con problemas de socialización que se refugió en los videojuegos para afrontar los problemas de su niñez, y en paralelo a ella, tratar de anticiparse a algunos enigmas que se plantean sobre el funcionamiento del extraño edificio.
Por otro lado, a pesar de ser altamente referencial, tanto las menciones como las mecánicas que impregnan el planteamiento son lo bastante sencillas como para lograr una obra lo bastante atractiva para un público no aficionado a los videojuegos.
Sin embargo, habría que destacar también una serie de pequeños detalles de fanservice, destinados a un público objetivo masculino. Aunque a priori podría parecer que se trata de una serie feminista, en realidad esto queda muy ensombrecido por la forma de representar a las dos mujeres protagonistas. A pesar de que son los principales personajes, y por supuesto muestran algunos rasgos de empoderamiento debido a las circunstancias, también resulta ligeramente incómodo, desde una perspectiva femenina, ver la cosificación que se produce en el personaje de Reika, una chica atractiva que cambia con frecuencia su vestuario (con “modelitos” sexys y sugerentes) y protagoniza gags como ponerse la ropa interior después de llevar un rato con un mismo vestido, tratando de incorporar el chiste de que ha ido sin bragas todo ese rato. Frente a esto, Yôko es la antítesis de Reika: de complexión grande, fea, algo bruta y en absoluto femenina, ya que viste con unos pantalones y una sencilla camiseta durante todo el tomo. No obstante, este tipo de situaciones se producen muy puntualmente, y afortunadamente no logran enturbiar el conjunto de la obra.
En cualquier caso, afrontando estos detalles de manera crítica y consciente, El laberinto del millón de tatamis sigue siendo una obra plenamente disfrutable, precisamente por esa voluntad de establecer un mayor lazo de complicidad con el lector a través de una interacción similar a la que se produce en un videojuego. Aunque nosotros, como lectores pasivos, no podemos controlar a los personajes, a través de las pistas que se nos van ofreciendo podemos adelantarnos a los descubrimientos y estrategias de Yôko y Reika, ofreciéndonos la sensación de que, en cierto modo, nos hemos convertido en el tercer personaje del equipo.
En este sentido, El laberinto del millón de tatamis supone un ingenioso ejercicio que muestra la versatilidad del medio comicológico de una manera cercana y sin mayor pretensión que el entretenimiento. Su planteamiento ofrece frescura y originalidad, además de una apertura muy interesante a otros públicos. Aunque muchas veces, sobre todo en España, los amantes de los videojuegos, los otakus y otros fandoms que se agrupan dentro de la etiqueta de friki comparten numerosas zonas comunes, títulos como el que nos ocupa facilitan que pueda haber un cierto trasvase, ya que apelan por igual a los aficionados del manga y a los de los videojuegos, pudiendo llamar la atención también de gente que se inscriba en el segundo grupo pero no en el primero. De este modo, este tipo de obras contribuye a la apertura de fronteras y a acercar la lectura a nuevos públicos; además El laberinto del millón de tatamis ofrece el aliciente de ser una historia completamente original, no la adaptación de la historia de un videojuego al cómic.
El primer volumen de El laberinto del millón de tatamis está disponible desde hace unas semanas, y para aquellos que queden en vilo con su final, no tendrán que esperar mucho, puesto que el segundo tomo, que concluye la historia, estará disponible el próximo mes de enero.
Notas:
[1] Hacemos esta valoración sin ánimo de desmerecer los títulos que ya se encuentran en su catálogo, como City Hall o Radiant, que además de contar con una base de seguidores, han recibido numerosos premios y reconocimientos.
[2] Los otros títulos nipones del catálogo de Letrablanka son Kyoko y papá y Nemurubaka, ambos tomos únicos de Masakazu Ishiguro.