¿Es el sintoísmo una religión, una corriente filosófica o, simplemente, un modo de vida ancestral que ha perdurado hasta nuestros días en la sociedad japonesa? ¿Sigue influenciando la vida diaria en Japón o, por el contrario, se limita a tener un papel simbólico en la sociedad?
Para encontrar las respuestas a estas preguntas hay que remontarse al Kojiki (año 712) y al Nihonshoki (año 720), primeros escritos en los que aparece la palabra shintô y en los que se hace una descripción mitológica de la creación de Japón: a partir de una triada de dioses celestiales (Ame no Minaka-nushi, dios del centro del cielo, Takamimusubi no nushi, dios del alto cielo, y Kamimusubi no minaka nushi, dios del bajo cielo) derivará en la pareja formada por Izanami e Izanagi y surgirá la diosa Amaterasu (diosa del Sol) creándose Japón, y situándose éste como centro de la tierra, gobernado por el linaje imperial japonés como descendientes directos de esta diosa hasta la actualidad.
Al remontarse a los períodos Jomon (11.000-300 a.C.) y Yayoi (300 a. C.-300 d. C.) se tiene constancia de que los japoneses eran animistas[1] y empleaban amuletos para comunicarse con los espíritus, siguiendo métodos chamánicos que podrían estar relacionados con los existentes en la zona de Siberia y la península Coreana. Esta influencia de los pueblos siberianos en la concepción del mundo, que se manifiesta en la geografía celestial japonesa, aparece emparentada en diversos mitos como el “árbol universal” con el sol, o la luna como símbolo de poder y de legitimación de Takamimusubi no nushi. En Siberia este “árbol universal”, la “columna universal” y el árbol de los chamanes son idénticos.
Avanzando en el tiempo se llega al siglo VI, época en la que tiene entrada el budismo en Japón. Es entonces cuando se observa que el sintoísmo pasa a presentar un carácter de religión diferenciada de otras religiones, ya que se mezcla con el resto de características culturales japonesas para conformar una corriente religiosa propia que lo conducirá hasta la época actual.
Además de la ideología descrita al inicio de este artículo, caracterizada por esa vinculación a los fenómenos chamánicos, el sintoísmo se identifica por una fe en los kami, que en ocasiones son manifestaciones de la divinidad en fenómenos naturales, espíritus de la naturaleza como el Dios de la Luna; otras veces son deidades personificadas o antropomorfas como la diosa Amaterasu, la pareja Izanami e Izanagi (que recuerdan al yin yang taoísta surgido en China en el siglo V a. C.) y en otras ocasiones pueden ser los espíritus de antepasados del clan familiar. En cualquier caso, lo humano y lo divino aparece siempre relacionado, junto a los espíritus de la naturaleza y los hombres, que se sitúan al mismo nivel en la religión sintoísta.
Un ejemplo de lo explicado en el último párrafo se puede encontrar en las danzas primitivas denominadas Kagura que tenían lugar en el festival del río Kamo y, que en la actualidad, pueden tener similitud con los bailes que se celebran el 14 de junio en el Festival de la siembra de arroz. Las mujeres portan los kasa adornados con flores (sombreros tradicionales japoneses hechos de bambú) y bailan mientras realizan su labor, con la creencia puesta en que en las semillas de arroz se encuentran espíritus a los que se les canta para obtener, posteriormente, una buena cosecha. En este caso corresponde a Inari, deidad sintoísta más venerada en los templos que simboliza el arroz y es la encargada de llevar a cabo la misión encomendada durante las danzas en las siembras del cultivo.
A pesar de carecer de una figura fundadora, de escrituras sagradas y, por tanto, de normas de obligatorio cumplimiento, el sintoísmo dispone de recintos de culto en Japón, siendo el Santuario de Ise el más importante en la actualidad. Algunos lugares, como el altar sintoísta de Yasukuni en Tokio, son utilizados para rendir culto a los muertos por la patria identificándose con una connotación militar por parte del pueblo japonés. El camino hacia un templo está marcado por el Torii (puerta ceremonial), que establece una división entre el mundo terrenal y la entrada al recinto sagrado, a la vez que muestra el camino a casa. Hay que señalar que shintô es el camino de los kami y, en muchas ocasiones, las personas se apartan de este camino, sirviendo el Torii como guía o señal para volver al mundo de los kami y continuar por la buena senda. Este concepto de “camino” podría compararse con el do (vía o camino) que se identifica en numerosas artes marciales que han perdurado, y aún actualmente, siguen practicándose en todo el mundo, especialmente en Japón. Como ejemplos se pueden citar el karate-dô (vía de la mano vacía) y el aikido (camino de la armonía).
Los rituales de purificación que se llevan a cabo en el sintoísmo suelen incluir elementos como el agua, el fuego y la sal. Antes de entrar en un recinto sagrado, los fieles emplean unas pilas de agua. Asimismo, existe un ritual de purificación con agua, llamado misogi, que los practicantes sintoístas ejecutan en las montañas bajo una cascada: la persona, que suele vestir de blanco, se sitúa bajo el agua que cae sobre su cabeza, mientras recita unas palabras en forma de canto. Este uso del agua como elemento sagrado, utilizada para los rituales sintoístas, ha perdurado hasta nuestros días pudiéndose encontrar ejemplos en la vida cotidiana japonesa como los paños húmedos que se ofrecen para limpiarse las manos y la cara a los comensales y a los viajeros, o el uso del onsen (baños tradicionales japoneses) como agente purificador, además de higiénico.
Estos rituales de purificación señalados anteriormente se han trasladado hasta la sociedad japonesa actual y están presentes en la vida familiar y laboral. En las labores de construcción de edificios se realiza una ceremonia de purificación antes de comenzar las obras y, una vez concluido, se coloca un altar sintoísta llamado kamidana desde el que los kami velan por la protección del lugar. Este altar es situado también en algún espacio de la vivienda, normalmente, el salón, para honrar a los kami familiares. En el lugar de práctica de artes marciales (Dôjô), así como en los templos budistas zen para efectuar la meditación en Zazen, se coloca un kamidada en un espacio privilegiado del lugar donde los practicantes puedan verlo y honrarlo.
En la literatura se pueden encontrar ejemplos de influencia sintoísta, aunque el más significativo sea la novela Los pájaros del crepúsculo de la autora Matsubara Hisako, de carácter autobiográfica, en la que ella, al igual que Saya la protagonista de la obra tenían 10 años cuando detonaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y su padre era un sacerdote sintoísta.
En este artículo se ha pretendido dar una visión general sobre las fuentes primitivas y el origen del sintoísmo, así como de su influencia en la vida diaria japonesa actual, pero la calificación de religión o filosofía puede quedar en el aire debido a la complejidad que le atañe. Incluso la opinión de los historiadores varía notablemente en este campo. Algunos, como Tanigawa Tetsuzô, consideran que ni el budismo ni el sintoísmo pueden considerarse religiones según los conceptos occidentales. Otros, como Ono Sokyô y Kato Genchi, afirman que el sintoísmo es más que una religión, pues es un camino único emprendido por el pueblo japonés desde épocas remotas, en el que se aúnan ideas y modos exclusivos de hacer de éstos a lo largo de la historia. A partir de este punto queda a la elección de cada uno, una vez leído y valorado los datos presentados en este artículo, la calificación que se le pueda otorgar al sintoísmo en el siglo XXI.
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Notas:
[1] Animismo: Este término hace referencia a una etapa primigenia de la religión en la que se intenta establecer una relación con poderes invisibles, que podría asociarse a espíritus, y que tiene una gran similitud a los panteones de dioses en las religiones politeístas.