Hirokazu Koreeda es uno de los grandes directores japoneses contemporáneos. Su presencia en festivales y la amplia difusión internacional de sus últimas películas, como De tal padre, tal hijo (2013), Nuestra hermana pequeña (2015) o Después de la tormenta (2016) le han encumbrado como uno de los máximos exponentes del nuevo costumbrismo nipón, al tiempo que lo han convertido en un realizador respetado y laureado.[1]
Ahora vuelve a la carga con El tercer asesinato, en el que cambia de registro, abandonando el costumbrismo familiar en favor de un thriller en torno al juicio del sospechoso del asesinato del dueño de una fábrica. Este planteamiento cobra una dimensión especialmente trascendental cuando el sospechoso, Misumi, es un exconvicto, que había pasado un largo tiempo encarcelado por un doble crimen.
Para llevar a cabo la defensa de Misumi, su abogado acude a otro letrado, Shigemori, hijo del juez que dictó sentencia en el episodio anterior. De este modo, se establece un particular vínculo entre ambos, Misumi y Shigemori, que se irá desarrollando a lo largo de toda la película.
Bajo esta premisa, Koreeda realiza un cuestionamiento profundo del concepto de realidad. La película se plantea cómo puede distinguirse realidad y ficción cuando la información que se recibe es parcial y sesgada, tal como ocurre durante la investigación del juicio… o como ocurre con cualquier película, en la que el realizador tiene la potestad de deformarla a su antojo para ofrecer una visión determinada.
Aunque la cinta se aleja bastante de aquello a lo que Koreeda nos tiene acostumbrados en sus últimos títulos, perviven algunos rasgos esenciales, como la representación sublimada de lo cotidiano (en este caso, aplicada a una investigación criminal) o los conflictos familiares. Este aspecto se manifiesta de varias formas, principalmente en torno a la figura de los dos protagonistas: el abogado Shigemori, de quien podemos atisbar que se encuentra en una complicada brecha vital, y el supuesto asesino, Misumi. En relación con el tema de la familia, Koreeda se permite también introducir una fuerte crítica social acerca de temas tabú que se abordan con delicada crudeza, sin eufemismos pero evitando la representación morbosa.
Más allá de todo ello, la profunda carga filosófica de la cinta se dirige hacia la propia existencia humana, así como a analizar la existencia de la libertad y el libre albedrío frente a la predestinación inevitable, además de permitirse cuestionar también la modernización de las tradiciones como parte de este discurso.
Koreeda recurre a algunos actores con los que ha trabajado últimamente, como son Masaharu Fukuyama (Shigemori), que ya protagonizó De tal padre, tal hijo, y Suzu Hirose, que participó en Nuestra hermana pequeña, y que aquí interpreta a la hija de la víctima. Además, se rodea de otros rostros conocidos, como puede ser Isao Hashizume (que aparece en algunos títulos estrenados en España estos últimos años, como Una familia de Tokio, Maravillosa familia de Tokio y La casa del tejado rojo). Misumi, por su parte, está encarnado por un Kôji Yakusho (El mundo de Kanako) en estado de gracia, claro vencedor del duelo interpretativo que se establece entre él y Fukuyama.
Y es que buena parte del peso de la película recae en el elenco actoral, que ofrece algunos momentos de auténtica brillantez, potenciados por la magnífica dirección que lleva a cabo Koreeda. Con una cuidadísima fotografía, que ofrece algunos planos de gran belleza, Koreeda se centra en los primeros planos de los personajes, para captar todos los matices de su interpretación. Ante un planteamiento tan arriesgado, decir que los actores reaccionan con solvencia es quedarse corto, puesto que ofrecen algunos momentos de verdadera intensidad, logrando transmitir con los mínimos recursos y crear una atmósfera de duda que, poco a poco, va calando en el espectador como parte del juego planteado por el director.
La construcción de personajes que realiza a lo largo de las dos horas de metraje, basada en pequeños detalles y manteniendo muchas cuestiones sin explicitar, bebe mucho de la tradición cinematográfica nipona, cuyo máximo exponente podría situarse en Los siete samuráis. Por otro lado, y salvando las distancias, la forma de establecer un juego de realidades en torno a un juicio por asesinato, así como el tratamiento de la difusión de fronteras entre la realidad y la imaginación pueden recordar a El ahorcamiento, de Nagisa Oshima. Por supuesto, no solamente estos dos títulos reflejan estos (y otros) aspectos presentes en la cinta, pero sí son dos buenos ejemplos del profundo sustrato cinematográfico en el que Koreeda hunde sus raíces.
En cualquier caso, El tercer asesinato es una película de gran intensidad, que no renuncia a pequeñas pinceladas de humor procedente de lo cotidiano, pero que se basa en una creciente espiral de tensión calmada, generada no por los acontecimientos sino por la curiosidad que despierta en el espectador. Aunque explicita y revierte algunos clichés del género, se apoya de manera fundamental en los planteamientos del thriller y del drama judicial para ofrecerles un giro diferente, no necesariamente novedoso, pero sí profundamente marcado por el carácter y la personalidad artística de Koreeda.
Por fortuna, El tercer asesinato se estrena en cines de España el 27 de octubre, dando la oportunidad de poder disfrutar en las mejores condiciones de una película fascinante, que hará las delicias de los fans de Koreeda, pero también de los aficionados al cine japonés y los amantes del buen cine en general.
Notas:
[1] Aunque han sido estos últimos títulos los que le han valido el máximo reconocimiento internacional, tanto a nivel de público como en circuitos de festivales, no podemos olvidar que su trayectoria se remonta a la década de los noventa. Forjado en la realización de documentales, en 1998 vio la luz After Life, la primera de sus obras de ficción en adquirir un cierto renombre y convertirse prácticamente en un título de culto. Le seguirían Distance (2001), Nadie sabe (2004), Hana (2006), Still walking (2008) y Air Doll (2009), antes de sumergirse en la década que le permitiría saborear las mieles del éxito con I wish (2011) y las películas citadas en el texto. Así pues, aunque en la actualidad Koreeda ostenta un gran reconocimiento gracias a sus últimas películas, es importante contextualizar también que posee un sólido bagaje y una trayectoria que ya le había consagrado anteriormente en circuitos independientes, hasta el punto de que algunos de sus títulos podrían llegar a considerarse como películas de culto.