En 2017, la editorial Astiberri ha decidido recuperar Hitler, un clásico del gekiga en el que Shigeru Mizuki narra la historia de uno de los personajes que marcaron la historia del siglo XX. Publicada a comienzos de los años setenta (y, por lo tanto, anterior al Adolf de Osamu Tezuka, que comenzó a publicarse en 1982), Mizuki se enfrenta a Hitler sin tapujos, con un planteamiento tan clásico como una biografía al uso.
Sin embargo, afrontar un tema como este, aunque sea desde un ámbito como el japonés, más lejano y menos afectado culturalmente (a fin de cuentas, Japón vivió su propia guerra y sufrió su propia masacre) resulta especialmente complejo, por lo delicado de la cuestión. Obviamente, no cabe la perspectiva apologética, pero en un caso tan extremo como el de la figura de Adolf Hitler, resulta muy difícil fijar el punto en el que termina la neutralidad y empieza la apología, con sobrados motivos para ello.
En cualquier caso, Mizuki encuentra una forma de desarrollar una biografía de Hitler con un tacto y una sensibilidad que permitan la identificación del Führer como ser humano, sin caer en el ensalzamiento, pero también sin señalarla con un dedo acusador que impida contemplar el relato. Así, Hitler es retratado como una persona normal y corriente, con sus miedos y sus tribulaciones, con sus fortalezas y sus debilidades.
Para ello, Mizuki se apoya en un diseño de personajes muy cuidado y calculado. Mediante rostros abocetados y caricaturizados en su justa medida (por lo general, sin caer en la burla ni la parodia, con excepción quizás del retrato de Mussolini), Mizuki plantea una despolitización de los rostros, al alejarlos de la imagen fijada en las retinas del público. Con este sencillo gesto de deconstrucción, Hitler queda reducido al hombre detrás del cargo, a la persona detrás del mito que él mismo proyectaba.
Con todo ello, lo que Shigeru Mizuki realiza es una humanización del monstruo, para aproximarse lo más posible al hombre. De este modo, ofrece una interpretación ficcionada pero verosímil de sus inquietudes, anhelos personales, de sus emociones y la manera de manifestarlas. Y todo ello… ¿para qué? ¿Para justificar a uno de los líderes más nocivos de la Historia de la humanidad? ¿Para intentar ofrecer un argumento a favor del hombre tras el político? Ni mucho menos.
Al mostrar a Hitler de esta forma humanizada, que puede despertar una cierta empatía (especialmente al principio), Mizuki logra el efecto opuesto: poner el acento en lo injustificable de sus acciones. Podría decirse que Mizuki humaniza al monstruo para mostrar su parte más horrible: que, a fin de cuentas, era un hombre como cualquier otro. Esa es la faceta verdaderamente aterradora que subyace dentro de la obra, aunque resulta más evidente durante la primera mitad de la misma, cuando relata su ascenso al poder.
La representación caricaturizada de Hitler y del resto de personajes que aparecen en la obra contribuye a subrayar que, pese al relato histórico, se trata de una obra de ficción, en la que se ofrece una interpretación de la personalidad, sentimientos y emociones del dictador y genocida, la cual, por muy verosímil que sea, no deja de ser una imagen de cómo pudo haber sido, y no exactamente de cómo fue. A este respecto, hay que destacar cómo los diseños de personajes son muy elocuentes, mostrando a través de unos trazos sencillos los rasgos no solo físicos, sino también de su personalidad. Este tipo de caracterizaciones es especialmente importante, dado que se trata de una obra coral en la que aparecen una gran cantidad de personajes con importancia en la trama, aunque su presencia sea muy muy episódica. Tales serían los casos, por ejemplo, de Winston Churchill, Josef Stalin o Francisco Franco, y, en menor medida, de Benito Mussolini (que, al tener mayor protagonismo y aparecer en varias ocasiones, permite un mayor desarrollo del personaje).
En general, Hitler podría ser una magnífica lección de historia, si bien tiene una carencia fundamental que le impide alzarse con este calificativo de manera absoluta, y es que evita tratar el tema del Holocausto. Aunque cuenta el desarrollo político y estratégico de la guerra, con las distintas actuaciones y decisiones tomadas por Hitler, por su círculo y por sus enemigos, tanto en el bando Aliado como en la URSS, en la obra apenas hay mención a los campos de exterminio. Sí se muestra, especialmente en la primera mitad de la obra, el fuerte antisemitismo de Hitler, que articula buena parte de su discurso político, pero, a juzgar por el manga, no parece que hubiera tenido mayores consecuencias. Probablemente esto se debiera al interés de Mizuki por humanizar a Hitler, precisamente para comprender su personalidad, eludía poner sobre la mesa la resolución de la Solución Final. Nos inclinamos ante esta posibilidad, precisamente, por la única viñeta en la que se toca este tema, y la forma en que se integra en la historia: al final, una vez muerto Hitler, su suicidio se pone en relación con los millones de cadáveres de los campos de concentración, y todo ello se remata con la situación de ruina casi total en la que el Führer dejó sumida a Alemania.
En cualquier caso, Hitler es una obra con una narrativa muy ágil, que propicia una lectura amena y muy fluida, enganchando al lector de principio a fin. Esto resulta especialmente meritorio en la segunda parte, en la que se suceden las maniobras de estrategia bélica de manera frenética. En este sentido, la exposición de los acontecimientos se centra más en las causas y consecuencias a nivel político y diplomático, que en la explicación de en qué consistieron los distintos enfrentamientos.
Merece la pena destacar la profusa documentación que llevó a cabo Shigeru Mizuki para poder elaborar la historia. De hecho, la edición de Astiberri incluye una bibliografía sorprendentemente profusa, con el especial cuidado de ofrecer las referencias bibliográficas correspondientes a las ediciones en castellano siempre que ha sido posible. Del mismo modo, la edición incluye un mapa con el desarrollo de la guerra, un eje cronológico con los hitos más destacados dentro de la vida de Hitler y un epílogo, firmado por el propio Mizuki, en el que expresa una serie de reflexiones personales sobre el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, sus sentimientos en aquel momento, la situación en Japón y el carácter carismático de Hitler.
La lectura de Hitler es, en definitiva, una relectura de una historia harto conocida. En su momento de publicación resultó más impactante, pero todavía hoy es una lectura fresca, que no ha envejecido en absoluto, ni en su estética ni en su forma de narrar. Es una invitación a la reflexión sobre la naturaleza humana, aproximándose al ámbito privado de una figura difícil de asimilar para la Historia.