Inmersos como estamos en los grandes premios de la Academia del Cine norteamericana, no podemos desaprovechar la oportunidad de acercarnos a la única producción japonesa nominada: Kaguya Hime no monogatari (The Tale of Princess Kaguya, El cuento de la princesa Kaguya en castellano). Por tratarse de una producción extranjera, ha podido lograr esta candidatura para los reconocimientos a las cintas de 2014, pese a que su fecha de estreno en Japón fue a finales de 2013.[1]
Kaguya Hime no monogatari ha sido escrita y dirigida por Isao Takahata,[2] cofundador de Studio Ghibli, en un arduo proyecto que comenzó en 2008, cuando el estudio confirmó que el realizador se encontraba inmerso en la preparación de una nueva obra. Hubo que esperar hasta 2012 para conocer que el tema elegido para esta producción era la adaptación de una historia tradicional japonesa, El cuento del cortador de bambú.
Esta historia, muy arraigada en el imaginario japonés, ha aparecido frecuentemente en producciones audiovisuales de lo más diverso (desde animes a videojuegos, pasando por montajes de ballet contemporáneo), con diversos grados de libertad en las adaptaciones y referencias.[3] Del cuento ya hablamos anteriormente, a raíz de la última edición del mismo publicada en castellano. Sin embargo, la película bien merece mayor detenimiento.
Isao Takahata lleva a cabo una tarea complicada: convertir una historia breve, de unas pocas páginas o minutos de narración, en una película que supera las dos horas de duración. Para ello, introduce algunos cambios y añade algunos pasajes al texto original, enriqueciendo cinematográficamente una historia que constituía, por otro lado, una apuesta muy arriesgada.[4]
La película narra la historia de la Princesa Kaguya, desde su nacimiento de un tallo de bambú hasta su vuelta a la Luna. Compartimos su rápido crecimiento, a través de repentinos (pero visualmente muy sutiles) cambios, viviendo plácidamente en una pequeña comunidad rural, en la que pasa una infancia feliz y plena. Pero en el momento en el que se convierte en una muchacha, su padre decide trasladarse a la ciudad, donde ha construido un palacio con el oro que brotó de un tallo de bambú similar a aquel del que nació la princesa. En este punto comienza el desarrollo dramático, tomando un cariz de melancolía que se irá haciendo más acuciante y profundo conforme avance el metraje, puesto que Hime (“princesa”, el apelativo cariñoso con el que se refieren a ella sus padres, dado que todavía no había recibido nombre oficial) añora su vida campestre y a sus amigos de la aldea. El proceso de madurez, aprendiendo los modales de una dama, culmina precisamente con la fiesta de su nombramiento, en la que recibe el nombre de Kaguya (que significa Luz Radiante). En esta celebración compartimos el primer momento de ruptura de Kaguya, quien se evade y quiere huir de la ciudad. Por otro lado, este festejo le sirve como presentación en sociedad, difundiéndose la noticia de su gran belleza, otorgándole gran número de pretendientes.
El segundo acto cuenta el episodio en el que cinco grandes nobles (príncipes y ministros de la corte) compiten por el amor de Kaguya. Ella no desea casarse, así que les propone a todos complicadas pruebas para demostrar su amor y su deseo de poseerla, haciendo a cada uno esclavo de sus propias palabras y halagos. Los nobles abandonan su casa, sorprendidos y aparentemente molestos por la presuntuosidad de la muchacha, y Kaguya continúa sumida en la melancolía. En uno de sus paseos, se cruza en su camino con Sutemaru, el mayor de sus amigos en la aldea, con quien se apuntaba una historia de amor truncado. Episodios como este acrecientan el ambiente triste y amargo que va cobrando el film conforme se desarrolla. Sorpresivamente, los nobles que parecían olvidados irrumpen de nuevo, algunos de ellos acudiendo a Kaguya con los presentes encargados o con tretas para conseguirla, mientras que de otros solo vemos sus vanos intentos por perseguir las peticiones de la noble dama. Sus taimados intentos no consiguen engañar a la princesa, aunque de nuevo contribuyen a acrecentar su dolor.
La fama de Kaguya trasciende de tal modo que llega incluso a los oídos del emperador, quien no se resiste a intentar conseguirla como esposa. La irrupción del emperador en la vida de Kaguya supondrá el comienzo del desenlace, ya que provoca en la protagonista todo un rechazo por lo mundano que sirve de llamada a su hogar, la Luna. Esta crisis hace que Kaguya recuerde su pasado anterior a su vida terrenal, y la llena de un gran dolor puesto que ya no hay marcha atrás: deberá retornar a su casa. Con esta aciaga perspectiva ante ella, decide regresar una vez más a su aldea, donde tiene oportunidad de encontrarse con Sutemaru y de resarcirse, obteniendo un momento de felicidad (a través de una secuencia onírica que resulta un canto al amor) antes del trágico desenlace. La introducción de este personaje, por lo tanto, aunque es una novedad respecto a las versiones más habituales del cuento, es básica para convertir un cuento tan dramático en una historia cinematográficamente apta, en términos melodramáticos: el público necesita un respiro, un alivio en la tensión dramática, para no abandonar la sala con sensación amarga. Sin embargo, este respiro es breve, y aunque compensa, viene seguido de la despedida.
No obstante, esta despedida también está tratada con mucho cuidado, cambiando el tono melancólico del film por uno más impersonal, aprovechándose de los seres de la Luna, que carecen de sentimientos, y acompañado por una música alegre y optimista que supone el contrapunto perfecto (a la par que doloroso) al final.
La película, sin embargo, deja fuera el episodio legendario, que no siempre se recoge, pero que la convierte en una de las leyendas fundacionales de la identidad nipona: el final que vincula a Kaguya con el Monte Fuji. Con diversas variantes, más o menos positivas, este final habla de cómo el emperador envió a un ejército al monte más cercano a la Luna, para quemar los objetos mágicos de Kaguya que quedaban en la Tierra, surgiendo de las cenizas el humo que todavía hoy emana del volcán. Este aspecto legendario, que explica y refuerza la importancia del mito de Kaguya en la tradición japonesa, no queda fuera de la película arbitrariamente, sino que supone un acierto por parte de Takahata: su inclusión hubiera desvirtuado enormemente la historia que pretendía contarse, alterando el ritmo, el tono y cambiando el sentido de la misma, derivando el alegato de amor por la naturaleza (un concepto tan presente en la filmografía Ghibli) hacia otros derroteros.
ANÁLISIS DE LOS ASPECTOS TÉCNICOS
La ambientación, como no podía ser de otra manera, se centra en el periodo Heian[5] de la historia japonesa, época de la que procede el cuento original. Ya desde el primer plano, en el que se muestra el título escrito combinando caracteres habituales con caligrafía tradicional, pasando por los créditos iniciales, con cuidados efectos como si se tratase de papeles decorados o ricos tejidos, se prepara al espectador para introducirle en un mundo de refinamiento y delicadeza, en un ambiente tradicional en el sentido más puro. La cadencia pausada de los primeros compases de la cinta, con el travelling acompasado por el rítmico sonido de golpes (que pronto veremos, provienen de Sanuki no Miyatsuko, el cortador de bambú) bien recuerdan a un sishi odoshi[6] de un jardín japonés, pero también traen a la memoria escenas del cine clásico nipón, reforzando ya desde el primer momento la particular idiosincrasia japonesa de la obra, que aunque rehuía el carácter mítico, no puede desligarse de las nociones de la identidad de Japón.
Pero más allá de estas cuestiones, Kaguya Hime no Monogatari supone una detallada y bastante precisa (dentro de lo que puede esperarse) recreación de la vida cotidiana del periodo Heian, desde los campesinos y artesanos (en el caso de estos últimos, su aparición anecdótica refleja la expresa voluntad de emitir una reflexión visual sobre sus usos y costumbres, vinculada a un mensaje vital que es el que cobra peso en el argumento) hasta la vida de las altas esferas y la corte.
Por encima de todo, como adelantábamos, está la preciosista y cuidada representación de la Naturaleza, en su sentido más amplio y con mayor ternura: desde el crecimiento del bebé hasta pequeños insectos del jardín que Kaguya diseña en su mansión de la capital,[7] los espíritus de los mares o los polluelos de golondrina constituyen un llamamiento ecologista que, si bien no pretende ser un alegato explícito, trasciende a partir de la sensibilidad que despiertan todas las escenas y paisajes. En este sentido, la última escena de la película cobra una nueva dimensión extratextual y se transforma en un mensaje de aviso sobre el planeta Tierra.
Otro gran acierto en la composición estética es la apropiación de iconografías budistas para dar forma al cortejo de los seres de la Luna. De nuevo, una referencia a la identidad japonesa, con un sentido claro (la diferenciación del mundo terreno y del mundo más allá de lo humano), que añade un componente espiritual tranquilizador (en armonía con la música que toca este cortejo) a la vez que recoge el carácter atemporal de estos personajes.
De todas formas, más destacado si cabe que lo cuidado de la ambientación es la propia animación. Realizada con un mimo exquisito, utiliza técnicas alejadas de las producciones más comunes y de la tónica habitual, en busca de un estilo visual mucho más artístico y elaborado, muy personal y acorde con el propio espíritu de la adaptación. Takahata emplea para ello un dibujo abocetado, transmitiendo una sensación de trazo a mano alzada con pincel, en el que los contornos no tienen por qué delimitarse de manera perfecta. Respecto al color, si bien los personajes y primeros planos reciben un color más homogeneizado (aunque siempre manteniendo una paleta de colores pastel, produciendo una sensación de tranquilidad y armonía alejada de las estridencias cromáticas), los fondos y paisajes reciben un tratamiento acuarelado, en el que los tonos suaves de la naturaleza adquieren una infinidad de matices muy distinta a la que se consigue con las tintas planas en otras cintas de animación. El resultado visual es de un preciosismo absoluto, en el que cada fotograma se convierte en una auténtica obra de arte, incluso aquellos que requieren un tratamiento más feísta acorde con la trama.
La ambientación musical, a cargo de Joe Hisaishi,[8] resulta impecable, con un marcado contraste entre los temas melancólicos y alegres. Perfectamente integrada con la película, la banda sonora se articula a través de una serie de leit motivs alusivos, principalmente, a los variables estados de ánimo de Kaguya en función de si sus pensamientos se encuentran en la capital o en el campo. El tema de los seres de la Luna resulta, además, un contraste muy logrado con la situación, dejando un poso de ánimo en el espectador a través de la pista musical que aligera la dureza del final. La banda sonora se completa, además, con tres temas vocales: la canción de los niños, Warabe Uta, que es en sí misma un leit motiv constante a través de toda la película y en el que mejor pueden percibirse los matices y variaciones del sentir de Kaguya; la canción de la doncella de la luna, Tennyo no Uta, y Memory of life (Inochi no Kioku, interpretado por Kazumi Nikaido), que sirve de broche final.
RECEPCIÓN
Kaguya Hime no monogatari ha sido un ambicioso proyecto llevado a cabo por Isao Takahata, uno de los grandes nombres de Studio Ghibli, aunque su trayectoria se haya mantenido a la sombra de Miyazaki. Partiendo de una obra clásica y difícil de adaptar, Takahata ha conseguido construir una película cinematográficamente potente y de gran belleza, que ha obtenido un reconocimiento unánime por parte de la crítica.[9]
Sin embargo, el verano pasado recibió un jarro de agua fría y dividió al público por una noticia ajena a la película en sí. En agosto de 2014, saltó la noticia (posteriormente, desmentida y matizada) del cierre de Studio Ghibli: Miyazaki ya había estrenado su “testamento cinematográfico” en forma de Kaze Tachinu (El viento se levanta) y llegaba a su retiro definitivo, desmantelando la sección creativa del estudio. Ante esta noticia, muchos fueron los rumores que culparon a Kaguya Hime no Monogatari, ya que, a pesar de su buena taquilla (2’5 millones de yenes), no había logrado recuperar los elevadísimos costes de producción, lo que enviaba al estudio a la quiebra. Como se ha venido matizando desde entonces, ni el cierre de Ghibli es definitivo, ni Miyazaki desaparecerá completamente del panorama (dedicándose, de momento, a pequeños cortos); tan solo se ha tratado de una reestructuración del sistema empresarial para retornar a sus orígenes y obtener un modelo más flexible y viable de producción. El parón, por lo tanto, solo es temporal, y tanto Studio Ghibli como el propio Isao Takahata desean seguir haciendo películas.[10] No obstante, esta publicidad afectó negativamente a la película de la que nos ocupamos aquí.
Más allá de eso, su recepción internacional ha sido desigual: ya hemos hablado de su estreno en EE.UU., que le ha permitido optar al Oscar, en Francia se convirtió en la película más taquillera del director, y en España no ha sido estrenada en salas, saltando directamente al Blu-Ray/DVD.
A la fecha en que verá la luz este artículo, desconocemos si Kaguya Hime no Monogatari se alzará con la estatuilla, sin embargo, independientemente de lo que ocurra en la gala del próximo domingo, creemos sobradamente que se trata de una obra maestra, una auténtica y rara joya del cine de animación de todos los tiempos.
Para saber más:
https://www.youtube.com/watch?v=9lDrkokymLQ
Notas:
[1] No obstante, fue estrenada en Estados Unidos el mes de octubre de 2014, tanto en versión original subtitulada como en versión doblada, lo que le permitió optar a la candidatura, tal como estipulan las reglas de la Academia.
[2] Responsable de otros títulos destacados de la compañía, como La tumba de las luciérnagas (1988) o Mis vecinos los Yamada (1999). También se ha ocupado de la producción de Nausicaä del valle del viento (1984), El castillo en el cielo (1986) y Nicky, la aprendiza de bruja (1989). Más allá de Studio Ghibli, ha dirigido afamadas series de animación, entre ellas, Heidi (1974) y Marco (1976).
[3] Es destacable su presencia en el mundo del manga, donde ha habido referencias en series tan dispares como Sargento Keroro, Sailor Moon, InuYasha o Doraemon (por citar algunas), todas ellas de tonos y targets muy variados. También en el ámbito del videojuego la Princesa Kaguya ha desempeñado diversos roles.
[4] Si no conocen el cuento tradicional, o no han podido verla todavía, les recomendamos que salten al apartado Análisis de los Aspectos Técnicos.
[5] Comprendido entre los años 794 a 1185, fue el periodo cumbre de la Corte Imperial, una etapa de refinamiento en el arte y la cultura japonesa en la que, por ejemplo, proliferaron algunas de las grandes obras de la literatura nipona, como esta que nos ocupa o los famosos Genji Monogatari de Murasaki Shikibu y El libro de la almohada (Makura no Sôshi) de Sei Shonagon.
[6] El shishi odoshi es un elemento artificial habitual en la jardinería japonesa, consistente en una fuente o caída de agua que llena una caña de bambú. Periódicamente, la caña se vence bajo el peso del agua y se vuelca, vaciándose su contenido y comenzando de nuevo el proceso. Puede verse un ejemplo aquí.
[7] Un jardín que, de nuevo, entronca con la tradición de la jardinería japonesa: los jardines tsukuyama, o panorámicos, que proliferaron durante el periodo Heian. Representaban en “miniatura” (numerosas hectáreas) grandes paisajes, reales o inventados, presentes en el imaginario nipón. El jardín que aparece en la película no pertenece exactamente a esta tipología, por sus reducidas dimensiones (apenas un par de metros cuadrados en el patio posterior de la casa), pero en él Kaguya ha recreado los paisajes de su infancia, añadiendo elementos artificiales como la casita en la que se crió o un puente sobre un riachuelo.
[8] Uno de los más célebres compositores y directores de orquesta nipones. Junto a su labor más académica, se ha convertido en un nombre muy popular gracias a su vinculación al medio audiovisual, a través de la composición de bandas sonoras de algunas de las películas niponas de mayor trascendencia, entre las que pueden destacar Mi vecino Totoro (1988), La princesa Mononoke (1997), El viaje de Chihiro (2002) o El castillo ambulante (2004), dentro de Studio Ghibli; algunas películas de Takeshi Kitano, como Hana-Bi (1997) y El verano de Kikujiro (1999) o la oscarizada Despedidas (2008), además de otro tipo de producciones como el videojuego Ni no Kuni (2010).
[9] Ha estado presente en una veintena de festivales y premios de renombre a nivel internacional (entre ellos, Cannes, Sitges o San Sebastián), obteniendo un total de siete premios (entre ellos, por destacar alguno, el de Mejor Película Animada en la octava edición de los Asia Pacific Screen Award, y en los de las Sociedades de Críticos de Boston, de Los Ángeles y de Toronto).
[10] Pueden consultarse noticias sobre el cierre de Ghibli el pasado agosto aquí, aquí y aquí; y la más reciente, sobre la intención de proseguir produciendo películas, aquí.