Si hay un género en terror que es tremendamente prolífico, sobre todo en los últimos años, es el cine zombie. Pese a su antigüedad y sus periodos de decadencia, siempre resurge, se alimenta de las nuevas tendencias y cosecha éxitos en taquilla, lo que provoca que se siga produciendo. Esta supervivencia sólo se explica por su evolución: hemos pasado del vudú de La legión de los hombres sin alma (White zombie, Victor Halperin, 1932), a los cadáveres resucitados por las radiaciones de un satélite y caníbales de La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, George Romero, 1968), hasta los infectados por un peligroso virus mortal de 28 días después (28 days later, Danny Boyle, 2002). El zombie ha sido lento, como en El amanecer de los muertos (Dawn of the dead, George Romero, 1978); rápido, como en Guerra Mundial Z (World war Z, Marc Forster, 2013), y hasta ha hablado, como en El regreso de los muertos vivientes (Return of the living dead, Dan O’Bannon, 1985); pero todos se alimentan de carne humana y su punto débil suele ser, en la mayoría de los casos, la destrucción del cerebro. La pandemia se puede extender por el aire, pero, en general, tiene que ver con un peligroso virus, a veces de origen desconocido, muy contagioso. Nos pueden aterrar o nos pueden hacer reír, como en Bienvenidos a Zombieland (Zombieland, Ruben Fleisher, 2009) o Zombies party (Shaun of the dead, Edgar Wright, 2004), pero lo que todas tienen en común es el gore, más o menos salvaje, según el presupuesto y la cinematografía en la que nos encontremos. Y al final, desde los inicios del género, cuando la fórmula se terminó de asentar con La noche de los muertos vivientes, somos testigos de que no son los muertos a los que deberíamos temer, sino a los vivos, puesto que en la lucha por la supervivencia en mitad del apocalipsis el ser humano muestra su verdadero rostro.
El cine zombie no sólo evoluciona, sino que se ha expandido a otros medios, como la televisión, el videojuego y la literatura, por lo que podría parecer que ya nada podría sorprendernos. Es cierto que hemos asistido en los últimos años, no solo a un revival del género, sino también a una sobreexplotación constante que parece no tener fin. No estamos seguros de si se podría decir que el cine zombie es un género en decadencia cuando sigue produciéndose y cosechando éxitos entre el público, tanto el especializado como el más comercial.
Aunque es un género muy desarrollado en Estados Unidos, se podría decir que la pandemia se ha extendido a toda la cinematografía mundial, con mayor y menor acierto, y tenemos ejemplos de buenas películas producidas en otros países que podrían convertirse en clásicos —el filme noruego Zombis nazis (Dead snow, Tommy Wirkola, 2010) es buena muestra de ello, por no mencionar la saga española Rec, porque, pese al cambio de temática en la segunda entrega (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2009), la primera (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) presenta a un edificio en el que se desata un virus muy peligroso y contagioso—. Y el cine asiático no iba a ser menos.
Si tenemos que destacar una cinematografía asiática por encima de las demás que ha sido prolífica en el cine zombie, esta sería, sin duda, la japonesa, que es la que más ha desarrollado este tema y la que más éxito y admiradores ha tenido.[1] Sin embargo, hoy traemos a colación un filme surcoreano que va a ser nuestra recomendación personal del Halloween de este año, y este es Train to Busan (Busanhaeng, Yeong Sang-ho, 2016).
El protagonista es un padre ausente, empresario, adicto al trabajo, divorciado y con una niña para la que no tiene tiempo. La hija es distante con un progenitor que prácticamente es un desconocido para ella y sólo quiere volver a casa con su madre, regalo de cumpleaños que terminará aceptando nuestro protagonista. El regalo resultará ser una carrera contrarreloj por la supervivencia, y ambos tendrán que cooperar juntos y crear un vínculo que nunca antes habían tenido si quieren sobrevivir, todo ello gracias también a la aparición de dos personajes, una mujer embarazada y su marido. Seok Woo (Yoo Gong), nuestro empresario sin escrúpulos, tendrá que demostrar si es un cobarde egoísta, como verdaderamente parece, o si, por el contrario, es el héroe valiente y desinteresado que su hija necesita.
La película se centra en el viaje de un padre distante y su hija de Seúl a Busan en tren en el momento en el que un virus muy contagioso se desencadena en la ciudad. Como vemos ya desde el argumento, tenemos un buen elemento, más o menos novedoso: el espacio en el que se desarrolla, ese tren a Busan al que hace referencia el título, pues prácticamente toda la acción se llevará a cabo en sus vagones. Hemos visto barcos en Rec 4: Apocalipsis (Jaume Balagueró, 2014), aviones en Guerra Mundial Z, pero estamos casi convencidos de que no hay filmes con muertos vivientes desarrollados enteramente en trenes, al menos que sepamos —referido a desarrollar la acción en un tren, sí existe, de todas maneras, la coproducción surcoreana-estadounidense Rompenieves (Snowpiercer, Bong Joon-ho, 2013), con la que muchos han comparado a Train to Busan—. El espacio cada vez más reducido (porque los zombies van ocupando más y más vagones) y claustrofóbico no sólo será un buen elemento de tensión, sino que llevará a los personajes a lo que comentábamos más arriba: a sacar sus verdaderos rostros mientras intentan sobrevivir al viaje.
Este protagonismo de una pareja integrada por un adulto y un niño no es exclusivo de Train to Busan; quizá el ejemplo más conocido sea, aparte de The walking dead (con Rick como protagonista y su hijo Carl), el videojuego The last of us (2013). Pese a la interpretación algo inexpresiva en muchos momentos de Seok Woo y su hija Soo-an (Soo-an Kim), esta evolución de los personajes se aprecia de forma natural en todo el filme, pero tendrán que verla para saber si la inocencia de la niña es suficiente para salvarles la vida o si finalmente, como en The walking dead y en tantas otras, habrá que rendirse a la evidencia: o comes o serás comido.
Pese a algunos elementos, la influencia que se observa mayormente en Train to Busan es la del cine zombie americano, que se aprecia en algunos elementos como la iconografía habitual de los muertos vivientes. En esta película, los animales, como pasaba en la saga Resident evil, también pueden contraer el virus, los zombies son endiabladamente rápidos, al más puro estilo de 28 días después, y el virus se transmite de la forma habitual: mediante una mordedura de un infectado. En el caso de Train to Busan, el periodo de incubación es rapidísimo, transformándose los infectados en cuestión de escasos minutos, a veces de segundos. Lo que sí que llama la atención es que es que está más cerca del splatter que del gore,[2] pues en esta película es curioso que los muertos vivientes gustan más de morder a sus víctimas para transmitir el virus que de alimentarse de ellas, lo que no es habitual en un género protagonizado por cadáveres caníbales, ya que lo lógico es el despliegue de medios en las escenas en las que los zombies han atrapado a sus víctimas humanas y se disponen a desmembrarlos y a devorarlos. En cualquier caso, quizá la influencia más clara y evidente sea la de Guerra Mundial Z, en particular en la escena de la avalancha de zombies en la muralla de Israel, que forman una torre humana inmensa para poder atravesar la defensa; merece mucho la pena ver la traslación de esta escena tan famosa en un tren en marcha en el clímax de la película, y, aunque no desvelamos más para no estropear la sorpresa, resulta un mecanismo muy ingenioso, con un suspense bien conseguido.
A pesar de tener, por tanto, una influencia externa muy clara, Train to Busan destaca por sí misma y no deja que los tópicos del género, trillados ya por tantas y tantas películas, la consuman. Estamos, sin duda, ante uno de los mejores filmes de zombies de los últimos años: para muestra no tenemos más que revisar los comentarios que Train to Busan está suscitando entre los fans del género en los festivales en los que se está proyectando (a destacar Cannes y Sitges), y desde Ecos de Asia les recomendamos que no se la pierdan y disfruten de una noche de Halloween terrorífica con esta producción surcoreana.
Para saber más
Notas:
[1] Aunque hemos hecho críticas desde la revista Ecos de Asia de algunas de estas películas, destacamos un artículo sobre el fenómeno de los muertos vivientes en Japón, disponible aquí, que puede ayudar al lector a modo de introducción a este tema.
[2] Aunque es difícil diferenciarlos porque a veces aparecen juntos en una misma película y otras veces se utilizan los dos términos de forma indistinta, básicamente se podría decir que el splatter (palabra que significa “salpicadura de sangre”) se caracteriza por el uso de la sangre, mientras que cuando tenemos tripas, desmembramientos y demás, estaríamos ante cine gore.