Me pregunto… ¿por qué la gente quiere saber siempre la verdad? A veces, es mejor no saberla. A veces, la mentira es mejor. (La mujer del rostro desfigurado, Imprint)
Como novedad, este año en Halloween proponemos dos alternativas para pasar un fin de semana de miedo con unas selecciones que no son aleatorias, sino que se realizan buscando, al mismo tiempo, relaciones entre el cine de terror japonés con el cine de Hollywood. Una alternativa que planteábamos es la vía comercial, con Paranormal Activity, concretamente, Tokyo night (Toshikazu Nagae, 2010), segunda secuela (aunque en paralelo, pues la secuela oficial sería Paranormal Activity 2, Tod Williams, 2010), una opción idónea para un público que empieza a iniciarse en el cine de terror. La otra alternativa es la que toca analizar en este artículo, una vía más independiente, bizarra y transgresora, apta para iniciados en el cine de terror que quieren experimentar emociones fuertes. Hablaremos de Imprint o Huella (2006), del director japonés Takashi Miike, un capítulo de la serie de televisión estadounidense Masters of Horror (2005-2007) no apto para estómagos sensibles.
Antes de iniciarnos en Imprint, esta pequeña joya, que es quizá, por su polémica, una de las más transgresoras que Takashi Miike haya rodado, debemos contextualizar esta obra cinematográfica. Como decíamos, Imprint es el capítulo 13 de la primera temporada de la serie televisiva Masters of Horror, un original experimento que duró dos temporadas de trece episodios, haciendo un total de veintiséis, siendo cada capítulo dirigido por un director famoso dentro del cine de terror. En Masters of Horror tenemos grandes nombres, como John Carpenter, Dario Argento, Stuart Gordon, Joe Dante o John Landis, todos ellos, por supuesto, maestros del terror ya consagrados. Si para estos dos artículos especiales de Halloween estábamos buscando relaciones entre América y Asia, ¿qué mejor que Masters of Horror? Aunque el japonés Norio Tsuruta dirigió también un capítulo en la segunda temporada, hemos escogido Imprint no sólo por la controversia que suscitó, sino también por su director, ya que el japonés Takashi Miike tiene el mérito de haber convertido tres películas de su filmografía en auténticas joyas del cine japonés contemporáneo, y, aunque cada una es diferente, en ellas se advierte un estilo similar.
Audition (1999) sería el primero de estos filmes que conviene recordar, ya convertida en un clásico de culto. Se estrenó en un momento idóneo para el cine de terror japonés y, aunque no es de fantasmas, su protagonista femenina nos enseña que las jovencitas japonesas dulces, delicadas y sumisas esconden muchos secretos. Las escenas de tortura anticipan mucho de lo que veremos en Imprint.
Ichi the killer (2001), también película de culto y basada en un manga, se englobaría dentro del thriller y del cine yakuza. Cuenta la historia Kakihara, que busca desesperadamente al jefe de su clan yakuza, quien ha desaparecido con una importante suma de dinero. Pronto descubrirán que un misterioso asesino llamado Ichi (Tadanobu Asano) tiene mucho que ver en su desaparición. Gore, sádica y extremadamente violenta, fue una de las muchas influencias de Tarantino en su famosa Kill Bill (2003).
Llamada perdida (2003) fue una de estas películas que aprovechó el “boom” del cine de fantasmas japonés que tuvo lugar a finales de los 90 a partir de Ringu (Hideo Nakata, 1998). Aparte de tener secuelas, se hizo también un remake estadounidense del filme, lo que indica el éxito de la cinta. Llamada perdida está protagonizada por Yoko, una joven con un oscuro pasado que observa impotente cómo sus amigos mueren en circunstancias extrañas tras haber recibido todos una llamada a su teléfono con un tono que no es el suyo. El mensaje que se deja en el buzón de voz está fechado varios días después y además proviene del número de teléfono de la persona en cuestión. Al abrirlo, se pueden escuchar las últimas palabras que dirá el individuo que ha recibido el mensaje antes de morir. Llamada perdida tiene un ritmo muy lento, un metraje excesivamente largo y un final, cuanto menos, confuso, pero aún así conviene citarla junto con Ringu, Dark water (Hideo Nakata, 2002) y Ju-on (Takashi Shimizu, 2002) como películas japonesas de temática sobrenatural capitales de estos años.
Imprint es uno de los capítulos más fuertes de la serie, así que es preferible que no la vean si creen que puede herir su sensibilidad. Ambientada correctamente en el siglo XIX, cuenta la historia de Christopher (Billy Drago), un americano que ha vuelto a Japón en busca de su amada, a quien había prometido llevar con él a América. Tras años de búsqueda, descubre que la joven había sido vendida a la prostitución y, siguiendo su pista, llega a una isla sórdida habitada sólo por prostitutas y sus amos. Aunque parece que su visita a la isla ha sido en vano, no puede irse, puesto que no hay más botes que le lleven de vuelta hasta el amanecer. Christopher se ve obligado a pasar la noche en un establecimiento por el peligro de la calle cuando se va el sol. Le llama la atención la única mujer que no ha salido a recibir a los clientes de los burdeles y que se ha quedado relegada a un rincón en la sombra, de la cual sólo vemos su silueta.
Takashi Miike, con este historial tan completo y con fama de polémico, no podía sino suscitar un interés muy particular con su colaboración en Masters of Horror, y así fue, ya que su capítulo, programado para que se estrenara el 27 de enero de 2006, no fue emitido por Showtime debido a su contenido, aunque sí se editó en DVD.[1] Desde luego, Imprint trata temas muy controvertidos y algo desagradables para el público medio, así que no es de extrañar que la cadena de televisión estuviera preocupada por la reacción de los espectadores. Imagínense, si este capítulo fue censurado dentro de una serie que está precisamente dedicada al cine de terror, se podría decir que las explicaciones de por qué hemos escogido traerla a colación como recomendación especial en Halloween sobran.
La mujer (interpretada por Yûki Kudô) es la única que tiene el cabello azul, ya que el resto de sus compañeras son pelirrojas y la madame tiene el pelo negro. Con medio rostro desfigurado, dice padecer una maldición de nacimiento que le hace estar muy conectada a los muertos, por eso no se atreve a salir a recibir a los clientes. Su aspecto y cordialidad le causan a Christopher simpatía y le cuenta que lleva mucho tiempo buscando a una joven llamada Komomo (Michié). Para su sorpresa, la mujer del rostro desfigurado la conocía, pero, según le dice, el hombre ha llegado tarde: Komomo se cansó de esperar y se suicidó ahorcándose.
Christopher, sintiéndose frustrado y culpable por haber llegado demasiado tarde, empieza a beber sake y le pide a la mujer que le cuente un cuento sobre ella porque no puede dormir. Esta japonesa nos contará la historia de su vida hasta llegar a la parte concerniente a Komomo en tres versiones diferentes,[2] inspirándonos al principio una gran lástima y, posteriormente, conforme nos acerquemos a la verdad, horror y aversión.
Este tipo de narración es muy interesante, ya que nos permite conocer un mismo hecho desde perspectivas diferentes cuando sólo una de las versiones es real, si es que podemos decirlo así, porque cuando lleguemos al escabroso final tendremos serias dudas de si lo que hemos visto pasó en realidad o si sólo es una manifestación de la culpa de un hombre enloquecido por un hecho oscuro de su pasado.
Takashi Miike es un maestro del terror y de narrar historias, pero no es para todo el mundo. Insistimos en que Imprint tiene escenas que, por su contenido, pueden herir la sensibilidad del espectador. Aquí veremos incesto, abortos, violencia explícita, abusos sexuales y gore, todo lo cual la hacen desagradable en extremo para el espectador medio, sobre todo si el final no se comprende, ya que se nos dan tantas pistas falsas que uno puede perderse en la escabrosidad del capítulo. Si se entiende, no se hará tan raro que se presenten estas imágenes tan desagradables porque, a fin de cuentas, adentrarse en la mente de un loco es peligroso.
No podemos adentrarnos más en el turbio argumento de Imprint, puesto que sería privar al espectador de descubrir por sí mismo el auténtico relato real que Takashi Miike nos está contando. El final es muy confuso y la verdad auténtica es difícil de alcanzar porque no se nos va a dar el argumento masticado, pero, si llegamos a comprenderlo, entenderemos muchas de las cosas de este capítulo que aparentemente no tenían sentido. Se podría decir que hay dos interpretaciones, la literal, según la cual no realizamos ninguna interpretación más allá de la que las imágenes nos brindan, y la simbólica, donde está el mensaje oculto que el director nos quiere contar. Aún así, cabe preguntarse si de verdad era necesaria tanta parafernalia para contar este relato porque, desde luego, se busca desagradar e impactar al espectador. Imprint es violenta, gore, insoportable en algún momento, brutal y, desde luego, repugnante, pero, al mismo tiempo, es magistral para los que hemos conseguido leer entre líneas.
Visualizar Imprint es una prueba de resistencia constante para el espectador, quizá el momento cumbre sea la larga escena de tortura a Komomo por el robo de un anillo de jade (elemento que resulta ser un curioso McGuffin) que ella no ha comedido, en el que le queman las axilas y le insertan agujas entre las uñas y las encías para no dañar su cuerpo, “la mercancía”, puesto que es la favorita del burdel. Cuesta horrores no despegar la vista de la pantalla ante tanta violencia explícita en esta escena, que se hace eterna. Si han visto Audition, entenderán el sentimiento de aversión.
Si ven Masters of Horror podrán darse cuenta de que este capítulo es completamente diferente al resto, ya que el director aprovecha la libertad creativa que se les ofrecía en principio para escoger una vía distinta para profundizar en el terror, consiguiendo que el espectador llegue a experimentar auténtico malestar físico y desasosiego ante tanta violencia, un campo en el que Miike es un veterano, en esta vuelta de tuerca que se le da al viejo tópico del viajero americano enamorado de una dulce japonesa. Adéntrense, si se atreven, en Imprint con mucha precaución. Tengan claro que nada es lo que parece, pero podemos asegurar que hasta al más valiente le dejará con mal cuerpo.
Para saber más
Notas:
[1] Aquí más información sobre esta censura. Al parecer, Mike Garris, creador de la serie, define Imprint como “la película más perturbadora que ha visto nunca”, todo esto incluso aunque Miike se contuvo a la hora de realizarla para adaptarse a la televisión estadounidense. La controversia viene, como veremos más adelante, por el tema recurrente de los fetos abortados a lo largo del capítulo.
[2] Aparte de poder describir Imprint como una perturbada versión de Memorias de una geisha (Rob Marshall, 2005), cuya conexión se establece también por Yûki Kudô, quien aparecía en esta película, las comparaciones con Rashômon (Akira Kurosawa, 1950), por aquello de reconstruir un crimen según varios testimonios, son inevitables, pero, en este caso, sólo tendremos un narrador y, en realidad, todo se convertirá en un gran McGuffin para distraer al espectador de lo que realmente está pasando.