En la introducción de su archiconocida, parcial y muy personal obra Orientalismo Edward Said mantenía que la susodicha actitud, campo de estudio, y en definitiva, manifestación cultural – el orientalismo – era una creación eminentemente europea, y que no tuvo valor ni vigor en los Estados Unidos hasta pasada la Segunda Guerra Mundial. Creemos firmemente que Said se equivocaba, ya que la revista Asia (operativa en las primeras décadas del siglo XX), de la que les hablaremos a continuación, fue, decididamente, uno de los hitos más importantes del siempre olvidado orientalismo norteamericano.
Hemos hablado en múltiples ocasiones de esa apasionada historia de amor, llamada japonismo, que Occidente – especialmente, Europa – lleva viviendo desde aproximadamente mitad del siglo XIX. El novedoso interés por lo japonés se aglutinaría dentro de uno mucho más general (existente desde hacía tiempo, pero exaltado por el clima romántico y positivista) por el mundo oriental, en el que se mezclaba y se confundía lo proveniente de China, la India, el Sudeste Asiático o – entre tantos otros lugares-, el Mundo Árabe.
En tanto que las actitudes y aptitudes políticas y culturales de las sociedades europeas y norteamericanas eran bien diferentes, era consecuentemente lógico que lo fueran también sus particulares objetos de deseo y las formas mediante las que este se manifestaba. Por ejemplo, el japonismo estuvo particularmente ausente, si lo comparamos con el impacto europeo, en la sociedad norteamericana, a pesar de que los intercambios prácticos con Japón, personificados en eminencias como Okakura Kakuzô o Ernest Fenollosa, habían sido más que productivos. Demostrada la potencia y vigencia militar del país de Meiji, los Estados Unidos se interesaron por otros futuros socios comerciales, o bien por lugares a los que poder exportar sus modelos de producción: en ambos casos sobresalía la opción china, que con su milenario pasado y con su irreprochable lucidez intelectual, provocaba temor a la par que respeto. De hecho, hay toda una serie de autores – cuya opinión compartimos – que mantienen que el Orientalismo (desde aquel de alta cuna, como el de la revista que les estamos presentando, a las omnipresentes muestras de prejuicio y racismo del “peligro amarillo”) es un elemento intrínseco de la configuración de la idiosincrasia de la nación estadounidense, definida a partir de la negación y la construcción de la otredad.
Desde finales del siglo XIX, y especialmente durante las primeras décadas del XX, Estados Unidos entró en una carrera – especialmente contra Japón, pero también las otras grandes potencias coloniales – por la conquista, económica y política, de Asia-Pacífico, que le permitiría proclamarse definitivamente como la superpotencia mundial, una aprehensión que no terminaría – si es que acaso ha acabado – hasta la Guerra de Vietnam. Fue precisamente en el contexto de definitiva instauración de los Estados Unidos como superpotencia, en plena Gran Guerra, cuando nació la revista Asia, de la mano del matrimonio formado por Willard Straight[1] y Dorothy Payne Withley,[2] que compraron una publicación anterior. Derivada de la académica, y culturalmente modesta (aunque políticamente ambiciosa),[3] Journal of the American Asiatic Association (fundado en 1898), la revista Asia mantenía un tono marcadamente académico, pero de talante progresista y liberal, y aparentemente permitía a sus colaboradores total libertad en la elección y tratamiento de los temas.
Tras morir Willard de gripe española en 1918, los designios de la revista continuaron en manos de la viuda, que relajó en cierta medida el tono industrialista y que lo dirigió hacia actividades y actitudes algo más hedonistas y cercanas al ya conocido orientalismo europeo.[4] A pesar de ello, la revista tenía un tono menos decorativo que el habitual de las publicaciones europeas, adoptando unas actitudes más pragmáticas, aunque igualmente paternalistas: los escritores y editores escribían sobre las culturas asiáticas para explicar los posibles beneficios de una relación con ellas, siendo estos últimos más económicos que culturales.
Los colaboradores de las revista era líderes políticos, estudiosos académicos y ricos hombres de negocios interesados en fomentar el interés de los norteamericanos en el cada vez más importante mercado asiático. Fue precisamente esta revista la que ayudó a forjar fuera parte de la opinión y las políticas de la clase pudiente norteamericana sobre Asia: dirigida a una poderosa minoría, la revista fue tan influyente no por su alcance cuantitativo, sino porque era una herramienta e instrumento esencial para alguno de los nombres más poderosos de Norteamérica. Aunque lo hacía en multitud de ocasiones con un tono exotista, la revista animaba a la tolerancia y a la colaboración con el Oriente.
Los contenidos de la revista incluían ensayos sobre los pueblos y las culturas asiáticas, sobre viajeros americanos en Oriente, y sobre su política, industria y comercio. El resultado era siempre variopinto – más que pintoresco – e incluía ejemplos tan variados como los siguientes: “La superpoblada India”, “La Historia de la Muñeca Japonesa”, “Rosarios de las grandes religiones”, “De Singapur al Zoo”, “El Buda del marfil”, “El Próximo Oriente y Mr. Lloyd George”, “Más allá de Jordania”, “Los Jenízaros”, “La historia del Muro de las Lamentaciones” o “Argumentos para el comprador de alfombras”. De estos títulos, así como de sus portadas, puede entenderse cómo el Oriente poseía unos límites y culturas mucho más amplios y difusos de lo que se consideran hoy en día. De una parte, se trataban habitualmente temas sobre culturas oceánicas e islas del Pacífico, mientras que tampoco fueron extrañas las referencias a la antigua U.R.S.S. Por otra, parte, parecía que el Oriente de la revista Asia no acababa en un indefinido Mundo Árabe, sino que se extendía más allá de Suez llegando a Egipto e incluso el África negra (como dato curioso, en enero de 1929 se dedicó una portada a los nativos americanos).
La aproximación a Oriente que Asia ofrecía era, como puede esperarse, coherentemente elitista: no solo determinada clase social podría permitirse su compra (treinta y cinco centavos era el precio oficial), sino que en ella se relataban viajes y negocios inalcanzables para la clase media.[5] A pesar de esto, debemos recordar como, por norma general, la actitud y representación de las sociedades asiáticas que aparecían en la revista se hacía siempre desde el respeto y con un genuino interés por el conocimiento y su transmisión, desde una perspectiva filantrópica muy en consonancia con las actitudes de los miembros de su mesa editorial.[6]
Al principio, las portadas eran modestas y apenas incluían el título y los principales contenidos en un membrete, acaso junto a una pequeña imagen, pero muy pronto la revista encontraría uno de sus principales distintivos: las impactantes portadas que durante a lo largo de varias décadas diseñaría Frank McIntosh (autor de todas las portadas que ven en el artículo), [7] uno de los aspectos más recordados de la revista. McIntosh, que sería también un ilustrador muy popular de la temática hawaiana (crearía buena parte de la parafernalia de los cruceros de la Matson Line), comenzó su colaboración con Asia en 1926 y a él se deben la gran mayoría de las portadas entre esta fecha y 1933, aunque siguió colaborando ocasionalmente en los años siguientes. A él se deben decenas y decenas de portadas del mejor Art Dèco galante, propias de un estilo unitario bien definido, pobladas de elegantes y coloristas figuras de sempiternos ojos rasgados, en las que prevalecen en cantidad y calidad sus representaciones del sudeste asiático. A la manera de un Erté más primitivista y atrevido en el uso del color plano y de la línea rasgada, McIntosh supo otorgar el merecido misterio orientalista a una revista lujosa, pragmática y optimista, que adoptaría un tono diferente tras su compra en 1933 por Richard Walsh.
Walsh, director de la editorial John Day, quedó dirigiendo la mesa editorial y, acorde con sus intereses y praxis profesional, el contenido de la revista evolucionó del tratamiento del mercado del lujo y de la promoción del comercio norteamericano en Oriente a un debate más actual sobre la situación internacional y sobre la cultura y literatura en Asia, especialmente desde que, no mucho después, el propio Walsh se casase con Pearl S. Buck, la más afamada escritora y cronista sino-americana (que en 1938 ganaría el Nobel por sus novelas sobre China), que pasaría a formar parte del equipo editorial y que escribió para la revista muchos artículos todavía hoy considerados memorables. En esos años, Walsh y Buck contratarían a toda una serie de importantes personalidades de procedencia (o especializadas) en el continente asiático, muchas de las cuales eran además representantes significativos de movimientos nacionalistas y/o anti-coloniales, algo de especial audacia si tenemos en cuenta que se trataba de los años previos y del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Entre tales, figuras, además de la propia Buck, se encontraban Lin Yutang, Hu Shih, Jawaharlal Nehru, Miguel Covarrubias u Owen Lattimore, junto toda a una serie de periodistas y corresponsales independientes como Gertrude Emerson Sen[8] (que en la década anterior también había ejercido de editora de la revista) o Edgar Snow.
A pesar de que la ocupación de Manchuria y el eventual estallido de la Segunda Guerra Sino-Japonesa supusieron un aumento masivo de las suscripciones a la revista, la entrada de la Estados Unidos en la Segunda Guerra mundial constituiría un hito trágico para la publicación, que fue rebautizada Asia and the Americas en 1942 y que definitivamente vería su fin en 1947, debido a la falta de fondos, cuando se fusionó con otras dos publicaciones para formar la United Nations World.
Como conclusión, podemos decir que lejos del tono de las omnipresentes muestras del terror amarillo, la revista Asia fue, en palabras de la época, una revista de opinión, comentario y controversia, que reflejó el humor predominante del intelectual americano, su optimismo, su desesperación, sus aspiraciones y sus temores. Su orientalismo, del diletante al antropológico, del decorativista al industrial, fue una buena muestra de esta a menudo ignorada corriente norteamericana, que desde luego merece un estudio mucho más profundo. Esperemos que no tarde en recibirlo.
[1] Willard Dickerman Straight (18801918) fue un inversor, editor, reportero y diplomático estadounidense. Ocupó varios cargos diplomáticos de bajo nivel en Corea, Cuba, Manchuria y Pequín, en donde vivió junto a su esposa Dorothy Payne Withney hasta que consideraron que la Revolución China había convertido el país en uno demasiado peligroso. Habiendo amasado una buena fortuna mediante inversiones en el mercado asiático, el matrimonio volvió a los Estados Unidos en 1912 y en los años siguientes se dedicaron a actividades sociales y de caridad. En 1917 comprarían y refundarían Asia.
[2] Dorothy Payne Whitney (1887-1968) fue una activista social y filántropa norteamericana. Riquísima y jovencísima heredera de William C. Whitney, dedicó buena parte de su inmensa fortuna (una de las más importantes de los Estados Unidos) a la investigación, la actividad editorial y a organizaciones feministas y sociales además de a la caridad. Casada en dos ocasiones, la primera con Willard Straight, cuyo legado estudiamos aquí, y la segunda con el británico Leonard Knight Elmhirst.
[3] A tal efecto no podemos sino citar una de las frases de la editorial del número de marzo de 1917: The ignorance of our people in regard to the countries of the Far East is unquestionably a serious obstacle to the legitimate extension of American influence…, en Journal of the American Asiatic Association, marzo de 1917, sp.
[4] Algunos autores establecen diferencias muy marcadas entre el orientalismo americano (ligado a la práctica comercial y política) y el europeo (ligado al estudio e influencia de las artes), incluso se utilizan diferentes nombres para las diferentes escuelas (oriental studies vs. orientalism, o a su vez, oriental studies vs. area studies). Nosotros creemos que estas separaciones, aunque fundamentadas, no solo son solo falsas y parciales sino que además se han realizado para minusvalorar y denigrar a ambos modelos, como si las escuelas europeas no fueran capaces de emprenden estudios socio-económicos o de mercadotecnia o las escuelas norteamericanas de emprender un estudio humanístico. En lo referido al orientalismo, o a los oriental studies de la época que nos concierne, preferimos decir, con cierta jocosidad, que el orientalismo americano era un orientalismo de butaca de despacho –ligado a la actividad política y comercial – mientras que el orientalismo europeo habría sido un orientalismo de diván – más hedonista y estetizante-. Sus participantes partían de diferentes nociones e incluso de diferentes estratos sociales, y manifestaban diferentes actitudes y entendimientos de las culturales orientales, pero en definitiva creemos que formaban parte del mismo tótum revolútum de personajes pudientes y culturalmente formados que se movían en círculos sociales similares.
[5] Otro elemento que nos indica el poder adquisitivo del grueso de lectores de la revista es el carácter de los productos que en ella se promocionaban; entre los anunciantes podemos destacar Cadillac, General Electric, Rand McNally & Company, Crane Bathroom Products, Bank of America, Standard Oil Company of New York o los Carl Zeiss Prism Binoculars.
[6] El matrimonio Willard – Straigth Withney eran muy conocidos como “capitalistas sociales”, ligados a movimientos progresistas y de la Tercera Vía, y financiaron importantes revistas como The New Republic. Otros miembros importantes de la mesa editorial fueron C.B. Van Tassel (que entró en Asia en 1923, proveniente de Harper’s Bazaar), L.D. Froelick, John Foord y Gertrude Emerson.
[7] Frank McIntosh nació en 1901 en Portland (Oregón), donde pasó sus primeros años antes de trasladarse a estudiar arte en San Francisco, graduándose en la Escuela de Bellas Artes de California en 1923. Durante sus años de formación, manifestó un gran interés en la escenografía y el arte industrial, estudiando en Nueva York con Norman Bell Geddes. A partir del contacto con Asia, se centraría en la ilustración literaria y publicitaria, pero fue también un gran amante del arte oriental, llegando a regentar una galería de dicha temática en Los Ángeles en la década de los 1960.
[8] Gertrude Emerson Sen (1890-1982) fue una geógrafa, periodista y experta en Asia, hermana del célebre entomólogo Alfred E. Emerson y socia fundadora de la Society of Woman Geographers. Tras ser profesora de inglés en Japón, volvió a los Estados Unidos para ejercer como editora de Asia, antes de marchar a una vuelta al mundo, asentándose definitivamente en un pueblo del noroeste de la India. Allí desarrolló un gran amor por su país de adaptación, participando en movimientos nacionalistas e independentistas, escribiendo numerosos libros sobre la India, y casándose con el eminente científico Basishwar Sen en 1932. El matrimonio recibía en su casa de Kundan a personalidades de la talla de Rabindranath Tagore, Jawaharlal Nehu, Julian Huxley o Carl Jung.