La historia de Marco Polo y el Gran Kan han dejado una rica huella en la cultura audiovisual de época reciente aunque, sorprendentemente, pese a su riqueza y posibilidades, ha sido un tema relativamente poco adaptado frente a otras historias a caballo entre la leyenda y la realidad. Sin embargo, pese a que no encontramos un número tan elevado de producciones audiovisuales, los ejemplos son de lo más variado, tanto en formato como en calidad. En este repaso nos centraremos solamente en los más relevantes.
Para ello, debemos comenzar remontándonos a 1938, a un Hollywood cuajado de estrellas que acababa de estrenar el sonido. Ese año, uno de los galanes por excelencia del star-system, Gary Cooper, dio vida al explorador veneciano en The adventures of Marco Polo, una costosa y muy cuidada superproducción de Samuel Goldwyn. No faltaron todos los tópicos relativos a las invenciones chinas, como la pasta o la pólvora; y por supuesto tampoco podía faltar la trama amorosa, a través del personaje de la princesa Kokachin (encarnada por Sigrid Gurie), quien, prometida al rey de Persia, termina confesando su amor a Marco Polo. The adventures of Marco Polo es una película clásica de aventuras al uso, cortada por el mismo patrón que tantas otras, en las que lo único que cambiaba eran los decorados y el vestuario, y cuanto más exótico fuese éste, mejor. Así pues, es comprensible que la recepción por parte de la crítica fuese bastante negativa.
En los años sesenta, cabe destacar la adaptación, en clave de ciencia ficción, que se realizó de la historia de Marco Polo para una de las series más longevas de la televisión inglesa: Doctor Who.[1] Siguiendo la dinámica de la serie, los protagonistas habituales (el Doctor –en su primera encarnación, interpretada por William Hartnell–, su nieta Susan, y los profesores de ésta, Ian Chesterton y Barbara Wright) viajaban con su nave espaciotemporal, llamada TARDIS, hasta la China del siglo XIII, donde quedaban provisionalmente atrapados por una avería. Allí, eran rescatados por la caravana de Marco Polo y se convertían en agentes activos de la Historia, participando de los acontecimientos que, narrados en forma de aventura de ciencia ficción, partían de los hechos reales, de modo que daban a los niños ciertas nociones históricas (siempre a través del Doctor y sus compañeros). Esta aventura, que seguía la estructura de seriales propia de la denominada serie clásica de Doctor Who, constaba de siete episodios de unos veinte minutos de duración, emitidos entre febrero y abril de 1964. En la actualidad, no se conserva ninguna copia conocida de estos episodios, constituyendo éste el primer serial perdido.[2] No obstante, existen reconstrucciones oficiales y extraoficiales de lo más variado, a través del audio y fotogramas conservados, pudiendo encontrarse así los siete episodios y un resumen de los mismos combinando audio y vídeo, o copias comercializadas del audio remasterizado y contenidos extra.[3]
En esta misma década vio la luz Le Fabuleuse aventure de Marco Polo (La conquista de un imperio en España, Marco the Magnificent en inglés), una producción francesa con un elenco de primera fila. Nombres como Elsa Martinelli, Anthony Quinn, Omar Sharif,[4] Orson Welles o Akim Tamiroff desfilan por los créditos de esta película que se ha convertido en una rareza cinematográfica, una pieza relativamente desconocida (especialmente teniendo en cuenta el elenco integrado, en parte, por personalidades de primerísima fila). Los avances que se habían producido en los años cincuenta en el cine en color, así como los grandes formatos de pantalla introducidos en la década de los sesenta, propiciaron un auge de películas que utilizaban estos recursos con el fin de aumentar su atractivo para los espectadores. Así pues, géneros como el western, el musical o la ciencia ficción experimentaron un importante desarrollo y, junto a ellos, el cine histórico vivió un momento de esplendor, ya que estos avances tecnológicos permitían una gran espectacularidad en las recreaciones.[5]
Aproximadamente dos décadas después, ya en los años ochenta, se estrenó la miniserie Marco Polo, en un momento en el que las series de ambientación exótica se hacían un hueco en las televisiones (sirva como ejemplo Shôgun, estrenada apenas dos años antes, en 1980). Si bien por aquel entonces las producciones televisivas estaban muy lejos de recibir la consideración de la que gozan actualmente,[6] esta miniserie compuesta de cuatro capítulos supuso un gran esfuerzo conjunto por parte de Estados Unidos e Italia, convirtiéndose en su momento en la producción más cara de la televisión, en parte por su rodaje, que se trasladó no solo a Italia y Marruecos, sino que se apostó por rodar en los enclaves originales, desplazándose equipos a Nepal y China.
Saltamos hasta 2007 para encontrar otra adaptación de la vida de este viajero, en este caso en forma de telefilme, protagonizado por la estrella juvenil Ian Somerhalder.[7] Esta cinta producida para televisión incurre en numerosos errores (el más llamativo, emplear a un actor occidental para encarnar a Kublai Kan, algo que todavía resulta más chocante si tenemos en cuenta que en el reparto hay actores de origen o ascendencia asiática), y más que un biopic puede considerarse una película de aventuras que toma como excusa el nombre de Marco Polo para disfrazarse de histórica. A pesar de ello, resulta correcta como entretenimiento sin mayores pretensiones, por lo que cumple a la perfección la intención con la que fue realizada y no merece, en ese sentido, mayores críticas.
Como podemos comprobar, Marco Polo ha resultado un personaje mucho más atractivo para la pequeña que para la gran pantalla. Ahora, en un momento en el que el consumo de televisión está cambiando a través de plataformas que ofrecen nuevas formas de ver estos productos audiovisuales, una de ellas (y quizás la más conocida), Netflix, ha recuperado a este personaje histórico para inaugurar su proyecto magno para 2015: ofrecer al menos una temporada de serie de producción propia cada dos semanas. Pero esto ya tendremos ocasión de tratarlo en un futuro.
Notas:
[1] Doctor Who ha constituido un mito dentro de la televisión inglesa. Estrenada por la BBC en 1963, nació como una serie de fuerte componente didáctico, aunque pronto se convirtió en una de las obras de ciencia ficción de referencia dentro del audiovisual. Duró en antena, en una primera etapa, hasta 1989, año en el que fue cancelada. Pero su larga duración había hecho que varias generaciones de ingleses se criasen con la figura del Doctor, de modo que solo era cuestión de tiempo que volviese. Tras un amago en forma de película en 1996, su regreso se produjo en 2005, momento desde el que cosechó un éxito que, hasta el momento, no ha parado de crecer, con ocho temporadas modernas emitidas y una fastuosa celebración de sus bodas de oro.
[2] Este material no se conserva en los archivos de la BBC ya que, al parecer, en las décadas de los sesenta y setenta fueron destruidos algunos rollos por motivos económicos y de almacenamiento –en ese momento, era impensable para cualquier directivo de la cadena que esta serie, concebida y producida como un entretenimiento barato para niños, fuera a convertirse en el mito televisivo que es hoy en día, con una legión de fans a sus espaldas–. En total, 97 de los más de 250 episodios emitidos durante los primeros años se encuentran actualmente perdidos.
[3] Hemos querido mencionar este serial y darle cabida en este artículo precisamente para subrayar el valor didáctico y el cuidado en las recreaciones históricas que tuvo Doctor Who en sus primeros años, reivindicando la misma más allá de su valor como entretenimiento de culto.
[4] Quien, casualmente ese mismo año, estrenaba también Genghis Khan, en la que encarnaba a Temujin, el guerrero mongol que terminaría convirtiéndose en Gengis Kan, fundador de la dinastía y abuelo de Kublai Kan.
[5] Téngase en cuenta, a este respecto, la gran cantidad de títulos que se produjeron en la década de 1960. Por poner algunos ejemplos, citaremos Ben-Hur (que, aunque algo anterior -1959-, ya anticipaba toda esta corriente de superproducciones de época), Espartaco (1960), El Cid (1961), Lawrence de Arabia, La Conquista del Oeste (ambas en 1962), Cleopatra (1963), Doctor Zhivago, o la propia Genghis Khan, las dos del mismo año 1965.
[6] De un tiempo a esta parte, se ha disparado la cantidad de producciones de ficción para la televisión, así como ha aumentado considerablemente su presupuesto, pero el cambio más radical estriba en la mentalidad, tanto de espectadores como de creadores, que reconocen en la pequeña pantalla un medio creativo lleno de posibilidades. Todos estos factores, unidos a una nueva forma de consumir estos productos audiovisuales por parte de los espectadores, han generado lo que se ha llamado como Edad Dorada de la televisión, un concepto cuanto menos cuestionable pero que da una idea de esta revitalización de la televisión como medio creativo.
[7] Esta condición de estrella juvenil proviene de su papel en The Vampire Diaries (2009-actualidad), que le ha valido numerosos premios en los Teen Choice Awards (entre ellos, el de Mejor Actor de Ciencia Ficción en Televisión y el de Hombre Más Sexy, ambos revalidados durante varios años consecutivos) y en los People Choice Awards (Química favorita en pantalla –junto a su compañera de reparto Nina Dobrev– y Mejor Actor de Ciencia Ficción en Televisión, ambos en 2014).