El veterano cineasta japonés Nobuhiko Obayashi (1939)[1] propone en su último trabajo una historia aparentemente simple: una familia se reúne con motivo de la muerte del abuelo, para compartir el duelo. Como es habitual ante esta premisa, la muerte del familiar sirve para unir a unos parientes cuyas relaciones se han distanciado y enfriado, plagadas de conflictos y de secretos, que habitualmente el fallecimiento evidencia o saca a la luz, y es la resolución de estos conflictos lo que mueve la trama y genera una historia que contar.
Seven weeks[2] es todo eso, es cierto, pero los conflictos se enredan de manera particularmente compleja y su desarrollo y solución se ejecutan con soltura y verosimilitud. Debe partirse de la base de que nos encontramos ante un metraje particularmente largo, con una duración de 171 minutos, mucho mayor de lo habitual. Esta característica de la cinta es a la vez un acierto y un problema: el acierto permite un ritmo pausado, un deleite estético y la acentuación de la intriga que generan los misterios familiares. El problema se traduce en una explicitación excesiva de los diversos mensajes que la película quiere transmitir. Y es que éste puede que sea su mayor defecto: querer aleccionar en función de todo el pasado reciente de Japón. Como suele decirse, “quien mucho abarca, poco aprieta”, y esto (en parte) termina sucediendo en Seven weeks. Las distintas moralejas se entremezclan y diluyen, perdiendo fuerza precisamente por mostrarse en conjunto.
La película comienza con una pequeña introducción homenajeando a Hyoji Suzuki, alma máter de la Hoshi no Furusato Ashibetsu Eiga Gakko,[3] a la que sigue una secuencia de créditos iniciales casi onírica, en la que unos dispares personajes interpretan una melodía que se repetirá de manera constante a lo largo del metraje, siempre tocada por esta peculiar banda de música que procesiona por los escenarios de la película, conectando los dos mundos, el físico y el de los espíritus.
La historia de Seven weeks es la historia de Mitsuo Suzuki. Al comienzo, su nieta llega a la casa en la que ambos viven. Con total normalidad habla con él mientras se va despojando del abrigo y de la compra, pero al llegar a la cocina y notar la cafetera excesivamente caliente se percata de que algo no va bien, corre a la habitación de su abuelo y en un primer momento lo ve pintando, en su sitio habitual, pero acto seguido, se da cuenta de que en realidad Mitsuo está en una mecedora, desplomado, y que ha sufrido un derrame. Este primer episodio ya presenta el juego con lo real y lo sobrenatural que se desarrollará durante todo el film: Mitsuo aparecerá, bien como narrador o como fantasma, y su figura irá cobrando intensidad y protagonismo conforme se sucedan los diferentes capítulos en los que se divide la trama.
La breve estancia de Mitsuo en el hospital, hasta su fallecimiento, a las 14:46 del 11 de marzo de 2013, supone una primera reunión de una familia marcada por la muerte: los hijos de Mitsuo fallecieron años atrás, de manera que se congregan ante su lecho su hermana, sus cuatro nietos, su biznieta y una misteriosa mujer, Nobuko Shimizu, que será recibida con diferentes reacciones y un silencio absoluto sobre su pasado, preparando el terreno para desvelar la relación de Nobuko con la familia Suzuki.
En la sucesión de acontecimientos en torno a la muerte y al funeral de Mitsuo, y en los numerosos flashbacks, se irán vertiendo claves que preparan el terreno a uno de los capítulos finales, en el que se desentraña el episodio del pasado de Mitsuo que le marcó de por vida: la Guerra del Pacífico y su viaje a Sajalín, justo el día del ataque al puerto de Toro.[4] Tras este paréntesis, tiene lugar la despedida definitiva de Mitsuo, con un banquete íntimo en el que su familia se reúne transcurridas siete semanas de su muerte.
El tono empleado para aproximarse a la historia es variable, y puede entenderse como paralelo al desarrollo de un proceso de luto. En un primer momento, con la muerte de Mitsuo a punto de suceder, pero asimilada por sus familiares, se produce un reencuentro entre ellos apresurado y con matices cómicos, que perdurarán pero poco a poco irán desapareciendo conforme la familia asimile el suceso y el espectador haya terminado de adentrarse en la historia. Para el espectador occidental, salvando las distancias, es fácil en un principio establecer paralelismos entre la premisa de Seven weeks y la oscarizada Despedidas (Okuribito, 2008), sin embargo ambas obras tienen intereses y objetivos diferentes, y solo comparten la muerte como motor de sus argumentos.
En el plano visual, destaca una fotografía muy cuidada para construir una atmósfera particular y cambiante, que atrapa al espectador. Al mismo tiempo, crea un ambiente en el que se deja la puerta abierta a la interacción con el mundo fantasmal, tanto las visiones de algunos personajes, como las ilusiones o la propia presencia de Mitsuo como narrador o como personaje activo desdibujan la frontera entre ambos mundos.
El flashback a 1945 resulta el más experimental, con fantasías visuales que rozan el surrealismo y tratan de eludir la violencia física de la guerra, que no se muestra de manera explícita sino con estallidos de color y poesía, en claro contraste con la violencia psicológica, que se muestra de manera descarnada. También el planteamiento del mismo es arriesgado: Mitsuo, anciano, habla desde su hogar, desde la terraza en la que pintaba, mientras tras él desfilan los personajes de su juventud, incluido él mismo en su versión joven, con diferentes atavíos en función de los acontecimientos por los que están pasando en cada momento de la narración. Este capítulo de la narración permite atar numerosos cabos, desvelar algunas cuestiones que el espectador ya podía deducir, y confirmar las sospechas, con un protagonista que rompe la cuarta pared para dirigirse cara a cara al espectador y contarle parte de su historia sin secretos. Aunque arriesgado, el capítulo funciona dentro de la película, ya que subraya estéticamente el corte temporal (la acción se traslada a 1945) y temático (el peso argumental se desplaza aquí de la familia Suzuki y del misterio de Nobuko al secreto y desconocido pasado de Mitsuo).
Finalmente, y sin entrar en desvelar la trama, debe destacarse un final un tanto errático, diluido y quizás excesivamente largo, consecuencia de querer subrayar los mensajes del film y plantearlos explícitamente, reforzando (quizás demasiado) la forma sutil en la que se habían dejado caer a lo largo de toda la película. Además, la mezcolanza de mensajes de distinto origen y calado convierte a algunos de ellos en accesorios, de modo que su explicitación directa resulta excesiva y forzada. Tal es el caso, por ejemplo, del mensaje ecologista que hace referencia directa al desastre de Fukushima y aboga por el empleo de energías renovables, un mensaje que, pese a ser loable, se inserta en la película un tanto de refilón (a través de uno de los nietos, que trabaja en una central nuclear en proceso de desmantelamiento) y concluye con un breve discurso a favor del programa de energías renovables de Hokkaido. A pesar de todo, el final es correcto, cerrando todo lo que era necesario cerrar, y también dejando en el aire cuestiones sobrenaturales sobre las que no cabía explicación.
Seven weeks es una película de 2014 que se ha exhibido por primera vez en España en el contexto del Casa Asia Film Week, festival que se celebra del 11 al 16 de noviembre en los Cines Girona de Barcelona. Fue la cinta inaugural que dio el pistoletazo de salida al festival, el martes 11, y está previsto un segundo pase el domingo 16.
Notas:
[1] Nobuhiko Obayashi es un reconocido director nipón que se inició en los años sesenta dentro de la realización experimental, aunque a partir de finales de los setenta comenzó a dirigir y escribir películas que se adecuaban más a los circuitos tradicionales, dedicándose también a la realización de anuncios para televisión. Entre su filmografía pueden encontrarse obras como la cinta de terror Hausu (1977), Toki o Kakeru Shôjo (1983, una de las más destacadas adaptaciones, junto con la versión anime –conocida en España como La chica que saltaba a través del tiempo–, de la novela homónima) o Sada (1998, basada en la popular historia de Sada Abe, la mujer que en 1936 practicó asfixia erótica a su amante y después le rebanó los genitales). También quedó a su cargo la dirección del videoclip de So Long! para el grupo idol nipón AKB48.
[2] El título hace referencia a la tradición sintoísta, según la cual, una semana después de la muerte debe celebrarse un banquete en honor del difunto, y siete semanas después de la muerte sus allegados realizan otra ceremonia similar que supone la despedida definitiva, en la cual el espíritu del difunto, que hasta ese momento había vagado por la tierra, abandona el mundo terrenal.
[3] http://ajw.asahi.com/article/behind_news/social_affairs/AJ201307180005
[4] Algunos datos sobre la ocupación de Sajalín, aquí.