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Panorama del coleccionismo de arte chino en España – Segunda Parte

La presencia de objetos de arte chino en España y el interés por la cultura extremo oriental comenzó, muy especialmente, durante la Edad Moderna, cuando los países de la Península Ibérica abrieron nuevas rutas comerciales en el mundo que facilitaron las comunicaciones y el transporte de mercancías. Como vimos en la primera parte de este reportaje, la labor de cristianización llevada a cabo por misioneros españoles y la importación de objetos de lujo por destacados miembros de la corte y la realeza supusieron el germen de lo que posteriormente serían las colecciones de los grandes museos y palacios españoles.

En esta segunda entrega de nuestro reportaje, continuaremos el recorrido por la historia del coleccionismo de arte chino en España hasta llegar a la época contemporánea.  Conoceremos, de este modo, a algunos de los personajes de la vida galante del siglo XIX que decidieron invertir parte de su patrimonio en la adquisición de piezas asiáticas con las que decorar sus salones y palacios, y además nos adentraremos en la labor de misioneros de órdenes religiosas que hicieron acopio de interesantes piezas de Asia Oriental que hoy forman parte de los fondos de nuestros museos.

 Colecciones y coleccionistas de arte chino en España en el siglo XIX y primeras décadas del XX

A partir del siglo XIX, el coleccionismo de arte extremo oriental experimentó una gran transformación. Como consecuencia de los profundos cambios producidos en Occidente a partir de esta centuria, época de la revolución industrial, los países europeos y EE. UU. optaron por una política imperialista y expansionista que dio lugar a una irrupción de sus ciudadanos en Asia Oriental (especialmente diplomáticos, militares, comerciantes y viajeros). A la par, se produjo una mayor liberalización de los mercados, el fin de las compañías privilegiadas y del proteccionismo económico, la aparición de nuevos medios de transporte tecnológicamente más avanzados (barcos de vapor) y la apertura de nuevas vías de comunicación (Canal de Suez -1869- y Canal de Panamá -1914-). Todo ello permitió que se intensificaran las relaciones comerciales con Asia lo que aumentó la llegada de sus productos y la apertura de puntos de venta en diversas ciudades occidentales.

Estas circunstancias, así como el impacto de las exposiciones universales e internacionales celebradas en las principales capitales del mundo, donde las civilizaciones asiáticas mostraron sus más bellas artes y artesanías,[1] y la difusión de la cultura extremo-oriental a través de la prensa y los libros que se publicaron en Europa y América, fomentaron durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, el desarrollo de un coleccionismo de arte de Asia Oriental.

Izda: Pabellón chino en el Campo de Marte, junto al renombrado pabellón argentino, Exposición Universal de París de 1889; dcha: cartel publicitario francés para promocionar el alistamiento en las tropas coloniales extremo orientales, dentro de la política expansionista.

Además, si en épocas anteriores solo los miembros de la monarquía y la nobleza españolas podían atesorar en nuestro país estas lujosas colecciones artísticas de Oriente, como símbolo de poder, lujo y prestigio, a partir del XIX otros sectores de la población se permitieron adquirirlas. Además de la aristocracia, la emergente burguesía adinerada, ávida de emular a las clases privilegiadas de antaño, vio en la posesión de obras de arte una de las mejores formas de reafirmar su nuevo papel en la sociedad. Para presumir y demostrar su riqueza, nada mejor que construir una vivienda lujosa y engalanar sus salones de acuerdo con los gustos más exquisitos del momento. El gusto por el orientalismo o el exotismo, característicos del romanticismo, invitaban al coleccionismo de piezas artísticas extremo-orientales, capaces de recrear lejanos, idílicos y lujosos ambientes que servían como vías de evasión existencial. No solo empresarios y comerciantes coleccionaron este tipo de piezas; a ellos se sumaron eruditos, escritores, diplomáticos, artistas y viajeros de variada condición.

No cabe duda de que en este contexto de creciente y renovada curiosidad por Asia Oriental destacó, sobre todo, la moda por todo lo japonés, que tuvo su efecto en la expansión de un intenso coleccionismo de piezas niponas y en el fenómeno del japonismo, que inundó todos los aspectos de las artes y la vida cotidiana de los occidentales durante la segunda mitad del siglo XIX y primera décadas del XX. No obstante, a pesar de que Japón tuvo su primacía en los gustos de la época, hubo una pervivencia del gusto por lo chino que también se manifestó en un importante desarrollo del coleccionismo del arte del Celeste Imperio. En la segunda mitad de siglo XIX y primeras décadas del XX se crearon en Occidente importantes colecciones privadas de objetos chinos que, en su mayoría, fueron a parar con el tiempo a museos o instituciones donde hoy todavía se conservan.

Izda: aguada china sobre papel de arroz, dedicada a la exportación y coleccionada en Occidente. Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid; dcha: salón chino de la Casa de América, Madrid.

El caso español tuvo sus singularidades. En principio, hemos de señalar que las colecciones españolas de arte chino forjadas a partir del siglo XIX tuvieron menor envergadura si las comparamos con las que se atesoraron en distintas naciones europeas y americanas que establecieron más directas e intensas relaciones con China y que nutrieron los museos de sus grandes capitales. Para algunos de los autores que han investigado este tema,[2] las dificultades políticas, sociales y económicas que atravesó España durante el siglo XIX, unido a la ausencia de intereses directos en la zona, a la pérdida de Filipinas, al limitado desarrollo de la burguesía y a la tradicional falta de interés coleccionista de las grandes fortunas del país, podrían explicar el fenómeno. Además, el coleccionismo de este tipo de piezas por parte de particulares españoles no suele ser específico, sino que siempre se inscribe en otro más general que abarca piezas de heterogénea naturaleza y variada procedencia.

No obstante, hubo un notable coleccionismo de objetos chinos que fue fomentado por distintas vías. Fue importante la celebración de exposiciones universales, en concreto en Barcelona (1888 y 1929) donde hubo presencia de pabellones chinos que fueron muy populares. Es probable que también la difusión ofrecida por la prensa de la época sobre la cultura china, sobre exposiciones de arte chino y sobre la moda en Europa por este tipo de obras que formaban parte de las bellas y exóticas decoraciones de residencias del momento, provocara un interés intelectual o un afán coleccionista e incluso un deseo de recrear en nuestro país estancias o decoraciones con piezas orientales en las casas de familias adineradas que podían permitírselo. Los viajes que daban posibilidad de comprar piezas chinas en los mercados extranjeros o la apertura de establecimientos del propio país permitieron que se pudieran atesorar estos objetos.

Prueba de ello es que en nuestro país encontramos este tipo de piezas (pinturas, porcelanas y cerámicas, piezas de marfil, parasoles, abanicos jades y piedras duras, esmaltes y bronces, monedas y otros objetos decorativos) en nuestros museos e instituciones, procedentes de legados privados que fueron creados en esta época por parte de empresarios, eruditos, artistas o diplomáticos que estuvieron en Asia.

Izda: tibor chino de estilo sang et lait, Museo Cerralbo, Madrid; centro: cassettone veneciano en Lacca Povera con motivos chinescos, final s. XVIII o comienzos s. XIX; dcha: insignia china tin-tsó, que se colocaba como remate de los bonetes para indicar el rango o posición social de su propietario, de la colección Argimiro Santos Munsuri, Museo Nacional de Antropología, Madrid.

Así, además de la colección de arte chino del Museo Cerralbo, objeto principal de nuestro estudio, cabe destacar las que se encuentran en varios museos. Es el caso del Museo de Antropología, fruto de los intereses del erudito y médico Pedro González Velasco (1815-1882);[3] del Museo Lázaro Galdiano (Madrid),[4] iniciativa del culto empresario José Lázaro Galdiano (1862-1947); del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, que guarda la colección de Asia Oriental del comerciante andaluz Joaquín Soria (s. XIX-XX), donada en 1923;[5] del Palacio Barones de Valdeolivos (Casa Ric) en Fonz (Huesca), donde se custodian la piezas chinas y niponas del diplomático y aristócrata Enrique de Otal y Ric (1844- 1895), segundo hijo de la IV baronesa de Valdeolivos;[6] de la Biblioteca-Museo Víctor Balaguer (Vilanova i la Geltrú), donde se encuentran las colecciones de Eduard Toda i Güell (1855-1941), cónsul de España en China entre 1876 y 1882, Juan Mencarini Pierroti (1860 –1939), Oficial de Administración de las Aduanas Imperiales china, y el diplomático Víctor Balaguer i Cirera (1824-1901); [7] de la Fundación Rodriguez Acosta de Granada, resultado del interés por las religiones orientales del artista andaluz José María Rodríguez Acosta (1878​-1941); [8] del Museo Nacional del Romanticismo (Madrid);[9] y del Museo de Bellas Artes de Bilbao[10] que custodia la colección Palacio de arte oriental (sobre todo de arte japonés, pero también chino), reunida entre 1925 y 1932 por José Palacio (Montevideo, 1875–Bilbao, 1952) e ingresó en la institución en 1953 y 1954.

Además se ha documentado, sobre todo en Cataluña, la existencia de distintos coleccionistas que atesoraron piezas del Celeste Imperio como Santiago Ángel Saura (1818 – 1882), Enric Batlló i Batlló (1848 – 1925), los artistas Apel·les Mestres (1854 – 1936), Francesc Soler i Rovirosa (1836 – 1900) y Eusebio Valldeperas (1827-1900), así como el empresario y político Damià Mateu (1864- 1935), que formó una espléndida colección de arte chino con el objetivo de instalarla en el Museo de Artes Decorativas en Pedralbes (Barcelona)que se abrió al público en 1935 con cuatrocientos sesenta y ocho objetos, repartidos por cinco salas del edificio, y que tras fallecer el coleccionista fueron devueltos a su familia.

También fue coleccionista de arte chino el reconocido periodista Alfonso Rodríguez de Santamaría (1879-1939), que estuvo en Japón y China. Su colección de arte oriental fue en gran medida heredada de su padre, Tiburcio Rodríguez y Muñoz (1829-1906), que fue nombrado oficial del Ministerio de Estado, y luego ministro en Japón, en China y en Siam. Sus estancias en estos lugares le permitieron hacerse con una colección de obras artísticas que fue acrecentada por su hijo Alfonso que se convirtió en uno de los más importantes coleccionistas de arte chino y japonés de nuestro país.

Asimismo, en España, aristócratas y burgueses adquirieron piezas chinas para decorar el interior de sus residencias privadas. Muebles lacados importados, papeles pintados y tapicerías de seda para las paredes, objetos como bronces, esmaltes, cerámicas y porcelanas expuestos en vitrina o sobre repisas y chimeneas, pinturas o pequeñas figuras orientales se introducían en la salas para dar un aire de exotismo.

En la España de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX entre las altas capas de la sociedad se extendió un gusto por lo chino, que convivió con el gusto japonista, fruto del seguimiento de la moda parisina y como continuación de la propia tradición chinesca del XVIII. En algunas de estas residencias estos objetos se concentraban en los llamados salones chinos o japoneses. Tal y como apunta la citada autora, dentro de esa moda se encuentran varios ejemplos de interés. Uno de ellos es el “Salón japonés” del Palacio de Santoña, situado en la madrileña calle de las Huertas. Este palacio fue adquirido por el marqués de Manzanedo y duque de Santoña, que lo reformó en 1874 y decoró por completo según la moda de la época. La sala en cuestión estaba decorada con plafones pintados de inspiración japonesa, pero en su decoración se integraban porcelanas chinas.

Otro ejemplo de salón chinesco es el perteneciente al madrileño Palacio de Linares que se construyó entre 1873 y 1884 como residencia de los marqueses de Linares. En la planta noble se encuentra el salón de baile con sus respectivas antesalas, entre las que se encuentra el “saloncito chino”, ornamentado con maderas y muebles lacados, los paneles de seda china bordados y otros objetos que fueron traídos directamente de China. El “Salón Chino” del Palacio de la Cotilla, en Guadalajara, hoy propiedad del ayuntamiento de la localidad, posee un amplio salón burgués decorado en el siglo XIX con pinturas chinas de la dinastía Qing sobre papel de arroz que recorren veinticuatro metros de pared, con numerosas escenas campestres. Sus propietarios, lo marqueses de Villamejor, vivieron en Francia durante años y comerciaron en la ciudad de Marsella a finales del siglo XIX, lugar al que llegaban grandes cargamentos de objetos orientales.

Salón chino del Palacio de Cotilla, Guadalajara.

En el Archivo Mas se conserva una fotografía de la “Sala Japonesa” de la casa Coll i Pujol de Badalona, datada a principios del siglo XX, una sala completamente decorada al gusto oriental, donde predominan las referencias a Japón pero conviven a la perfección con muebles y porcelanas de evidente origen chino. Otro ejemplo, ya en el siglo XX, es el “Gabinete Japonés” del Palacio del Marqués de Bermejillo. Este palacio fue levantado entre 1913 y 1916 en la madrileña calle del Cisne (hoy, calle Eduardo Dato). Por descripciones se sabe que estaba decorado con sillones de laca oriental y figuritas chinas o japonesas.

Los últimos años de la Belle Époque serían testigos del apogeo de las formas orientales en las artes decorativas, muy especialmente en pintura y vestuario, con los maestros impresionistas a la cabeza en la reinterpretación de todo lo japonés y chino desde una perspectiva occidental. Finalmente, el estallido de la Primera Guerra Mundial y las consecuencias socioeconómicas derivadas de la misma, modificaron profundamente los gustos imperantes en la decoración de los salones burgueses, que tendieron, poco a poco, hacia líneas más sencillas y menos recargadas.

En la próxima y última entrega, conoceremos el desarrollo y concepción del coleccionismo a partir de la Guerra Civil en nuestro país, y cómo la musealización de muchas de las piezas, fruto de donaciones en vida o herencias, ayudará a la puesta en valor del arte extremo oriental en España, reavivando y nutriendo el interés de numerosos particulares, estudiosos y aficionados cuya actividad ayudará a la actual sociedad española a volver su vista, una vez más, hacia el brumoso y lejano misterio de Oriente.

Para saber más:

ALMAZÁN, D., “En el ocaso del Celeste Imperio: arte chino en las revistas ilustradas españolas durante el reinado del emperador Guangxu (1875-1908)”, Artigrama, n.º 20, 2005, pp. 457-472. Idem, “Ecos del celeste imperio. Arte chino en España en tiempos de crisis (1908-1936)”, Artigrama,  n.º 22, 2007, pp. 791-810.

BUZAN, B. y LAWSON, G., “The global transformation: the nineteenth century and the making of modern international relations”, International studies quarterly, n.º 59, 2012.

CAMÓN AZNAR, J., Guía del Museo Lázaro Galdiano, Madrid, Fundación “Lázaro Galdiano”, 1988.

SAGASTE, D., “Oriente en Madrid: las colecciones asiáticas del Museo Nacional de Artes Decorativas y del Museo Nacional de Antropología. Estado de la Cuestión”.Artigrama,  n.º20, 2005. pp. 473-485.

VV. AA., Fascinados por Oriente [cat. exp.], Madrid, Museo Nacional de Artes Decorativas, 2009, pp. 82-93.

GINÉS, M., “Itinerario: China en España: Coleccionismo de arte chino”, Archivo China-España, 1800-1950, http://ace.uoc.edu/exhibits/show/china-en-espana/coleccionismo-de-arte-chino (consulta: 21/07/2018).

[1]Hyungju, Hur, Staging modern statehood: World exhibitions and the rhetoric of publishing in late Qing China, 1851-1910, Tesis doctoral de la Universidad de Illinois, 2012.

[2]Cervera, Isabel, “El estudio del arte de Asia oriental en España. Aproximaciones a un estado de la cuestión, Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África”, XIII Congreso Internacional ALADAA, 2011.

[3]Sagaste, Delia, “Oriente en Madrid: las colecciones asiáticas del Museo Nacional de Artes Decorativas y del Museo Nacional de Antropología. Estado de la Cuestión”.Artigrama,  n.º 20, 2005. pp. 473-485.Idem,Origen y evolución…, op. cit.

[4]Camón Aznar, Joaquín, Guía del Museo Lázaro Galdiano, Madrid, Fundación “Lázaro Galdiano”, 1988.

[5]Mudarra, Mercedes, (coord.), Museo de artes y costumbres populares de Sevilla, guía oficial, Sevilla, Junta de Andalucía, Consejería de cultura, 2003.

[6]Luque, Miguel (ed.), Imágenes del mundo: Enrique de Otal y Ric, diplomático y viajero, Zaragoza, Gobierno de Aragón. Departamento de Educación, Cultura y Deporte, DL 2009. También se puede consultar un interesante artículo sobre la figura de Otal y Ric en Plou Anadón, Carolina, Vida de Enrique de Otal y Ric, Ecos de Asia, 2014. Disponible aquí.

[7]Ginés, Mónica, El col·leccionisme entre Catalunya i la Xina (1876-1895), tesis doctoral dirigida por Mireia Freixa Serra, Departamentd’Història de l’Art, Universitat de Barcelona, 2013.

[8] Cervera, Isabel, Colección de arte asiático, Granada, Fundación Rodríguez-Acosta, 2002.

[9] Torres, Begoña, et al., Museo del Romanticismo: la colección guía breve, Madrid, Ministerio de Cultura, Subdirección General de Publicaciones, Información y Documentación, D.L. 2011.

[10]García Gutiérrez, Fernando (ed.), Arte Japonés y Japonismo, Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2014.

avatar Alberto Vela Rodrigo (12 Posts)

Alberto Vela es Licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Salamanca y Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. Se especializó en Estudios Asiáticos por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, lo que le llevó a vivir y trabajar en Pekín durante un año en entornos empresariales y de mercado. Su formación interdisciplinar le ha permitido desenvolverse en distintos ambientes y campos de estudio que abordan la historia material, social y cultural de Europa y Asia.


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