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El papel washi: un derivado vegetal Patrimonio Cultural de la Humanidad

Muy bello, el washi es el papel tradicional japonés. Para fabricarlo, cosa que se hace manualmente, se suelen utilizar como materias primas una serie de plantas nativas de Oriente. Principalmente, el kôzo o morera papelera (originario del Japón y muy cultivado, este árbol da fibras largas, de entre cinco y veinte mm., y fáciles de manipular), la mitsumata, que fue introducida en el país nipón desde China, y el ganpi.[1] Estas plantas proporcionan respectivamente el choshi, el mitsumatagami y el ganpishi, el cual siempre ha sido elaborado en pequeñas cantidades debido a que procede de un vegetal silvestre.

De izquierda a derecha: kôzo,[2] mitsumata[3] y ganpi.[4]

Aunque todos los tipos de washi tienen en común su color natural (de blanco a marfileño) y el ser finos pero duraderos[5] y muy resistentes a los ataques fisicoquímicos, cada uno de ellos posee sus propias características. Así, mientras que el choshi (el papel artesanal japonés por excelencia) llama la atención por su especial resistencia, el mitsumatagami se conoce por su suavidad y flexibilidad. En cuanto al ganpishi, este washi, que destaca por su gran calidad, es translúcido, satinado y muy resistente a los insectos.

Muestras de choshi (izquierda), mitsumatagami (centro) y ganpishi (derecha). Desgraciadamente, las digitalizaciones (de la autora) no hacen honor a la belleza de los papeles.

A la hora de elaborar las distintas variedades de washi, labor dura donde las haya, se sigue un proceso que es básicamente el mismo en todo Japón. Para empezar se recolectan, tras escogerlas con cuidado, ramas de las correspondientes plantas madre. Después, estas se descortezarán, y a continuación, se hervirán. La masa de fibras blancuzcas resultante de la operación anterior se lavará minuciosamente y se mezclará con agua fría y neri (sustancia aglutinante procedente de la raíz de una planta conocida como tororo-aoi[6]). Así se obtendrá una pasta de textura ligera y homogénea que se filtrará a través del sukisu, un panel-escurridor hecho con varitas de bambú que se encaja en el llamado sukigeta. Bastidor de madera cuyas dimensiones determinarán las de las hojas de papel. El sukigeta se moverá de tal forma que las fibras vegetales que atrape el sukisu se distribuyan homogéneamente por toda la superficie del mismo (cuanto más largas sean las fibras y mejor enredadas queden en el sukisu, mas fuerte será el washi). Gracias a la operación de captura-movimiento (nagashi-suki) que acabamos de describir, se obtendrán las hojas de papel que, cuando alcancen el grosor deseado, se retirarán del sukisu para ser prensadas y secadas junto con otras.

Proceso de elaboración del washi. Cuando las hojas de papel alcanzan el grosor deseado, se retiran del sukisu para prensarlas y secarlas junto con otras. Autor de la fotografía: Nakagita Yoshiaki. Fuente: Wikimedia Commons.

Al parecer, Japón empezó a fabricar papel a principios del siglo VII, siguiendo para ello un método importado de China. Con el tiempo (hacia los siglos VIII-IX), este procedimiento sería reemplazado por el ya mencionado nagashi-suki. Un método de elaboración de papel genuinamente japonés.

Al principio, el washi se utilizó para copiar textos budistas, escribir poesía y correspondencia y redactar documentos. También, para fabricar los primitivos libros japoneses, que tenían formato de rollo. Ahora bien, con el tiempo este papel empezó a ser usado, además de en escritura, en bellas artes (para pintar, grabar las famosas xilografías ukiyo-e y hacer origami o papiroflexia), en interiorismo (para fabricar puertas correderas, tabiques, biombos, etc.), para la elaboración de multitud de artículos de uso cotidiano (farolillos colgantes, linternas portátiles y lámparas, vasijas, billetes, cordones ornamentales, juguetes, abanicos y paipáis, sombrillas, paraguas, ropa, … ). Como resultado de esto, el washi acabó por convertirse en un elemento imprescindible para la vida diaria de los japoneses, y los talleres dedicados a su producción, que en un principio se concentraron en el centro de Japón, se extendieron por todo el país. Especialmente, durante los siglos XV y XVI, cuando los gobernantes nipones incentivaron su creación debido a los beneficios económicos que la fabricación del washi generaba.

El genuino papel de origami es el chiyogami. Un tipo de choshi que se estampa a mano mediante serigrafía (estarcido a través de una tela, en principio de seda) con motivos que muchas veces imitan los de los kimonos. Por eso resulta tan llamativo que, en ocasiones, se utiliza como papel de regalo. A la izquierda, cuatro muestras de chiyogami. A la derecha, bonito elefante elaborado con uno de ellos por Raquel Álvarez Arias, especialista en papiroflexia. Digitalizaciones y fotografía de la autora.

El período Edo (1603-1868) puede ser considerado la edad de oro del papel artesanal japonés. No así el Meiji (1868-1912), pues al comenzar esta etapa de la historia de Japón el washi[7] empezó a ser sustituido por el youshi, el papel hecho en occidente a partir de pulpa de madera. Un material que, aunque de peor calidad que el washi (debido a lo agresivo de las máquinas y productos químicos utilizados en su fabricación resulta poco resistente), era más barato y, además, encajaba mejor que este con el nuevo estilo de vida adoptado por los nipones.

Afortunadamente, y gracias a personas como Yanagi Sôetsu (1889-1961), el teórico del Mingei,[8] quien mostró un gran aprecio por el ganpishi que elaboraba el famoso maestro papelero Abe Eishiro (1902-1984), el washi no solo no desapareció sino que, además, su belleza llegó a ser tan apreciada en su país que en 1969 fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el gobierno nipón, siéndole concedidos apoyo y protección oficial. Algo que probablemente influyó en que la UNESCO (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization = Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) empezara a interesarse tanto por el papel japonés en sí mismo como por el conjunto de prácticas, costumbres y técnicas implicadas en su fabricación. Lo cual tuvo como consecuencia que en 2014 la organización incluyera tres tipos de choshi[9] en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo así la importancia de un arte tradicional ligado a la botánica.

En la actualidad, el washi ha encontrado nuevas aplicaciones. Ejemplos de ello son las cintas adhesivas decoradas. Un material, últimamente muy de moda, que se usa para hacer manualidades y artículos de papelería. Fotografías de la autora.

PARA SABER MÁS

Notas:

[1] Nombres científicos de las plantas: Broussonetia papyrifera (L.) Vent., Edgeworthia chrysantha Lindl. y Wikstroemia sikokiana Franch. & Sav, respectivamente.

[2] Sims, John., Curtis’s Botanical Magazine, nº 50. Londres, Sherwood, Jones & Co., 1823. Sin paginación. “Disponible aquí”.

[3] Hooker, Joseph Dalton., Curtis’s Botanical Magazine, nº 1252. Londres, L. Reeve & Co., 1891. Sin paginación. “Disponible aquí”.

[4] Autor: Hamachidori. Fuente: Wikimedia Commons.

[5] Tanto es así, que en el Shôsô-in (Casa del Tesoro) perteneciente al complejo del templo budista de Tôdai-ji (Nara, Japón) todavía se conservan registros familiares que fueron escritos sobre washi a principios del siglo VIII.

[6] Nombre científico: Abelmoschus manihot (L.) Medik.

[7] La palabra washi, que significa literalmente “papel japonés”, comenzó a usarse a principios del período Meiji para diferenciar este material del youshi.

[8] Movimiento artístico japonés que, desarrollado durante los años veinte y treinta del siglo XX, surgió como respuesta a la industrialización de la sociedad nipona.

[9] Estos papeles son el honminoshi (el mejor choshi), de la ciudad de Mino (prefectura de Gifu); el sekishûbanshi, del barrio de Misumi-cho (ciudad de Hamada, prefectura de Shimane); y el hosokawashi, de los municipios de Higashi-chichibu y Ogawa (prefectura de Saitama). Todos ellos tienen en común que se van blanqueando gradualmente cuando se exponen a la luz solar.

avatar Beatriz T. Álvarez (2 Posts)

Doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Madrid. Investigadora y divulgadora independiente especializada en etnobotánica, trabaja como auxiliar de biblioteca en la Universidad Politécnica de Madrid.


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