El fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) supuso la aceptación de la Declaración de Postdam que definía la rendición del imperio japonés y consecuentemente la ocupación del país por las tropas estadounidenses del General MacArthur. Con la nueva Constitución de 1947 el modelo familiar “ie“[1] que había predominado desde 1898, de tipo feudal y patriarcal, fue sustituido por el “sistema familiar ideal de posguerra” basado en una estructura familiar nuclear. Este modelo estuvo directamente interrelacionado con el crecimiento económico durante los años 1950-1960 y el surgimiento de una nueva clase media.
Con el auge del neoconfucianismo en Japón que tuvo lugar durante el periodo Edo (1603-1868), Kaibara Ekken mediante su obra Onna Dagaiku[2] fomentó unos patrones de comportamiento social que legitimaban el papel subalterno de la mujer. Su obra, basada en la moral confuciana, sirvió como manual de conducta femenina que promovía la sumisión y obediencia de las mujeres. [3]
Con la abolición del “ie” después de la Segunda Guerra Mundial, una occidentalización del patrón familiar se dio mediante la aplicación de políticas “democratizadoras” que delimitaban y definían ideológicamente cómo debía ser este nuevo modelo de familia. El modus vivendi que imperó estaba caracterizado por el auge del rol de la mujer enfocado a la labor doméstica y crianza de los hijos a la vez que el marido sustentaba la familia económicamente.
Se aplicaron diversas políticas con el objetivo de “liberar a las mujeres japonesas”: el derecho al voto y a una educación igualitaria, derechos civiles, limitación de la prostitución y el derecho a poder escoger tanto el apellido del padre como el de la madre después del matrimonio en vez de adoptar directamente el de la familia del hombre. No obstante, el gobierno también aplicó en el ámbito profesional políticas discriminatorias hacia las mujeres para que a nivel económico fuera más rentable para una familia, continuar manteniendo el status quo y la derivada segregación de género establecida. Por ejemplo, si los ingresos de la mujer eran inferiores a diez mil dólares al año, contaba con una reducción de impuestos y exención de pagos a la Seguridad Social juntamente con el subsidio que recibían los empleados de las empresas privadas si su mujer cumplía con estos requisitos.[4]
Como se puede observar, la opción más económica –y normativa– que promovían estas políticas era que la actividad de las mujeres se limitase a ser ama de casa o, en el caso de tener un empleo, obtener unos ingresos bajos ya que, si la remuneración superaba los diez mil dólares, todos los privilegios mencionados anteriormente se perdían, y consecuentemente el coste familiar aumentaba. No obstante, para la mayoría de trabajadoras casadas era muy difícil poder optar a un aumento de salario o un ascenso de rango dentro de la empresa debido a que el 70% de las mujeres trabajaban a tiempo parcial,[5] hecho que no permitía ninguno de estos derechos. De esta manera el gobierno obtenía beneficios mediante el ahorro en protección e infraestructura social mientras que las empresas se aprovechaban de la mano de obra barata de las mujeres casadas.
El papel de la maternidad
Esta división sexual del trabajo fortaleció la importancia de la maternidad dentro de la sociedad japonesa. La idea de que la madre sacrificase su carrera profesional por la familia se normativizó. Mutua Kazue afirma que a gran parte del colectivo social femenino, las políticas de género de la nueva Constitución no fueron en ningún caso percibidas como un sacrificio, sino más bien como una mejora social y en ningún caso discriminatorias.[6]
No obstante, para muchas feministas como Nosaka Ryô y especialmente para las generaciones más jóvenes, la nueva Constitución no marcó un inicio hacia el empoderamiento de las mujeres. Las nuevas reformas constataban que ni el modelo americano ni el británico representaban la igualdad de las mujeres; el modelo por antonomasia que cogerá como símbolo de emancipación femenina Nosaka Ryô será el modelo soviético, en el que las mujeres tenían independencia económica, factor clave para su desarrollo igualitario.[7]
Una de las grandes precursoras del movimiento feminista como Mary Wollstonecraft ya escribió en el año 1792 Vindicación de los Derechos de la Mujer, donde destacaba el papel de la educación como un pilar clave para acabar con la subordinación masculina y adquirir independencia económica. Siguiendo estos parámetros, uno de los principales factores que se han remarcado previamente que perpetuaban el status subalterno de la mujer dentro de la sociedad japonesa era el abandono escolar. Pero no solo la educación que recibían las mujeres estaba enfocada al papel maternal, sino que las políticas gubernamentales a las que las mujeres estaban sometidas también fomentaba su inclusión dentro del espacio doméstico, hasta el punto que tener o no estudios no significaba una apertura de oportunidades o de cambio de rol; una mujer con estudios tenía más posibilidades de acabar como ama de casa que aquellas que no tenían. Cuanto más alto era el nivel educativo de una mujer, más posibilidades había de que su futuro marido también lo tuviese, y de que este ganase lo suficiente para mantener a su familia, relegándole a ella el cuidado doméstico y la crianza de los hijos.[8]
Colectivos feministas se han visto más de una vez enfrentados con las alas más conservadoras del gobierno o del ámbito académico japonés donde abundaban amas de casa que defendían las leyes de la época que propiciaban su discriminación. Uno de los ejemplos más paradigmáticos de esto sucedió en el año 1999, cuando se promulgó la Ley Básica para la Igualdad de Género que fue duramente criticada y sometida a propagandas públicas por parte de la derecha política que difamaba el movimiento. De hecho, la representante femenina del parlamento Eriko Yamatani defendió la desaprobación de los cursos de género en las universidades por ser contrarios a los “valores familiares”.
El declive del modelo familiar de posguerra
El ideal de la familia de posguerra fue desapareciendo con el porvenir de la crisis económica del 1980, el índice de crecimiento económico se redujo a una media de un 4 % entre 1970 y 1980 hasta llegar casi al 0 % en 1990. En un contexto de las dos crisis del petróleo (1973 y 1979), Japón se vio muy afligido debido a su dependencia de un 99,7% hacia este.[9]
La marcada depresión económica en la que se vio sumergida el país provocó que las empresas recortasen los subsidios y beneficios adicionales hacia sus empleados, y que a la vez el gobierno realizase intentos de reconstruir el sistema de Seguridad Social junto con los privilegios de las amas de casa. Estas medidas derivaron en un pronunciado descenso de la natalidad y un envejecimiento poblacional, problema que aún afronta hoy en día Japón con una media de 1,5 hijos por familia. Uno de los factores a tener en cuenta es el incremento de la edad de matrimonio en estos últimos años (treinta años para los hombres y veintiocho para las mujeres).[10]
La división sexual del trabajo, que al inicio de la posguerra estaba tan adherida al comportamiento social y que permanecía casi incuestionable, se está poco a poco poniendo en el punto de mira y haciendo que cada vez más mujeres empiecen a cuestionarse los roles asignados. El hecho de que todo el peso de la maternidad recaiga sobre la mujer no solo ha topado con una sociedad cada vez más insumisa en la que poco a poco más mujeres rechazan abandonar su carrera profesional o sus estudios por quedarse en casa, sino que la precarización laboral que ha saqueado al país ha hecho que a nivel económico la crianza de los hijos sea cada vez más difícil de mantener.
Para finalizar, podríamos decir que el crecimiento económico de 1950 y 1969 creó un nuevo modelo familiar, y a la vez una conciencia de clase media que produjo una penetrante homogenización de los estándares a adoptar y el modelo de vivir [11] que el estallido de la crisis trastocó. Las condiciones laborales a las cuales las mujeres de la posguerra estuvieron sometidas se han extrapolado hoy día a gran parte de la población japonesa: trabajos inestables a tiempo parcial y con pocos ingresos que no permiten que el “modelo familiar ideal” impuesto tire adelante.
A pesar de que debido a la situación económica del país muchos hombres se han visto sometidos a trabajos precarios, dentro del bando de los “oprimidos” –los afectados por las reformas laborales y la crisis– las mujeres son las que más han sufrido las consecuencias, ya que por ejemplo, la mayor parte de los trabajos irregulares los continúan realizando mujeres. Esto deriva en que muchas jóvenes trabajadoras no dispongan de recursos económicos para abandonar el hogar y dificulte la creación de una familia.
La socióloga japonesa Eunmi Mun remarca cómo la brecha de desigualdad tanto a nivel de género como laboral se ha mantenido durante décadas pese a los cambios y supuestas mejoras legales, económicas y sociopolíticas. Y es que por ejemplo, la Ley de Igualdad de Oportunidades de Ocupación que entró en vigor el año 1985, y aun siendo sometida a revisión en 1997, no incluyó la igualdad en relación al trabajo realizado y la remuneración.[12]
Uno de los principales problemas que destaca Mutua Kazue es que las leyes de género no están enfocadas en promover la igualdad sino en generar un índice de natalidad mediante una perpetuación de los “valores familiares” domésticos que continúan viéndose como un rol intrínsecamente ligado a la figura de la mujer. Siguiendo a Kato Shizue, el gobierno necesita transformar el actual sistema social, que está controlado por una “clase dominante” –capitalistas, terratenientes y burócratas– y que no iniciarán ningún tipo de política hacia la igualdad de género. [13] Y es que en toda sociedad mayoritariamente dominada por hombres, si no se cuestiona el sistema y los motivos por los cuales son necesarias las leyes de igualdad de género, estas devienen políticas de maquillaje que no sirven para conseguir una igualdad real.
Para saber más:
Notas:
[1] Sistema de organización familiar que tuvo sus orígenes con la clase guerrera samurái. Representa un modelo de familia jerárquico y patriarcal fundamentado en principios confucianos de lealtad y obediencia.
[2] Traducción: La Gran Enseñanza de las Mujeres.
[3] Kitagawa, Sakiko “Filósofas”, en Bouso, R. (ed.) La filosofía japonesa en sus textos. Barcelona, Herder, 2017, pp.1127-1176.
[4] Mutua, Kazue. “Mujeres asiáticas: cambio social y modernidad”, CIDOB, nº 12, 2006, p. 21.
[5] Macnaughtan, Helen. “From ‘Post-War’ to ‘Post-Bubble’: Contemporary Issues for Japanese Working Women”, Perspectives on Word, Employment and Society in Japan, 2016 (01/05/2017). Disponible aquí.
[6] Mutua, Kazue. “Mujeres asiáticas: cambio social y modernidad”, op. cit., p. 33.
[7] Mire, Koikari. Pedagogy of Democracy. Feminism and the Cold War in the U.S Occupation. Philadelphia, Temple University Press, 2008, p. 51.
[8] Mutua, Kazue. “Mujeres asiáticas: cambio social y modernidad”, CIDOB, op. cit., p. 24.
[9] Keinichi, Ohno. “The Economic Devlopment of Japan. The Path Traveled by Japan as Developing Country: Economic Growth from Edo to Heisei”, Yuhikaku Publishing, 2005, (Último acceso: Noviembre, 2017). Disponible aquí.
[10] Mutua, Kazue. “Mujeres asiáticas: cambio social y modernidad”, op. cit., p. 28.
[11] Kelly, W. William. “Ratinalization and Nostalgia Cultural Dynamics of New Middle-Class Japan. American Ethnologist. Novembre de 1986, vol. 3 No. 4.p. 605
[12] Mun, Eunmi. “Why the equal employment opportunity law failed in Japan”, Working Progress. Sociology in economy, work and inequality, 2016 (Último acceso: Noviembre 2017). Disponible aquí.
[13] Mire, Koikari. Pedagogy of Democracy. Feminism and the Cold War in the U.S Occupation, op. cit., p. 63.