De entre la amplísima producción cinematográfica de la India solamente un pequeño porcentaje llega a Occidente pero entre aquellas películas que no pasan el corte se encuentran algunas gemas ocultas como la poco conocida Qissa: The Tale of a Lonely Ghost (2013).[1] Tras pasar por distintos festivales, como los de Toronto o Taiwán, esta coproducción indoeuropea se estrenó comercialmente el año pasado y ahora os la presentamos desde Ecos de Asia para analizar su peculiar tono, entre la fantasía y la denuncia social.
En el idioma urdu, qissa hace referencia a una leyenda o historia popular, muchas veces modificada por la tradición oral, y la película se nos muestra precisamente envuelta entre la neblina de lo legendario y lo fantástico. El título completo –“La historia de un fantasma solitario”- introduce asimismo un componente mágico-esotérico que resurge a lo largo del metraje en momentos muy puntuales. Sin embargo, dentro de esta primera capa fantasmagórica, como si de una matrioska rusa se tratara, encontramos otros muchos niveles, puesto que Qissa no es meramente una historia de fantasmas, sino el relato de una niña que es educada para vivir como un hombre por deseo explícito de su padre. Pero, además, la película esconde un subtexto lleno de crítica social, a través del cual podemos apreciar temas tan trascendentales como la importancia de los roles de género, el lugar del individuo en la sociedad o el poder del varón ejercido a través del patriarcado.
La acción del filme se desarrolla además en un tiempo y un espacio muy concretos, que permiten a su guionista y director, Anup Singh, explorar uno de los momentos históricos más turbulentos del siglo pasado, como es la descolonización. Los territorios dominados por el Imperio Británico eran conocidos como el Raj y, tras varias décadas de lucha independentista liderada por Gandhi, con el fin de la Segunda Guerra Mundial se consiguió que los británicos abandonaran estos territorios y se proclamó su independencia en 1947. Sin embargo, debido a la existencia de una minoría musulmana, se produjo la partición del Raj en dos territorios de acuerdo a la religión predominante: por un lado Pakistán Oriental (actual Bangladesh) y Occidental (que luego sería la República Islámica de Pakistán), y por otro la Unión India (más tarde República de la India).
Esta partición provocó conflictos sectarios entre hindúes, sijs y musulmanes, sobre todo en las zonas fronterizas de Bengala y Punjab, así como en los territorios de Cachemira (que hoy en día siguen siendo motivo de conflictos entre la India y Pakistán). De esta forma, el fin del colonialismo trajo consigo luchas étnicas que obligaron al desplazamiento de unos diez millones de personas que abandonaron su lugar de origen para afincarse en Pakistán, si eran musulmanes, o en la India, si se trataba de hindúes o sijs.
Los protagonistas de Qissa son sijs, es decir, que practican la religión conocida como sijismo. Esta doctrina, originada en la India en el siglo XVI, cree en la existencia de un único dios y se articula en torno a las enseñanzas de los Diez Gurús. Entre las costumbres religiosas de esta etnia que podemos ver en la película, está el hecho de que los varones no se cortan el pelo, sino que lo llevan largo y oculto bajo un turbante.
La cinta se inicia precisamente de noche, durante uno de los enfrentamientos que tuvieron lugar en el Punjab tras la partición de la India británica. Vemos entonces cómo toda la población sij debe huir de sus hogares, abandonando la mayoría de sus pertenencias, para escapar de los ataques musulmanes. En plena refriega, Mehar (Tisca Chopra) da a luz a su tercera hija y cuando se la presenta a su marido, Umber Singh (interpretado por el internacionalmente conocido Irrfan Khan), éste se niega siquiera a mirarla alegando que “ya ha visto muchas niñas”.
Tras una elipsis de cuatro años, encontramos a la familia que se ha recuperado económicamente de su forzado exilio, habitando ahora en el territorio hindú del Punjab. Cuando Mehar alumbre a su cuarto bebé, el padre de la criatura lo tomará en brazos en el mismo momento de su nacimiento y comenzará a celebrar que sea un varón, sin siquiera mostrarle a su esposa el verdadero sexo del bebé. Comienza así la carrera anti-natura de un padre que desea tan desesperadamente la llegada de un heredero que será capaz de engañar a su propia familia y a todo el pueblo. La fijación de Umber Singh con un hijo varón, no es sino una metáfora que simboliza la pérdida de la patria perdida, por lo que el protagonista intentará por todos los medios luchar contra dos imposibles: desafiar a la biología y reescribir la historia.
El pequeño Kanwar (Tillotama Shome) será, pues, criado por su padre como un auténtico varón y, a través de esa educación, podemos ver lo que significa la masculinidad en la sociedad sij. Umber Singh contratará a un luchador para que ponga en forma al niño, le regalará una escopeta para ir a cazar osos, le enseñará a conducir un camión… pero sobretodo le enseñará la preeminencia del varón sobre la mujer.
Un ejemplo claro de esto último es el suceso en el precipicio. Cuando, durante una discusión con sus hermanas, el muchacho cae y se rompe una pierna, el padre castigará a sus hijas con una dura paliza. Cuando la madre por fin consiga irrumpir en la estancia y proteger a las muchachas, su marido la amenazará entre gritos: “Si le pasa algo a mi hijo, las cortaré en pedazos”. La violencia, la supeditación de la mujer a su padre o esposo, quedan así remarcados en una escena que resulta dura para el espectador.
Cuando la pubertad haga su entrada en la vida de Kanwar, el choque entre géneros se hará aún más fuerte. Así, deberá cubrir su torso con un paño para evitar que se desarrollen sus pechos, y el shock de la primera menstruación será doblemente traumático para una niña que se considera varón. Cuando Kanwar muestre a su padre las sábanas manchadas de sangre, éste entre lágrimas le abrazará diciéndole: “Ahora eres un hombre de verdad”. Lo que tradicionalmente es empleado como hito biológico y cultural, simbolizando el paso de niña a mujer, es aquí retorcido por los intereses paternos con un sentido igualmente importante.
Tras este trascendente evento, Kanwar vivirá el auténtico rito de paso del sijismo, es decir, el “rito del turbante”, por el cual los niños pasan a portar un turbante y a ser considerados, a todos los efectos, como hombres de verdad.
La conexión de ambos eventos hacen que el espectador reflexione sobre la importancia del género y la sexualidad en la sociedad, sobre cómo las vidas de los individuos son marcadas por ritos que cambian según su género y cómo este hecho determina de forma esencial la función del individuo en la colectividad, así como su aspecto o su personalidad. Kanwar, como niño, es educado en la fortaleza, debe luchar, conducir y cazar, mientras que llorar y mostrar debilidad le están totalmente vetados. Por su parte, sus hermanas tienen otras obligaciones, centradas en la sumisión y en el cuidado personal, encauzadas al fin último de la mujer, que no es otro que encontrar marido y procrear.
Cuando Kanwar alcance la edad adulta su padre le concertará un matrimonio con Neeli (Rasika Dugal) y la realidad de una imposible noche de bodas chocará con la obsesiva idea de linaje de Umber Singh. Sin desvelar demasiado de la trama, diremos que Neeli y Kanwar conectarán a un nivel íntimo, haciendo que el protagonista deba enfrentarse a su verdadera sexualidad, que no coincide con el género en el que ha sido criado y educado. Asistimos así al dilema de un joven transgénero lleno de incertidumbres que se cuestiona su propio ser: “Ya no sé quién soy. Qué soy” –dice.
De haberlo dejado ahí, hubiésemos tenido un precioso aunque duro drama sobre una mujer que ha sido obligada a esconder su sexualidad y que, sometida al patriarcado, se redescubre a sí misma gracias al amor de otra mujer. Sin embargo, el extraño giro final -de tono fantástico- otorga a la película una estructura circular, a la vez que le resta parte de su potencial dramático y crítico. ¿Cómo afronta Kanwar su personalidad transgénero? ¿Puede la naturaleza sobreponerse a la educación? ¿Acaso la sociedad del Punjab en los años cincuenta estaba preparada para un amor lésbico y/o transexual? ¿Hay espacio para la emancipación femenina en un mundo mayoritariamente misógino? Todas estas incógnitas quedan en el limbo irresoluto debido a un desenlace tan surrealista como angustioso, en el que prima la historia de obsesión de Umber Singh sobre la de discriminación de Kanwar y Neeli.
A pesar de todo, el filme nos muestra un mundo de contrastes, de entes en continuo enfrentamiento: los musulmanes y los sijs, los hombres y las mujeres, los seres humanos y los fantasmas sobrenaturales. Del choque de opuestos resurgen dos personajes que arrojan un halo de esperanza sobre la desgarradora realidad, como son Mehar y Neeli, la madre y la esposa de Kanwar. En un mundo dominado por los hombres, las mujeres son duramente oprimidas pero, asimismo, son también las únicas que demuestran la valentía y el coraje suficiente para revelarse a sus circunstancias y afrontar las consecuencias. Mehar, protegiendo a sus hijas de la paliza de su padre, y Neeli, que jura proteger a Kanwar ante la ira de todo el pueblo, son tan solo una muestra de cómo las mujeres son capaces de hacer frente, no solo a los vaivenes de la historia, sino también a la opresión del patriarcado.
Para saber más:
Notas:
[1] Qissa: The Tale of a Lonely Ghost (2013). País: India. Director: Anup Singh. Guión: Anup Singh, Madhuja Mukherjee. Música: Béatrice Thiriet. Fotografía: Sebastian Edschmid. Reparto: Irrfan Khan, Tillotama Shome, Rasika Dugal, Tisca Chopra, Faezeh Jalali, Sonia Bindra. Productora: Coproducción India-Francia-Alemania-Holanda; National Film Development Corporation of India / Heimatfilm / Augustus Film / Ciné-Sud Promotion. Idioma: Panyabí.