Muy pocas películas coreanas consiguen llegar a las salas de cine españolas, y, cuando lo hacen, a menudo aparecen firmadas por alguno de los directores estrella del país, que no dejan de cosechar éxitos en los festivales de cine. Por esto, el estreno de A taxi driver. Los héroes de Gwangju, aunque llegue tarde y de forma discreta, es especialmente digno de mención.
Si uno hace caso a los materiales promocionales, o incluso a algunos de los tráileres, podría esperarse una comedia ligera y costumbrista, a la manera de muchas de las producciones ambientadas en el mundo del taxi que han ido surgiendo en los últimos años, pero nada más lejos de la realidad. La película es un drama mayúsculo, y el tono de comedia, no poco efectivo durante los momentos iniciales, desaparece en cuanto sus protagonistas abandonan Seúl para dirigirse hacia la ciudad de Gwangju, en el sur del país, para asistir –y tomar parte- en uno de los conflictos más serios de la Historia reciente de Corea del Sur: la masacre de Gwangju, que dejó centenares de muertos por parte del ejército nacional.[1]
El 18 de mayo de 1980 y los días que le siguieron, un grupo cada vez más numeroso de estudiantes de la sureña ciudad de Gwangju comenzaron a manifestarse en contra de las medidas represivas –como la Ley Marcial o el cierre de universidades- de la dictadura de Chun Doo-hwan, protagonizando un populoso alzamiento que fue duramente represaliado por las autoridades gubernamentales, al tiempo que se silenciaba, censuraba y tergiversaba lo ocurrido en la ciudad, prohibiendo la asistencia de la prensa –so pena de muerte- y cerrando la urbe al tránsito de mercancías y personas, haciendo pasar las protestas y su represión como provenientes de un grupo de “comunistas antipatriotas”. A la manifestación inicial de unos 100.000 asistentes fueron sumándose cada vez más y más vecinos de la ciudad, en solidaridad con las víctimas de las cargas militares, que dejaron centenares de muertos y muchos más heridos. Clave para el reconocimiento de la brutalidad del gobierno militar coreano fue la figura del periodista alemán de la NDR-ADR Jurgen Hintzpeter, quien consiguió adentrarse en la ciudad y filmar muchas escenas, que, convertidas en prácticamente los únicos testimonios gráficos de la masacre, dieron la vuelta al mundo. Sin duda, la labor del periodista contribuyó al reconocimiento popular e institucional de las víctimas de los acontecimientos, hoy conocidos como Movimiento Democrático de Gwangju. En su labor, Hinzpeter estuvo asistido por un heroico taxista de Seúl, del que lo poco que conocía era su nombre –Kim Sa-bok- y dirección, que resultaron ser falsos; según el testimonio del mismo Hintzpeter, hasta su muerte, a principios de 2016, estuvo intentando localizar a esta persona que cambió su vida, y que tanto hizo por la lucha por la democracia en Corea del Sur. Durante mucho tiempo se buscó y especuló sobre la identidad de este misterioso taxista, proponiendo esta película únicamente una versión de las muchas posibles.[2]
Este es, precisamente, el escenario histórico (“basado en hechos reales”) que nos plantea la película, que peca de cierto maniqueísmo y planteamiento lineal, con toda una serie de licencias que consiguen armonizar el relato. Así pues, nos toparemos con un taxista de Seúl viudo (magistralmente interpretado por Song Kang-ho), a cargo de una hija, y con graves problemas económicos, que decidirá jugarse la vida saltándose las restricciones gubernamentales que aislaban la ciudad del resto del país, para llevar a un ciudadano alemán (Jurgen Hinzpeter, que en un principio no le revela ser un periodista decidido a cubrir la represión gubernamental, interpretado más que correctamente por Thomas Kretschmann) hasta la ciudad de Gwangju a cambio de una importante suma de dinero. Cuando consigan entrar en la ciudad se toparán con un panorama desolador del que nada se estaba diciendo en los medios, con cargas militares sucediéndose y atacando –muchas veces, a matar- a los cada vez más numerosos manifestantes, y con unas calles desiertas o plagadas de heridos.
A su pesar, nuestro protagonista se verá obligado a quedarse en la ciudad, y poco a poco se irá convenciendo y concienciando de las injusticias allí cometidas, ayudando a Hintzpeter (y muchos otros “sublevados”) a obtener las imágenes que harán que la masacre pueda ser conocida (y reconocida) en el resto del mundo, poniendo su vida en riesgo mortal en numerosas ocasiones. Sin ánimo de relatar cada uno de los heroicos actos que llevarían a cabo muchos de los trabajadores de la ciudad (en especial, los taxistas, a los que esta película está dedicada), podemos adelantar al potencial espectador que va a encontrarse con escenas trepidantes, plagadas de sangre y violencia.
A pesar de contar con unas actuaciones destacables –entre las que destacan los veteranos Song y Krestchmann-, la película flaquea en múltiples aspectos, como lo excesivo de su metraje (aunque sabe mantener bastante bien la tensión, hay escenas fácilmente omisibles), el mencionado planteamiento lineal, los poco trabajados cambios de carácter de los personajes principales y, sobre todo, la “romantificación” de unos hechos que, desde luego, cuentan con muchos más claroscuros, como el armamiento estudiantil. Por supuesto, resulta útil para aproximarse a la magnitud del conflicto –bastante desconocido en España-, y, es ciertamente efectiva como sentido homenaje para sus mártires y héroes, pero no deja de ser un –muy buen- entretenimiento, que en Corea del Sur ha gozado de un gran tirón comercial. Veremos lo que sucede en el resto del mundo, en el que los acontecimientos del 18 de mayo son apenas conocidos.
Notas:
[1] Las cifras oficiales hablan de apenas unas 168 bajas, mientras que la oposición –apoyándose también en los testimonios gráficos de la prensa- habla de hasta 2000 fallecidos.
[2] Al parecer, la película no retrata de forma completamente verídica algunos momentos (especialmente, los más recientes en el tiempo, aunque algunos detalles se conocieron únicamente tras la producción de la película). Recientemente, se identificó al hijo del famoso taxista, quien reveló que su padre, Kim Sa-Bok, no era en realidad un taxista, sino un conductor habituado a trabajar con reporteros extranjeros, que ejercía también como guía. Según su hijo, él sabía lo que estaba ocurriendo en Gwangju en el momento del viaje. Por otra parte, Kim Sa-Bok falleció como consecuencia de un cáncer no demasiado tiempo después de la masacre, en 1984, haciendo todas aquellas escenas finales de la película, dedicadas a las sentidas búsquedas de Hintzpeter durante sus homenajes, particularmente imposibles. Para más información, véase Bae Seung-hoon. “Taxi driver’s identity is confirmed”, Korea JoonGang Daily, 7 de septiembre de 2007, disponible en línea aquí.