El método para el aprendizaje musical a través de la “educación del talento”, fruto del pedagogo japonés Shinichi Suzuki,[1] se mantiene vigente hoy, 80 años después de su alumbramiento, y en plena expansión, traspasando frontera tras frontera y llegando a todos los lugares del planeta. Después de su paulatina implantación en el Japón de 1945, el mundo occidental lo recibió en la década siguiente, sucumbiendo ante una evidencia que sobrepasaba cualquier expectativa sobre el aprendizaje del violín: si el comienzo canónico de su estudio se situaba a los ocho o nueve años, Suzuki abrió una puerta a acometer su inicio desde los tres o cuatro años. Las enseñanzas y descubrimientos del sensei japonés emigraron con rapidez a muchos lugares, que cayeron rendidos ante la evidencia de un método dador de resultados rápidos, eficaces y entusiastas. Estados Unidos y, por ende, Europa, quedaron estupefactos ante los logros del maestro nipón.
Importante es detenerse en la personalidad de nuestro protagonista, conformada gracias a una amalgama a base de sus vivencias familiares (con epicentro en la figura paterna) y de un incansable afán de búsqueda del conocimiento y la perfección. Clarificadora es su autobiografía,[2] en la que vemos el influjo que ejerció su progenitor, Masakichi Suzuki quien, nacido en 1859, al final del periodo Tokugawa, fue heredero de la tradición familiar de fabricar shamisen japoneses (instrumentos de tres cuerdas de la familia de los banjos). Inquieto y emprendedor, contagiado seguramente por el espíritu aperturista del inicio de la era Meiji,[3] comenzó el estudio del inglés en Edo (actual Tokio) a la par que el de instrumentos musicales occidentales (cuando esta música era considerada como algo casi exótico). Convencido de que ambos, shamisen y violín, tenían ancestros comunes (el “rabanostron”), principió la fabricación de estos interesantes instrumentos occidentales gracias a que un profesor de la “Escuela de Maestros” de Nagoya le dejó uno que observó durante toda una noche en la que logró dibujarlo, con planeamiento detallado de sus piezas principales. Poco después, y tras varios intentos fallidos, construyó su primer violín. Según relata el propio Suzuki[4] “…desde las primeras veces que en Japón se hubiera oído tocar de las manos de un misionero católico cuatrocientos años atrás la viola (delante del príncipe Nobunaga Oda en Otsu, en la extremidad meridional del Lago Biwa), y tras la opresión de los cristianos a manos de Tokugawa, ya no se escuchó más el sonido del violín hasta la época del emperador Meiji”. Fue en 1888 cuando el padre de nuestro protagonista fabricó ese primer instrumento, montando una fábrica en la que se podían hacer cuatrocientos violines por día, dando trabajo a mil cien personas (frente a las doscientas que la más grande empresa alemana del sector tenía en plantilla en Markneukirchen en esas fechas).
Aunque el estudio de Suzuki no fue precoz (comenzó a los diecisiete años), el hecho de una infancia rodeada de instrumentos musicales fue decisivo. Él mismo nos describe cómo deseaba reproducir los sonidos del violín, oídos en aquellos primeros fonógrafos y gramófonos, y las largas horas que pasaba en la fábrica de su padre (escuchando a los trabajadores historias de héroes como Iwami Jutaro y Kimura Shigenari) cuando todavía iba a la escuela primaria (en plena guerra ruso-japonesa, 1904-1905). Allí aprendió a fabricar violines y a verlos evolucionar, considerándolos, según la edad, desde un juguete a un elemento indispensable lleno de ignotas emociones a desvelar.
Su formación posterior en la Escuela de Comercio y la lectura de Tolstoi le abrieron sus miras a nuevos horizontes, aunque la verdadera puerta al estudio se ofreció a través de otra persona fundamental en su vida, el marqués de Tokugawa. Su primer encuentro se produjo en 1919, cuando éste le invitó a embarcarse junto con otros veintinueve expedicionarios en una aventura de un mes a Chishima para realizar una investigación biológica. Después de este crucero, el marqués visitaría la casa de los Suzuki instando al padre a que Shinichi perfeccionara sus estudios de violín bajo su patrocinio. En 1915, con veintiún años, amplió sus conocimientos recibiendo clases privadas en Tokio con Ko Ando. Allí dormía en una habitación de la mansión del marqués situada en Fujimi-cho, Azabu. La señora Ando le daba una clase semanal y le sugirió que se preparase para el examen de entrada para la Academia de la Música de Ueno. Pero el salto lo dio finalmente a Europa (aunque su padre, que le entregó los 150 000 yenes que posibilitaron el viaje, creía que estaba dando la vuelta al mundo con el marqués) y en 1920 marchó a Berlín durante ocho años, donde fue nombrado discípulo de Karl Klinger. En esta ciudad multiplicó sus vivencias musicales y culturales, conociendo entre otros al que sería su amigo y protector, el científico Albert Einstein, que era un virtuoso del violín.[5] En una cena en su casa vio por vez primera a la que se convertiría en su mujer, Waltraub Suzuki. Un nuevo mundo estaba listo para ser transmitido de vuelta al país de origen, y en su recuerdo se llevaría numerosos momentos especiales, como los compartidos junto al español Pau Casals.[6]
Regresó a Japón en 1932 como maestro de violín a la “Escuela Imperial de Música”, comenzando con su carrera como pedagogo. Fundó el cuarteto Suzuki con tres de sus hermanos, siendo su intención inicial transmitir a sus estudiantes del Conservatorio de Tokio lo asimilado en Europa, pero pronto se dio cuenta de la dificultad de modificar hábitos adquiridos, por lo que finalmente decidió empezar desde la base. Ante la petición de un amigo de que enseñara violín a su hijo de cuatro años, le surgió la idea genial, base de su didáctica: si los niños de todo el mundo, sea cual sea la dificultad de su lengua materna, llegan a hablarla tarde o temprano, ¿por qué no enseñarles música por el mismo procedimiento?
En 1943 tuvo que abandonar todo y dedicarse a la extracción de madera, ya que la fábrica de violines de su padre, a consecuencia de la miseria y la guerra, fue transformada en una fábrica de flotadores de hidroaviones que se hundía por la falta de esta materia prima. Fue sin su mujer a Kiso-Fukushima para acometer esta empresa.
Tras finalizar la guerra, en 1945, fundó en Matsumoto el “Instituto de Investigación”, entidad destinada a descubrir jóvenes talentos en los diversos campos de la cultura donde podía desarrollar sus métodos pedagógicos, logrando inculcar el entusiasmo por el estudio de la música en numerosos niños, además de ocuparse de la formación de profesores en todo Japón.
El método se introdujo en los Estados Unidos gracias al empeño de M. Mochizuchi, Cónsul General de Japón en Nueva York. En 1958 éste llevó a la Universidad de Oberlin (Ohio), con la autorización del profesor Cook, una película de siete minutos (con el Concierto para dos violines de Bach) que mostraba a los pequeños estudiantes de Suzuki tocando en un recital anual de Tokio. Los primeros en reaccionar fueron el profesor Kendall, del Muskingum College, en Ohio, y Clifford Cook (Oberlin College). En 1959 Kendall acudió a Japón y se quedó un mes en Matsumoto aprendiendo directamente con Shinichi, publicando al regreso a su país el Método Suzuki de violín y dando conferencias por América difundiendo estas enseñanzas. El 16 de abril de 1961 el Bunkyo Hall de Tokio recibió la visita de Pau Casals, aclamado por todos los que allí acudieron: cuatrocientos alumnos de Suzuki le dieron una bienvenida llena de sentimiento y talento, y ambos maestros lloraron emocionados. El interés, siempre in crescendo, se intensificó en 1964, cuando Suzuki llevó a un grupo de diez estudiantes (de entre cinco y trece años) de gira por los EE.UU. durante dos semanas dando veintiséis conciertos y conferencias, tocando, entre otras, para la American String Teachers Association. El método comenzó a prosperar en Norteamérica, iniciándose un flujo de intercambio de visitas de profesores americanos a Japón, giras de concierto de grupos japoneses a EE.UU. y el desarrollo de centenares de programas Suzuki por todo el país. En 1965 se retransmitió un video por Eurovisión: su primer alumno, Koji Toyoda, lo vio desde Berlín conmocionado y el mundo no daba crédito a sus ojos al ver la actuación de ochocientos niños tocando con acierto y destreza el violín…
Este procedimiento de enseñanza, concebido por su creador como un sistema general de aprendizaje para su aplicación en las escuelas estatales de Japón, se ha extendido desde entonces por todos los continentes en su aplicación musical. España no es ajena a esta expansión y cuenta hoy con un buen número de enseñantes y cerca de mil estudiantes de violín, violonchelo y piano, que siguen las enseñanzas de Shinichi Suzuki. En todo el mundo hay más de ocho mil profesores formados en el método japonés que lo aplican a decenas de miles de alumnos. Los profesores confían en él y una cuidadosa infraestructura regula las actividades y certifica los lugares donde éste se imparte. Podemos afirmar sin temor que el método Suzuki está extendido como una red que llega a cualquier escuela, instituto o conservatorio de cualquier punto del orbe.
De suma importancia son los diez tomos publicados de materiales musicales para el método de violín Suzuki. Estos diez tomos son iguales en la edición japonesa y estadounidense y todas las partituras son de procedencia europea, sin ninguna inclusión de música oriental.[7] Fue a partir de los años setenta cuando se instaló en Europa la enseñanza del método Suzuki, desarrollándose la Asociación Europea Suzuki, que agrupa en la actualidad más de veinte países. Suzuki desplegó numerosos trabajos hasta 1990, siendo nombrado doctor honoris causa por numerosas universidades del mundo.
El método Suzuki inicia al niño en la enseñanza musical a los tres años de edad, empezando con instrumentos en miniatura, no utiliza en un primer estadio la notación musical y fomenta la participación de los padres. El valor de su método reside en la creencia de que el talento no es innato y de que, poco a poco, éste se puede ir modelando. La frase que inspiró el trabajo de Suzuki fue: “todos los niños japoneses hablan japonés: ¿no demuestran tener un talento prodigioso?… Los niños de Osaka hablan un dialecto difícil. Nosotros somos capaces de imitar el dialecto Tohoku, pero los niños de Tohoku lo hablan. El secreto es adquirir el talento a través de la interpretación”.
Finalizaremos este increíble encuentro con el método y filosofía[8] de Suzuki rememorando uno de sus férreos entrenamientos orientales a los que gustoso se sometía y que, a buen seguro, iluminarían nuestro monótono panorama espiritual europeo. Suzuki se levantaba cada mañana (con tiempo suficiente para no descuidar su trabajo), afilaba la sumi [9] y escribía la misma e idéntica frase día tras día con el objetivo aparente de mejorar su grafía. Las sencillas palabras que repetía, “el tono tiene un alma sin forma”, las llegó a plasmar en mil quinientas shikishi.[10] Al finalizar este acto se decía con orgullo: “No puedo expresar cuanta satisfacción me brinda esta tarea y lo maravillosa que es la repetición”. Y esa repetición es la piedra angular de todo su sistema, verdadero camino iniciático hacia la perfección artística a través de la disciplina. Vemos, una vez más, que Oriente y Occidente no caminaban tan separados: ¿cuántas veces hemos oído decir a quienes nos aleccionan en nuestra etapa de formación que la base del talento, el secreto del genio, es el estudio, el trabajo y el esfuerzo?
Notas:
[1] Nagoya (Japón) 11 de octubre de 1898, Matsumoto (Japón) 26 de enero de 1998.
[2] La fuente más importante de su biografía y método nos llega a través del libro autobiográfico Vivre c´est aimer, Bélgica, Nieuwmolen, 1975. Versión francesa de Etienne Schoonhoven. Su esposa, Waltraud, tradujo del japonés al inglés sus obras.
[3] Shinichi Suzuki nace en la Época Meiji. Durante este periodo el país comenzó su modernización, erigiéndose como potencia mundial. Se impulsa copiar el modelo de los occidentales y, por tanto, Japón arde en deseos de abrirse al exterior. Poco a poco se moderniza. Japón necesita un “nuevo arte” para un “nuevo país”.
[4] Opus cit. pág. 76
[5] Opus cit, pág. 97: “Einstein nunca iba a ninguna parte sin su violín. Sus especialidades, como la chacona de Bach, eran magníficas, sus ligeros, fluidos movimientos de dedos, la bella delicadeza de su sonido… En comparación con su forma de tocar, la mía me parecía una lucha constante, aunque siempre intentaba recordar que debía tocar sin esfuerzo y con soltura”.
[6] Opus cit. pág. 105: “Pablo Casals nos conmueve profundamente con sus interpretaciones, y también llora de emoción en las actuaciones de los niños, que tantas lágrimas provocan”.
[7] Sorprende que todo el material con el que trabaja Suzuki está basado en partituras de repertorio clásico occidental, sin incursión alguna en las escalas pentáfonas o exóticas propias de la cultura japonesa, probablemente por ese afán de convivir con el lenguaje musical de una cultura tan lejana, oculta tras tantos siglos de confinamiento. También hay que tener en cuenta que el método está basado en principios capitales de la idiosincrasia japonesa, tales como el valor de la familia o el de la búsqueda de la perfección (de ahí la idea de la repetición como fin en sí mismo) en cualquiera de las artes, incluso en lo artesanal, cotidiano o irrelevante para los ojos del hombre occidental.
[8] En efecto, el método supone todo un sistema filosófico y de valores. Suzuki llegó a afirmar: “La enseñanza de música no es mi propósito principal. Deseo formar a buenos ciudadanos, seres humanos nobles. Si un niño oye buena música desde el día de su nacimiento y aprende a tocarla él mismo, desarrolla su sensibilidad, disciplina y paciencia. Adquiere un corazón hermoso”.
[9] Pluma de tinta china
[10] Cartulinas cuadradas u oblongas envueltas en seda y utilizadas para escribir poemas japoneses en waka.