El Sudeste Asiático es una de las regiones más olvidadas por parte de Occidente, eclipsada por países como China, Japón o Corea. Prueba de ello son los tenues lazos que nos unen con los diferentes países que conforman dicha región, prácticamente desconocida, que muchos únicamente consideran un exótico destino vacacional (con un cierto repunte como destinos preferidos en viajes de bodas en estos últimos años).
Sin embargo, más allá de estos exiguos contactos, pocas, muy pocas son las manifestaciones culturales que nos llegan procedentes de esos países, y suelen caracterizarse por su excepcionalidad. Hace unos meses, pudimos reseñar el cómic singapurense El arte de Charlie Chan Hock Chye, que aunque hacía referencia a otro ámbito cultural dentro del Sudeste Asiático, nos servía para comentar el desconocimiento general que se tiene de la zona.
El mejor camino para el conocimiento de otra cultura es su lengua. Así, girando nuestros ojos hacia Asia, nuevamente podemos destacar que los países anteriormente citados, China, Corea y Japón, acaparan prácticamente toda la formación lingüística que puede obtenerse en nuestro país, seguidos del hindi y el urdu, que tienen algo de arraigo en determinadas zonas gracias a las comunidades de inmigrantes cuya presencia estimula el intercambio.
Sin embargo, estamos mudos para hablar con el resto de países del ámbito asiático, con lo cual, si no podemos establecer relación directa, es todavía más complicado poder acceder al conocimiento de su cultura que nos permita una mayor comprensión y consolide las relaciones entre ambos.
Para hacer frente a esta notable carencia, Sara Arilla se embarcó en la labor de traducir Tailandés para principiantes, un método que permite la enseñanza de la lengua tailandesa para su aprendizaje tanto de manera autodidacta como empleando la obra a modo de manual en el contexto de una clase. La creación de un material de este tipo supone un paso en el acercamiento, ya que su existencia y disponibilidad facilita (al menos, en potencia) la creación de cursos y la formación personal autodidacta.
Pero centrémonos en el libro. Se trata de un manual centrado en el contenido, con un formato compacto y un diseño muy sobrio. La ausencia de ilustraciones focaliza al lector en las diez lecciones que se ofrecen, en las que se compagina vocabulario y gramática. Cada una de estas lecciones se muestra muy ambiciosa, con abundante contenido. En las primeras se consolidan aspectos básicos como la caligrafía, los tipos de vocales y consonantes, partículas de uso básico… para, conforme avanza la formación, añadir conjugaciones verbales, expresiones de comunicación elemental y temas de vocabulario. Además, se complementa con dos apéndices, uno dedicado a la caligrafía y otro con las respuestas de los tests y ejercicios propuestos.
Tal vez una de las cosas que más eche para atrás a la hora de enfrentarse a este manual de manera autodidacta sea la advertencia, ya desde la primera página, de que el tailandés es un idioma tonal, por lo que es fundamental para la comunicación escrita saber expresar los distintos tonos correctamente. Sin embargo, ante los recursos que proliferan por internet, esta dificultad puede ser subsanada con relativa facilidad, aunque ciertamente es una ventaja poder dar uso a este libro con un profesor nativo que haga de guía. En cualquier caso, merece la pena destacar que este punto débil como es la expresión oral intenta ser compensado, en la medida de lo posible, con una gran cantidad de ejemplos y ejercicios para consolidar el aprendizaje escrito.
Escrito originalmente por la tailandesa Benjawan Poomsan Becker, Tailandés para principiantes supone una interesantísima herramienta para aproximarse a la lengua del país de las sonrisas. No ofrece una formación exhaustiva, pero tampoco lo pretende: únicamente quiere tender puentes y facilitar la comunicación. La edición es muy sencilla y, ante todo, práctica. En definitiva, Tailandés para principiantes es una más que solvente puerta de entrada a la lengua y cultura tailandesas.