La fotografía japonesa de la segunda mitad del siglo XX ha dado algunos de los creadores más interesantes en este ámbito. La historia reciente japonesa condicionó enormemente la formación de las nuevas generaciones que surgían tras la Segunda Guerra Mundial y la posterior ocupación norteamericana.
Takuma Nakahira (1938-2015) es una de estas figuras, que destacó durante los años sesenta y setenta por el carácter vanguardista de su obra, muy próxima a la corriente underground. Su producción fotográfica, mayoritariamente en blanco y negro, juega con los contrastes entre las luces y sombras del entorno urbano y los encuadres para construir escenas casi de fantasía o centrándose en elementos o detalles concretos que aproximan las imágenes a la abstracción.
Corría el año 1963 cuando Nakahira se graduó en la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio, donde cursó un grado de español. Poco después comenzó su carrera profesional, trabajando como editor en la revista de arte Gendai no me, publicando bajo el pseudónimo de Akira Yuzuki. A mediados de los sesenta, abandonó la publicación para centrarse en su vocación de fotógrafo, entablando amistad con figuras como Shômei Tômatsu, Shûji Terayama o Daidô Moriyama. 1968 fue un año clave para el fotógrafo, ya que junto a otros compañeros fundó la revista Provoke, que contó con tres números: noviembre de 1968, marzo de 1969 y agosto de 1969.
Sin embargo, fue a comienzos de los setenta cuando Takuma Nakahira llevó a cabo sus publicaciones más interesantes, obras en solitario que le consolidarían como un fotógrafo de referencia en determinados círculos, aunque quizás algo alejado del gran público. En 1970 vio la luz Kitarubeki kotoba no tame ni, Por el lenguaje que viene, considerado como una obra maestra del reduccionismo fotográfico. En 1973 publicó Naze, shokubutsu zukan ka, ¿Por qué un diccionario botánico ilustrado?, que suponía un cambio radical en su trabajo. Nakahira pasaba de un estilo basado en los principios del are, bure, boke (tosco, borroso y fuera de foco) a una fotografía desprovista de sentimentalismo, fría y con aspiraciones de objetividad, al menos visualmente.
Si bien los setenta fueron una etapa dulce en la producción del fotógrafo, en el año 1977 Nakahira se vio obligado a afrontar un duro revés: una enfermedad provocada por el alcohol a punto estuvo de costarle la vida, y le dejó serias secuelas (amnesia y afasia) de las que pudo recuperarse tras una larga convalecencia.
Así pues, la década de los ochenta supuso en cierto modo un nuevo comienzo. En 1983 publicó Aratanaru gyôshi, Una nueva mirada, un nuevo libro de fotografía que recopilaba las imágenes que había creado durante su convalecencia. Se trataba de una colección de escenas cotidianas, aparentemente anodinas, pero ciertamente desconcertantes. Nakahira volcaba todas sus reflexiones y los cambios en su filosofía producidos a raíz de su enfermedad, pero no renunciaba por completo a su “yo” anterior, sino que más bien afloraba una perspectiva mucho más perturbadora.
Aunque siguió en activo, su trascendencia decayó progresivamente durante las décadas de los ochenta y noventa, si bien en 1990 recibió un reconocimiento por parte de la Sociedad de Fotografía de Japón, un prestigioso premio que compartió con Seiichi Furuya y Nobuyoshi Araki en el segundo año de su entrega.[1]
La ilusión documental
La editorial Ca l’Isidret Edicions, especializada en libros de fotografía, se ha lanzado a publicar algunos de los escritos de Takuma Nakahira bajo el título de La ilusión documental, por el interés que despiertan sus pensamientos como fotógrafo. Aunque se trate de una figura relativamente desconocida, especialmente en el ámbito occidental, sus reflexiones sobre la imagen ofrecen una perspectiva interesante no solamente sobre su propia trayectoria, sino también sobre el arte fotográfico que ha experimentado un devenir tan agitado durante el siglo XX. El afán por dar a conocer la filosofía de Nakahira se refuerza ante la edición de la editorial, asentada en Barcelona, de realizar dos ediciones, una en catalán y otra en castellano, para alcanzar a un público mayor y difundir la obra también en un ambiente hispanoparlante, no solo catalán.
La ilusión documental posee un prólogo, escrito por Dani S. Álvarez, que ofrece unas pinceladas sobre la trayectoria del artista, de una manera crítica y reflexiva, no solamente cronológica. Breve y preciso, este prólogo permite comprender mucho mejor los textos de Nakahira que se suceden a continuación: ¿La fotografía ha conseguido provocar el lenguaje?, ¿Por qué un diccionario botánico ilustrado?, La ilusión documental: del documento al monumento, La fotografía, actualidad de un solo día, ¿Por qué jazz ahora? Prefacio a una teoría del espacio, Eugène Atget: la mirada sobre la ciudad o la mirada desde la ciudad, El horizonte que agota la mirada, Ataque preventivo: mirar y leer e Interludio.
Los títulos de estos escritos ya dejan ver el profundo contenido reflexivo y un gran conocimiento de la fotografía a nivel técnico, histórico y filosófico. Sus páginas son una incitación constante a pensar sobre la imagen, sobre sus capacidades comunicativas y el poder que ostenta el fotógrafo a la hora de condicionar cada instantánea.
La ilusión documental es una obra perfecta para introducirse en el universo creativo de Takuma Nakahira en su momento de mayor esplendor, durante la década de los setenta, y conocer mejor la perspectiva que condicionaba al fotógrafo en sus trabajos más celebrados. Del mismo modo, supone un excepcional punto de partida para comprender más en profundidad no solamente la fotografía del artista, sino también una época culturalmente convulsa.
La edición llevada a cabo por Ca L’Isidret Edicions es sencilla y llamativa, centrada en lo esencial. El hecho de que se hayan decidido a publicar los textos de Takuma Nakahira en lugar de reproducir alguno de sus álbumes o hacer un nuevo compendio de fotografías del artista incide en el interés filosófico de sus reflexiones, que ayudan a entender no solo su obra, sino toda una época.
Notas:
[1] El premio de la Sociedad de Fotografía se instauró en 1989, otorgado a Hiroshi Ôshima, Kiyoshi Suzuki y Michio Nakagawa. Se trata de un galardón anual que normalmente ha reconocido a varios fotógrafos en cada edición, aunque ha habido cuatro años con un único homenajeado: Yutaka Senoo en 1994, el editor Kazuhiko Motomura en 1997, el ya citado Seiichi Furuya en 2007 y Shûji Mizobe en 2010. Es importante destacar que es un premio que se concede a determinados fotógrafos por sus obras o trabajos que destaquen por el motivo que sea, pero también se reconoce a entidades, asociaciones e individuos que hayan contribuido a la evolución y desarrollo de la fotografía, también desde otros ámbitos.