Por mucho que prometa su título (This is not what I expected, “esto no es lo que esperaba”), la que ha sido una de las películas más exitosas del año en China, es exactamente todo lo que uno le puede presuponer a la película una vez que se visiona el tráiler o los materiales promocionales: una comedia romántica moderna, basada en el viejo argumento de que los polos opuestos se atraen, rodada con una impecable fotografía de gran regusto pop. El problema es que esto es prácticamente todo lo bueno que se puede decir de esta película, plagada de caras y decorados bonitos (a menudo, con gran acompañamiento musical), pero que presenta unos personajes planos, una historia exagerada y muchas veces contada, y un desarrollo y diálogos que en ocasiones rozan lo bochornoso.
La película nos presenta la historia, primero de odio y luego de codependencia que deriva en amor de Shengnan (Dongyu Zhou) y Jin (Takeshi Kaneshiro), respectivamente, una patosa pero talentosa chef que trabaja en el restaurante occidental de un hotel de alta gama de Shanghái y un maniático director ejecutivo que aparece para decidir si comprar o no el hotel es una buena inversión para su empresa. Aunque desde un primer momento parecía que la película iba a mostrar un interesante modelo femenino, bastante diferente de los arquetipos chinos (una mujer joven y sin pena por estar soltera, que no cumple los cánones estéticos más comerciales y que, a pesar de ser brillante en su trabajo, es todo antes que la perfecta ama de casa), esto se desvanece ya en los primeros minutos de metraje, en cuanto el co-protagonista masculino aparece en escena y, a pesar del odio que aparentemente le profesa, Shengnam se desviva por complacerlo. A través de toda una serie de situaciones que sobrepasan lo ridículo y coquetean sin vergüenza con el acoso (laboral y personal), se va generando entre los dos una tensión que pasa del odio a la dependencia (solo en las últimas escenas se llega a intuir el amor), supuestamente condicionada por la admiración mutua que los personajes sienten por la capacidad del otro de percibir la complejidad y profundidad de la gastronomía.
“No es otra estúpida comedia romántica gastronómica” quizás hubiera sido un título más apropiado. No obstante, el tono de la película oscila peligrosamente entre el slapstick (especialmente, en las primeras escenas) y el melodrama forzado, interrumpido por deliciosas secuencias de preparaciones de platos que rozarían lo que viene siendo denominado como food porn. Por supuesto, los chistes y metáforas de tono gastronómico van sazonando todo el metraje, que, por otra parte, se hace excesivamente largo. A pesar de las capacidades actorales de los protagonistas (resulta interesante ver a Kaneshiro como galán maniático), parece que falte química entre ellos, y los secundarios no aportan más que alguna que otra línea de relleno, careciendo por completo de trama. El interés de la gastronomía china o el toque de comedia costumbrista, otros de los elementos que podrían haber sido explotados sin mucha dificultad, tampoco están presentes.
Fuera de China, donde su aire “occidentalizante” sí que puede constituir un buen reclamo, la película difícilmente encontrará su público: demasiado “poco china” para que pueda atraer por exótica, y demasiado comercial y manida para que pueda calar entre un público más hípster. Da la impresión que la originalidad creativa y narrativa que se adivinaba en algunas escenas (la coreografía en el hotel, la intoxicación por pez globo, la forma perfecta de preparar fideos instantáneos) ha sido moderada y cercenada para adecuarse a un tono más comercial. No obstante, se aprecian buenas intenciones en el trabajo del debutante director Derek Hui, a cuyos futuros metrajes seguiremos atentos.
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