Hemos visto ya como el Zengakuren nacía, se desarrollaba y llegaba a su punto culminante. A lo largo de veinticinco años desde la posguerra, los estudiantes revolucionarios habían llevado sus reivindicaciones desde la universidad hasta las calles de la capital, intentaron entrelazarse con los movimientos obreros y acabaron por convertirse casi en ejércitos armados con cascos y palos. El Zengakuren había llegado a un momento de casi colapso a finales de los sesenta, su presencia en los medios era constante y habían conseguido moldear todo el pensamiento radical de la época, pero estaban en un punto de no retorno y se ahogaban en luchas internas cada vez más peligrosas para la integridad física de sus participantes. Ahora que hemos visto su ascenso, analizaremos cómo sucede y especularemos acerca de los porqués de su caída.
Todo empieza en 1968, año clave en el que las universidades de medio mundo se alzaron contra el mundo capitalista con soflamas y gestos poéticos más que objetivos concretos. En el mundo de los símbolos, Japón ha sido siempre un espécimen con un potencial y una profundidad única, por lo que en este Mayo Revolucionario no iba a ser menos. Era el momento en el que nacía también la contracultura, el cine experimental de la mano de Koji Wakamatsu, Shuji Terayama, Kinji Fukasaku o Seijun Suzuki; el rock psicodélico eclosionaba gracias a grupos como Happy End, Taj Mahal Travellers, Les Rallizes Dénudés o Flower Travellin’ Band; e incluso el manga comenzaba a triunfar masivamente. La cultura pop buscaba por primera vez su lugar entre la vanguardia y existió una importante retroalimentación entre esta nueva cultura popular salida del underground y el movimiento político estudiantil. Desde las “guerrillas folk” que los hippies mantenían en Shinjuku[1] hasta las proclamas terroristas del Rengo Sekigun[2] firmadas como “Nosotros también somos Ashita no Joe![3]”.
La lucha política de los estudiantes no era más que otro de los intentos que tenían los jóvenes de construir una nueva identidad que rompiera con la tradición japonesa clásica a la que cada vez se veían más ajenos. Un modo de construir una identidad de grupo que dotara de sentido a la vida, a un futuro extraño en un país que huía de su pasado. Como decía el militante Makoto Sawanobori en uno de los voceros del Zengakuren:
“La vida está vacía y el futuro es desesperanzador. Llevamos cascos, cargamos con palos y enfrentamos a la muerte. Al menos, en ese momento, uno puede sentirse vivo”[4]
Pero el escenario definitivo, a modo de cerrar un círculo, volverá a ser la universidad, donde todo había comenzado. Los cambios y la masificación que planeaba sobre ella consiguieron que todas las sectas, facciones e independientes se reunieran de nuevo bajo un nuevo paraguas, una renovada federación con el nombre de Zenkyoto, y, aunque su alcance fue enorme, sus resultados acabaron por enquistar para siempre a los movimientos políticos en el país. Algo estaba cambiando en Japón.
Además, si hace unas décadas muchos profesores se unían a las protestas aunque fuera de forma testimonial, ahora el poder y la virulencia de las sectas como Chukaku y Kakumaru hará que eviten posicionarse de su lado, acusándose mutuamente y generando mayor crispación. Tampoco es que el Zengakyoto representara a todo el alumnado. Según el profesor Eiji Oguma, un 20% del estudiantado estaba afiliado a sectas políticas. No es una mala cifra, es cierto, pero si nos vamos a los motivos que les llevaban a militar vemos que estos resultan un poco particulares. De entre ellos, casi la mitad proclamaban participar de la lucha política por motivos personales y de búsqueda del propio yo, mientras que apenas un cuarto del total hablaba de derrocar el sistema universitario o político. La lucha era un camino viciado en sí mismo, mientras que gran parte de la sociedad japonesa seguía apostando por el conservadurismo político, (el PLD repetirá mayoría absoluta tras otra) y el crecimiento económico dentro del capitalismo. Sólo el nuevo proletariado urbano, joven y precario, se unirá a las sangrientas batallas que se alentarán desde la Universidad. El conflicto del Zengakuren en estos años y su deriva radical y violenta puede perfectamente verse en clave generacional y de identidades.
Las protestas más importantes tendrán que ver de nuevo con las reformas educativas y el autogobierno de las facultades. Justo como comenzó todo, pero con los estudiantes llevando sus formas y su ideología hasta sus últimas consecuencias. Cada formación se enrocará en sus postulados y tratará de captar adeptos a su filosofía y perseguir cualquier tipo de disidencia interna (kairyoshugi). Copiando técnicas de la Revolución Cultural china, a menudo se convocarán a profesores y personalidades rivales para que se enfrenten a masas enfervorecidas de alumnos en debates que poco tenían de intercambio de ideas y mucho de linchamiento popular.
Los dos años universitarios que van de 1968 en adelante prácticamente no existieron. Se boicotearon los exámenes de acceso y se ocuparon los campus con el apoyo de no pocos trabajadores de allí. Hubo gente que llegó a hablar de soviets en algunas universidades de la capital. La constante privatización de los estudios superiores hizo que el nuevo Zenkyoto basara su estrategia en la creación de una universidad libre, paralela a la oficial, mientras ésta última era paralizada por la fuerza. Se crearon consejos autoorganizados de todo tipo, clases alternativas y discusiones mientras se alentaba a tomar las calles en nombre de la revolución mundial (sekai kakkumei).
El culmen se produjo en el Hall Yasuda, en la universidad de Tokio, en enero de 1969. Durante los meses anteriores los estudiantes habían barricado el campus, expulsado de cátedras a profesores, paralizado las clases y, prácticamente, tomado el control del funcionamiento de la Todai.[5] El autor William Andrews define aquello “más como un manicomio que como una revolución[6]” refiriéndose a la clausura de la ceremonia de inauguración de aquel año. Los activistas habían entrado en la sala de congresos lanzando petardos, huevos y hasta gallinas vivas.
Muy a regañadientes, se había permitido la entrada de ocho mil policías en las instalaciones universitarias, y una bruta contienda se desató con ello. Los antidisturbios iban tomando edificio por edificio como si la guerra por una ciudad se tratase. El último bastión defensivo, tras cuarenta horas de asedio, se convirtió en la torre del reloj, que acabó incendiada con un puñado universitarios y trabajadores simpatizantes pertrechados en lo alto de la construcción, rodeados de helicópteros, mientras lanzaban piedras, cristales, cócteles molotov, mobiliario y todo lo que tuvieran a mano. Seis de los siete canales televisivos que existían por aquel entonces interrumpieron toda programación para cubrir semejante teatro. Los daños en cuanto a mobiliario y documentos se cifran en cientos de millones de yenes, se calcula que hubo casi mil heridos entre policía y estudiantes, algunos de ellos muy graves, como un estudiante que perdió la vista. El gobierno, harto de semejante oposición y revuelta popular, reacciona aprobando una ley especial para autorizar la entrada de la policía sin permiso de los rectores en casos de manifestación. Resulta imposible cifrar cuantos arrestos se produjeron en las acciones llevadas a cabo por el Zengakuren ese año, pero muchos cronistas apuntan que más de doce mil.
Pero la cosa se iba a ir aún más de las manos. Atrapados por sus propias contradicciones y progresivamente más y más temidos y odiados por el japonés medio, los miembros del Zengakuren se enzarzaron en luchas fratricidas, las llamadas uchi-geba, acusándose unos a otros de sus fracasos y penurias. El Chukaku jamás perdonaría al Kakumaru que abandonaran voluntariamente la torre del Hall Yasuda, y su rivalidad se convirtió en odio visceral durante los primeros años de los setenta. Tanto, que llegaron a producirse asesinatos entre miembros de una y otra facción. Otros herederos de facciones de años anteriores formaron el Sekigun-Ha, o ejército rojo, un grupo de inspiración terrorista que a la postre protagonizaría episodios tan truculentos como ridículos, en su épico intento de mantener la llama de la revolución viva. Japón, un país que en veinte años había pasado de estar completamente destruido y gobernado por una élite racista y colonialista, sufría ahora una dicotomía entre el crecimiento económico aparentemente sin freno, una estabilidad aparentemente democrática, y la falta de un relato común a todas las generaciones, lo cual había provocado una brecha que la teoría política no supo llenar sin caer en la solución violenta extrema, y que, sin embargo, el culto al trabajo y la cultura pop parecía sustituir ahora.
¿Es posible que la radicalidad del Zengakuren les hiciera fracasar y allí donde fracasaron su puesto fue adoptado por cosplayers, hikikomoris, salarymen y tribus urbanas, muchas de las cuales, irónicamente, se reúnen en el parque de Yoyogi, donde solía hacerlo el Zengakuren? ¿Qué el consumismo al final fuera la respuesta a esa falta de proyecto de futuro que tanto angustiaba a los jóvenes de los sesenta? Como en otras sociedades industriales que vivieron sus revoluciones estudiantiles y sus grupos armados en los sesenta y setenta, la violencia explícita ofrecida por unos y la mejora de la calidad de vida que trajo la sociedad del bienestar en los sesenta y setenta acabó por apagar la llama del conflicto político e intergeneracional. Pero el olvido público en el que cayó el Zengakuren no ha evitado que su alargada sombra permanezca. Funcionando aún a día de hoy, con mucha menos presencia y apoyo, sigue siendo uno de los blancos preferidos de la represión policial, especialmente con las campañas que de protesta que se lanzaron a raíz de los cambios en el gobierno de Shinzo Abe los últimos años.
Para saber más:
Notas:
[1]Protestas pacíficas llevadas a cabo con música, inspiradas en las sentadas y happenings de hippies y beatniks de las ciudades norteamericanas.
[2]Grupo terrorista de lejana ascendencia con el Bund, que fuera líder del Zengakuren una década atrás.
[3]Manga de altísima popularidad en la época, firmado por Ikki Kajiwara y Tetsuya Chiba, que seguía las andanzas de un chico problemático de clase baja en su ascenso en el mundo del boxeo.
[4]Citando a Sawanobori Makoto en “Barikedo to wa nani ka”, Joukyou, Marzo 1969
[5]Apócope de Tokio Daigaku, nombre popular con el que se conoce a la Universidad de Tokio
[6]ANDREWS, W., “Send in the clowns”: https://throwoutyourbooks.wordpress.com/2013/01/30/japan-radicalism-absurdity-zenkyoto-politics/