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Las tribulaciones de un chino en China: Descubriendo al Verne más poliédrico. – Revista Ecos de AsiaRevista Ecos de Asia
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Las tribulaciones de un chino en China: Descubriendo al Verne más poliédrico.

Retrato fotográfico de Verne en 1878, un año antes de publicar Las Tribulaciones de un Chino en China.

Retrato fotográfico de Verne en 1878, un año antes de publicar Las Tribulaciones de un Chino en China.

Hablar de Julio Verne (1828-1905) es hablar de uno de los pilares más sólidos en lo que a introducción a la lectura se refiere. Generaciones de niños y jóvenes comenzaron a dejar volar su imaginación junto a este inmortal de la literatura de aventuras. Sin embargo a Verne, como a Dumas, Salgari o Twain, no se le relee con menor emoción en la edad adulta. Pero la mirada del lector maduro es ya más crítica, menos ingenua. En la búsqueda de las emociones del ayer se infiltran notas discordantes, cosas que nos chirrían. Algo de todo esto verán en nuestro artículo de hoy.

Julio Verne fue un avanzado para su época. O al menos lo fue –como H.G. Wells–si atendemos a su vis profética. Son bien famosas las inserciones de inventos y cachivaches de nuevo cuño en sus novelas, hallazgos tecnológicos que en buena medida acabarían convertidos en realidad.

Verne también fue un hombre de múltiples intereses. Su inagotable curiosidad le llevaba a documentarse de modo exhaustivo para la redacción de sus obras en las más diversas materias. Esto le hizo capaz de describir con solidez las situaciones y entornos más variopintos,logrando resultados bastante verosímiles, más aún teniendo en cuenta la relativa escasez de fuentes con la que contaba en comparación con un escritor de nuestros días.

Sin embargo, al mismo tiempo, Verne permanecía anclado y bien anclado a algunos de los rasgos más controvertidos que conllevaba el hecho de ser un hombre del siglo XIX, que rebosaba la seguridad de provenir de una potencia colonial y cultural de primer orden (occidental, bien sûr) como era Francia.

Más concretamente, nos interesa referirnos a los ya consabidos prejuicios y mesianismo típicos del europeo de la época colonial. Este bagaje problemático normalmente devenía en una moral en teoría bienpensante, pero para nuestros ojos, más que discutible. Pocos contemporáneos de Verne podían evitar desprenderse de dichos prejuicios, y la superioridad de la civilización europea y la raza blanca eran un credo que condicionaba la visión de incluso quienes, como nuestro escritor, parecían mostrar un interés más franco por otras culturas del mundo.

Así, por ejemplo, ‘Oriente’ podía resultar interesante, misterioso y cautivador, pero no se dudaba en tacharlo de bárbaro en cuanto conviniese, ni en subrayar la superioridad moral del Occidente destinado a civilizar y a reclamar el planeta entero. En buena medida, las divergencias en este punto entre la sociedad acomodada occidental del XIX eran sólo de talante: los había más déspotas y radicales, los había más moderados y paternalistas. En beneficio de Verne, puede decirse (creemos)  que él habría pertenecido al segundo grupo. Un segundo grupo a quien podemos llegar hasta a disculpar, pero cuya postura final también peca de ambigüedad, cuando no parece rozar directamente lo cínico.

Portada original de Las Tribulaciones…(1879), editada por la casa Hetzel.

Portada original de Las Tribulaciones…(1879), editada por la casa Hetzel.

Las Tribulaciones de Un Chino en China (1879) constituye una buena lectura para conocer a este Verne de dos caras, que, como el dios Jano, miraba al pasado de la dominación europea por la gracia de Dios mientras avistaba el horizonte de un futuro más cómodo, más digno y más cohesionado por obra de las comunicaciones y los ingenios de la ciencia.

Y todo ello con la inmensa China como telón de fondo, aunque hasta el inmenso país parece acabar quedándose pequeño a los personajes: así de incansables son los viajeros de Verne.

Las Tribulaciones… adopta un esquema narrativo en buena parte similar a La Vuelta al Mundo en Ochenta Días, novela cinco años anterior y que, como nuestros lectores seguramente recuerden, forzaba a Phileas Fogg y compañía a un periplo que tendría en Hong Kong y Shanghái dos de sus escalas más señaladas. También en la menos conocida Claudio Bombargnac describe Verne un viaje que tiene por destino final el por entonces Celeste Imperio. Pero es Las Tribulaciones… la obra que, por desarrollarse única y exclusivamente en el país asiático, hemos preferido escoger para comentar brevemente en esta ocasión para hablar del Verne orientalista.

El protagonista de la historia, Kin-Fo, es una suerte de homónimo chino del gentleman que Phileas Fogg encarna: flemático, individualista y metódico, de exquisitos modales y refinado paladar, profundamente racional y abiertamente progresista. Todo un producto de la apuesta del XIX por el progreso y la globalización, que no dudaba en ofertar sus parabienes a las clases más acomodadas (y occidentalizadas) de los territorios coloniales. Nuestro atribulado chino es muy chino, se nos dice, pero nos da la impresión más bien de que de chino tiene el envoltorio. En el fondo, a Verne le hace falta un héroe de corte profundamente convencional de cara a sus lectores: Kin-Fo podría perfectamente haber nacido en cualquier ‘familia bien’ de París, Londres o Nueva York.

La soledad del gentleman: Phileas Fogg y Kin Fo, en sendas ilustraciones de Léon Bennett a las novelas originales de Verne.

La soledad del gentleman: Phileas Fogg y Kin Fo, en sendas ilustraciones de Léon Bennett a las novelas originales de Verne.

En el fondo, el problema que sirve de excusa para detonar la narración no deja de ser también algo frívolo y trivial: Kin-Fo, joven de inmensa fortuna, está profundamente hastiado de la vida. Su inseparable mentor, el filósofo Wang, tiene las cosas claras: la falta de emociones y de privaciones impiden al señorito chino, como si de un heredero del imperio Hilton se tratase, apreciar el verdadero valor de las cosas. Sólo cuando se han pasado penurias se puede apreciar lo que es el poder dormir más que tranquilo.

Hemos de ser justos: Verne hace sus esfuerzos por insertar numerosos retazos de autenticidad china en su relato. Estos son ya bien notorios desde el primer capítulo, en el que el apático héroe de la historia convoca a sus amigos más cercanos a un lujoso convite de despedida previo a sus esponsales. Igual de fastuoso es el despliegue de conocimientos en materia china por parte de Verne en este punto: enumera el sinfín de platos que componen el menú, desgrana cada detalle de la decoración, nos describe uno a uno a los invitados (que encarnan diversos tipos presentes en la sociedad china más pudiente)… Y, por supuesto, en este relato pintoresco no pueden faltar las alusiones a las enjoyadas y estilizadas bellezas asiáticas que sirven a los huéspedes, ni los guiños al humor aquí y allá, siendo las diferencias culturales fuente de comicidad a lo largo de toda la novela.

Es en este último aspecto donde Verne parece jugar al despiste: ¿su mirada es la del turista ignorante que encuentra ridículo lo distinto por mero hecho de serlo, o el escritor se limita a sacar partido de sus lectores, a quienes conoce bien?

Quién sabe. Lo cierto es que Verne se reserva numerosos momentos para hacer reír al lector, a costa de la descripción escandalizada de algunos aspectos de la realidad china… o americana: un nuevo parecido con La Vuelta al Mundo en Ochenta Días es la inserción de un plazo que condiciona el viaje. Éste se decide a partir de una insólita póliza de seguros contratada por Kin-Fo en las oficinas chinas de la Centenaria, sólida compañía de Chicago. El pomposo presidente de la aseguradora, así como los dos agentes casi siameses que se cuida de enviar para proteger al millonario chino hasta el vencimiento del seguro, son un buen ejercicio de caricatura por parte de Verne, en la que la fijación norteamericana por el dinero y los resultados rápidos quedan bien plasmadas.

La dulce Le-u, prometida de Kin-Fo, aguardará pacientemente su regreso. Ilustración de Léon Benett (1879).

La dulce Le-u, prometida de Kin-Fo, aguardará pacientemente su regreso. Ilustración de Léon Benett (1879).

También es un tipo cómico novelesco bien conocido el del criado perezoso e ineficiente contrapuesto a un amo de moral intachable, quien a menudo no tiene otra opción que recurrir a la violencia verbal o incluso física para disciplinarle. Así, el Sancho Panza de nuestra historia será el infortunado Sun, obligado a seguir a su señor a lo largo y ancho de la China bajo la permanente amenaza de perder una nueva sección de su apreciadísima coleta.

Aquí, de nuevo, Verne no puede evitar pertenecer a su época, poniéndose siempre de lado del a veces tiránico Kin-Fo: el criado no tiene derecho a rechistar ni siquiera cuando lleva la razón, y se le trata con nulo respeto.En el Verne más decimonónico hay poca empatía hacia quien no forma parte de los elegidos: como mucho, hay paternalismo o compasión.

En otro orden de cosas, Las Tribulaciones de un Chino en China ofrece el consabido itinerario propio de las obras del autor francés: Kin-Fo y sus acompañantes viajarán por tierra y mar en un sinfín de medios de transporte, afrontando diversos peligros e inmersos una contrarreloj que apremia. Vivirán el peso de la fama posibilitado por los medios de masas, y contarán con ases en la manga en momentos clave. Nada que quienes siguieron los pasos de Phileas Fogg no sepan.

Sin embargo, no deja de ser curioso ver a Verne lidiando con esta suerte de traslación a Asia de su novela más afamada. Hay que reconocerle una más que suficiente erudición en cuanto a historia (destaca la subtrama que ofrece la rebelión de los Tai-Ping[1] contra la dinastía manchú), costumbres, geografía, gastronomía, navegación o arte chinos… y todo esto sin haber pisado jamás el Celeste Imperio.

También resultan bien interesantes, en clave antropológica incluso, todas las informaciones que Verne ofrece respecto al suicidio, la muerte y sus rituales en la mentalidad y la vida asiáticas: la novela no escatima en detalles, abordando de modo sorprendentemente directo un tema que, para ojos occidentales, era sin duda tabú. Al Verne más honesto no le importa: es un hombre del XIX y un proveedor de entretenimiento, pero también un hombre moderno y, en ocasiones, un cronista audaz, consciente de que en otras culturas las cosas son distintas… sin dejar por ello, por supuesto, de militar decentemente en las filas del chauvinismo.

Para saber más:

  • Butcher, William, “The Tribulations of a Chinese in China: Verne and the Celestial Empire”, Journal of Foreign Languages, 5 (2006), 63-78.
  • Verne, Julio, Las tribulaciones de un chino en China,Madrid, Estudio Didáctico, 2001.

Notas:

[1] La rebelión de los Taiping (1851-1864) fue una cruentísima guerra civil en la que las fuerzas imperiales de la dinastía china Qing se enfrentaron a los partidarios del autodenominado Reino Celestial de la Gran Paz, liderados por el místico cristiano Hong Xiuquan. Se lo tiene por uno de los conflictos bélicos más sangrientos de la historia,  barajando los historiadores cifras que parten de unos veinte millones de víctimas mortales, en buena parte, civiles.

avatar Claudia Sanjuan (15 Posts)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Máster en Nineteenth Century-Studies por el King's College de Londres. El fin del XIX, los estudios de género y la historia cultural figuran entre sus mayores intereses. Actualmente, reside en Viena.


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