Hablar de coleccionismo, especialmente en un contexto como el de la presente revista, suele predisponer a una idea de alta cultura, personalidades individuales fascinantes y entornos museísticos que custodian piezas de arte. Este artículo, sin embargo, está enfocado a una cuestión mucho más cercana: los cromos para niños. Y es que el ser humano ha tenido desde siempre un impulso de atesorar cualquier tipo de objeto que le resultase valioso, de un modo u otro. No necesariamente se trata de un valor material cuantificable, dado por el propio material de la obra, por su calidad artística o (especialmente en el arte contemporáneo) por el potencial económico que pueda presentar la pieza, como inversión, sino que este impulso viene dado a menudo por factores mucho más abstractos: criterios estéticos personales y subjetivos, afán de conocimiento, utilidad práctica, sentimientos de apego y nostalgia, o incluso como parte de la integración social.
En este sentido, los cromos han sido, tradicionalmente, un producto de consumo de masas más que adecuado para satisfacer buena parte de estas necesidades. Poseen, por su propia idiosincrasia, un componente didáctico, ya que todas las colecciones de cromos presentan algún tipo de enseñanza, conocimiento o clasificación de ideas, por triviales que éstas puedan parecer: desde el desarrollo de una serie o película (tanto a nivel argumental como de producción), curiosidades sobre franquicias audiovisuales que contribuyan a expandir el universo protagonista, hasta las plantillas de los equipos de fútbol actualizadas cada temporada.
Por otro lado, los cromos realizan una función de cohesión social, especialmente entre los niños. Aunque también existen (cada vez más) coleccionistas adultos, que habitualmente se mueven en colecciones ajenas al mercado generalista, la idea del consumo de cromos va ineludiblemente ligada a la infancia. Si bien las raíces del coleccionismo de cromos pueden rastrearse en el siglo XIX, es en el XX cuando este fenómeno vive su expansión y asentamiento definitivo como una forma de ocio que todavía perdura (aunque en la actualidad comienzan a atisbarse ciertos cambios en su consumo, y una adaptación a los nuevos tiempos y tecnologías actuales).
Generalmente, el consumo de cromos posee entidad propia, es decir, se adquieren ex profeso álbumes y sobres de cromos, y a partir de ahí, se busca completar la colección mediante compra de nuevos sobres o intercambio de los repetidos. Aunque la mecánica es la misma, existe otra variante, por la cual el cromo no es el protagonista de la acción de consumo, aunque sí puede ser su principal reclamo: el obsequio de sobres o ejemplares sueltos con la compra de otros productos (habitualmente, alimenticios o de consumo rápido). Contra lo que a priori pueda parecer, esta segunda variante no es nueva ni innovadora, sino que existe desde comienzos del siglo XX, y en el caso español, dadas las circunstancias económicas que caracterizaron las décadas centrales del pasado siglo, facilitó el acceso a esta forma de ocio a niños que de otra manera no hubieran podido permitirse tal entretenimiento.
Todo este prólogo nos sirve para introducir a los verdaderos protagonistas de este artículo: los álbumes de cromos de Nestlé, que vieron la luz en España entre los años treinta y sesenta del pasado siglo. Concretamente, nos ocuparemos de tres ejemplares (uno de ellos, formado por dos volúmenes), que son custodiados en la Biblioteca Nacional. En todos estos álbumes puede rastrearse una presencia asiática que, pese a ser relativamente marginal, resulta sorprendente por su intencionalidad, como explicaremos a continuación.
El funcionamiento para completar estos álbumes se basaba en el consumo de diversos productos de la marca Nestlé (chocolates, bombones, etc.), en cuyos envoltorios se ofrecían una serie de puntos con los que se podía solicitar el envío de cromos. De este modo, se estimulaba la fidelidad a la marca chocolatera, ya que las distintas series de las que se componía cada álbum se podían obtener únicamente mediante el consumo de un determinado producto.
Estas series en las que se articulaban los álbumes (y cuya concepción fue evolucionando a lo largo del tiempo) eran conjuntos de una docena de estampas centradas en distintas temáticas, generalmente, sobre vida natural, historia o inventos de la humanidad, con una finalidad marcadamente educativa. Sin ir más lejos, en el primero de los álbumes que trataremos, la primera serie que aparece lleva por título Catedrales Góticas, y cada una de las imágenes corresponde al dibujo de la fachada de las principales edificaciones: Reims, París, Milán o Burgos, entre otras.
Siguiendo esta tónica, sería fácil suponer una tendencia al eurocentrismo en las series dedicadas a aspectos culturales, y aunque en buena parte es así, surgen ocasionalmente excepciones y ejemplos que contribuyen, intencionadamente, a ampliar las fronteras del conocimiento infantil y dotar a los pequeños de nociones visuales sobre lejanas culturas.
El Álbum Nestlé, tomo I, es el primero y más antiguo de los tres a los que haremos referencia. En la Biblioteca Nacional aparece fechado entre 1930 y 1935, aunque dichas fechas figuran de manera orientativa y sin certeza. No obstante, tenemos la sensación de que pertenece aproximadamente a 1930.
En el prólogo que antecede las páginas del álbum, la compañía Nestlé expone que, dado el gran éxito de los cromos ligados a sus chocolatinas (y otros productos), ofrecen a sus consumidores una serie de álbumes, de los cuales este será el primero, para poder almacenar ordenadamente las distintas imágenes. Para ello, reproduce veinticuatro series existentes en un álbum anterior (del que no tenemos constancia), y añade otras nuevas hasta alcanzar las cincuenta, estableciendo así el que será el formato definitivo de estos álbumes. Cada serie se desarrolla en una página, estructurada para dar cabida a los doce cromos y a un espacio (encabezado, central o pie) en el que figure el título de la serie, acompañado de un dibujo de cromatismo limitado (azul, blanco, gris y negro) y estética dulcificada que hace alusión a la serie.
En este álbum encontramos varias referencias a culturas asiáticas, que contrastan llamativamente con el europeísmo reinante en otras series. La primera referencia, y una de las más extensas de este álbum, se encuentra en la quinta serie, dedicada a los trajes típicos. En esta página, bajo un encabezado que muestra una exótica recepción en un palacio a la que acuden personajes de distintos puntos del globo, muestra una colección de trajes, mayoritariamente femeninos, de Egipto, Turquía, India, China, Algeria (sic.), Estados Unidos, Brasil, México, Japón, Canadá, Congo y Australia. Cada cromo muestra a una figura ataviada con la vestimenta típica de la cultura a la que se alude, y como adelantábamos, son mayoritariamente figuras femeninas, aunque en algunos casos (especialmente, los dos últimos) se trata de hombres, para eliminar cualquier atisbo de desnudez impúdica.
Un poco más adelante, la novena serie deja entrever también una cierta presencia oriental, en este caso mucho más sutil. Dedicada a los animales domésticos, dos de los cromos hacen referencia a animales exóticos al servicio del hombre: el camello y el elefante. El caso del camello podría resultar menos extraño, dado que, por su resistencia a climas desérticos, también tenía presencia en el norte de África y, por lo tanto, en el protectorado de Marruecos, un territorio mucho más próximo geográfica y culturalmente. Sin embargo, el elefante amaestrado es uno de los principales conceptos típicos y tópicos asociados a la India, donde existe una estrecha relación entre estos animales y sus cuidadores. En este sentido, resulta particularmente llamativo que aparezcan ambos ejemplos dentro de una colección que podía completarse únicamente atendiendo a animales cercanos, poniendo de manifiesto la voluntad de los editores por ofrecer una panorámica más amplia.
A continuación, es en la serie sobre templos del mundo donde encontramos nuevamente motivos asiáticos. En esta ocasión, se trata de templos de Siam, Ceilán (actual Sri Lanka) y China. Resulta además llamativo que estos ejemplos ocupen los números 1, 2 y 6 de una serie, por lo demás, bastante ecléctica, en la que tienen cabida obras tan dispares como las ya citadas, el Partenón de Atenas, la Basílica del Pilar de Zaragoza, una pirámide de Yucatán, San Basilio de Moscú o la Sagrada Familia de Barcelona, entre otras.
El de Siam es el Templo Bramánico de Angkor Wat (Angkor-Vat, según la grafía original del cromo), considerado la mayor estructura religiosa jamás construida. A mediados del siglo XIX, este templo, que había entrado en decadencia (si bien fue el principal espacio del complejo de Angkor Wat que nunca llegó a ser abandonado y del que aparecen menciones en distintas crónicas desde el siglo XVI) fue redescubierto para los ojos occidentales, y pasó a formar parte del amplio catálogo de fantasías exóticas orientales. De Ceilán (Ceilon en la grafía original) se representa el Templo de Isurumuniya en Anuradhapura, un complejo religioso budista que se remonta al siglo III a. C. y combina espacios construidos (por ejemplo, la estupa blanca, entre otras dependencias) con otros habilitados en cuevas de la roca en la que se levanta (pequeñas estancias para la meditación). El templo chino representado es la Torre de la Grulla Amarilla, un edificio que ha tenido una historia muy intensa: en la actualidad, es una torre de aspecto antiguo pero realizada con toda clase de comodidades en la que sus distintas plantas son espacios expositivos, no obstante, esta reconstrucción data de 1981 y se encuentra muy alejada de su emplazamiento original. La imagen que aparece en el álbum hace referencia a un edificio ya perdido, puesto que la anterior torre se derruyó a finales del siglo XIX. Previamente, el historial de reconstrucciones del edificio es considerablemente extenso, propiciado su gran antigüedad (la original se levantó en el año 223 d.C.) y por los periodos de inestabilidad por los que China ha pasado periódicamente a lo largo de su vasta historia.
La siguiente referencia es también arquitectónica, para encontrarla debemos saltar a la serie XIX, dedicada a puentes. Destacan los ejemplos de ingeniería occidentales, dentro de los cuales Venecia tiene, de manera lógica, una posición destacada, si bien entre estas obras se ofrece un ejemplo de un puente de bambú, cubierto, procedente de Sumatra. Más allá del ejemplo particular (demasiado genérico y alusivo a una arquitectura relativamente efímera como para identificarlo), recoge una tipología constructiva propia de Indonesia.
Un par de páginas más adelante se desarrolla la vigesimoprimera serie, dedicada a trajes de antiguos guerreros (aunque el título, genérico, es Trajes Antiguos, en todos los cromos figura una aclaración que especifica que en esta serie se ocupan únicamente de este aspecto). Centrados casi exclusivamente en los guerreros de la Antigüedad (egipcios, asirios, romanos, griegos, etruscos, galos, francos o troyanos), aparecen también unos guerreros persas y, lo que resulta más llamativo, un cromo dedicado a dos jinetes hunos. Junto con los asirios, los hunos son los que se muestran en una actitud más dinámica, en el fragor de la batalla, por oposición al resto de personajes, que permanecen más o menos estáticos, mostrando sus uniformes o, como mucho, adoptando una actitud en guardia.
En la vigesimoctava serie, bajo el título Pescadores, se ilustran diferentes técnicas de pesca en función de la herramienta empleada (con red, con arpón…) o del pez (salmón, atún, etc.). A continuación, dentro de la misma serie se muestran algunos ejemplos de pescadores tradicionales y variaciones locales, entre los que aparecen pescadores chinos y la pesca del cuervo marino japonesa (si bien debería decir “con cuervo marino”, dado que se trata de una técnica milenaria para la que se emplean cormoranes). Nuevamente, entre las excepciones locales se busca la representatividad de culturas asiáticas para complementar la visión, en este caso, de algo aparentemente tan básico como la pesca.
Tras estos ejemplos, se suceden un conjunto de series dedicadas a la vida natural, a la historia europea (a través de trajes, juegos o arquitectura doméstica), y no es hasta la serie número cuarenta y dos que vuelve a aparecer un ejemplo asiático. Entre los monumentos antiguos que componen esta serie, dedicados mayoritariamente a Egipto y la Antigüedad Clásica, destaca una Estatua gigante de Budha (Japón), que casi con toda certeza representa al Gran Buda de Kamakura. A pesar de la indefinición del cromo, acentuada por la representación nocturna de la escena, tanto las proporciones como la disposición recuerdan a este daibutsu o Buda de grandes dimensiones. Además, cabe destacar que el Gran Buda de Kamakura fue una de las principales atracciones turísticas de Japón prácticamente desde el comienzo de la era Meiji (1868-1912), y fue un monumento muy reproducido en fotografías souvenir, en postales, en ilustraciones y en relatos de los viajeros que lo visitaban; así que es lógico pensar que perdurase su conocimiento y su huella en el imaginario colectivo occidental (también el español) durante las primeras décadas del siglo XX.
Finalmente, encontramos otra referencia en una de las últimas series, la cuadragésimo octava, dedicada a plantas tropicales, donde aparecen el té, las piñas y el bambú. Por su carácter natural, la definición como elementos puramente asiáticos es más complicada, no obstante, responden de nuevo a un intento de dar una visión global, incluyendo elementos que no resultaban tan familiares para los niños occidentales.
Dejaremos para otra ocasión el acercamiento al segundo álbum de esta serie y al doble volumen Las Maravillas del Universo, así como una valoración general del fenómeno. No obstante, ya con este primer ejemplo queda en evidencia una voluntad de introducir una serie de conocimientos sobre lo oriental que se alejen del eurocentrismo y compongan una visión más completa de la complejidad cultural del mundo, en un momento en el que aquellos lugares lejanos eran cada vez más accesibles, tanto por ocio como por motivos laborales del tipo que fuera. La contribución de estos álbumes de cromos de Nestlé es meramente anecdótica, y no pretende otra cosa que recoger las más llamativas dentro de un producto infantil concebido como compendio de curiosidades, sin embargo, a pesar de todo, es muy elocuente del cambio que, desde mediados del XIX y especialmente durante el siglo XX, se ha ido fraguando en la configuración global de este tipo de curiosidades respecto a Asia.
*Todas las imágenes señaladas con un asterisco pertenecen a la digitalización del álbum realizada por Biblioteca Nacional, disponible aquí.