En una entrega anterior, comenzamos a abordar el análisis de una serie de álbumes de cromos de Nestlé que la Biblioteca Nacional posee entre sus fondos, dedicando atención al primero de los volúmenes recopilatorios que fueron lanzados en la década de 1930. En el presente artículo, dedicaremos nuestra atención al siguiente álbum, el segundo tomo del Álbum Nestlé.
Decíamos, en aquella entrega, que a pesar de que en la web de la Biblioteca Nacional la cronología del álbum era dudosa, barajándose las fechas de 1930 a 1935, nos atrevíamos a datar aquel tomo más próximo a 1930 que a 1935. Aquella hipótesis no era infundada, sino que venía inspirada por la cronología de este segundo volumen: el copyright que figura en páginas interiores lo fecha en 1932, de modo que la primera parte debe ser, forzosamente, anterior a ésta.
Nos encontramos ante un volumen que resulta, formalmente, continuación del anterior. Más breve que el primer tomo, alberga treinta series, numeradas desde el cincuenta y uno hasta el ochenta, que por lo demás siguen más o menos la tónica de las anteriores: temáticas de historia y cultura, vida natural y algunos divertimentos o chistes visuales, a razón de una docena de cromos por serie. Otra diferencia sustancial es que en los cromos ya no figura el producto de Nestlé que permitía conseguirlo, y en general la presencia de publicidad se reduce notablemente: pasa de intercalar más de una decena de páginas publicitarias entre las series de cromos a limitar la presencia de imágenes de marca a la portadilla y a las páginas finales del álbum. Más allá de estas cuestiones, encontramos la principal renovación estética en los diseños de los títulos y del álbum en general.
Si bien la portada mantiene la misma sobriedad que caracterizaba al primer tomo, en el interior comienzan a atisbarse diferencias sustanciales. En primer lugar, gana en cromatismo, incluyendo más de un tono de azul e introduciendo un color amarillo-crema que, unidos al blanco, permiten prescindir del negro y grises para los diseños de títulos. Pero quizás lo más destacado es el cambio de diseño, pasando de unos dibujos naif, de líneas redondeadas, a escenas compuestas a base de siluetas de color, logrando un efecto que oscila de la tosquedad de algunas escenas a la vanguardia de otras.
A primera vista, da la sensación de que la presencia asiática se reduce considerablemente, con la excepción de un caso que estudiaremos más adelante en profundidad. Contemplando el índice de un vistazo, se percibe un ligero aumento de la presencia de series dedicadas a la vida natural (con dieciocho series de treinta, constituye un 60% del total del álbum, frente a un 50% del anterior), con algunos temas muy concretos (Flores de los Alpes, Picos Suizos) y otros más genéricos en los que los ejemplos puramente asiáticos se difuminan o desaparecen (tales son los casos de Cetáceos, Huevos de Aves, Orugas y Mariposas o Flora Submarina, entre otros). Sin embargo, si se observan con detalle los ejemplos seleccionados para estas series, se descubre que existe una presencia asiática mayor de lo que parecía, si bien en este caso la mayoría de ejemplos se distancian del concepto preconcebido de “presencia asiática” que suele acudir a la mente en este contexto. Son numerosos los animales asiáticos que aparecen diseminados por las distintas series, aunque en este caso no se trata de animales exóticos (como pudiera ser el elefante que aparecía en el primer álbum), sino mucho más cotidianos.
La cuarta serie del álbum (equivalente a la quincuagésimo cuarta de la colección) está dedicada a los animales domésticos, concretamente a las aves de corral. Si bien a priori podría parecer un tema excesivamente local, aparecen algunas aves cuya procedencia pertenece, indudable o controvertidamente, al continente asiático. El primer caso son los pavos reales, especialmente la variedad común (el álbum también recoge la variedad blanca, obtenida gracias al cruce entre ejemplares que tuvieran manchas blancas en su patrón plumífero), cuyo origen se localiza en el sur de Asia, particularmente, el subcontinente indio y la isla de Sri Lanka; si bien su presencia en Europa se remonta a la Antigüedad (dependiendo de las versiones, se habla de Alejandro Magno como introductor o incluso las hay que se remontan más en el tiempo) y han llegado incluso a desarrollarse en estado salvaje en algunos enclaves.
Si el pavo real es indudablemente asiático, otra especie reflejada en estos cromos posee un origen más controvertido. Se trata del pato corredor indio, una variedad muy característica y vinculada a Inglaterra. Entre las distintas versiones sobre su origen, existe una que lo entronca directamente con Asia, explicando que fue importado en el siglo XIX por los ingleses desde la colonia británica de la India para desarrollarlo en Inglaterra, aunque su origen podría encontrarse en el norte de India, en China, en Malasia o en Java. No obstante, existen voces (incluso desde principios del siglo XX) contrarias a esta teoría, aduciendo que el nombre de pato corredor indio es un invento de los primeros difusores de esta raza (nos atrevemos a pensar que quizás, fomentando la leyenda de un origen exótico para incrementar su popularidad), sin responder al origen real del pato. En cualquier caso, precisamente por esta controversia y por su nomenclatura tan explícita, consideramos necesario mencionarlo dentro de esta aproximación.
Otra referencia similar aparece en la decimosexta serie del álbum (sexagésimo sexta de la colección), dedicada a las vacas, en la que aparece, de manera casi anecdótica, el cebú (zebú, sic.), una raza con gran presencia en la India, China, Indochina, Malasia, Indonesia, Filipinas, así como algunas zonas de Oriente Medio y de la Península Arábiga. Esta raza, que se caracteriza por una prominente joroba, ha adquirido en la tradición brahamánica un carácter sagrado.
En la misma línea, aunque mucho menos marginal, se encuentra la referencia a los caballos árabes dentro de la serie Razas caballares (vigésimo octava del álbum, septuagésimo octava de la colección), y es que los caballos árabes han sido tradicionalmente una de las razas equinas más apreciadas y de mayor reputación.
Siguiendo con los animales domésticos, el apartado que resulta más sorprendente es, sin duda, el de la serie de Gallinas Ponedoras (decimosegunda del álbum, sexagésimo segunda de la colección), donde aparecen hasta tres razas de gallina relacionadas con Asia.
En primer lugar, el primer cromo de la serie alude a la gallina Brahmaputra, cuyo nombre hace referencia a un río indio, si bien se trata de una raza creada en América, mediante el cruce de gallinas chinas y malayas, y que fue importada a Europa a mediados del siglo XIX. El noveno cromo de la serie recoge la raza de Yokohama, creada a partir de las variedades antiguas de onagadori y minohiki, y que recibe su nombre del puerto desde el cual fue importada a Europa, no de su procedencia. El último cromo de la serie muestra la denominada raza bantam de Nagasaki. El término bantam define, por lo general, a aquellos gallos y gallinas que son genéticamente reproducciones en miniatura de la raza principal, en torno a una cuarta parte del tamaño original, y por tanto aptos para criar en espacios pequeños (o incluso como mascotas urbanas, según algunas tendencias). El caso de la bantam japonesa o de Nagasaki constituye una excepción, ya que no se trata de la copia en miniatura de otra raza sino que es, en sí misma, una raza con entidad propia caracterizada por un tamaño menor al habitual.
Dejando de lado los animales domésticos, cabe destacar una última referencia asiática dentro de los temas de la vida natural, en la serie dedicada a distintas especies de antílopes (décima del álbum, sexagésima de la colección). Allí, entre multitud de subespecies y razas africanas, figuran el Antílope Dorcas de la India y el Nilgo (sic.) o buey azul. La primera se cataloga actualmente bajo la distinción de gacela. Se trata de una raza de pequeño tamaño en comparación con otras de la misma familia, que se extendía desde el norte de África hasta Oriente Medio y las regiones de Pakistán en India, si bien actualmente sus territorios se encuentran más fragmentados, la población ha disminuido y se encuentran en riesgo. El caso del nilgó, también conocido como buey o toro azul, está más localizado: se concentra en el área del subcontinente indio, poblando los bosques de la India, de Nepal y, en menor medida, de Pakistán. Es el antílope de mayor tamaño autóctono de Asia, si bien a comienzos del siglo XX algunos ejemplares fueron llevados a Estados Unidos para su cría en cautividad y, posteriormente, en estado salvaje.
Las series dedicadas a cultura e historia de la humanidad son, como adelantábamos, ligeramente menores a las relativas a la vida natural, y en general la presencia de Asia es bastante menor en estas series de lo que lo era en el primer álbum reseñado. Sin embargo, eso no nos impide encontrar algunos ejemplos interesantes, antes de llegar al que será el caso más relevante de este álbum.
En la serie Caracteres de Escritura (decimocuarta del álbum, sexagésimo cuarta de la colección) aparecen tres escrituras orientales: asiria, árabe y china. Son representadas las tres mediante un sabio escribiente, caracterizados y en entornos inequívocos plagados de elementos alusivos a las culturas tradicionales a las que pertenece cada uno. No obstante, a diferencia de lo que ocurre en esa misma página con cromos dedicados a la escritura fenicia, hebrea, jeroglífica o en tablillas romanas, los ejemplos asiáticos no van acompañados de muestras caligráficas concretas. El caso árabe y el caso asirio muestran al personaje ante el pupitre, entregado a la tarea caligráfica sin que pueda verse la superficie escrita; el caso chino, algo más particular, muestra un rollo de papel en el que se transparentan algunas frases pintadas, si bien tan solo con garabatos y no empleando caracteres concretos, y únicamente con la finalidad de mostrar el sentido vertical de la escritura.
Por otro lado, dentro de la serie Jardines (decimoctava de la serie, sexagésimo octava de la colección) aparecen dos de clara tradición asiática: el jardín japonés y el indostano. El cromo del jardín japonés reproduce, con bastante fidelidad dado el pequeño tamaño de la pieza, una escena muy típica de la fotografía y artes visuales para exportación del periodo Meiji, en la que aparece una mujer ataviada con un kimono y cubriéndose con una sombrilla mientras pasea por el sinuoso camino de un frondoso jardín decorado con linternas de piedra, en el que se pueden distinguir en primer plano lirios o iris (una flor particularmente apreciada por los japoneses) y en cuyo fondo se atisba una casita de té.
El jardín indostano, por el contrario, muestra una naturaleza mucho más ordenada, concentrada en los extremos del jardín, que posee forma alargada y se articula en torno a una lámina de agua en la que cobra gran importancia compositiva el reflejo de la edificación que se encuentra al fondo, de estilo mogol.
Las referencias asiáticas, por lo tanto, son interpretadas de manera diferente en este álbum con respecto al anterior. Si bien en el primero se buscaba una mayor representatividad oriental en las series culturales e históricas, a fin de entretejer y consolidar una serie de imágenes estereotípicas en el imaginario colectivo, con un cierto componente didáctico; este segundo volumen, que se centra más en la vida natural, destina este tipo de referencias a tratar de enriquecer la visión de los niños respecto a la flora y la fauna, aludiendo a algunos animales que, por la importación, exportación y cruce, podían resultar más familiares a los niños a pesar de su alejada procedencia. De este modo, puede en cierto modo intuirse una cierta noción ecologista, dentro de los códigos visuales, lingüísticos e interpretativos de la época, a través de una visión de la riqueza natural universal que es disfrutable por todos, independientemente de su origen.
Adelantábamos, no obstante, que aunque por lo general en este álbum se encontraban menos referencias a Asia diseminadas entre las distintas series, existía una notable excepción. Tal es el caso de la sexta serie del álbum (quincuagésimo sexta de la colección), titulada La Vida en el Japón. En esta serie, los doce cromos reflejan aspectos determinados de la cultura japonesa tradicional, ofreciendo una interesante visión del país nipón.
Dada su magnitud, hemos creído oportuno realizar un análisis por separado de esta hoja, a fin de poder dedicarle a los distintos aspectos la atención que merecen. Por lo tanto, emplazamos a los lectores a una próxima entrega, en la que adentrarnos en la imagen que en los años treinta existía de Japón.