La ciencia ficción es un género literario capaz de transportar al lector a todo tipo de épocas y paisajes fantásticos: el futuro ya no resulta tan lejano, inmensas máquinas y robots conviven con los seres humanos o incluso podemos encontrar toda una serie de criaturas imposibles. Cuando tratamos esta vertiente de la literatura, seguro que nos vienen cientos de títulos a la mente, ya no sólo novelas, sino también películas, series de animación o diversos cómics. Mediante este artículo queremos analizar uno de los primeros relatos de ciencia ficción, escrito nada más y nada menos que por un español, Enrique Gaspar. Nos referimos a la historia de El Anacronópete, obra publicada en el año 1887 en Barcelona, que nos acerca las hazañas del sabio Sindulfo García, un inventor aragonés que afirma sin dudar que ha creado una máquina capar de viajar en el espacio y el tiempo, invento que da título al relato que nos ocupa.
En cuanto al argumento de esta historia, partimos de la presentación del anacronópete en la Exposición de París del año 1878. Sindulfo partirá, junto con su amigo políglota Benjamín, su pupila Clara y un pequeño grupo de mujeres francesas en busca de aventuras, llegando a momentos de la Historia tan distantes entre sí como la batalla de Tetuán (1860) o la China de los Han, escenario especialmente interesante y al que nos referiremos en este texto. Los contactos de Sindulfo con China se inician cuando, durante un viaje a París, visita un anticuario y adquiere la momia y el sarcófago de la esposa del emperador Hien-ti, último monarca perteneciente a la dinastía Han (206 a.C-220 d.C.), un objeto que lo atrae irresistiblemente -y posteriormente se desvelará el porqué-.
Tras el recorrido por diferentes escenarios llegaremos al Celeste Imperio, donde nuestros protagonistas conocerán al mencionado emperador Hien-ti. Antes de iniciar sus aventuras en China, no podemos dejar de destacar la introducción de Enrique Gaspar para presentar al lector la sociedad de este imperio, explicando brevemente la filosofía del Tao té-king, las palabras de Confucio o incluso las consideraciones de Mencio, todo ello de forma aproximada y en relación con los episodios que se narran a continuación.
Con el grito de ¡A Oriente! los personajes llegan al gran imperio. La finalidad principal de este viaje es hacerse con un objeto que da la inmortalidad a aquél que lo posee, sin embargo, los protagonistas desconocen qué es o qué forma tiene, e incluso no están del todo seguros de si realmente la época en la que aterrizan es la correcta. El plan de Sindulfo y su amigo Benjamín es impresionar al emperador con toda una serie de inventos occidentales para que les desvele el celoso secreto de la inmortalidad. Sin embargo, su plan resulta en un auténtico fracaso: el primer invento que le muestran a Hien-ti es el trabajo de los metales, una disciplina que los chinos ya dominan, como se muestra a través de diversas piezas presentes en el palacio, como la gran vasija de bronce que les muestra el emperador. El siguiente elemento a mostrar es la pólvora, pero tampoco resulta sorprendente, ya que los orientales la emplean en sus cañones y armas. Lo mismo se puede decir de la seda, la última oportunidad de los españoles para sorprender a sus anfitriones, si bien, como sabemos, los chinos se pueden considerar como unos expertos en la materia, por lo que podemos comprender su indignación al mostrarles algo tan sumamente conocido para ellos.
En consecuencia, y después de la fallida muestra, el emperador se guarda un as en la manga, y propone a Sindulfo cambiarle el secreto de la inmortalidad por la mano de la joven Clara, a lo que el zaragozano reacciona de forma escandalosa y contraria. En consecuencia, los viajeros serán apresados en su máquina y la chica estará obligada a casarse con Hien-ti. Sin embargo, a partir de este momento, los acontecimientos van a dar un giro inesperado, puesto que la momia china que había comprado el sabio parece estar despertándose al haber llegado a su propia época, desvelando con ello un importante secreto: su esposo la había mandado enterrar viva por considerarla una traidora en posesión de la inmortalidad -ese importante objeto que buscan Sindulfo y Benjamín-. El caos se inicia en el inmaculado palacio imperial, pues la emperatriz revela las acciones y el objetivo de su esposo consiguiendo que sus súbditos se alcen contra él, mientras ella huye junto con los españoles en la máquina del tiempo. Esta revuelta ocasionará el fin de la dinastía Han, dando comienzo a la sucesión de nuevos monarcas como es el caso, según Gaspar, de los Ouei. Será al final de este episodio cuando el lector descubra la posibilidad de que tal emperatriz sea la misma persona que la difunta esposa de Sindulfo, sólo que en una vida anterior, lo que puede llevar a explicar esa atracción por la momia que comentábamos anteriormente.
El pueblo chino se presenta, en su mayoría, como uno de individuos tramposos y maquinadores, que buscan salirse con la suya a toda costa -una mentalidad y unos rasgos acordes con el tópico del Peligro Amarillo-. Igualmente, destaca ese ingrediente de perversión que sale a la luz cuando Hien-ti se encapricha de Clara, mostrándose especialmente cariñoso con la joven. Sin embargo, y considerando su actitud y conocimiento de todos los inventos que les presentan los viajeros, resulta evidente que se trata de una civilización inteligente y adelantada, sólo que en este caso tales adelantos adquieren un matiz negativo o incluso perverso, como si el objetivo de los chinos fuera ridiculizar los supuestos adelantos occidentales.
Uno de los aspectos que más llama la atención de esta obra es su portada, de tintes modernistas y orientales. Partimos de la representación en el centro del propio anacronópete, que se describe como una máquina rectangular de cuyos ángulos surgen cuatro chimeneas en total que apuntan al norte, sur, este y oeste. A la derecha tenemos una figura femenina con un rostro de rasgos orientales y ataviada con lo que parece una túnica de seda, que se complementa con un tocado de metales preciosos -recordemos los inventos que los chinos ya dominan en el relato-. Igualmente, al otro lado destacan pequeñas florecillas carmesí acompañadas de largos tallos dentro de un jarrón de cerámica que bien podría ser la interpretación de una cerámica china.
La obra de Gaspar, El Anacronópete, se ha convertido en un referente dentro de la temática steampunk que hemos tratado en números anteriores, y que en este caso podemos considerar como una muestra más de victorientalismo, un encuentro entre la tecnología fantástica occidental que choca con la supuesta tradición del Imperio Celeste. Por ello, podemos encontrar la efigie de la primera máquina del tiempo presente en la literatura en la obra de diversos artistas, como es el caso del español Óscar Sanmartín.
A modo de conclusión, podemos ver cómo los viajes en el tiempo presentes en la ciencia ficción nos llevan a paisajes remotos, y los narradores de tales historias son capaces de transmitir sus experiencias y aventuras, si bien, como ocurre en este caso, no podemos dejarnos llevar totalmente por las opiniones presentes en este tipo de textos. Realmente, ¿fue el último emperador Han un malvado que pretendió a una joven española? ¿La resurrección de una momia trajo consigo el final de esta dinastía? Al final, la ciencia ficción, parece ser capaz de dar una respuesta afirmativa a estas cuestiones.