En el primer minuto de la película ya se nos previene. En 2014, el cambio climático y el calentamiento global son irreversibles. En un intento de solventar esta situación, las autoridades deciden lanzar a la atmósfera una sustancia llamada CW-7 que, en teoría, impedirá el sobrecalentamiento de la Tierra. El experimento fracasa tan estrepitosamente que convierte el planeta en un cubito de hielo. No sobrevive nadie, excepto los pasajeros de un tren autosuficiente que jamás para. Partiendo de esta premisa, tomada de una novela gráfica francesa de los 80, Le transperceneige, Bong Joon-ho construye este imaginativo thriller.
La acción tiene lugar en 2031. Los pasajeros del último vagón son los parias de esta minisociedad. Hartos de vivir hacinados, sucios y de comer unas misteriosas barras de gelatina negra, están firmemente decididos a iniciar una revuelta que les lleve hasta la cabeza del tren, donde se encuentra la máquina que lo gobierna y Wilford, el dueño y tirano gobernante del tren. Al frente de ellos está Curtis (Chris Evans), un hombre que lleva la mitad de su vida en el tren. En él queda aún un resquicio de esperanza, lo que le convierte en un líder nato, con el apoyo de Gilliam (John Hurt), un inteligente anciano, organiza el avance inexorable a través del tren. Minsoo (Song Hart-ho), el ingeniero que construyó el sistema de seguridad de las puertas, y su hija Yona (Ah-sung Ko), les ayudan a atravesarlo.
El avance por los vagones resulta absolutamente fascinante, y los momentos de tensión y calma están perfectamente gestionados, haciendo de este un viaje apasionante. Cada uno de los vagones es único, tiene una función específica, e incluso una luz y un tratamiento estético diferentes. Conforme avanzan vamos descubriendo la pirámide social del tren, no muy distinta de la real, aunque sí más estereotipada y reducida. Cuanto más cerca se está de la cabeza del tren, más corrompidas están las personas. Los vagones finales, de donde proceden los insurgentes, son oscuros, grises y sucios. Los vagones centrales son muy luminosos, llenos de ventanas desde las que se puede ver el inexorable paso del paisaje congelado. Sin embargo, en los primeros vagones, vuelve la oscuridad. Pero no sucia y desgastada como la del final del tren, sino quizás más moral, en la que residen los más privilegiados, física y mentalmente.
El talento del director para rodar en lugares cerrados es una de las cuestiones más destacables de la película. A pesar de la escasez de espacios que proporciona un tren, le saca el mayor partido posible, y lo que para otros sería una limitación, para él se convierte en una fuente de imaginación. La escena de la sauna es, sin duda, una de las mejores, cuyo estilo de violencia recuerda al de su compatriota, amigo y coproductor de este film, Park Chan-Wook.
El mensaje político y ecologista de la película es bastante claro. La necesidad de la lucha por un cambio parece inevitable. Sin embargo, no podemos olvidar que esta es una superproducción, la mayor del cine coreano, y por ello va sujeta a ciertas expectativas. Quizás por ello hay alguna concesión a los cánones del cine comercial. Un ejemplo sería la escena en la que el protagonista, Curtis, se sincera, hablando de aquello que le reconcome por dentro. El personaje está perfectamente construido y podría considerarse innecesario el sentimentalismo previo a los sucesos finales.
En resumidas cuentas, es una película absorbente, aunque no carente de fallos. ¿Cómo es posible realmente que el tren no descarrile por unos raíles ultra congelados? ¿Dónde están los dormitorios de la clase alta? ¿Cómo es posible que los vagones del tren por fuera sean todos iguales y por dentro haya algunos hasta con dos plantas? Hacer caso a estas cuestiones o pasarlas por alto queda en manos de cada uno.