Con este texto iniciamos una serie breve en la que trataremos los orígenes y el desarrollo de un subgénero cinematográfico propiamente japonés: el pinku eiga. Esta denominación se traduce como “cine rosa” y da nombre a un grupo de películas que muestran desnudos o que tienen una temática sexual, un cine erótico que carece de equivalente occidental. Vamos a tratar estas cuestiones en dos entregas, abordando en primer lugar los precedentes de estas producciones cinematográficas, y posteriormente nos centraremos en dicho género y sus principales autores y características.
Debemos comenzar recordando que, en la cultura japonesa, el sexo carecía históricamente de la fuerte connotación pecaminosa o vergonzosa que se le atribuye en Europa. De esta manera puede advertirse cómo ya existe un consumo de imágenes eróticas en el periodo Edo (1603-1867) que puede establecerse como un interesante precedente de este tipo de cine. Una de las manifestaciones artísticas representativas de este periodo son las estampas ukiyo-e, [1] realizadas mediante la técnica de la xilografía, que eran adquiridas por el pueblo nipón; estos grabados mostraban generalmente paisajes, escenas cotidianas, actores de teatro, mujeres hermosas, luchadores de sumo, etc. Asimismo, se dio el surgimiento del género shunga (o “imágenes de primavera”), estampas que tienen como tema principal la representación del sexo, con escenas que describen relaciones sexuales explícitas.
Las estampas shunga no fueron las más numerosas, pero la mayoría de los artistas, incluso los de renombre, realizaron imágenes de este tipo. Ciertas prohibiciones obligaron a los ilustradores a no firmar sus obras, aunque el público era capaz de conocer la autoría de las imágenes por otros medios. En ellas, podemos encontrar relaciones sexuales llevadas a cabo en solitario, en pareja, en grupo, prácticas heterosexuales, homosexuales, zoofílicas o relaciones con demonios; en estas representaciones se aprecian algunos precedentes iconográficos de lo que encontraremos con posteridad, pero al contrario de lo que podamos imaginar, estas imágenes no serán llevadas al cine.
El tema de la sexualidad ha estado presente en el cine desde sus orígenes, ya los aparatos de la precinematografía mostraron a mujeres en escenas íntimas, para las que los espectadores adoptaron un papel de voyeur. El primer cinematógrafo llegó a Japón desde Francia en los últimos años del siglo XIX, y poco más tarde se realizaron las primeras proyecciones públicas.[2] En un primer momento, el cine japonés se basó en los preceptos establecidos por el teatro kabuki, por lo que la figura femenina estuvo ausente en los comienzos del nuevo arte, ya que sobre el escenario había sido sustituida por la figura del onnagata.[3] No fue hasta la década de 1920 cuando comenzaron a contratarse actrices, la primera en dar el salto fue la compañía Sôchiku, que trataba de imitar el papel adoptado por la mujer en el cine norteamericano y orientar así sus productos al público femenino, mostrando a una mujer moderna e independiente, aunque otros estudios, especialmente los menores, se esforzaron por mantener los valores tradicionales de la sociedad japonesa, mostrando una mujer sumisa.
Tras la ocupación americana, un nuevo concepto de romanticismo se introdujo en las pantallas japonesas, propiciando la adopción de las relaciones afectivas occidentales, actitudes cariñosas que contrastaban con la postura dominante hacia la mujer que imperaba en la sociedad nipona. Esto dio lugar a un género denominado seppun-eiga o “cine de besos” que mostraba a mimosos enamorados.
Por otro lado, se desarrolló un cine de crítica en el que se tratan temas clave como la prostitución, la violación, el maltrato o la infidelidad, siendo fundamentales por su tratamiento de la mujer las películas de Kenji Mizoguchi, Yasujirô Ozu y Mikio Naruse. En el camino hacia el pinku eiga, es interesante destacar el cine de Mizoguchi, quien refleja el miedo del hombre ante el hecho de que la mujer pueda abandonar su postura subordinada, mezcla la idolatría hacia la mujer con el odio machista, y expone el sufrimiento femenino, algo que posteriormente fue exhibido para el deleite del espectador.[4] Cabe resaltar, por su componente erótico, la película Utamaro y sus cinco mujeres (Utamaro o meguru gonin no onna, 1946), en la que se observa al artista que adopta como soporte para su arte la espalda desnuda de una modelo.[5]
El director Teruo Ishii desarrolló más adelante un cine centrado en la mujer, pero carente de denuncia, creando en su caso una saga enfocada hacia el cine negro con Black Line (Kurosen chitai, 1960), Yellow Line (Osen chitai, 1960), Sexy Line (Sekushî chitai, 1961) y Fire Line (Kasen chitai, 1961), donde se hallan chicas en lencería, cantantes de clubes nocturnos, bailarinas, travestis, etc. Esta serie se establece como precursora de la exhibición de la sensualidad en el cine, e introduce una relación entre erotismo y violencia a través de los crímenes.[6] Con posterioridad, el autor se asentó como uno de los directores característicos del cine de torturas de los años setenta.
Otro paso fundamental lo constituyen una serie de thrillers que surgieron en la década de 1950 inspirados en las ama, mujeres buceadoras de las costas japonesas que trabajan obteniendo perlas y ostras, desempeñando su labor con el torso al descubierto. De este modo se realizaron largometrajes en los que las actrices, tratadas como sirenas, muestran fugazmente sus senos. Revenge Of the Pearl Queen (Onna shinju-ô no fukushû, 1956), de Toshio Shimura, sería una de las primeras películas que fueron explotadas por su faceta libidinosa. En ella, la actriz Michiko Maeda, quien se convertiría en un verdadero mito erótico, era despojada de su blusa y, posteriormente, perseguida por un grupo de hombres dispuestos a abusar de ella. Incluso la película fue promocionada mediante carteles en los que se utilizaba el cuerpo de Maeda como reclamo. Más adelante, estos films hibridarían hacia el cine de terror, y llegarían a contener escenas de violaciones o suicidios.
Por último, a finales de los años cincuenta llegaron a las salas de cine una serie de largometrajes conocidos como Taiyo-zoku o Sun Tribe, que representaban a una juventud rebelde que pasa los días en la playa, únicamente preocupados por buscar pelea y acostarse con chicas. Entre estas producciones cabe destacar Fruta prohibida (Kurutta kajitsu, 1956) de Kô Nakahira, en la que se muestra por vez primera el tema de la infidelidad femenina, con una jovencita muy liberal que mantiene relaciones con dos hermanos. Con posterioridad, este género juvenil se encamina hacia tramas de sexo y violencia, entrando en escena la figura de Nagisa Ôshima con Historias crueles de juventud (Seishun zankoku monogatari, 1960), inscrita ya en la incipiente Nueva Ola japonesa de los años sesenta.[7]
Como vemos, en estas producciones previas al surgimiento del pinku eiga se presentan algunas de las características del cine erótico posterior, como la postura sumisa que adquiere la mujer, la exposición del sufrimiento femenino para el deleite del espectador, o la relación entre erotismo y violencia.
Para saber más:
Clark, Timothy [et al.], Shunga: Sex and Pleasure in Japanese Art. Londres, The British Museum, 2013.
Corral, J. M., Cine erótico a la japonesa. Madrid, T & B Editores, 2012.
Gabraith, S.; Duncan, P., Cine japonés. Hong Kong, Taschen, 2004.
Notas:
[1] Puede hallarse más información sobre la historia y la creación de las estampas ukiyo-e en artículos anteriores de esta revista.
[2] En los inicios del cine en Japón fue muy importante la figura del benshi o katsuben, quien narraba y ayudaba a comprender las películas extranjeras ante la audiencia. Esta figura no es exclusiva del cine mudo japonés, aunque determinó la producción fílmica posterior, ya que las producciones autóctonas se realizaron contando con la participación de estos personajes, que deleitaban a los espectadores con sus interpretaciones. El benshi habría sido precedido por narradores tradicionales como el cuentacuentos del etoki o el intérprete joruri del teatro de marionetas o bunraku, entre otros.
[3] El onnagata u oyama era el actor masculino especializado en la interpretación de papeles femeninos, para los que vestía como mujer, ya que llegó a prohibirse la aparición de mujeres en escena para evitar la prostitución.
[4] Puede hallarse más información sobre el papel de la mujer en el cine de Kenji Mizoguchi en artículos anteriores de esta revista.
[5] Utamaro y sus cinco mujeres (Kenji Mizoguchi, 1946). Disponible íntegramente en Youtube.
[6] Corral, J. M., Cine erótico a la japonesa. Madrid, T & B Editores, 2012, pág. 49.
[7]Puede hallarse más información sobre la Nueva Ola japonesa en artículos anteriores de esta revista.