Desde las gemas que adornan las coronas de los regentes de Europa, hasta la rica tradición joyera con la que se engalanan las novias de distintas partes de la India, las joyas forman parte de la tradición artística de las culturas del mundo desde sus orígenes, bien como un símbolo de poder, un medio de embellecimiento e incluso una fuente de protección en forma de amuletos. Japón, sin embargo, con su predilección por la sencillez y la naturalidad en sus atuendos, parece no haber sido históricamente partícipe de este gusto por la ornamentación joyera. Ello no implica, sin embargo, que se hayan mantenido al margen del mundo por completo.
En este artículo haremos un recorrido por las joyas que se han fabricado tradicionalmente en Japón desde la Prehistoria hasta su apertura al mundo occidental en el periodo Meiji (1868-1912), descubriendo así uno de los aspectos menos conocidos del País del Sol Naciente.
Los primeros ejemplos de joyería en Japón los encontramos a mediados del periodo Jômon (10.500-300 a.C.), cuando la sociedad japonesa todavía estaba dividida en pequeñas comunidades nómadas de cazadores y recolectores. Gracias al estudio de los dogû, figuras femeninas fabricadas con arcilla, y de los restos encontrados en los yacimientos, los arqueólogos han podido deducir que las mujeres de este periodo ya se adornaban con peines en el cabello, pendientes, colgantes y brazaletes de distintos colores (rojo, blanco, verde…), tal y como sucedía en otros lugares del mundo con un desarrollo similar de la cultura material. Utilizaban materiales como madera, piedra, dientes y cornamentas de animales, hueso y conchas, pero también otros más ricos como laca, ágata, ámbar y jade, concretamente la variedad jadeíta, un material escaso en Japón obtenido en los alrededores de la actual ciudad de Itoigawa (prefectura de Niigata) que se extendió por todo el archipiélago gracias a los trueques. A la jadeíta, sobre todo la de color verde, se le atribuían propiedades curativas, por lo que era especialmente utilizada como amuleto por los chamanes.
Con el comienzo del manejo de los metales durante el periodo Yayoi (300 a.C.-250 d.C.) empezaron a utilizarse nuevos materiales para la fabricación de accesorios, a lo que contribuyó el incipiente comercio con el continente gracias al que pudieron acceder a metales ricos (oro, plata), otras gemas (ámbar, jaspe) y vidrio (siendo especialmente apreciados los azules y verdes), además de incorporar nuevas tipologías de accesorio, como las coronas, cintas para el pelo y los anillos. Aunque ya apuntaba durante la era Jômon, fue en este periodo cuando las joyas adquirieron una nueva dimensión como símbolos de poder asociados a los jefes de los pueblos además de a los chamanes, llegando a ser un elemento diferenciador que indicaba la edad y clase social de los miembros del grupo. También datan de esta época los primeros ejemplos reconocibles de magatama, amuletos en forma de coma procedentes de China que actualmente siguen formando parte de los Tres Tesoros Sagrados de la Casa Imperial.
Las condiciones climatológicas favorables durante el periodo Kofun (300-552) permitieron una mayor estabilidad social y propiciaron su desarrollo, lo que influyó positivamente en la vida cotidiana y en las relaciones comerciales con sus vecinos coreanos, tecnológicamente más avanzados. El elemento de joyería más destacado, adquirido por influencia del continente, fueron las piedras y las perlas, que se tallaban para que adquirieran formas muy variadas: a las magatama se añadieron las kudatama (de forma cilíndrica), las kirigodama (de forma romboidal), las natsumedama (ovaladas) y las usudama (circulares), por poner algunos ejemplos. Estas piedras se fabricaban a partir de materiales ya utilizados durante periodos anteriores y se combinaban para formar collares, brazaletes, tobilleras y otros accesorios. Por influencia de los reinos chinos y coreanos, además, empezaron a utilizar cinturones y se introdujeron nuevas técnicas, como bañar en oro metales como el cobre, aplicadas sobre todo en los accesorios de las clases dirigentes que se han encontrado en las tumbas monumentales o kofun.
El periodo Asuka-Nara (538-794) se caracterizó por la entrada del budismo desde Corea y su rápida expansión por Japón, coincidiendo con una fuerte disminución en la utilización de accesorios por parte de los japoneses. Los expertos teorizan varias razones al respecto: en una época en la que el nuevo gobierno estaba asentando su poder (no en vano, fue entonces cuando se escribió el texto fundacional del pueblo japonés, el Kojiki) quiso fortalecer su control sobre el pueblo imponiéndoles restricciones, que también se aplicarían a las joyas que llevaban desde el periodo precedente; la mayor apertura de Japón gracias a la entrada del budismo propició una relación comercial más fluida con el extranjero, por lo que empezaron a considerarse más “a la moda” los accesorios de fuera que los fabricados nacionalmente; con el avance de las técnicas de teñido de la ropa disminuyó la necesidad de adornarse con accesorios. A pesar de este declive en la producción de joyería todavía podemos encontrar algunos ejemplos de adornos de piedra para cinturones llevados por oficiales del gobierno y una gran variedad de cuentas de vidrio.
Durante el periodo Heian (794-1185/1192), gracias a los esfuerzos de la familia Fujiwara, los japoneses empezaron a desarrollar las particularidades de su cultura y de su arte al margen de influencias extranjeras. La mayor parte de cambios, incluidos en el atuendo, se dieron a raíz del traslado de la capital desde la ciudad de Nara a Kioto con la intención de alejarse de la creciente influencia de las sectas budistas y, por tanto, del continente. Con este afán diferenciador, las mujeres de la renovada Corte Imperial empezaron a llevar los jûnihitoe (kimonos de varias capas) y el pelo suelto o taregami, oponiéndose a la ropa de estilo chino y el pelo recogido populares en la dinastía Tang (618-907). Exceptuando los abanicos, el accesorio más empleado por la nobleza japonesa, no utilizaban joyas, seguramente para diferenciarse de la moda de China donde los complementos seguían siendo una parte importante de sus conjuntos.
Tras este periodo de paz y esplendor cultural llegaron tiempos más turbulentos con el comienzo del periodo Kamakura (1192-1333) y la ascensión al poder del primer shôgun, Minamoto Yoritomo (1147-1199), una situación que se prolongaría a lo largo de los periodos Muromachi (1333-1573) y Azuchi-Momoyama (1574-1615), en los que la situación política iría empeorando progresivamente hasta derivar en una guerra civil a nivel nacional. Siguiendo la tendencia del periodo anterior no era costumbre llevar joyas en esta época, a la vez que la preeminencia de la clase guerrera durante estos años provocó que las técnicas de lacado y de trabajo con metales que se habían utilizado en el pasado con fines decorativos pasaran a adquirir una dimensión más práctica, utilizándolas para reforzar armaduras o fabricar armas. Por su parte, la Corte Imperial pasó a tener un rol representativo, dependiente económicamente de los señores feudales o daimyô, limitándoles la posibilidad de producir sus propios accesorios. Uno de los pocos adornos utilizados en esta época era el kôgai, una especie de horquilla que llevaban los samuráis en la parte exterior de la katana para recogerse el pelo, combinado con otros dos accesorios, el menuki (colocado en el mango para evitar que se resbalara) y el kotsuga (cuchillo pequeño utilizado para cortar madera o para atacar en caso de emergencia), llamándose al conjunto mitokoromono. Solían estar hechos con metales o madera lacados y ricamente ornamentados.
Esta época, además, es también conocida como el Siglo Ibérico (1543-1639) por la llegada de misioneros y comerciantes portugueses (y, posteriormente, españoles, italianos y holandeses) al archipiélago nipón con el objetivo de extender el cristianismo. Muchos accesorios en esta época, por tanto, fueron encargados por nobles japoneses cristianos, quienes solían llevar cruces, relicarios y rosarios como muestra de su fe. Es interesante destacar que en el Tratado de las Contradicciones[1] se habla con asombro de esta falta de ornamentación, sobre todo entre las mujeres japonesas, mencionándose brevemente como único adorno unos hilos dorados equivalentes a los brazaletes europeos.
Con la ascensión del nuevo shôgun Tokugawa Ieyasu (1543-1616) al poder y la unificación de Japón bajo su mando se inició una época de paz y aislamiento conocida como el periodo Edo (1615-1868). Es también entonces cuando se reaviva la pasión de los japoneses, especialmente de sus mujeres, por los adornos, para lo cual los expertos aducen varias razones: con la unificación de Japón bajo la dinastía Tokugawa se limitó el control directo de los señores feudales, lo que otorgaba una mayor independencia a los ciudadanos y una mayor libertad para expresarse, canalizada en muchos casos a través de la apariencia personal; los contactos establecidos con Europa a través de los misioneros y comerciantes, y con los coreanos a través de las Invasiones de Corea (1592-1598)[2] influyeron en los japoneses y en los diseños de sus accesorios, aportando un soplo de aire fresco a la industria joyera nipona; gracias a la estabilidad política pudieron construirse las primeras grandes ciudades habitadas por la burguesía, una nueva clase social dedicada principalmente al comercio y a las diversiones del ukiyo o mundo flotante, obligada por ley a gastar sus fortunas en pasatiempos, incluido el propio embellecimiento.
Si bien este renovado interés por adornarse propició una mayor riqueza en los diseños, no aumentó la variedad de accesorios disponibles, ya que la mayoría seguían siendo adornos para el cabello; esto se debe a la aparición de complejos recogidos para el pelo inspirados por la cultura china, así como al mayor desarrollo de la industria del kimono, cuyos elaborados patrones no favorecían adornarse con colgantes, pulseras, anillos u otras joyas. En esta época, por tanto, el complemento básico era el kushi o peine, que servía tanto para arreglar el pelo como para adornarlo. Se fabricaban en oro, plata, coral, ámbar, marfil y concha de tortuga utilizando técnicas como el trabajo en madera, metal, el lacado (especialmente el makie), grabado, la incrustación y el raden (trabajo con nácar). Además, había una gran cantidad de tipologías: alargados y planos como los yokonagagata, semicirculares como los marugata y los tenmarugata, con los bordes cuadrados como los yamatakagata, de bordes redondeados como los miyakogata, en forma de media luna como los tsukigata y muchos más. Los otros dos accesorios para el pelo más utilizados eran dos tipos de horquilla, los kôgai (que ahora ya no los utilizaban los samuráis sino las mujeres) y los kanzashi, la primera utilizada para sujetar el peinado y la segunda como elemento decorativo. Especialmente vistosas eran las bira bira kanzashi, horquillas con adornos colgantes de gran delicadeza.
Además de los accesorios para el cabello, tanto mujeres como hombres solían llevar cartera al desplazarse por las ciudades. En el caso de las mujeres se llamaba hakoseko, de tela e incrustados con los materiales mencionados anteriormente y decorados en muchos casos con un bira bira kanzashi, donde podían llevar pañuelos o futokorogami, un espejito de mano y otros ornamentos; los hombres, por su parte, utilizaban inrô, cajitas rectangulares lacadas para llevar dinero, tabaco o medicinas, completadas por el netsuke, un contrapeso de marfil, madera o similar.
Merecen una mención aparte dos culturas que, aunque dentro de los confines geográficos del archipiélago nipón, se mantuvieron al margen de las costumbres de las islas centrales durante siglos, lo que les permitió desarrollar sus propias particularidades. Al norte vivían los ainu, habitantes de Sakhalin, las Islas Kuriles, Hokkaidô y el extremo norte de la isla de Honshû, quienes evolucionaron de manera independiente durante los siglos XII y XIII y fueron obligados a abandonar muchas de sus costumbres durante los esfuerzos modernizadores del gobierno de la Revolución Meiji en el siglo XIX, no siendo reconocidos como pueblo indígena de Japón hasta 2019. Uno de los elementos más distintivos de su joyería, asociada en su mayor parte a sus ritos religiosos, son los tama-say, collares hechos con vidrios azules, amarillos y negros enhebrados en un hilo, que llevaban las mujeres durante los festivales y se heredaban de madres a hijas; en algunos casos, acababan en un amuleto circular de metal llamado shitoki, pudiéndose completar el conjunto con unos pendientes circulares llamados ninkari. También estaba el sapa-un-pe, corona hecha de corteza de árbol llevada por los hombres en ceremonias religiosas y festivales, o el inoka kamuy, una corona que se ponía alrededor de la cabeza de los enfermos para pedir a los kamuy (dioses de la naturaleza similares a los kami japoneses) que sanaran.
La otra cultura es la del Reino de Ryûkyû, formada por los habitantes del sur del archipiélago, principalmente de la actual isla de Okinawa, quienes desarrollaron una cultura distintiva entre los siglos XV al XIX manteniendo relaciones comerciales con sus vecinos japoneses, coreanos, chinos y los pueblos del Sudeste Asiático.[3] Debido a su menor aislamiento respecto a sus compañeros del norte su tradición joyera es a grandes rasgos similar a la explicada a lo largo del artículo, aunque destaca por un mayor colorismo, el frecuente uso de productos del mar como las perlas y el nácar para sus decoraciones y la altísima calidad de sus cristales, siendo especialmente conocido el Ryûkyû hôseki o joia de Lequio que llamó la atención de los portugueses en sus viajes y se sigue produciendo siguiendo técnicas artesanales en Okinawa.
La apertura forzosa de Japón por las potencias Occidentales en el periodo Meiji (1868-1912) dio comienzo a la “joyería moderna”, utilizando gemas difícilmente adquiribles en territorio nipón (los diamantes), introduciendo nuevos tipos de accesorios necesarios para complementar la cada vez más extendida moda occidental (tiaras para la realeza, pinzas de corbata para los hombres, pendientes, anillos, pulseras, colgantes y broches para las mujeres) y asimilando las modas europeas, especialmente el Art Nouveau y el Art Déco, dando lugar a un tipo de joyería casi indistinguible del producido en Europa y América.
En conclusión, contrariamente a la percepción que se tiene del país nipón como reacio a la ornamentación, y por extensión, a la joyería, en este artículo hemos podido ver la riqueza de la tradición joyera tradicional japonesa. La constante evolución de este arte, además, ha sido posible gracias a los frecuentes contactos de Japón con el exterior, cuya influencia ha inspirado durante siglos a los artesanos del país nipón para dar lugar a accesorios de muy personal factura, pero a la vez, parte de un mundo global.
[1] Librito escrito por el padre jesuita portugués Luís Fróis (1532-1597) en 1585 como manual para los hermanos que fueran a predicar a Japón donde establece una completa comparativa entre distintos aspectos de las sociedades japonesa y europea del siglo XVI.
[2] Guerra iniciada por Toyotomi Hideyoshi (1537-1598), uno de los Tres Grandes Pacificadores de Japón, en su afán de conquistar China llegando a través de la península de Corea.
[3] Para saber más la anexión del Reino de Ryûkyû al territorio japonés, consultar: http://revistacultural.ecos deasia.com/los-shimazu-y-ryukyu-japon-conquista-okinawa/