Gracias a la editorial Chidori, ha llegado hasta nuestras manos un ejemplar de una de sus últimas publicaciones: El romance de la Vía Láctea,[1] libro que aglutina algunos textos de Lafcadio Hearn acompañados de preciosas ilustraciones realizadas por Javier Bolado.
Desde Ecos de Asia, queremos aprovechar esta lectura para aproximarnos a la figura de Hearn, un hombre apasionado por la cultura nipona que es responsable de algunas obras de referencia que, con el paso del tiempo, han permitido el conocimiento a Occidente del Japón más tradicional.
Lafcadio Hearn nació en Leucada (una de las islas jónicas) en el año 1850, aunque a los 6 años se trasladó junto con su familia a Dublín. Se formó en Inglaterra, Irlanda y también en Francia, para posteriormente trasladarse a Estados Unidos. Esto le hizo dominar el inglés, el francés, e incluso el español, lo que le permitirá desempeñar una importante labor como traductor de textos (tanto propios como de otros relatos) a las lenguas mencionadas. Sobre todo, destaca su trayectoria como cronista y periodista, trabajando en diversas publicacionescomo The Cincinnati Enquirer en 1873, The Times Democrat o The Harper’s Magazine. En estos primeros años, publica una pequeña obra titulada Fantasmas de China (1887), un primer acercamiento a su posterior interés por Asia y su cultura. Igualmente, también se dedica a la traducción de algunos textos, entre los que podemos encontrar obras de Flaubert o Guy de Maupassant.
En el año 1890, Lafcadio Hearn marcha a Japón con el fin de escribir una serie de artículos para The Harper’s Magazine; sin embargo, con el paso del tiempo romperá sus relaciones con esta publicación, dedicándose a partir de ese momento a la enseñanza. Una vez instalado y nacionalizado como japonés, podemos citar algunos hitos de su biografía, como su matrimonio con Setsuko Koizumi, el nacimiento de sus cuatro hijos, su conversión al budismo en el año 1895 y su cambio de nombre, pasando a ser conocido como Yakumo Koizumi. A pesar de su actividad como profesor de inglés así como redactor jefe del periódico The Chronicle, Hearn dedicó gran parte de su vida a la redacción de toda una serie de obras de muy diversa naturaleza, entre las que podemos citar algunos títulos como Visiones del Japón menos conocido (1894), una serie compuesta por doce volúmenes; Kwaidan o Cuentos fantásticos, o la que nos ocupa en este caso, titulada El romance de la Vía Láctea, su obra póstuma.
Este libro fue publicado originalmente en el año 1905, si bien, durante el mes de septiembre del año pasado fue editado por Chidori Books el ejemplar que nos ocupa. Lo primero que queremos destacar es la presentación de esta obra que, como ya hemos mencionado, se acompaña de las ilustraciones de Javier Bolado, con un estilo próximo a la estética del manga y el anime que no hace sino generar un curioso contraste con los textos que acompaña. El romance de la Vía Láctea comprende varios escritos por parte de Hearn que vamos a ir comentando a continuación. En primer lugar iría el que da título a esta obra, centrado en un cuidado estudio de la historia de la festividad del Tanabata,[2] recogiendo toda una serie de leyendas similares, además de incluir un conjunto de poemas sobre los amantes Orihime y Hikoboshi. A continuación viene el apartado denominado “Poesía de espíritus”, que, como ya hemos adelantado, recoge historias y tradiciones en torno a los seres sobrenaturales y el terror, un tema que interesó bastante a este autor, como refleja la anteriormente citada Kwaidan. En este capítulo mencionan algunas criaturas legendarias pertenecientes al imaginario japonés, acompañadas de breves descripciones y poemas que hacen referencia a las mismas. “Últimas preguntas” es un texto mucho más reflexivo, donde Hearn divaga acerca de las cuestiones últimas de la vida, apoyándose en la obra del filósofo Herbert Spencer. Los tres apartados siguientes (“La joven del espejo”, “La historia de Itô Norisuke” y “Más extraño que la ficción”) son relatos de corte fantástico, el último de ellos narrado en primera persona, como si fuera una experiencia vivida por el propio autor. Por último, y cerrando este volumen, “Cartas desde Japón”, fechadas en el año 1904, consiste en una serie de reflexiones del propio autor acerca de la guerra y la actitud de los japoneses, que no muestran sus auténticos sentimientos sobre los conflictos bélicos y sus posibles pérdidas humanas y materiales, sino que parecen indiferentes.
En resumidas cuentas, podríamos decir que este es un libro que aglutina muy diversos aspectos, tanto de la personalidad como de la obra de Hearn. Por un lado, nos acerca a la tradición japonesa por la que este autor sentía un gran interés, que, con el paso del tiempo, plasmó en muy diversas obras; por otro nos muestra parte de sus experiencias y reflexiones en el archipiélago nipón, y cómo, a pesar del tiempo transcurrido, hay actitudes y posturas que le resultan extrañas como extranjero que es; por último, tenemos acceso a una faceta más reflexiva, que nos habla de su postura ante la muerte, quizá siendo consciente de la cercanía de la misma al tratarse de una obra póstuma.
Lafcadio Hearn ha sido y será una figura fundamental para el conocimiento de la cultura japonesa, sus costumbres y sus leyendas. Por ello, desde Ecos de Asia hemos querido aproximarnos a su figura, tratando una de sus obras a modo de ejemplo, un título que, a pesar de su antigüedad, ha sido recuperado después de cien años, resultando tan fresco e interesante como en el momento en el que fue publicado.
[1] Hearn, Lafcadio, El romance de la Vía Láctea. Valencia, Chidori Books, 2015.
[2] Esta leyenda nos cuenta la historia de amor entre Orihime o la Dama Tejedora, y el pastor de bueyes Hikoboshi. Ambos compartían un apasionado romance que les llevó a desatender sus obligaciones y por esta irresponsabilidad se les separó. Como en el momento de la separación cada uno se encontraba a un lado del Río del cielo, los amantes sólo pueden verse una única vez en todo el año: el día que se conoce como Tanabata. Los escritores occidentales afirman que Orihime se corresponde con una estrella perteneciente a la constelación de la Lira, mientras que su amado, a una de las que forman la constelación del Águila; estarían separados por la Vía Láctea, identificada en las leyendas como el Río del Cielo.