Parece que la comediante asiático-americana Ali Wong va encontrando progresivamente su sitio dentro del showbusiness norteamericano, especialmente a partir de sus recientes contratos con Netflix, plataforma que, a lo largo de estos últimos meses, ha producido y distribuido buena parte de sus últimas creaciones, como el monólogo Baby Cobra o la serie animada Tuca & Bertie.
Nacida y criada en un barrio acaudalado de San Francisco de un padre sinoamericano y una madre vietnamita, Ali Wong se ha ido haciendo progresivamente conocida por sus guiones y por algunas actuaciones (además de cómo actriz de doblaje), muchos de los cuales han abordado la temática asiático-americana. Por su parte, una trayectoria parecida –pero más centrada en lo actual- puede decirse de su compañero de batallas y amigo Randall Park, de padres surcoreanos y especialmente conocido por sus personajes televisivos en Veep o Fresh out the boat, además de por interpretar a Kim Jong-Un en La entrevista (2014).
Wong vuelve a la palestra con la comedia romántica (de cuestionable sabor asiático, como veremos) Always be my maybe, que escribe, produce y protagoniza junto a su, por largo tiempo, colega Randall Park, con quien ya coincidió en el rodaje de la serie Fresh out the boat –centrada en una familia taiwanesa y su vida en los Estados Unidos-, para la que Ali Wong fue guionista, y al que conoce desde hace más de veinte años. En este caso, aunque el dúo cómico –aquí bastante comedido- es el autor intelectual de la película, la dirección corre a cargo de Nahnatchka Khan, directora de series como la ya comentada Fresh out the boat o Apartamento 23.
Always be my maybe se plantea como una comedia romántica que aprovecha el tirón de los programas de cocina y los chefs famosos celebridades para plantearnos el reencuentro y posible relación de Sasha Tran (Wong) y Marcus Kim (Park), amigos y vecinos desde la infancia (y, como se ve desde un primer momento, ocasionales amantes) que tendrán ahora una segunda oportunidad. Tras unos prometedores primeros minutos en forma de flashback que nos retrotraen a la infancia de los protagonistas (descubrimos, en seguida, que son vecinos en un barrio tranquilo de San Francisco, y que mientras que él es el querido hijo de una feliz familia americano-coreana, ella está prácticamente abandonada por sus padres), la película relata cómo la cercana relación entre los protagonistas se rompe tras el fallecimiento de la madre de Marcus y un forzado encuentro sexual entre ambos antes de comenzar la universidad.
A partir de ahí, se produce un salto en el tiempo y vemos cómo, muy lejos de su San Francisco Natal, Sasha se ha convertido en una chef de éxito, dentro y fuera de las cocinas, ya que su relación con el carismántico y célebre Brandon Choi (interpretado aquí por Daniel Dae Kim, conocido por su papel en Perdidos) la hace un personaje habitual en los tabloides. Tras ver anulado su compromiso al separarse físicamente para abrir nuevos restaurantes (él, en la India, y ella, en San Francisco), Sasha decide plantearse su vuelta como una oportunidad para echar una cana al aire y reconectar con sus orígenes, totalmente alejados de la trabajadora agresiva en la que se ha convertido.
Después de que el instalador de aire acondicionado de la lujosa casa que alquila para su estancia temporal resulte ser su antiguo amigo y amante Marcus, Sasha y él van recuperando progresivamente la amistad (obviamente, con intereses ulteriores no tan ocultos), pero desde un primer momento se produce un choque entre los dos ya que la vida y manera de pensar de cada uno ha evolucionado de maneras diferentes. O más bien, porque la de Marcus no ha evolucionado y continúa viviendo en la casa familiar y realizando el mismo trabajo desde hace más de diez años, y tocando en una banda que ni siquiera se atreve a aventurarse a tocar fuera de su manzana.
A partir de ahí, suceden toda una serie de elementos previsibles (excepto el autoparódico cameo de Keanu Reeves, protagonista de algunas de las mejores secuencias del filme) que no acaban de hacer despegar la película. A pesar del amago de representación del “color local”, no se acaba de incidir ni en la temática asiático-americana, ni en la culinaria ni en la romántica (a priori, los tres ingredientes principales con los que se anuncia el filme); por una parte, que la etnicidad resulte secundaria es un soplo de aire fresco y eminentemente contractual dentro de los dilemas de la población asiático-americana, pero, personalmente, tenemos la sensación de que la película, como muchos de los platos de alta cocina (broma recurrente, por otra parte, a lo largo de la cinta) que aparecen en el filme, por muy selectamente que estén investigados, concebidos y presentados, al final, nos deja con hambre. Una lástima, ya que es indudable que el equipo responsable tiene talento, experiencia y, sobre todo, química, pero quizás su tono es más pantagruélico que lo que esta modesta producción les deja realizar. No obstante, debemos romper una lanza a favor de la película, ya que normaliza las historias y los personajes asiático-americanos presentándonoslos con una mayor complejidad, y se atreve a proyectarlos fuera del nicho y zona de confort habitual.