Plantar arroz nunca es divertido,
Doblados desde la mañana hasta que se pone el sol,
No podemos estar quietos, no podemos sentarnos,
No podemos descansar ni un poco.
Planting Rice (Mágtaním ay di bíro) - Canción popular filipina
Quizá la abnegación sea una de las características más repetitivas de las manifestaciones artísticas filipinas. Decimos quizás, y sólo quizás, porque es un elemento que comparten esta canción, una de las más famosas de la historia de la música popular filipina, y la película Metro Manila, la última gran premiada de la cinematografía.[1]
Utilizamos esta canción porque perfectamente podría haber dado paso a las escenas iniciales del film: una familia de cultivadores de arroz se da cuenta de que ya no puede mantenerse y decide emigrar a la gran ciudad en busca de un futuro mejor. En este caso, se trasladan desde una provincia ricícola del norte a la Gran Manila (popularmente conocida en el país como Metro Manila), la aglomeración urbana más densamente poblada del planeta. Ahí buscarán trabajo Oscar Ramírez y su familia, siendo estafados una y otra vez, hasta que un empleo les permita estabilizarse; ella, como “bailarina” del club de Charlie, él, con uno de los empleos más peligrosos del mundo: la conducción de furgonetas blindadas que transportan astronómicas cantidades de dinero provenientes de las más diversas actividades. Aunque se trata de una corporación en la que gran parte de los trabajadores mueren en extrañas circunstancias, Ramírez se sentirá más que cómodo gracias a su compañero y benefactor Ong, verdadero anfitrión, en lo bueno y en lo malo, de la incursión familiar en la Gran Manila. A partir de aquí, les recomendamos que sigan descubriendo la historia ustedes mismos.
La mayor singularidad de la película es su pretendido carácter filipino. A pesar de contar con un director británico, el singular y reconocido Sean Ellis, la película se rodó íntegramente en suelo filipino (especialmente, en Ciudad Quezón) y en lengua tagala, con un presupuesto más que limitado. Gracias a la cuidadosa habilidad narrativa, esta falta de presupuesto se convierte más en una herramienta y seña estética de credibilidad de la desagradable realidad de la Gran Ciudad en vías de desarrollo que en una carga, presentando una cuidada dirección de fotografía, lírica, sensible, y más colorista de lo esperable, que ya quisieran para sí muchas superproducciones norteamericanas.
El mayor acierto de Metro Manila, que no nos propone una historia sorprendente o nunca vista (al menos hasta el espléndido final, que no pretendemos desvelarles) es la naturalidad. Naturalidad con la que se narra un paisaje urbano deshumanizado, sin recaer en el morbo del que adolecen las grandes distopías urbanas: corrupción, delincuencia de todo tipo, chabolismo, prostitución (e incluso prostitución infantil) se dan la mano con absoluta coherencia y saber estar, como elementos sólidos de un telón de fondo que es más un decorado del thriller que de una historia de supervivencia. Porque en Metro Manila la desgracia está asumida y aceptada de una manera ingenuamente determinista, y la única manera de sobrevivir es mediante grandes saltos hacia adelante, perdiendo el miedo a caer.
Naturalidad con la que dos géneros tan diferentes como el thriller policiaco y el drama, casi dickensiano, aunque con esa atmósfera sobrecogedoramente cargada que tienen gran parte de los macroescenarios asiáticos subtropicales (de Delhi a Shanghái), se dan la mano de una forma entrañablemente simbiótica: esta hibridación ha sido el plato fuerte para los cinéfilos, y en nuestra opinión, es su mayor baza.
En medio de estos ambientes nocivos, encontramos tiernas historias familiares e historias llenas de lirismo, como la de Alfred Santos, particularmente sobrecogedoras porque son reales (si no la conocen, les pedimos encarecidamente que no hagan click hasta no haber visto la película): situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Metro Manila es la narración, lo suficientemente amoral, de dichas medidas y de sus susodichas historias.
Todos estos elementos, que de por sí ya podrían en valor el film, son culminados con un sorprendente final de apenas cinco minutos que revaloriza enormemente el resto de una más que satisfactoria película. No se asusten del apelativo de filipina pues su lenguaje (además del inaudito doblaje al castellano, todo un hito en la historia de esta cinematografía) es más que universal: los sentimientos, traiciones y luchas del ser humano no conocen de barreras geográficas o idiomáticas. Una tiene la sensación de estar ante un habilísimo y más que solvente trabajo en equipo merecedor de un reconocimiento todavía mayor. Quizás Metro Manila no sea la mejor película del cine filipino, pero es un ejemplo en el que merecerá que inviertan su tiempo, y, desde luego, uno de los pocos que tendrán facilidad para ver.
Para saber más:
[1] La película ha recibido numerosos premios en festivales como Sundance, el Filmfest de Hamburgo, el Polar Festival de Cognac, los British Independent Film Awards, además de cinco nominaciones en el SEMINCI de Valladolid. Nosotros se la presentamos aquí a colación de su reciente estreno en DVD en España.