En 1543 un barco negro de tamaño colosal, como nunca antes había sido visto, naufraga en las costas del noreste de la isla de Kyûshû (Japón). Por si este objeto no fuera lo suficientemente exótico, de él descienden los hombres más extraños imaginables para los lugareños. Delante de sus sorprendidos ojos rasgados aparecen unos seres de piel clara, cabellos de colores, largas narices y unos ropajes insólitos: los portugueses.
Esta vuelta de la fortuna de aquellos marineros tendrá consecuencias menos casuales de lo que puede parecer, estamos ante uno de los primeros contactos de la Historia entre japoneses y europeos, un encuentro que afectó a ambas sociedades mucho más allá de lo anecdótico de este primer acercamiento. En este artículo vamos a estudiar cómo éste se significa en la moda japonesa de esa época y en las posteriores. Algunos lectores ya se habrán imaginado que estoy hablando del período conocido en Japón como época Namban (“Bárbaros del Sur”) y en España como “Siglo Ibérico” (1543-1639). Un periodo histórico de contacto posibilitado gracias a las mejoras en los instrumentos de navegación occidentales, entre ellas la evolución de las carracas portuguesas y las carabelas españolas. Pero a diferencia de los reinos de Castilla y Aragón, centrados en las Indias Occidentales de América, Portugal alcanzó sus mayores logros en sus rutas del este, llegando por accidente hasta la tierra del Sol Naciente.
La llegada de los ibéricos fue todo un acontecimiento entre la población nipona, asombrada ante el extraño aspecto físico de los europeos y los raros objetos que portaban, aspectos que quedaron fielmente reflejados en los biombos de estilo Namban que fueron fabricados desde ese momento por artistas japoneses y que son un documento histórico excepcional, no sólo para conocer al Japón de entonces sino también a los comerciantes del sur de Europa, por la calidad y el detallismo de estas obras.
Rápidamente el pasmo se convirtió en interés y los japoneses comenzaron a emplear los objetos y atavíos de los portugueses que, poco a poco, se introdujeron en sus guardarropas diarios. Sin embargo, ésta no es la tónica general de ese país que a lo largo de los siglos se mantuvo relativamente aislado al influjo occidental gracias a su condición geográfica de isla al este del continente asiático. Hasta la fecha, la indumentaria había mantenido una evolución interior con aportaciones puntuales facilitadas por el comercio con China y Corea, que proveyeron a las islas niponas de novedades. Aun con las puntuales influencias de otros países asiáticos, la indumentaria en Japón siempre tuvo un carácter profundamente autóctono y diferenciador, con lo cual la adopción de cualquier atisbo de elementos extranjeros es algo que destacar.
Según los escritos de los misioneros llegados a Japón, especialmente los jesuitas, los ropajes de los europeos fueron ampliamente recogidos entre los señores militares primero, y más adelante por más capas de la sociedad. Luis Frois, en su “Historia de Japam”, señala la moda de usar prendas europeas entre los japoneses, especialmente por Oda Nobunaga,[1] el cual debía de ser asiduo usuario de las ropas portuguesas. Hasta tal punto se relacionan estas prendas con su figura que su monumento situado en la prefectura de Gifu podemos verle ataviado con una armadura renacentista portuguesa.
Oda Nobunaga no fue el único en adoptar estas prendas: las altas clases japonesas en seguida le siguieron en el uso de algunas de las novedades que los extranjeros traían en sus vestiduras. Incluso Kato Kiyomasa, daimio de Higo (actual prefectura de Kumamoto), uno de los más rigurosos supresores del cristianismo tras el inicio del Sakoku (el “cierre del país”), tenía en su posesión vestimentas ibéricas, como el jubón que aún hoy se guarda en el templo de Honmyoji, en Kumamoto.
Lo cierto es que el uso de estos jubones fue bastante extendido, hasta el punto de que la palabra que lo designa en castellano fue adoptada por la lengua japonesa como jiban o juban, alterándose su significado hasta designar simplemente a cualquier camisa ajustada.
Otra prenda que tuvo buena acogida fueron las capas que portaban los jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos, y que pronto entró en el vestuario japonés bajo el nombre de kappa o gappa, siendo usada principalmente en viajes.
Junto con las prendas llegó la aparición de complementos, como son las petacas para tabaco con pipas incluidas, que antes de la llegada del tabaco desde América por parte de los comerciantes ibéricos, lógicamente, no existían. A esto se suman los motivos decorativos de carácter occidental: cruces, bandas rígidas y rectas, los kurofune (como llamaban los japoneses a los barcos occidentales) o incluso los propios portugueses. Y nuevos materiales y elementos del hacer textil como son el terciopelo o birodo (versión japonesa de la palabra portuguesa veludo), los botones o botan, el tinte carmín extraído de la cochinilla o los cuellos altos tipo gola.
Unas prendas que aceptan todas estas novedades son los jinbaori, prendas de campaña que llevaban encima de la armadura los dirigentes en las batallas para distinguirse del grueso del ejército, junto con otros elementos distintivos como eran los abanicos de guerra gumpai. Dado su carácter pomposo, solían realizarse en tejidos importados que aumentaban su precio y podían incluir elementos occidentales de diversa índole, veánse los botones que ostentan muchas de estas prendas e incluso los cuellos altos en imitación de las golas. Y es que al lujo de lo exótico en el caso Namban se añaden otros valores como el poderío militar, relacionado con los ibéricos que serán los primeros en llevar armas de fuego a las islas niponas, que también se necesitan en la batalla.
Tras el cierre de Japón en época Edo estas influencias no desaparecerán sino que perdurarán en la indumentaria, pero entendiéndose ya como algo propiamente japonés.
Notas:
[1] Considerado el primero de los tres grandes unificadores de Japón, junto con Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu.