Durante los siglos XVII, XVIII y parte del XIX, Japón vivió una situación de aislamiento casi absoluto. En este periodo, denominado Era Edo y cuya cronología exacta abarca entre 1603 y 1867, el gobierno del shogunato Tokugawa controlaba con mano de hierro el contacto con extranjeros, limitándolo a intercambios comerciales que se producían en la isla artificial de Dejima, en la bahía de Nagasaki. Este férreo control había comenzado a raíz de la Rebelión de Shimabara (1637): el gobierno sospechó que detrás de la rebelión se encontraban los cristianos (católicos), así que tomó una serie de medidas: expulsó de manera definitiva a los españoles y portugueses del país, prohibió definitivamente el cristianismo y centralizó el comercio internacional en la isla artificial de Dejima, ya que desde ese momento ningún extranjero podía pisar el sagrado suelo japonés. Además del comercio con China, el shogunato permitió que se mantuviese el comercio con los holandeses, a través de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, ya que los holandeses, cristianos protestantes, habían contribuido a sofocar la rebelión.
Sería a través del comercio holandés en Dejima como llegase la primera cámara fotográfica a Japón. Fue en 1843, aunque este primer aparato no llegó a ser utilizado, y fue devuelto a Holanda. Cinco años después se produjo la llegada definitiva de una cámara a Japón, también con los holandeses como intermediarios comerciales, y apenas una década después de la presentación oficial del daguerrotipo (que se produjo en 1839). Estas cámaras habían sido encargadas por Ueno Shunnojô, comerciante de Nagasaki formado en los rangaku o estudios occidentales (literalmente, estudios holandeses), y habían sido adquiridas para Shimazu Nariakira, daimyo o señor feudal de la región de Satsuma, próxima a Nagasaki. Shimazu Nariakira se caracterizaba por su interés hacia el mundo occidental, bajo su mandato empezó la enseñanza de ciencia y tecnología occidental en las escuelas de la región, y también creó la Rangaku Koshujo, una academia de estudio del idioma holandés y la cultura occidental. Se conserva un retrato en daguerrotipo, datado en 1857, que constituye la primera fotografía japonesa conservada, y a la que el gobierno japonés concedió el rango de Propiedad Cultural Importante, siendo la primera fotografía que recibía ese honor.
Durante los primeros años, la fotografía estuvo vinculada a los holandeses. Sin embargo, en las postrimerías del periodo Edo, tuvieron lugar una serie de sucesos que cambiarían por completo la historia del país nipón y, en lo que aquí nos ocupa, supondrían un siguiente paso en el desarrollo de la historia de la fotografía japonesa. En 1853 se produjo la llegada a las costas japonesas de la expedición liderada por el Comodoro Matthew Perry, que buscaba establecer tratos diplomáticos y comerciales, a la fuerza si fuera preciso, y que coincidía con un momento de inestabilidad interna y decadencia del shogunato.
En otra ocasión nos ocuparemos del desarrollo, causas y consecuencias de esta expedición. Lo que hoy nos interesa saber es que, entre sus miembros, se encontraba Eliphalet Brown Jr., un daguerrotipista, litógrafo y artista con una cierta reputación en la ciudad de Nueva York. Brown fue seleccionado personalmente por Perry para documentar gráficamente el viaje, debido a su habilidad como artista que compensaba su poca experiencia como daguerrotipista. Esta decisión resultó acertada, puesto que las habilidades de Brown como artista resultaron tan valiosas como su destreza como fotógrafo. Realizó entre 400 y 500 fotografías daguerrotípicas, parte de las cuales sirvieron como modelo para litografías que ilustrasen A Journal of the Perry Expedition to Japan (1853-1854).
Desgraciadamente, son muy pocos los daguerrotipos japoneses que se conservan. La mayoría de los realizados por Eliphalet Brown se perdieron en 1856, cuando se incendió la imprenta que había publicado el libro, y apenas se conservan tres de ellos. Respecto a la cámara importada por Ueno Shunnojô, el primer daguerrotipo realizado por un japonés que se conserva es el retrato de Shimazu Nariakira que hemos visto anteriormente.
En términos generales, la fotografía fue recibida con superstición y recelo. Se creía que ser fotografiado era causa de enfermedad y muerte. En torno a 1880, la fotografía era ya algo cotidiano, lo cual puede apreciarse en la propia lengua japonesa. El término japonés para “fotografía” es shashin, que literalmente significa “copia de la verdad”. Durante los primeros años, los fotógrafos fueron conocidos como shashin-shi, maestros de fotografía, pero a partir de la década de 1880, comenzaron a denominarse shashin-ya, vendedores de fotografía, lo que evidenciaba un uso y circulación cotidianos de fotografías. De todas formas, el comercio de fotografía se dirigía a un público extranjero, a todos esos viajeros que, por motivos profesionales o por ocio visitaban el país y se empapaban de su exotismo. Las supersticiones fueron erradicadas del pueblo japonés definitivamente gracias a los conflictos bélicos en los que Japón, como potencia emergente, estaba inmersa en el continente: los soldados se fotografiaban antes de movilizarse para que sus familias pudiesen conservar una imagen suya en caso de que no volvieran.
Desde fecha temprana los japoneses comenzaron a crear negocios de fotografía. En la década de 1860 se conocen ya negocios en los dos principales puertos: Nagasaki y Yokohama. Aunque fue el segundo el que canalizó, en la era Meiji, prácticamente todo el tráfico de occidentales, Nagasaki seguía siendo un puerto importante en 1862, cuando Ueno Hikoma (1838-1904) abrió el primer estudio fotográfico regentado por un japonés. Hikoma era hijo de Ueno Shunnojô, aquel comerciante que había adquirido la primera cámara fotográfica que pisó suelo nipón, de manera que resulta lógico que se dedicase a explotar este negocio, todavía en un estado embrionario. Su formación y conocimiento de la técnica vino de mano de los holandeses que todavía comerciaban en Dejima, en un momento ya crepuscular del comercio internacional para esta región, lo que influye en la cantidad de fotografías conservadas, pero no fue impedimento para que alcanzase una gran popularidad y fama. Se dedicó principalmente a la retratística, a un precio en ese momento todavía nada popular (un retrato de una persona equivalía a la paga de un artesano, y la cifra se incrementaba para los extranjeros), pero a pesar de ello logrando un gran éxito y prestigio internacional, llegando a aparecer en la novela Madame Chrysanthéme de Pierre Loti. Además de los retratos, realizó también vistas de la localidad.
De todas formas, el centro neurálgico de las relaciones Japón-Occidente durante el periodo Meiji fue la ciudad de Yokohama. Fue en esta ciudad donde ejercieron su actividad los fotógrafos europeos, así como un gran número de fotógrafos japoneses, en muchos casos formados y herederos de estos occidentales.
El estadounidense Orrin E. Freeman tiene el honor de ser considerado el primer fotógrafo occidental en abrir un estudio en Yokohama, en 1859; el flujo de fotógrafos que visitaron el país en expediciones anteriores y posteriores fue constante, y a partir de la década de 1860 sufrió un incremento considerable. De todos ellos, los más famosos y reconocidos fueron Felice Beato, el barón Raimond von Stillfried y Adolfo Farsari. Beato llegó al país en 1863, y fundó su primer estudio de fotografía de relevancia, «Beato & Wirgman artist & photographers», en asociación con el editor Charles Wirgman. En este estudio nació la costumbre que pronto se convertiría en el rasgo distintivo de la fotografía de la era Meiji: la coloración de las fotografías, para hacerlas comercialmente más atractivas. En los años posteriores, Beato formaría otros estudios, y terminaría abandonando el país en 1884, aunque su estudio sobrevivió hasta 1907.
Parte de los fondos del estudio de Beato fueron adquiridos por el barón Raimund Von Stillfried (1839-1911), un noble austriaco de formación militar, amante del arte y viajero empedernido. En 1870 se trasladó a Japón, y se tiene constancia de que en 1872 ya estaba activo el estudio fotográfico «Stillfried & Company», el primero de los que fundó, al que seguirían «Japan Photographic Association» (1876), «Stillfried and Andersen» (1876-1879) y «Yokohama Library». De todos ellos, fue «Stillfried and Andersen» el que llegó a adquirir mayor relevancia, y el que adquirió los fondos de Felice Beato, la compra de estos negativos reponía el fondo de este estudio, que había sido destruido en un incendio pocos días antes. Stillfried permaneció en Japón hasta 1883, siendo estos seis años un afamado artista, con un negocio de fotografía muy próspero, pero también valorado como pintor, hasta el punto de recibir un encargo del propio emperador Mutsuhito (1952-1912) para realizar en su palacio de Tokio un fresco del monte Fuji. Después de abandonar el país, su estudio pervivió hasta 1885, cuando la empresa cerró y los fondos fueron puestos en venta.
El tercero de los más destacados occidentales que se establece en Japón como fotógrafo es Adolfo Farsari (1841-1898). De origen italiano, en 1873 se desplazó a Japón, donde permanecerá hasta 1890. Desde el primer momento se dedicó a los negocios, logrando un moderado éxito. Fundó varios estudios, y el volumen de ventas de sus álbumes pone de manifiesto el gran éxito de sus obras. «Farsari and Company» fue su último estudio, y también el último estudio occidental de importancia, permaneció activo hasta 1917. Fue el único occidental en activo desde 1886. Por supuesto hubo fotógrafos occidentales que desempeñaron su labor después de esta fecha, pero no tuvieron negocios fotográficos estables ni de tanto renombre.
Sin embargo, esto no significa que los occidentales ostentasen la hegemonía del negocio fotográfico en Yokohama. El primer gran fotógrafo de origen nipón instalado en esta ciudad es Shimooka Renjo (1823-1914), considerado el padre de la fotografía japonesa. Abrió su primer estudio en 1862, siendo el primer japonés en hacerlo y cosechando un enorme éxito, que le permitió la diversificación en otros negocios. Su conversión al cristianismo en 1872 resintió sus ventas entre japoneses, pero multiplicó su afinidad con el público occidental, hasta el punto que Pierre Loti también menciona su estudio en Madame Chrysanthéme.
Formados con estos maestros, poco a poco fueron surgiendo nuevos negocios de fotografía que comenzaron su actividad a partir de 1880, cuyos principales representantes fueron ya japoneses que se habían formado tanto con los occidentales como con los nipones de la primera generación.
Uno de los más importantes fotógrafos japoneses de las dos últimas décadas del siglo XIX es Kusakabe Kimbei (1841-1934). Poco se sabe de su biografía, más allá de que su formación fotográfica se vincula al estudio de Stillfried y, probablemente, también al de Beato. Estuvo activo como fotógrafo entre 1880 y 1915, alcanzando un enorme éxito entre los extranjeros, gracias a su forma de representar, que combinaba una perfecta asimilación del lenguaje fotográfico al gusto occidental con un refinamiento estético herencia del ukiyo-e y de las artes tradicionales japonesas.
Existió un tercer centro de importancia para la fotografía, la ciudad de Tokio, donde instalaron sus estudios fotógrafos de la talla de Uchida Kuichi (originario de Nagasaki, alcanzó tal prestigio que fue el encargado de realizar las primeras fotografías oficiales del emperador y su esposa, en 1874), Ogawa Kazumasa (cuyo trabajo abarcaba mucho más que la fotografía comercial, se formó en Estados Unidos y se dedicó no solo a la fotografía, sino también al negocio editorial) o T. Enami (una figura a reivindicar por la gran trascendencia que tuvo su obra en la difusión de la fotografía japonesa en Occidente).
A algunos de ellos les dedicaremos atención en ocasiones futuras.