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This article was written on 15 Abr 2014, and is filled under Literatura.

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El alma japonesa.

Viajemos en el tiempo a la primera década del siglo XX. Japón es ya una potencia de primer orden, reciente está su victoria sobre China, y quiere afianzarse como ente dominante en Asia. Por ello, ve como provocación intolerable la pretensión rusa de obtener un puerto cálido que pueda utilizar durante todo el año en el Pacífico. Tras unas cortas e infructuosas negociaciones, Japón declara la guerra, con el objetivo principal de proteger su dominio de Corea.

Asombrando (una vez más) a medio mundo, Japón se alza victorioso. La guerra contra Rusia ha acaparado portadas de prensa a lo largo y ancho del planeta, y los ojos de Occidente están vueltos hacia ese archipiélago todavía semidesconocido, hasta hace nada completamente medieval, que de la noche a la mañana ha articulado un ejército capaz de derrotar a los dos gigantes asiáticos.

Nuestro guía, Enrique Gómez Carrillo, en una fotografía de juventud.

Nuestro guía, Enrique Gómez Carrillo, en una fotografía de juventud.

Es aquí donde entra la figura del que va a ser nuestro protagonista y guía, Enrique Gómez Carrillo. Nacido en Guatemala en 1873, de ascendencia española, fue un polifacético hombre de letras, destacado en numerosos campos: novela, ensayo, crítica literaria, crónica de viajes, periodismo…

En 1905, se encuentra trabajando para los periódicos La Nación, de Argentina, y el madrileño El Liberal, desde su residencia en París. Fue el primero el que propició su visita a tierras niponas, encargándole documentación para conocer más en profundidad a esta nación emergente que tan pasmado tenía a Occidente. Partió, pues, desde Marsella, siguiendo la ruta habitual (por el Mediterráneo, cruzando el canal de Suez, y saliendo por el Mar Rojo al Océano Índico, desde donde se bordea el territorio continental asiático con  diferentes escalas), en junio de 1905. Aunque su estancia es breve (su vuelta se documenta en noviembre de ese mismo año), resulta un viaje tremendamente productivo, en el que visita los más importantes enclaves del país, y recopila material suficiente para la publicación de tres libros: De Marsella a Tokio, El Alma Japonesa (ambos inmediatamente posteriores a su regreso) y El Japón Heroico y Galante (1912).

Portada de la edición original de El alma japonesa.

Portada de la edición original de El alma japonesa.

Nos centraremos en El Alma Japonesa, considerado el más notable de entre sus escritos sobre Japón. A través de sus 14 capítulos, arroja luz sobre distintas facetas de la personalidad japonesa, tanto individual como colectiva. Vamos, si os parece, a hacer un repaso por algunos de los que presentan mayor interés.

Ya en el prólogo se recogen numerosos elogios que el autor ha recibido por su primera publicación (De Marsella a Tokio), así como por capítulos de la presente que ya han visto la luz en francés. Esto nos da una idea de la importancia capital de Enrique Gómez Carrillo. En su recepción, son considerados como obras veraces, en comparación con otros textos contemporáneos, se percibe una seriedad y una búsqueda de trascender más allá de los aspectos superficiales, así como de comprender las causas de unas manifestaciones culturales tan diferentes. Realiza este ejercicio con una prosa fluida, empapada de admiración y muy evocadora, haciendo gala de la maestría que le coloca, con toda justicia, entre los grandes escritores modernistas.

El primer asunto que aborda Gómez Carrillo es el amor por la naturaleza. Comprender este sentimiento supone, para el occidental, abrir la puerta a la comprensión de los aspectos culturales más complejos de los japoneses. Para lograrlo, se sirve de historias, pero también realiza una primera aproximación a la poesía japonesa, y explica el significado evocador de los jardines como paisajes miniaturizados.

Grabado de un samurái, realizado por Ando Hiroshige.

Grabado de un samurái, realizado por Ando Hiroshige.

La figura del samurái es uno de los temas que a Gómez Carrillo le resultan más fascinantes. Se dedica con prolijidad a recoger historias de samuráis, a través de las cuales profundiza en la mentalidad de los mismos, en cómo a lo largo de los siglos, estas leyendas caballerescas han ido influyendo y constituyéndose en modelos de conducta para nuevas generaciones, que a su vez viven, luchan y mueren con valentía, convirtiéndose en leyendas. De aquí se desprende ya otro aspecto en el que incidirá más adelante, la importancia de las historias, cuentos y narraciones en la vida diaria de los japoneses.

El samurái, prosigue Gómez Carrillo, se rige por un código moral, el Bushido, que tiene como pilares cinco virtudes: lealtad, piedad filial, justicia, honor y valor, nacidas de la convivencia de las tres grandes religiones del país: sintoísmo, budismo y confucionismo. Recoge y traduce (del inglés) estudios sobre el Bushido

Tesshu Yamaoka.

Tesshu Yamaoka.

realizados por un japonés,Tesshu Yamaoka, textos que finalizan con una comparación entre la mentalidad japonesa y la extranjera, en referencia a cómo Japón estaba adoptando cada vez más costumbres europeas, en detrimento de las suyas propias. En las palabras de Yamaoka se nota la amargura de quien ve una transformación que no se limita a lo superficial, sino que ataca a los más profundos ideales, que se van minando sin que nadie pareciera darse cuenta. En cambio, Gómez Carrillo añade una última pincelada de esperanza, dedicada a la memoria de Yamaoka, negando que estos cambios superficiales afectasen a la personalidad japonesa, como bien ejemplificaban sus recientes victorias militares.

Se preocupa mucho, también, de explicar la visión que los japoneses tienen de la muerte, y el por qué de la extendida costumbre del suicidio ritual. Ensalza su valor como enorme sacrificio, el de renuncia a la vida, por la que tanto amor sienten los japoneses, y considera éste como el punto clave: los japoneses aman la vida, y entregarla en acto ritual supone el gesto de mayor halago, de mayor consideración, que se puede tener hacia la otra persona y hacia la sociedad.

Fotografía de estudio recreando una ceremonia de hara-kiri, seppuku o suicidio ritual.

Fotografía de estudio recreando una ceremonia de hara-kiri, seppuku o suicidio ritual.

Fotografía de estudio recreando una escena cotidiana de maternidad.

Fotografía de estudio recreando una escena cotidiana de maternidad.

Después de largo tiempo hablando (mayoritariamente) del hombre, se presta atención a la mujer, ese objeto de fascinación para los occidentales. Se ocupa aquí de la mujer doméstica, aquella que es sumisa, que es abnegada, que carece de importancia, peso o voluntad. La mujer es considerada como una herramienta para perpetuar la raza, pero la raza del varón. Pese a esta condición tan inferior, añade, que no son desgraciadas esclavas, sino que, fruto de una educación recibida desde niñas, conocen este rol como algo natural, de forma que asimilan de manera inherente su inferioridad y ello no les causa desgracia. Se hace eco, también, de movimientos de apertura que fomentan un utópico cambio de mentalidad, primeros pasos del feminismo nipón.

A la izquierda, Murasaki Shikibu, autora del Genji Monogatari. A la derecha, Sei Shonagon, autora de El libro de la almohada.

A la izquierda, Murasaki Shikibu, autora del Genji Monogatari.
A la derecha, Sei Shonagon, autora de El libro de la almohada.

Busca las causas de esta mentalidad, y las atribuye a China, en el siglo XIII, cuando se consideraba a Japón, despectivamente, como “pueblo de las reinas”. Previamente a este momento, expone cómo la mujer gozaba de reconocimiento social, y hace referencia a las grandes escritoras, como Murasaki Shikibu o Sei Shonagon, que mantuvieron vivas las letras japonesas mientras los hombres se dedicaban al estudio de las letras chinas.

La religión, o mejor dicho, la presencia de múltiples religiones, es algo que también llama la atención de Gómez Carrillo, y dedica un capítulo a un estado de la cuestión teológica a través de intelectuales y eruditos japoneses, limitándose a traducir algunos textos. Así, nos da directamente la visión japonesa de varias cuestiones religiosas, resultando de gran interés. Por un lado, la búsqueda de una renovación religiosa, por otro, el desapego paulatino a las creencias que va asentándose en la sociedad, y, un rasgo de apabullante modernidad, la idea de que se camina, en Japón, hacia una vía única, una religión que aúne confucionismo, budismo y cristianismo en una sola, y que suponga para las tres religiones un progreso, un nuevo paso en la evolución natural de cada una. Se habla también de la razón por la que el cristianismo no cala en Japón, debido a su carácter excluyente, que choca con el arraigo, especialmente, de la religión sintoista.

Uno de los poemas que Gómez Carrillo recoge en El alma japonesa.

Uno de los poemas que Gómez Carrillo recoge en El alma japonesa.

Atiende en profundidad a la poesía, dando las claves para entender lo que supone la poesía en Japón, así como sus estructuras típicas, y explica al occidental la causa de que no le resulte tan fascinante: para poder disfrutar verdaderamente la poesía japonesa, debe leerse en su lengua original, es la única forma de poder apreciar todos sus matices. Sin embargo, y aunque tiene esto en cuenta y lo transmite como enseñanza, también permite, en cierto modo, que nuble su juicio, colocando a los poetas japoneses en una posición inferior a los del mundo occidental.

El emperador Mutsuhito.

El emperador Mutsuhito.

Para entender la sociedad japonesa, hay que partir de su punto más alto, el emperador, y todo el culto que le rodea. Se desprende de su texto un interés especial en la figura del emperador, a quien describe como una figura anacrónica en medio de la modernidad que fomenta. No le falta razón, ya que, si nos paramos a pensarlo, está convirtiendo al país en un país occidental valiéndose de un poder legitimado por la divinidad y anclado en la tradición y en el mundo antiguo. Su poder, nominalmente absoluto, se ve controlado y dirigido por sus ministros, que equivaldrían a los antiguos shogunes y nobles de alto rango. Además, si su origen divino le es válido para el pueblo, no lo es ya para las altas esferas a las que sirve de títere y bajo las cuales ha perdido, en su afán modernizador, gran parte de los privilegios y ostentaciones de la corte. Muy interesante resulta también para Gómez Carrillo, aparte de estas cuestiones meramente políticas, la personalidad del emperador, atreviéndose a describir cómo debe sentirse en su fuero interno. Casi a modo de curiosidad, recoge algunos de los versos publicados compuestos por Mutsuhito, el emperador Meiji.

Algunos de los poemas del emperador Meiji que publica Gómez Carrillo en El alma Japonesa.

Algunos de los poemas del emperador Meiji que publica Gómez Carrillo en El alma Japonesa.

Resulta sorprendente que se haga eco de los aspectos negativos de la sociedad, de sus problemas, especialmente, en las grandes ciudades, realiza descripciones de los barrios pobres y la miseria que se recoge en ellos. Habla de los enfermos, de la pobreza extrema, de las hambrunas… Se percibe una  idealización hacia los habitantes de estos suburbios, a los que describe de esta manera:

aun en los más abyectos, aun en los más repulsivos seres, cierto aspecto de dulzura resignada, de suave melancolía, de noble dignidad, persiste siempre entre los harapos. Una de las pruebas del pudor de esta miseria, es que lejos de buscar los sitios visibles y de exponerse en pleno sol, se oculta en barrios obscuros y prefiere la vida nocturna.

A continuación, critica el socialismo que ha movido a los campesinos a las fábricas en las que viven en condiciones paupérrimas o a las ciudades, en las que buscan trabajo en peores condiciones; pero, sobre todo, critica a Europa como culpable de estas desgracias: “En otro tiempo, todos éramos pobres, pero ninguno miserable”, pone en boca de la población japonesa.

Su faceta periodística está presente al hablar de Corea, a través de artículos de actualidad japoneses, da unas breves pinceladas sobre la actitud que los japoneses, tan correctos para sus iguales, mantienen sobre los coreanos, a nivel individual, tratándolos con desprecio y superioridad, así como evidencia una postura colonial paternalista por parte del gobierno, muy semejante a la que manifestaban las potencias europeas durante el siglo XIX.

Mujer con espejo, Utamaro Kitagawa.

Mujer con espejo, Utamaro Kitagawa.

Concluye, finalmente, con una descripción de la cortesana japonesa, una mujer, tan distinta a la mujer, esta sí es la que evoca amores, pasiones, fascinación… A través de ella, da pistas, muy superficial y sutilmente, sobre la mentalidad que los japoneses tienen hacia el sexo y cómo entienden de manera diferente la moralidad en este ámbito (dado que una cortesana puede perfectamente ser casta y pura a sus ojos, e incluso digna de elogio si el motivo de su oficio es mantener a sus padres). Habla de los libros y grabados eróticos, y finaliza con un repaso a todos aquellos grabadores que destacaron en el género del bijin-ga o de las mujeres hermosas, alabando, por encima de todos, a Utamaro.

Puede observarse, a lo largo de todo el texto, cómo Gómez Carrillo recurre siempre que puede a fuentes y textos nipones que arrojen mayor luz sobre los asuntos que plantea. Aunque recoge una gran cantidad de historias y leyendas, no se trata de una antología de cuentos japoneses, sino que se vale de ellos como ejemplos, realizando un ejercicio magistral al utilizarlos didácticamente para que los lectores, como los niños japoneses que los escuchan por primera vez, vayamos aprendiendo su significado profundo.

De sus palabras se desprende un profundo amor por la cultura japonesa. Aunque ahonda en aspectos negativos, y la presenta con sus más y sus menos, por encima de todo se encuentra una admiración profunda. Como vulgarmente se dice, se le llena la boca al hablar de Japón, de sus costumbres, de sus ritos, de sus historias, y es fácil imaginarlo presa de un febril entusiasmo y casi  epatado por lo que descubre a su alrededor.

Postal coloreada del barrio de Yoshiwara.

Postal coloreada del barrio de Yoshiwara.

A modo de conclusión, he querido reproducir un fragmento en el que describe, de primera mano, el ritual que acompaña la visita a Yoshiwara, y que refleja toda esta admiración y delicadeza. Si les gusta Japón y les gusta lo que leen, les recomiendo encarecidamente que se aproximen a los textos de Enrique Gómez Carrillo.

Mas lo que mayor sorpresa nos causa a los que venimos por primera vez a este parque de flores vivas, es la perpetua exhibición de mujeres que sonríen dentro de sus jaulas. Yo ya había leído descripciones detalladas del espectáculo. A través de las páginas de Loti y de Lowel, había visto a las musmés colocadas en sus escaparates como juguetes de carne que todo el que pasa puede comprar. Las había visto también en las estampas de Toyokuny y de Utamaro, suntuosamente vestidas con trajes de antaño, inmovilizándose en posturas de iconos bárbaros. Pero he aquí que la realidad es mucho más bella, mucho más impresionante. Nada, en el espectáculo que contemplo, de la tristeza que temía. Las cortesanas no parecen resignadas, sino contentas de exponerse así, envueltas en magníficas sedas a las miradas del público. En sus ojos negros, tan expresivos y tan ardientes, refléjase el orgullo de sus almas. Sus frentes, lejos de inclinarse como las de sus hermanas de occidente, álzanse serenamente altaneras. Son divinidades populares, menudas diosas vivas, ídolos tangibles. Y ellas que lo saben, gozan de su prestigio y se complacen en su poder.

Las jaulas tienen un lujo fabuloso. En el fondo, biombos de laca con incrustaciones de nácar y de oro limitan el espacio. En el suelo, sobre las blancas esteras, almohadones de terciopelo sirven de asientos a las musmés. Ellas permanecen allí, quietas, pero, no inmóviles como los viajeros las pintan. Delante de cada sitio hay un espejo y el espejo es, para todas las mujeres, un objeto precioso que basta a entretenerla horas enteras. Cuando no se ven, se dejan ver. Sintiendo la admiración con que los paseantes contemplan sus amplios peinados, gozan íntimamente. Luego, por hacer algo, arreglan los amplios pliegues de sus kimonos claros de manera que los dragones áureos y las quimeras de plata, no tengan las alas arrugadas.

Así esperan, y cuando, detrás del biombo una voz las llama, levántanse sin apresurarse. El amor, aquí, no tiene prisas ni impaciencias. Es un rito.

¡Oh! ¡Las complicaciones, las dificultades, las ceremonias, las tardanzas, la etiqueta de estos idilios

de paso! Un código antiquísimo establece los menores detalles con una rigidez digna de la corte de Carlos III. Cuando la oirán penetra en la vasta sala donde nos introdujo el portero, es necesario recibirla como si fuera una princesa, Pero ¿acaso no lo es? Las dos maikos que la acompañan, llevan su cola lo mismo que en un cortejo palaciego. Ella se inclina, grave, pausada. Sus manos tocan el suelo a cada inclinación. Luego se sienta. Nosotros debemos sentarnos a su derecha, debemos sonreír, debemos tomar la tacita de te que nos ha traído una musmé. Una vez la tacita vacía, nuestra novia se pone de pie, saluda, se aleja. Nosotros no debemos movernos. Y los minutos transcurren, dos, tres, cuatro, cinco minutos, de esos muy largos de los ratos de soledad inquieta. Y con un poco de zozobra acabamos por preguntarnos si ha sucedido algo extraordinario, si nuestra muñeca se ha fugado con un samuray si nos ha dejado para siempre solos en la sala desierta… Pero no. De pronto las dos maikos aparecen (se inclinan, saludan), y nos invitan a que las sigamos por un amplio corredor de maderas preciosas. Las seguimos. Nuestros pasos hacen crujir las tablas acostumbradas a seres más ligeros. Y al fin de mucho andar, nos encontramos en la alcoba, en el nido de amor. Contemplamos con gusto el colchoncillo de estera que sirve de cama. ¿Podemos acostarnos? Todavía no. Las prisas son cosas desconocidas en el Yosiwara. Es necesario que las maikos nos desnuden con sus dedos de marfil ahumado. Y queramos o no queramos, protestemos o no protestemos, lo mismo da, pues a la postre tenemos que ceder ante la ley ineludible del lugar. Con gestos menudos y movimientos rítmicos, las chiquillas nos despojan de nuestras prendas más intimas. Ya desnudos, el ritual exige que nos dejemos bañar y perfumar, para que las sábanas de hilo nos sean hospitalarias. Está bien. Las manos inocentes de las maikos nos secan. Y ya estamos en el lecho, en el tálamo nupcial… Pero estamos solos. Entre muchas reverencias las dos servidoras se han ido, dejando cerrada la puertecilla de papel que da al corredor. Una linterna rosa ilumina con reflejos muy vagos la habitación vacía. Sobre los tabiques blancos, corren sombras fantásticas que la linterna proyecta. Son ibis que abren sus largas alas entre bambús. A lo lejos una orquesta de guitarras de dos cuerdas preludia una melodía. Y nosotros seguimos solos, solos, solos. Ningún ruido. ¡Ah! ¡Sí! Un ligero murmullo de sedas, un paso felino, un perfume penetrante de jazmín. ¿Es ella? Es ella que llega, ya no rígida dentro de su traje bordado de dragones y de quimeras, sino envuelta en un ondulante kimono de tul claro. ¡Es ella! Las dos maikos la acompañan hasta la orilla del lecho. Y los saludos principian de nuevo, los saludos solemnes, los saludos lentos. Después de saludarnos así, se acuesta a nuestra izquierda. Y por fin, siempre sin prisa, las servidoras leales cubren el nido con un velo verde. ¡Uh! ¡Las complicaciones y las tardanzas! ¡Oh! ¡Las dificultades infinitas para poder, al fin, estrechar entre nuestros brazos más curiosos que ardientes a la muñeca que escogimos en el escaparate de laca!

Para saber más:

En archive.org pueden encontrarse digitalizadas numerosas obras del autor. Facilitamos aquí los links de la trilogía japonesa.

 

  • (Añadido): Barlés, Elena, “Viajeros hispánicos de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX y su mirada sobre Japón y el arte japonés. El caso de Enrique Gómez Carrillo (1873-1927)”, en Cabañas Bravo, Miguel; López-Yarto Elizalde, Amelia; Rincón García, Wifredo (eds.), El arte y el viaje, Madrid, CSIC, 2011, pp. 383-400
avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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