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Relatos de la Guerra de Corea - Primera Parte – Revista Ecos de AsiaRevista Ecos de Asia
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This article was written on 16 Sep 2019, and is filled under Historia y Pensamiento.

Relatos de la Guerra de Corea – Primera Parte

Memorial de la Guerra de Corea en Seúl.

En la vida debemos afrontar eventos que en ocasiones dejan profundas cicatrices, influyendo en nuestro comportamiento cotidiano y la forma en que estrechamos lazos con las personas a nuestro alrededor. Las respuestas a estos traumas dependen de cada sujeto y de su experiencia, de modo que la forma en que se vive y afronta la memoria traumática puede llegar a ser muy diferente, especialmente en aquellas experiencias lacerantes que no solo son vividas de manera individual, sino que forman parte de una memoria colectiva más amplia. Uno de los ejemplos más impactantes de este tipo de experiencias es sin duda la guerra, y entre todas las guerras, las que se desarrollan entre hermanos de una misma nación marcan de por vida la conciencia del pueblo que las sufre.

La Guerra de Corea es una de las guerras civiles del siglo XX que, por su magnitud, por su importancia internacional en el marco de la Guerra Fría, por la división que fue indefinidamente sellada como consecuencia, y por la repercusión que tuvo en el alma del pueblo coreano, ha sido fuente de dolor colectivo e individual, tanto coreano como también extranjero. Dada la importancia de este conflicto en el ámbito de los estudios de Asia Oriental, el tema principal de la que será una serie de tres artículos será la manera de contar la guerra (y la sucesiva división) de aquellos individuos propiamente coreanos que han decidido hacerlo a través de la escritura. Se verán aquellas diferencias de vivir la experiencia del trauma, y gracias a la observación de estos distintos modos de percibir y describir el conflicto, podremos tener un cuadro de lo que la Guerra de Corea ha significado para el pueblo coreano, así como para la literatura coreana de la posguerra.

Para ello, se utilizarán una serie de relatos cortos y de fragmentos de libros que narran directa o indirectamente el conflicto y sus efectos sobre la sociedad y las personas, a saber, Cranes de Hwang Sun Won (1953), Los árboles en la cuesta también de Hwang Sun Won (1960), Memorias de una niña de la guerra de Park Wan Seo (1992), y Los del Sur los del Norte de Lee Ho Chul (1996). En este primer artículo se comenzará con un breve preámbulo sobre la situación de la península al comenzar la guerra, tras el que se revisará el primero de tres grandes temas, es decir, “el conflicto ideológico”. En el segundo ensayo se tratarán los otros dos argumentos de “la lucha entre hermanos” y “muerte y desolación, el amor y la esperanza”. Para finalizar, el último escrito constará de una conclusión que recogerá los puntos clave extraídos de estas tres visiones.

La península coreana de la preguerra y el conflicto ideológico

Grupo de personas celebra la independencia de Corea en 1945 / Korea.net/U.S.-based National Archives and Records Administration.

 La división ideológica en Corea había ocurrido mucho antes de la separación oficial a lo largo del paralelo 38°. Tras la retirada de los japoneses en 1945, la fragmentación territorial, que había comenzado siendo algo temporal, se había convertido en poco tiempo en una fragmentación ideológica causada por la polarización ya existente entre izquierda y derecha en la política interna, exacerbada por la agenda y los intereses de Estados Unidos (EE.UU) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).[1] La población en 1945 había quedado fraccionada en dos partes: por un lado estaba el grupo de los colaboracionistas, que incluía en parte a personas con una buena educación provenientes de las clases más altas y adineradas, pero también a otras que en mayor o menor medida se habían beneficiado de la cooperación con los japoneses; por otro lado, nos encontramos a coreanos de distintas clases sociales que soñaban con la independencia de Corea y la transformación de la sociedad hacia un ideal más igualitario. Además, este último grupo sentía una ardiente necesidad de castigar a los que habían colaborado con el régimen colonial.

Teniendo en cuenta este fortalecimiento de dos polos opuestos debido a agentes internos y externos, la creación de dos regímenes diferentes en 1948 fue una práctica formal para reconocer oficialmente algo que ya había ido tomando forma a lo largo del período de ocupación japonesa y durante los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de la Guerra Fría. De esta manera, respaldados por sus respectivas potencias aliadas, dos gobiernos nacieron en la península coreana, pero solo uno fue oficialmente reconocido, añadiendo al problema del fraccionamiento territorial e ideológico el de establecer quién sería la autoridad legítima. La retirada de las tropas soviéticas y estadounidenses de sus respectivas zonas, en lugar de contribuir al comienzo de un proceso de independencia, dejó a una población dividida y repleta de enemistades.

Primeras elecciones democráticas de Corea del Sur en 1948 / Wikimedia Commons/United States Library of Congress’s Prints and Photographs Division.

Celebración por el establecimiento de la República Popular Democrática de Corea en 1948 / Tongil News.

La población de las dos Coreas no fue separada ideológicamente por igual, ya que muchos de los que sostenían ideas del bando contrario siguieron viviendo en el lado “equivocado” del paralelo 38°. Como consecuencia, la brecha que se había abierto entre las dos mayores facciones enfrentadas originó en Corea del Sur una fuerte represión por parte del gobierno establecido, en nombre de la política anticomunista del presidente Syngman Rhee, declarado opositor a Corea del Norte. Por el otro lado, al Norte del paralelo 38 también se predispuso un sistema que eliminó cualquier tipo de disidencia, a través de la aplicación de métodos como la reeducación de la población y el control de los medios de comunicación.

Tras la consolidación de dos diferentes tipos de regímenes, a partir de 1949 a los dos lados del paralelo hubo una serie de pequeños enfrentamientos, muchos de ellos aparentemente provocados por el Sur; mientras en el Norte se estaba también a la espera de un posible ataque lo suficientemente importante por parte del Sur para dar comienzo a la guerra y unificar así las dos Coreas bajo el gobierno de Pyongyang. Una vez que estaba claro que la guerra sería inminente, tanto Kim Il Sung como Syngman Rhee se aseguraron el favor de las potencias de sus respectivos bloques: todo estaba listo para el conflicto y solo había que esperar a ver quién daría el primer paso.

Vehículos militares atraviesan el paralelo 38° / Encyclopædia Britannica.

Aunque este estado de cosas pudiera hacernos creer que existía una polarización ideológica bien definida en la sociedad que vivió la guerra, en realidad, la población asistía a una gran confusión con respecto a qué ideología debían apoyar. Como bien cuenta la autora Park Wan Seo, a menudo las personas decidían estar de un lado o del otro dependiendo de la necesidad del momento, ya que muchos ni siquiera entendían bien la cuestión ni querían participar en una u otra ideología. En su relato, la autora demuestra sus propias vacilaciones e incertidumbres en aquella época: cuando la zona en la que ella vivía estaba bajo el control del Sur, nos cuenta, “aplaudí con entusiasmo y grité como los otros: ‘Viva la República de Corea’ ”;[2] contrariamente, con la llegada de los norcoreanos nos dice “criticaba el régimen de Syngman Rhee y me mostraba favorable con las promesas en favor de los obreros y los campesinos”.[3]

Aún más impactante es la descripción de contraste que Park nos da de su hermano, un joven partidario del comunismo que, tras el nacimiento de la República de Corea en 1948, había entrado en la liga anticomunista. El chico, quien al regresar a su casa tras la llegada del ejército norcoreano lo único que quiere es trabajar en la escuela como maestro y vivir tranquilamente, es continuamente alentado por sus antiguos camaradas a pedir perdón al partido para hacerle cambiar su actitud indecisa. Sin embargo, como escribe la autora refiriéndose a su hermano, en situación de guerra “una vez perdidas tanto la oportunidad de esconderse como la de pedir perdón al partido, no pudo más continuar en aquella situación ambigua”,[4] lo que al final le lleva a ser reclutado a la fuerza por el ejército norcoreano, solo para escapar de él e intentar una vez más empezar una vida nueva junto a su familia.

La obligación de formar parte de uno u otro bando por necesidad del momento es un tema que también se toca en Cranes de Hwang Sun Won. En este relato, Hwang nos presenta a los personajes Song Sam y Tok Chae, dos jóvenes hombres que se conocieron durante la infancia y que se vuelven a encontrar después de años en una situación en la que están en lados ideológicos opuestos del conflicto. Tok Chae es prisionero comunista y Song Sam se ofrece a escoltarlo; mientras caminan juntos, Tok Chae le cuenta la razón por la que no pudo evitar ser nombrado vicepresidente de la liga comunista:

“Intenté escapar. Dijeron que una vez que el Sur invadiese ningún hombre se salvaría. Así que hombres entre diecisiete y cuarenta fueron forzadamente llevados al Norte. Pensé en evacuar, incluso si hubiese tenido que llevar a mi padre en la espalda. Pero padre dijo que no. […] Yo quería estar con él en sus últimos momentos para poder cerrar sus ojos con mi propia mano”.[5]

El deseo de querer acompañar al padre anciano en lo poco que le quedaba de vida fueron el motivo principal por el que Tok Chae decidió hacer frente a su destino como “comunista”.

Por otro lado, Hwang también tiene el poder de hacernos reflexionar sobre la manera en que la ideología terminó deshumanizando a las personas, haciendo que los coreanos se atacaran los unos a los otros, olvidándose que, detrás de aquel envoltorio doctrinario, existía simplemente el alma de un ser humano. Este punto se demuestra en el episodio en el que la ira de Song Sam irrumpe contra su amigo por haber combatido con el bando enemigo, y al preguntarle por qué lo hizo, el chico le responde con las siguientes palabras: “No voy a poner ninguna excusa. Me hicieron vicepresidente de la liga [comunista] porque era uno de los campesinos más pobres y más trabajadores. Si eso es un crimen que ha de ser pagado con la muerte, entonces que lo sea. Yo sigo siendo lo que era—lo único que sé hacer bien es trabajar la tierra”.[6] Con esta simple frase Tok Chae se deshace de la envoltura de una fe que ni siquiera ha escogido (“me hicieron…”), y vuelve a ser aquel chico simple que Song Sam había conocido cuando era pequeño.

Soldado surcoreano empuja a un rebelde comunista hacia juicio / Carl Mydans— The LIFE Picture Collection/Getty Images.

Además de la inexistencia de una separación ideológica neta en la conciencia de las personas, incluso aquellos que supuestamente formaban parte de uno u otro bando no eran un grupo homogéneo. Un ejemplo muy útil nos lo da Lee Ho Chul, cuya narración es la prueba de que años de divisiones sociales, creadas durante la época del colonialismo japonés, habían terminado marcando grandes diferencias entre las filas comunistas. Lee recuerda la existencia de dos grupos que se habían creado dentro del pelotón norcoreano del que formaba parte, y lo hace enfatizando la desigualdad en su conducta como resultado de la clase social a la que pertenecían antes de ser reclutados:

“[…] pronto aparecieron dos grupos en nuestro pelotón. Los respectivos comportamientos revelaban su origen de clase. Desde Dangsang parecieron ponerse de acuerdo entre sí: de un lado estaba el grupo del camarada de Youngbyon, y del otro el de los camaradas de Dok-Chin Kim, oriundo de Jamjung, y de Kun-Sok Yang, compuesto por soldados de más edad y de clase media, que se quejaban por todo y trataban de proteger sus intereses. Demostraban su origen burgués por su manera de hablar, acudiendo a expresiones como “señor, “maestro Kim”, “señor Yang”, y tratándose entre ellos con formalismos propios de la vieja sociedad. […] Sin embargo, el grupo de Youngbyon se portaba de manera diferente. Ellos se agrupaban al final del pelotón y caminaban muy animados, como si estuvieran en un día de campo. En vez de llamarse por sus nombre o apellidos, empleaban, riéndose, los términos “camarada de Youngbyon”, “camarada patata de Munchon […]”.[7]

General norcoreano flanqueado por dos soldados norcoreanos se dirige a un encuentro de las Naciones Unidas junto a su homólogo chino / CBS News/AP.

 En definitiva, la sensación de división ideológica de la Guerra de Corea entre la población coreana era algo muy nebuloso, y el estado confusional creado por la necesidad de estar de un lado u otro, unido a los retazos de la experiencia de la colonización japonesa, crearon un clima en el que a nadie le quedaba claro quién era amigo o enemigo. El uso de las distintas ideologías terminó sirviendo solo para mantener la lucha viva, y los coreanos acabaron olvidándose que el conflicto se desarrollaba entre hermanos de una misma nación. Como bien dice Park, “lo que nos engañaba era una fuerza mucho más grande y organizada”.[8]

[1] Eckert, Carter. Lee, Ki Baik. Lew, Young Ick. Robinson, Michael. Wagner, Edward. Korea Old and New: A History. Seoul, Ilchokak Publishers, 1990, p. 340.

[2] Park, Wan Seo. Memorias de una niña de la guerra. Madrid, Editorial Verbum, 2007, p. 187.

[3] Park, Wan Seo. Memorias de … 195.

[4] Park, Wan Seo. Memorias de … 194.

[5] Hwang, Sun Won. Cranes (P. H. Lee, Trans.), Manoa, University of Hawai’i Press, 20, 1, 2008, par. 20.

[6] Hwang, Sun Won. Cranes …, par. 17.

[7] Lee, Ho Chul. Los del sur, los del norte: una novela sobre la Guerra de Corea. Madrid, Editorial Verbum, 2007, pp. 87-88.

[8] Park, Wan Seo. Memorias de una niña de la guerra. Madrid, Editorial Verbum, 2007, p. 195.

avatar Laura Andrés Serpi (3 Posts)

Licenciada en Estudios Internacionales en la Korea University de Seúl, Corea del Sur, y Máster en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Salamanca, especializada en Relaciones Internacionales de Asia Oriental y en Estudios Coreanos.


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