Hoy en día parece que el género autobiográfico está otra vez de moda, aunque con la popularidad llega también, irremediablemente, el exceso. Cualquier celebrity que se precie cuenta en su haber con un libro en que relatar sus memorias, desde cocineros como Gordon Ramsay (Humble Pie) hasta actores como Matthew McConaughey (Greenlights). No importa que se sea demasiado joven, como la futbolista Megan Rapinoe (One Life) o tan popularmente conocida que el relato resulte irrelevante, como el caso de la cantante Mariah Carey (The Meaning of Mariah Carey), cualquiera puede publicar sus memorias. Lejos quedan célebres ejemplos de eminentes figuras históricas como la autobiografía de Benjamin Franklin, o auténticas obras maestras con relevancia literaria intrínseca, como la novela Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, de Maya Angelou. Definitivamente, parece que la autobiografía, como género, se ha devaluado.
Es por ello que se agradece que la editorial La línea del horizonte apueste por recuperar un libro como La China que vi y entreví, de Marcela de Juan, publicado originalmente en 1977 y reeditado ahora con prólogo de nuestra colaboradora Marisa Peiró. Por un lado, la protagonista resulta tan interesante como desconocida para la gran mayoría de aficionados a la cultura oriental; pero, por otro, se trata de un volumen escrito con tanto humor y carisma, repleto de conexiones con momentos y personajes históricos de enorme relevancia, que su lectura acaba siendo no solo entretenida sino asombrosa.
Huang Ma Cé, hispanizado como Marcela de Juan, es el nombre de nuestra protagonista y narradora. Hija de Liju Juan, un diplomático chino, y la dama belga Juliette Broutá-Gilliard, Marcela nace durante la breve estancia de sus padres en La Habana, en 1905, pero pronto la familia se traslada de Cuba a Madrid, donde el padre trabajará como embajador de China. Ya desde sus orígenes (o “prehistoria”, en palabras de la propia autora) queda patente la dualidad racial y la ambivalencia cultural, que estará siempre presente en su vida, así como la importancia del viaje, que será otra constante en su transcurso vital.
Sin embargo, el viaje más relevante lo hace con tan solo ocho años, cuando emprende junto a su familia el largo trayecto a oriente, pues su padre es destinado a Shanghái y Pekín. Lejos de emprender esta aventura con temor a lo desconocido o con tristeza por dejar atrás lo cotidiano, Marcela escribe que este hecho marcó drásticamente su forma de ser, dando lugar a algunas de sus características más definitorias, como son la independencia y el espíritu intrépido, hasta el punto de considerar el viaje una parte de la vida puesto que –nos dice– “si no viajo, me parece que la gente en mi rededor no cambia”.
El cambio de panorama que supone su llegada a Asia resulta especialmente chocante cuando relata su primera experiencia con la discriminación racial al llegar a Ceilán (entonces Colombo), donde tanto su padre como su hermana y ella misma fueron relegadas a un pasaje de segunda en el barco inglés en el que viajaban. Este suceso es una novedad para la pequeña Marcela, según la cual “en España eso no existía, no ha existido jamás”. Esa inocencia se traslada a las páginas en sus descripciones de Pekín, cuyos parajes recorre con la avidez de una turista (máxime si tenemos en cuenta que a su llegada a China no hablaba el idioma). Marcela tiene además un punto de vista único por su carácter de inmigrante birracial, puesto que no encaja en ningún sitio pero pertenece a ambos mundos, siendo toda ella un paradigma de la multiculturalidad. Entre notas curiosas, comentarios sobre la cultura, el arte o la filosofía oriental, el lector puede ir descubriendo China de la mano de nuestra guía, quien además es testigo de convulsos momentos históricos:
Los quince años que viví en Pekín son particularmente importantes porque durante ese período los viejos y los nuevos elementos llegaron a entenderse. Fui testigo de un colapso y vi florecer la vida nueva de entre las ruinas, el alma china en su evolución, pero que no perdió ni su nobleza ni su calma.
Tras la muerte de su padre, Marcela emprendería el mismo viaje a la inversa, regresando a Madrid donde ya se quedaría hasta su muerte, en 1981. Allí trabajó como intérprete del Ministerio de Asuntos Exteriores, articulista en diversos medios de la prensa escrita y traductora de obras de la literatura china al castellano.
Solo con este breve esbozo que hemos realizado de su trayectoria vital, ya se puede deducir que la vida de Marcela de Juan es lo suficientemente interesante como para engancharnos desde la primera página, pues su existencia está repleta de aventuras. Por si fuera poco, a este hilo conductor que a modo de argumento nos lleva entre las páginas de esta biografía, debemos sumar un contexto histórico apasionante que va de la Revolución de Xinhai a la Transición española, y que se deja entrever a cada paso.
Además, Marcela tiene un talento especial para, con un estilo sencillo y cercano, ir introduciendo detalles de interés, como pinceladas despreocupadas, hasta llegar a componer una obra rica y llena de diversidad. De este modo, con un tono casi próximo a la confidencia, nos va presentando a personajes que desfilan por la obra, cruzando sus destinos con los de la familia Juan: desde Pío Baroja o José Canalejas hasta Mao Zedong. Por otro lado, el texto está lleno de ejemplos de prolepsis, en los que la autora nos adelanta información (“ya contaré cómo lo conseguí…”), que dotan al texto de una enorme naturalidad, estrechando la relación con el lector hasta el punto de hacernos sentir parte del relato. No es difícil imaginar por su tono que la propia Marcela nos está contando su historia en la intimidad de un saloncito, mientras compartimos con ella vivencias y una taza de té.
Así pues, La China que vi y entreví es una autobiografía que se lee como una novela, ya que resulta fascinante en cada detalle y amena en su desarrollo. No solo cuenta con un tema atractivo (las aventuras de una traductora birracial viajando entre oriente y occidente), sino también con una ambientación histórica turbulenta, a la par que cautivadora. Narrado con sencillez y cercanía, además de muchos toques de humor, este libro es imprescindible para rescatar un personaje como Marcela de Juan de las brumas del tiempo y redescubrir su importancia como baluarte de la interculturalidad.