Desde Ecos de Asia queremos realizar un homenaje a la obra de Antonio García Llansó, autor del considerado como el primer manual de japonología moderna realizado por un español. Su obra Dai Nipon (El Japón) fue publicada probablemente hacia los años 1905 o 1906. El libro, muy rico en datos, escrito con rigor y claridad, no se realizó a partirde una directa experiencia en Japón, sino gracias a la lectura de las impresiones de autores extranjeros y a partir de la información que su autor recopiló en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Antonio García Llansó fue miembro del jurado calificador de dicha exposición, designado por Japón, por lo que la solvencia y objetividad de sus informaciones están garantizadas.
Su obra contó con mucha difusión ya que se editó dentro de la colección Biblioteca de Manuales Soler, que fue muy popular en aquella época. Antonio García Llansó, (1854-1914), era un médico y erudito catalán que estudió en Madrid, donde fue profesor de la Facultad de Medicina. Ya en Barcelona, donde fue conservador de la Biblioteca y Museo Balaguer (Vilanova i Geltrú), desplegó una amplia labor como escritor de ensayos y estudios, muchos de ellos relacionados con la Historia del Arte. El libro señalado se trata de una obra rigurosa y sobre todo muy bien documentada ya que, como señala en la presentación, contó con el asesoramiento de los miembros de la comisión japonesa de la Exposición de 1888 a lo que añadió el estudio de la obra de muy diversos autores extranjeros, entre los que destacan Louis Gonse y Pierre Loti, y contó con la inestimable ayuda del artista Keîchiro Kume, miembro de la comisión japonesa, con el que trabó una buena amistad y al que dedica el libro.
Antes de pasar a comentar el libro hemos de destacar la importancia que la Exposición Universal de Barcelona desarrolló en el conocimiento de países lejanos como China o Japón. En 1888, entre abril y diciembre, se celebró esta en Barcelona siendo la primera Exposición Universal organizada en España. Eran unos años en que la política internacional y el comercio exterior estaban en una situación de declive, sobre todo con el Extremo Oriente, y a una década del llamado desastre del 98. Se decidió organizar la Exposición para promocionar la modernización industrial y dotar de prestigio internacional a la ciudad de Barcelona. La exposición fue considerada un éxito y en ellase mostraronobras de arte y objetos procedentes de Japón, del contacto con los cuales y del trabajo de Antonio García Llansó con los miembros de la comisión japonesa surge el proyecto que dará lugar a este libro.
En el libro, Antonio García Llansó aborda diferentes cuestiones relativas a la historia, costumbres, política y arte del archipiélago japonés.
Uno de los primeros temas que trataes el estudiodel territorio, clima, carácter y costumbres del País del Sol Naciente. García Llansó nos muestra una visión idealizada de Japón mediante una descripción poética del medio físico japonés. A través de un recorrido por las estaciones, nos señala las estampas características que en la época se asociaban a Japón, tales como el florecimiento del cerezo en primavera, las sufridas labores de los labriegos en los campos de arroz en verano, la quietud de las noches de otoño -las cuales se dedicaban a la contemplación de la Luna- y, para terminar, señala el entusiasmo que generaban las primeras nevadas en el innato espíritu artístico de los japoneses.No podemos evitar señalar que a pesar de las numerosas lecturas y entrevistas que el señor García Llansó utilizó para la realización del libro, en las descripciones de sus paisajes parece ser que una de sus fuentes son los distintos grabados de vistas y paisajes japoneses que pudo contemplar, y que ayudaron a generar una visión idealizada e idílica de Japón. Destaca el papel que han jugado los poetas en ese amor por la naturaleza propio del pueblo japonés, por ello a lo largo del libro irá intercalando distintos poemas japoneses para ilustrar la narración.
A continuación, pasa a enumerar las características que han hecho del pueblo japonés, a su juicio, el primero entre las naciones orientales. Destaca el respeto a los padres como el primero y más sagrado de los deberes que tienen los japoneses, siendo aplicado por todas las clases sociales, así como la alta consideración que sienten, hasta los más iletrados, por los artistas y hombres eminentes.
Como no podía ser de otra manera, pasa a describir a la mujer, dando otra muestra de la fascinación que las mujeres japonesas generaban en occidente,[1] así, García Llansó señala:
(…) la mujer japonesa es sumamente agradable y simpática. A ello contribuye su afabilidad, la dulzura de su carácter y sus naturales atractivos. De facciones delicadas y suaves líneas, ojos expresivos, abundosa y negra cabellera y aterciopelado cutis, ofrece un conjunto que cautiva y seduce, contribuyendo a aumentar sus encantos el medio en que vive y la fastuosidad de los trajes que viste, confeccionados con tejidos de seda de vivos y brillantes colores. Sujeta al hogar desde su más tierna infancia, es hacendosa, amantísima madre y cariñosa y obediente compañera de su marido. Si bien es incompleta y deficiente la instrucción que recibe, cultiva con singular aptitud la música y la poesía, figurando un buen número de inspiradas poetisas en el Parnaso Japonés. La limpieza y el aseo, que se refleja en todas las casas, es cualidad distintiva de la mujer de aquel país.
Esta descripción de la mujer japonesa, está relacionada con la publicación en 1887 de Madame Chrysanthème de Pierre Loti, en la que se daba una imagen de la mujer japonesa sumisa y objeto de deseo para los occidentales (y profundamente despectiva). La obra de García Llansó se inserta en ese momento de fascinación de Europa por todo lo japonés,en el que Japón aparece como un paraíso lejano y exótico, el llamado Japonismo.
Posteriormente García Llansó pasa a analizar el papel que ha jugado el emperador en la transformación de Japón. Para él, el emperador Meiji es el principal responsable de la modernización del país, el cual ha tenido que enfrentarseala oposición y el fanatismo de gran parte de sus súbditos, hasta convertirse en el portaestandarte de la civilización. Señala la profunda transformación que su figura ha sufrido, al pasar de ser una divinidad del panteón sintoísta hasta convertirse en un verdadero jefe de estado moderno. Para García Llansó si el pueblo japonés ha alcanzado a las naciones europeas ha sido gracias a la labor del emperador, como queda demostrado por las recientes victorias militares, la industrialización y el floreciente comercio.
Lo describe como una persona culta, que dedica la mayor parte del día al estudio y a las tareas de gobierno, que sabiamente se deja aconsejar por ministros y altos dignatarios, y que sus edictos y órdenes solamente hacía públicos cuando los había estudiado y meditado con gran detenimiento.
En el libro, García Llansó también se ocupa de describir el cambio que ha sufrido la familia imperial, señala el papel de la emperatriz Shoken, la cual a semejanza de los monarcas europeos “viste severo y elegante traje europeo, con trajes confeccionado por uno de los mejores modistos de París”. García Llansó también refleja los cambios que la occidentalización estaba generando en el país, así, tras describir las vestimentas tradicionales, señalan que en la corte, los nobles, literatos, hombres de negocios y las clases acomodadas ya vestían a la manera occidental, dándose en las calles de las principales ciudades de Japón curiosas estampas, en las que se entremezclaban combinaciones de vestimentas indígenas y occidentales.
En su completo estudio, otro de los temas que aborda García Llansó es el asunto de la religión, señalando que la forma que los japoneses rinden culto a sus dioses es digna de estudio, no siendo comparable a ningún país, ya que a excepción de los sacerdotes, el pueblo demostraba igual veneración a Buda que a los dioses del Sintoísmo. Destaca el respeto a las divinidades nacionales y a los antepasados que preconiza el Sintoísmo, así como “los consuelos que aporta para los sufrimientos del espíritu” el Budismo, de ahí a que ambas creencias se compenetren y la facilidad con la que se han adaptado al ideario japonés. Posteriormente subraya el gran número de templos que los japoneses han levantado para honrar a sus divinidades, destacando que la apariencia de estos templos, severa y sencilla, contrasta con la gran cantidad de tesoros y bellos trabajos que guardan. Para ilustrar este apartado dedicado a la religión, nos ofrece una poética descripción del templo de Kitano-Tenjin, situado a las afueras de Kioto, del cual comenta al describir una ceremonia
“La semioscuridad en que se halla sumida la nave, sus dimensiones, la ausencia absoluta de representaciones, la fervorosa actitud de los asistentes y de los bonzos, produce en el ánimo del extranjero honda impresión, como si se hallase, como lo es en verdad, ante un mundo desconocido, que se inclina reverente ante ese algo sublime, intangible, que ejerce su soberano dominio en nuestro espíritu y preside la obra de la creación”
Tras este recorrido por la espiritualidad, García Llansó se adentra en las construcciones japonesas, destacando que en Europa se han aceptado conceptos innovadores procedentes de Japón, tales como el destierro de las reglas de la simetría en beneficio de una mayor racionalidad en las disposiciones.Nos dirige por un recorrido por las construcciones religiosas, señalando que en los templos Sintoístas es en los que se observa toda la pureza de la arquitectura tradicional, donde se usaban las maderas más ricas del país, sin aditamentos de color y cuyos interiores estaba pintados de blanco como símbolo de la pureza. Posteriormente García Llansó trata los templos budistas, en los que ya destaca las influencias que este tipo de construcciones recibieron de la arquitectura de la India, China y Corea, como pueden ser la profusión de tonos vivos y brillantes, la inclusión de estatuas y el uso de accesorios decorativos de los que están exentos los templos sintoístas.
Después, pasa a tratar la arquitectura civil, y una de las cosas que más le llama la atención es la delicadeza de los excepcionales trabajos de carpintería, destacando que a diferencia de Europa, en Japón el principal material empleado para la construcción es la madera, y señala que la habilidad de los carpinteros japoneses no tiene comparación con los del Viejo Continente, siendo una de las cosas más meritorias de destacar que se pueda montar y desmontar una casa sin necesidad de un solo clavo. También le llama la atención las diferencias que existen entre las viviendas japonesas y las occidentales, tales como un ancho balcón que a modo de galería recorre todo el primer piso (engawa), la cantidad de ventanas con “vidrieras”, en las que el papel sustituye a los vidrios, así como el uso de puertas correderas. García Llansó ya señala que las dimensiones de las casas en Japón se determinan por la cantidad de tatamis[2] que cubren el suelo, así como que las casas suelen contar con muy poca decoración, a excepción de kakemonos y algunas piezas de cerámica. Señala también que en las residencias de los altos dignatarios y clases acomodadas se encontraban ya habitaciones decoradas al gusto occidental, pero que se empleaban solo en reuniones, por lo que termina concluyendo que “el japonés al asimilarse a la civilización europea, no ha renunciado, en su vida íntima, en el santuario de su hogar, a cuanto le recuerda su nacionalidad”.
Uno de los temas que más fascinación causaban al lector occidental sobre Japón era como en pocos años, una nación que se encontraba prácticamente en una sociedad feudal, había sido capaz de organizar un poderoso ejército, al mismo nivel que las potencias occidentales, hasta el punto de derrotar a China y a la Rusia de los zares. García Llansó nos describe como eran esos guerreros, los samuráis, los hombres de armas del Japón. Describe a los samuráis como un estamento guerrero, cuyos miembros eran sumamente orgullosos, ya que el título que ostentaban les hacía responder de sus actos solamente ante el Shogun o los señores feudales. Señala que los samuráis eran quienes monopolizaban todos los cargos públicos, y que mientras disfrutaban de toda una serie de ventajas, para los labradores, artesanos y mercaderes no existían más que deberes que cumplir. Explica que esta situación se tornó insostenible para las clases menos favorecidas a mediados del siglo XIX, cuando “las nuevas corrientes, las auras de libertad de que se saturaron los estados europeos, atravesaron las los mares índicos y llegó el día en que Japón, como todo pueblo culto y amante del progreso, se amoldara a los nuevos conceptos de la moderna civilización”.
Así fue como para García Llansó, bajo las directrices del emperador, en Japón se destruyó al antiguo régimen y se unificaron todas las clases sociales. Una de las consecuencias de esta transformación fue la nueva organización del ejército, en que todos los japoneses estaba sujetos al servicio militar activo al cumplir veinte años mediante sorteo, y cuya duración comprendía tres años, tras los cuales pasaban a formar parte de la reserva durante otros cuatro años. También se produjo un cambio en las armas, pasando en pocos años de empuñar katanas y arcos, a manejar las últimas novedades en armamento, vestir uniformes de estilo occidental y a contar con todos los avances de la época, como trenes de transporte, telégrafos e ingenieros de campaña. También se benefició de estos adelantos la marina, contando con una flota de las más modernas de su tiempo.
García Llansó comenta la última campaña realizada por el ejército japonés, en la que se demostraban los avances que desde 1868 hasta la fecha (el libro se publicó en 1906), y nos narra las acciones que se libraron en Corea y China, destacando como éxito más destacable la toma de Port Arthur, además de señalar el peligro que podía llegar a suponer para las colonias asiáticas de los países europeos esta expansión de las fronteras de Japón.
Tras este recorrido que realiza por los distintos aspectos de la mentalidad y sociedad japonesa, García Llansó pasa a analizar las diferentes manifestaciones artísticas que se estaban desarrollando en Japón en el momento y las cuales eran muy apreciadas en occidente, entre las que destaca las cerámicas, los bronces y las armas. Señala que Japón “los objetos más triviales que se construyen cobran valor y pierden el carácter vulgar que les asigna la aplicación a la que se les destina, por efecto de la elegancia de la forma o de su peregrina decoración. Basta al artista un toque, un detalle, a veces un simple trazo para mejorar la obra”.
Cuando aborda el tema de las cerámicas, cita a Louis Gonse como experto en la materia, señalando que el desarrollo de la cerámica coincide con la introducción del té, cuyos primeros ejemplos fueron la elaboración de vasos para la conservación de la planta, siendo Seto el primer sitio en el que se realizaron. Aborda también el estudio de otros centros cerámicos, como Hizen, donde señala que sus piezas son muy apreciadas por los coleccionistas. Posteriormente pasa a comentar como no podía ser de otro modo las cerámicas y porcelanas que se producían en Japón para su exportación y venta en Europa, señalando “la tendencia puramente mercantil a que obedece su fabricación”,comentando como principales las cerámicas de Satsuma, en las cuales predominaba el color azul, el verde y el oro, así como las porcelanas de Arita, Kakiemon e Imari. Señala también que en la época no se conocían todavía en profundidad las cerámicas japonesas, siendo escasos los museos oficiales que contaran con una representación de los centros cerámicos más importantes, y las cuales solamente se podían contemplar en algunas colecciones privadas, reunidas por expertos e inteligentes coleccionistas.
En cuanto a las producciones de bronce, señala a la India y China como las primeras naciones que dominaron la fundición del bronce en Asia, pero que a pesar de ser los iniciadores, “no se observa en sus producciones el primor que se observa en las obras japonesas”. Señala como obra maestra de la fundición de bronce japonesa al gran Daibutsu de Kamakura, en el que destaca además de su colosal tamaño, la exactitud que se demuestra en su ejecución y la finura que demuestra a pesar de sus proporciones.
En cuanto a las armas procedentes de Japón, se convirtieron en otro de los objetos ávidamente comprados por los coleccionistas en occidente, García Llansó se refiere así a las armas y armaduras japonesas:
“superan las antiguas armas y armaduras japonesas a los diversos tipos que nos ofrecen los demás pueblos orientales, por lo que en sí revelan de genial y característico. En las armas que utilizaron los guerreros de la misteriosa Nipón, se manifiestan, como en todas las producciones de aquel pueblo, el deseo de embellecimiento, dando a sus creaciones formas más o menos simpáticas, decorándolas con tonos vivos y brillantes, o bien practicando con el cincel prodigios de ejecución”.
Realiza un estudio por la evolución de las armaduras japonesas, para el que se vale de las piezas conservadas entonces en la Real Armería de Madrid y en el Museo de la Artillería de París, así como a las piezas reunidas por el coleccionista y comerciante Samuel Bing. Señala que el sable japonés, la katana, merecería un estudio aparte, cuya fabricación para García Llansó podría competir con los maestros espaderos de Toledo. Señala la altísima estima que se tenía en Japón por las katanas, y le llama la atención que se tratase de piezas veneradas por toda la familia, que pasaban de generación en generación como verdaderos tesoros familiares.
A continuación, se encarga del arte de la laca, la cual, para los japoneses, es señalada como el material que produce los objetos más perfectos producidos por la mano del hombre. Como al tratar el tema de la cerámica, cita a Louis Gonse para explicar el proceso de extracción y refinamiento de la resina del árbol, y como se aplica a una gran cantidad de objetos como si de un esmalte se tratara. Señala las dificultades que el proceso entrañaba, así como los distintos acabados que se le podían dar a las piezas.
Para terminar con los objetos artísticos, García Llansó se encarga de las caretas y los netsukes. Señala que en Japón no ha existido una jerarquía entre las manifestaciones artísticas, de ahí que todos los objetos son susceptibles de ser elevados a la categoría de arte. En cuanto a las caretas comenta “las caretas ofrecen grandísimo interés, ya por sus variadísimas y exactas formas de expresión han de estimarse como producciones escultóricas y manifestaciones características, las más esenciales y determinadas del arte japonés”. Señala la importancia que en Japón tuvieron las caretas y máscaras a los largo de su historia en cuanto a su uso en celebraciones religiosas, fiestas cortesanas y representaciones teatrales, recalcando a varios artistas que han sobresalido en la realización de máscaras, así como los cambios en su uso que han sufrido, ya que las que se podían encontrarse en Europa estaban realizadas para la exportación y eran un reflejo de modelos tradicionales y destinadas a servir solamente como objetos decorativos.
Señala a los netsukes como otra manifestación curiosa de la escultura japonesa, que “atados a un cordón de seda servían para sujetar al cinturón la tabaquera, estuche de pipa, el frasco de medicinas y otros objetos de continuo uso”. Señala la gran cantidad de formas que la inventiva de los artistas japoneses les hacía desarrollar en estas pequeñas piezas escultóricas realizadas en laca, coral porcelana, madera, marfil y metal. Refleja también que con la introducción de la indumentaria occidental habían perdido su función, estando destinados al comercio con occidente y siendo valorados como pequeñas esculturas sin prestar atención a su función primitiva.
Como conclusión destacar el libro de Antonio García Llansó, Dai Nipon, desde el punto de vista historiográfico, ya que aunque publicado en 1906, puede ser considerado el resultado más perdurable de la participación japonesa en la Exposición de 1888. Por su calidad, documentación y gran difusión fue, durante mucho tiempo, la principal referencia sobre la cultura nipona escrita en español.
Para saber más:
Notas:
[1] La imagen de la mujer japonesa ya se ha tratado en Ecos de Asia: http://revistacultural.ecosdeasia.com/la-imagen-occidental-de-la-mujer-japonesa-del-siglo-xvi-al-japonismo-i/
[2] El tatami es una estera de paja con la que tradicionalmente se cubrían los suelos en las casas japonesas. El lado corto suele medir unos 90 cm y el largo 180 cm, aunque estas dimensiones varían de unas regiones a otras.
Mis saludos,navegando por Internet y que soy un enamorado del Japón por la practica de uno de sus Artes marciales ,el Karate-Do.Muchos años en este Bello Arte y mi casi total dedicación a el,podría contar mas sobre mi tan largo tiempo en el Karate-Do y no queriendo molestar mas en mis amores sobre el Japon ,mi comentario es …me gustaría saber sobre esta edición ,como conseguir,etc. estaría muy agradecido en ello,sin mas mis respetos.