Durante el largo shogunado de los Tokugawa Japón permaneció aislado casi totalmente. Este aislamiento llevó a que la creación de modas y formas nuevas de vestir tuviera un desarrollo interno exclusivamente, pese a que constantemente las clases más altas y los chonin (similares a los burgueses occidentales) adinerados gustaban de comprar telas chinas de gran calidad, con las que se elaboraban los mejores ropajes, como los que vemos en las obras de teatro Noh o en las pinturas más exclusivas de las cortes del shogun y del Emperador.
Sin embargo a mediados del siglo XIX la sed capitalista de las potencias occidentales ya había colonizado África y gran parte de Asia, las naciones de Sudamérica se estaban librando del yugo hispano en este momento, y el libre comercio necesitaba de nuevos mercados y colonias que explotar. Así pues, en 1854 el comodoro Perry llega a las costas de Japón y exige la apertura del país. Tras largas negociaciones con las potencias extranjeras y una revolución interna que derrocó al shogunado, se produce un cambio de era. A la nueva época que entonces se inició en 1868 se la llamó Meiji, una época caracterizada por la transformación. El Japón antiguo se va cerrando de manera imparable, y el nuevo Japón se empieza a acercar al modelo de una economía capitalista, buscando sentar los fundamentos de un estado moderno al estilo occidental para evitar convertirse en una colonia de aquellas fuerzas extranjeras que parecían dominar el mundo. Por el temor (fundado) a ser convertidos en una colonia de Estados Unidos o cualquier potencia europea, se forjaron estrategias para avanzar hacia el presente de dichos países bajo el emperador Mutsuhito; que proclamaba que el país debía abandonar sus viejas costumbres y buscar el conocimiento por todo el mundo para fortalecer el Imperio del Sol Naciente.
Entre las novedades que van surgiendo destaca la creación en 1870 del Ministerio de Industria, que impulsa el desarrollo de Japón como país capitalista e industrial, en el que se da paso a una nueva industria textil basada en la seda y el algodón, la cual si bien existía con anterioridad, ahora se acoge a las nuevas tecnologías y a la mecanización gracias a las máquinas tejedoras que llegan a través de los enviados del Gobierno a los países occidentales. En la primera Exhibición Nacional de 1877, una imitación de las Exposiciones Universales que se llevaban dando desde los años cincuenta, se pudieron observar las nuevas máquinas adquiridas por el Gobierno como otras creadas en Japón a imitación de éstas.
La nueva visión de lo occidental transformó a lo extranjero de algo a evitar a algo a imitar. Incluso la propia estructura política del país se vería transformada cuando el shogun fue derrocado: los daimyōsconvertidos en burócratas del Gobierno y los samuráis se vieron obligados a dejar de lado la katana para adoptar puestos de funcionarios, pasando a adoptar con ello los uniformes correspondientes, dejando de lado las ricas vestimentas cortesanas anteriores.
Los edictos del Haitôrei obligaban a la sociedad japonesa a abandonar sus antiguos modos, incluyendo los ropajes y los peinados. En 1871, el Emperador ordenará a todos los oficiales vestir ropajes occidentales durante las horas de trabajo. Bajo las nuevas premisas de la moda occidental los hombres, que eran los que primero necesitaban dar una imagen de modernidad, se fueron alejando de sus quimonos y adoptando las vestimentas occidentales. Claro que siempre hubo extrañas mezclas, pudiéndose ver en los grabados ukiyo-e de la época levitas negras acompañadas de las tradicionales sandalias getas. No era extraño tampoco verlos lucir sombreros hongos al estilo británico con haoris (una suerte de “chaquetas” japonesas).
Pese a estos pequeños desajustes del primer momento, el hombre enseguida adoptó sin mayor problema el vestuario masculino llevado por los extranjeros: podemos ver cómo con la creación del Ejército los soldados se visten siguiendo el uniforme europeo. El cambio es ejemplificado por el propio emperador Meiji, que crea su imagen como un jefe de Estado occidental, usando un uniforme militar de alto rango, cortando en 1872 su cabello estilo chonmage, y dejándose crecer el vello facial.
Sin embargo, el cambio es más lento en cuanto al vestuario femenino se refiere. La propia emperatriz aparece acompañando a su marido, uniformado, con los ropajes correspondientes a su alto rango en la jerarquía japonesa imperial. No es hasta 1886 cuando las mujeres de la Corte han de adaptarse según mandato imperial al estilo occidental. Para ello, la Emperatriz declaró que anteriormente a la llegada del wan pîsu chino (el conjunto con “pantalones” que podía observarse en su propio atuendo), las mujeres japonesas habían llevado faldas. Según la Emperatriz Haruko, la ropa propiamente japonesa anterior a la influencia china, guardaba gran similitud con la occidental.
La permanencia de los ropajes tradicionales en el día a día de la alta sociedad japonesa empezó a decaer durante esta década y la propia Emperatriz, la imagen divina a imitar por todos los habitantes de las islas, empieza recoger el uso de los trajes diseñados en París en la década de 1880. Es además ahora cuando se acuñan los términos yofuku (ropa occidental), wafuku (ropa japonesa), y quimono. Esta última palabra haría referencia refiere a los ropajes tradicionales japoneses, siendo hasta este momento cada uno llamado por su nombre concreto (por ejemplo, el kosode sería lo más parecido a lo que los occidentales entendemos por un quimono).
Para la década de 1880 era ya común ver a los altos rangos con estos ropajes occidentales, y diez años después no era nada fácil ver a un hombre en quimono, mientras que las mujeres de las clases medias y bajas los usaban aún, eso sí, combinándolos con complementos y peinados occidentales o de inspiración occidental y cambiando sus sombrillas de papel por sombrillas occidentales. Sin embargo, las telas usadas para elaborar los nuevos trajes debían ser de producción nacional, ya que la industria textil era uno de los pilares de la nueva economía y los japoneses debían apoyarla. De ahí el curioso uso de telas muy ricamente decoradas, sedas principalmente, con bordados y teñidos usados en los quimonos, que se aplicaban a estos nuevos trajes dándoles un aspecto muy llamativo y claramente exótico a ojos de los occidentales, que si bien reconocerían la prenda como civilizada, la veían marcada con el carácter de Japón.
Sin embargo, en la sociedad japonesa los ropajes diseñados a la europea no calaron en profundidad por varias razones.
En primer lugar, los trajes occidentales requerían de un diseño y una manufactura más complicada que la del kosode tradicional, que se conseguía cosiendo en casa un patrón de tela en forma de “T”, que además se descosía a la hora de lavarlo. En contraste, el nuevo traje (con capas de enaguas, polisón, corsé, mangas ajustadas al brazo…) exigía un patronaje muy complicado, que no se podía elaborar de forma autónoma sino que necesitaba ya de la figura experta de una modista o un sastre que cobrarían un precio mucho más elevado de lo que haría el anterior marchante de telas.
Además las ropas occidentales se construían sobre un cuerpo del que extraían la forma de una línea curva en “S” (que se llevaba en Occidente durante las dos últimas décadas del siglo XIX), línea que era irrealizable sin constricciones del cuerpo por el uso de corsés, que encorvaban la columna destacando el pecho y las nalgas, algo completamente opuesto a las líneas rectas que el quimono desplegaba de la figura humana.
La moda importada derivaba de la corte francesa de finales del siglo XVII, el momento dorado de la aristocracia gala, y en ella el uso del corsé no sólo servía para modelar una figura deseable a ojos del hombre occidental, sino también para mostrar el dominio del cuerpo y del dolor por parte de una disciplinada mujer que seguía el modelo del “ángel del hogar” que era capaz de negarse todo, incluso el aliento, si era necesario. Esta deformación del cuerpo ya estaba siendo criticada en Occidente, y los japoneses más modernos y cercanos al pensamiento occidental criticaban por igual el corsé que el atuendo tradicional japonés, ambos ejemplos de una ropa nada higiénica ni moralmente apta para la modernidad.
Este atuendo femenino no era, además, nada práctico a la hora de ejercer las tareas diarias, por lo que los quimonos se conservaron en el ámbito doméstico. El corsé, el polisón y el enorme volumen de la moda occidental de la época eran un impedimento para el modo de vida japonés: las mujeres no podían sentarse sobre el suelo de tatami sin requerir de ayuda y los botines eran complicados de retirar cada vez que se entraba en una casa, templo, o edificio público.
A esto añadimos que, según aumentaba el nacionalismo en el país, los quimonos entre las mujeres retomaban posiciones como prenda auténticamente japonesa. Así en la década de 1890, tras un rápido escarceo por parte de la clase media con las prendas occidentales, se volvió la mirada al atuendo japonés. Sin embargo, los quimonos sí fueron modificados de manera sutil por la nueva sociedad a la que se enfrentaban: los quimonos modernizados que destacaban una figura más curvilínea en la mujer, bajando el obi (amplio fajín de seda que cierra el quimono) para apoyarlo en la cintura, que quedaría realzada produciendo una figura cercana a la del reloj de arena, que podemos observar a principios del siglo XX en la moda occidental.
Otro de los factores que cabe destacar en la moda Meiji es que pasó a diferenciar más a los dos géneros. Asimismo, es que en ese momento la moda separaba más los dos géneros y se redefinió la feminidad según los estándares occidentales. El descenso de la mujer en la jerarquía social se acentuó aún más en esta época Meiji.
Sin embargo, la adopción del sistema de género occidental pronto empezó a cambiar, al igual que este mismo estaba cambiando en Occidente y junto con las figuras femeninas ya existentes en Japón, aparecieron nuevas, con sus características propias en el vestir.
Una de las nuevas mujeres más llamativas del período Meiji fueron las jogakusei (palabra que significa literalmente “mujer-estudiante”). Las jogakusei se mostraban en público conscientes de su papel en la modernidad, en el cambio y en el futuro del país y en cierto modo mostraban los deseos de todo el país y sus esperanzas, aunque esto pudiera ser motivo de ansiedad para algunos sectores. Estas mujeres tomaban los ropajes de sus compañeros masculinos, con los pantalones hakama, que eran colocados por encima de un quimono de escote amplio y largas mangas, además de una actitud segura, peinado poco voluminoso y con libros occidentales a modo de complemento. Violaban tanto los códigos japoneses como los occidentales y esto les suponía un motivo de orgullo, aunque rápidamente el Gobierno empezó a cortarles las alas, como cuando en 1873 prohibió que las mujeres se cortaran el pelo, prohibición que no sirvió de mucho.
Este aspecto tan novedoso en principio fue tomado como objeto de broma: se decía que estas mujeres estudiaban por no tener la belleza o la sofisticación de una mujer casadera. Pero curiosamente, pronto se incluyeron a las jogakusei en las tiradas de grabados de bijin-ga (mujeres hermosas).Tan solo diez años después, en 1883, el Ministerio de Educación japonés prohibió a las mujeres llevar ropajes masculinos. Así, los cómodos sendaihira hakama (los hakama típicos de los hombres de la clase samurái del pasado) llevados por estas estudiantes fueron sustituidos por una falda-pantalón de telas más suaves y teñidas en colores pálidos, más adecuados al ideal femenino. De esta manera las estudiantes de principios de siglo XX llegaron a ser conocidas por sus ebicha (carmesí) hakama, con quimono interior decorado con plumas y flechas de largas mangas. Supuestamente, estos nuevos hakama fueron diseñados por Shimoda Utako, estudiante que deseaba participar delas actividades deportivas y montar en bicicleta como sus compañeros masculinos sin tener que enseñar las piernas. Finalmente otra de las prendas más usadas por las jogakusei eran los zapatos masculinos occidentales de cuero.
Esto no hace sino demostrarnos que la moda japonesa cambiaba tan rápidamente como el país, cambio que no finalizó, ni mucho menos, con el fin de la era Meiji, sino que no hacía sino comenzar, y que seguiría durante los siguientes años del período Taishô, que estudiaremos más adelante.
Notas:
[1] Véase http://www.ndl.go.jp/exposition/e/s3/index.html