Estos días estamos descubriendo que los vínculos de Aragón con Asia son más estrechos de lo que podría parecer a simple vista. Y para ello, estamos tratando de sacar a la luz lazos que pueden resultar más desconocidos al público general.
Hoy nos trasladamos a la provincia de Huesca, concretamente a una localidad del prepirineo oriental. Viajamos hasta Fonz para conocer a uno de sus ilustres ciudadanos, Enrique de Otal y Ric, un diplomático de alto rango que recibió durante su carrera los más variados destinos, a lo largo y ancho del globo.
Enrique de Otal y Ric nació en Fonz en 1844. Era el segundo hijo de la cuarta baronesa de Valdeolivos, María de los Dolores Pilar Ric y de Azlor, y nieto de dos héroes de los Sitios de Zaragoza: María de la Consolación Azlor y Villavicencio, condesa de Bureta, y su esposo Pedro María Ric, tercer barón de Valdeolivos.
Ya desde muy joven manifestó sus variadas inquietudes culturales, obteniendo el título de Bachiller en Artes en 1861. Tras estos estudios, cursados en Zaragoza, se trasladó a Madrid para ingresar en la carrera de Derecho, una de las formaciones más prestigiosas de la época, ya que eran unos estudios destinados a los hijos de una clase alta y pudiente, otorgándoles las herramientas para capacitarlos en el ejercicio de puestos políticos.
En un momento temprano de su vida, antes de iniciar su carrera diplomática, Enrique de Otal y Ric coqueteó con la posibilidad de entrar en política, preparando una candidatura para formar parte de las Cortes como diputado. Respaldado por su hermano mayor, V barón de Valdeolivos, que se encargó de recabar apoyos por la región, Enrique se presentó a las elecciones en 1871, obteniendo un resultado desfavorable que terminaría de dirigir su vida, definitivamente, a la diplomacia internacional.
Su afán por recorrer mundo le llevó a solicitar un permiso especial al ministerio para poder realizar en 1872 los exámenes para el cargo de secretario de tercera clase que iban a tener lugar antes de que Otal y Ric hubiese podido cumplir los requisitos que se necesitaban para presentarse a la prueba. Su petición fue atendida, y Enrique pasó el examen con éxito. Dos años después recibió su primer destino, al que se incorporaría en 1875: China.
Las relaciones diplomáticas de España con el país oriental eran relativamente recientes. Desde el siglo XVI, con la llegada de Magallanes a Filipinas en 1521 y la anexión de la isla en 1565, España había tenido una base de operaciones desde la que iniciar tímidos contactos con el imperio chino, generalmente de la mano de misioneros, así como relaciones comerciales a través de Filipinas. Estos contactos estimularon tanto la ambición de algunos gobernadores que durante el último cuarto del siglo XVI trataron infructuosamente de convencer a Felipe II para conquistar China. Sin embargo, el monarca desestimó esta posibilidad, y el único avance a este respecto fue la ocupación de Taiwán (por aquel entonces conocido como Isla Hermosa) en las primeras décadas del siglo XVII, como enclave estratégico para mantener el comercio que se llevaba a cabo con el Galeón de Manila. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, la situación se mantuvo relativamente estable, con conflictos puntuales, pero con un asentamiento de las tendencias comerciales.
La inestabilidad llegó a comienzos del siglo XIX, cuando la expansión de las potencias occidentales convirtió a China en un jugoso objetivo. La tensión generada desembocó en la sucesión de sendas Guerras del Opio (entre 1839 y 1842 la primera, y entre 1856 y 1860 la segunda). Ambas dieron la victoria a las potencias occidentales (Reino Unido en la primera, Reino Unido y Francia en la segunda) y alisaron el terreno para la firma de tratados que estableciesen relaciones entre China y el resto de naciones.[1]
Entre estos tratados, España tuvo oportunidad de firmar el suyo en 1864, impulsado por Sinibaldo de Mas. Este texto, que dejaba atisbar unas condiciones menos desiguales que sus predecesores, inauguró además las relaciones diplomáticas entre ambos países, estableciéndose así una embajada, y posteriormente también consulados españoles en China.
Una década después, Enrique de Otal y Ric llegó a Pekín para desempeñar las labores de secretario de tercera clase para la legación de España en China, Siam y Anam. Durante los tres años que duró su destino, tuvo oportunidad de conocer tanto las grandes ciudades, Pekín y Shanghái (manifestando en su correspondencia el tedio que esta última le causaba), como también localidades de menor importancia, como Chefoo (actual Yantai).
En 1878, abandonó China, y recibió una nueva misión, a la que se incorporó en 1879. En este caso, ejerció como secretario de la representación de España en Turquía, asentado en Constantinopla, la ciudad que es puente entre dos continentes. Allí permaneció dos años, en un momento en el que las habitualmente fluidas relaciones hispano-turcas se habían tornado ligeramente tensas.[2]
En 1881, Enrique de Otal y Ric recibió un ascenso a secretario de segunda clase, con destino en Montevideo (Uruguay). Este destino no llegó a hacerse efectivo, asignándose meses después a la legación española en Buenos Aires (Argentina), ostentando el mismo cargo de secretario de segunda clase y ascendiendo, en cuestión de dos meses, a ministro plenipotenciario. De nuevo Otal y Ric hacía frente a una misión de importancia y no exenta de dificultades. Allí recibió el encargo de la corona de ratificar el Tratado de Extradición entre ambos países, que había sido firmado por Francisco de Otín y Mesía desde la parte española.
Su siguiente destino sería Grecia, entre finales de 1883 y 1885. Antes de dirigirse al destino, en su paso por Madrid, contrajo matrimonio con María Luisa Serrano y Cistué, una ilustre aragonesa descendiente de Luis María de Cistué, también héroe de los Sitios de Zaragoza. Juntos emprendieron un viaje de novios en el que recorrieron parte de la Península y del Mediterráneo, para terminar instalándose en Atenas. Allí su esposa quedó embarazada y decidió volver a España para dar a luz con mayores comodidades que las que contaban en Grecia (estaban instalados en un hotel), acompañada de su marido solo en una parte del viaje. Poco después de su llegada a España, María Luisa falleció por complicaciones en el embarazo. Después, Enrique no volvería a casarse.
Tras el triste acontecimiento, Otal y Ric pidió una licencia para volver a España, que le fue concedida, al igual que un permiso de descanso durante una temporada. Su reincorporación a la vida diplomática fue al Ministerio de Estado de Madrid, donde permaneció una década, con algunos meses de destino en La Haya entre 1889 y 1890.
A finales de 1894 fue nombrado ministro residente y cónsul de España en Egipto. Resultaba fundamental mantener una estrecha relación con el país, entonces protectorado británico, ya que las buenas relaciones resultaban imprescindibles para poder tener un tráfico fluido por el canal de Suez, agilizando el contacto de España con Filipinas. Su adaptación al nuevo cargo le supuso enormes complicaciones, a diferencia de lo que había ocurrido en el resto de lugares que había visitado a lo largo de su vida. Abrumado por los problemas económicos, sintiendo que el cargo y el destino le venían grandes y aquejado de una profunda melancolía, finalmente decidió poner fin a su vida el 19 de enero de 1895, en la que iba a haber sido su pequeña residencia cairota. Junto al cuerpo se halló una escueta nota, escrita en francés: “L’on ne culpe personne c’est moi” (“no se culpa a nadie, he sido yo”). Sus amigos y compañeros en Egipto lograron que se aceptase un acervo de locura como causa de la muerte, permitiendo así que se le celebrase un funeral católico y que recibiese cristiana sepultura.
Para saber más:
Sobre Enrique de Otal y Ric:
Sobre el tratado sino-español de 1864:
Notas:
[1] El grueso de estos tratados se conoce como Tratados Desiguales. Bajo esta designación pueden enmarcarse, además de los firmados por China tras las Guerras del Opio y hasta los primeros años del siglo XX, los firmados por Japón en los últimos años del Shogunato Tokugawa y los impuestos a Corea por parte de Japón y Estados Unidos.
[2] En parte por los intereses españoles en el recién abierto canal de Suez, para lo que se necesitaba una base en el Mediterráneo oriental que amenazaba la hegemonía de Turquía en la zona.
* Las fotografías pertenecen al catálogo Imágenes del mundo. Enrique de Otal y Ric, diplomático y viajero, páginas 65, 76 y 239 respectivamente.