Hemos hablado largo y tendido de lo que ha sido la Sección Oficial del Casa Asia Film Week, aunque ésta apenas ha constituido aproximadamente la mitad de las proyecciones del festival. También hemos prestado atención a un par de proyecciones pertenecientes a las Sesiones Especiales (El profesor Layton y El llanto de la gacela). Sin embargo, hasta ahora no habíamos dedicado espacio a hablar de la Sección Panorama, que agrupaba el más nutrido grupo de películas, con diecinueve proyecciones.
Lamentablemente, y como ya mencionamos en la primera parte del repaso a la Sección Oficial, los horarios solapados muchas veces nos pusieron en la difícil tesitura de elegir entre muy atractivos títulos, primando el criterio de acudir a la Sección Oficial siempre que nos fuera posible. Aunque es indudable que esta programación de proyecciones simultáneas era necesaria a nivel organizativo, y no deja de ser el sistema habitual de los festivales de referencia (un lugar al que el CAFW puede aspirar con facilidad, si se mantiene la línea de trabajo y la calidad de las proyecciones), tampoco podemos dejar pasar la oportunidad de reivindicar, como espectadores, que de cara al futuro se pudiera plantear un horario más flexible, quizás ampliando los días de proyección, o incluyendo varias sesiones para algunas de las películas que puedan resultar del máximo interés (como ya ocurrió en esta edición con Seven weeks, película que inauguró el festival el martes 11, y que volvió a exhibirse el domingo 16, como cierre de la sección oficial).
En cualquier caso, debe alabarse el esfuerzo llevado a cabo a la hora de construir la parrilla del festival, ya que ha requerido de verdaderos malabarismos para poder jugar con la duración de las películas y a la vez ofrecer siempre alternativas muy dispares para cubrir todos los gustos. Y es que, dentro de lo complicado que podía ser elegir entre las propuestas que se proyectaban en cada franja horaria, las opciones estaban repartidas para que coincidiesen películas muy diferentes que permitiesen una elección fácil en función del género, del estilo, del país de origen…
A pesar de todo, desde Ecos de Asia nos las apañamos para escaparnos también a alguna proyección de la Sección Panorama. Y aunque solo pudimos ver cuatro de la casi veintena de títulos, es de justicia que concluyamos este repaso a lo que ha sido el Casa Asia Film Week realizando también un pequeño comentario sobre ellos antes de lanzarnos a las conclusiones finales.
GIOVANNI’S ISLAND, Mizuho Nishikubo, Japón, 2014.
Una de las dos películas de animación presentes en el festival, Giovanni’s Island ha sido uno de los estrenos más aclamados del año. Presente en una docena de festivales de renombre internacional (entre ellos, la pasada edición de Sitges) ha recibido numerosos galardones y reconocimientos.
Sorprendentemente, comparte ambientación con otra de las películas japonesas presentadas, la cinta a concurso, Seven weeks. En este caso, la película comienza con el día a día de la isla de Sajalín en los últimos momentos de la Guerra del Pacífico, así como la ocupación rusa iniciada a partir de la rendición de Japón, todo ello a través de los ojos de dos niños japoneses, Junpei y Kanta (apodados Giovanni y Campanella, por el relato El tren nocturno de la Vía Láctea, de Kenji Miyazawa, presente durante toda la narración) que entablan amistad con una niña rusa, Tanya, a pesar de las reticencias iniciales, mientras su familia trata como puede de sobrevivir durante la ocupación.
El tiempo y la convivencia en la pequeña localidad hacen que, poco a poco, la integración rusa vaya convirtiéndose en algo natural, especialmente en el colegio, donde ambos grupos comparten canciones (la rusa Katiusa, junto a un tema tradicional japonés, comienzan como símbolo del enfrentamiento entre ambos, para pasar a ser entonados por unos y otros indistintamente), un símbolo de una lenta unificación cultural. No obstante, esta afinidad que progresivamente van adquiriendo los escolares no es, aunque a veces lo parezca, un signo de idílica convivencia entre ambas comunidades.
La dura realidad a la que los niños Junpei y Kanta, tienen que hacer frente se ve suavizada por las ensoñaciones y los juegos con los únicos juguetes que poseen, un par de pequeñas locomotoras que en los sueños de Junpei se convierten en grandes trenes espaciales que recorren el firmamento. Ese amor por los trenes sirve de consuelo a los pequeños hermanos cuando la situación, recrudecida, conduce a todos los habitantes de la isla a un campo de internamiento, que no será ni mucho menos la única penuria que los muchachos tendrán que sufrir antes de llegar a un demoledor desenlace que, sin embargo, deja abierto un atisbo de esperanza.
Una animación entrañable, estilísticamente a medio camino entre los animes de las décadas de 1980 y 1990 y las obras de Studio Ghibli, dulcifica un duro relato sobre un episodio histórico particularmente traumático para Japón. El apartado visual resulta muy interesante, con fondos y planos panorámicos que parecen más propios del art concept que de la versión definitiva de la película, combinados con las sencillas pero espectaculares escenas oníricas ambientadas en un estrellado cielo.
CAPITÁN HARLOCK: EL PIRATA ESPACIAL, Shinji Aramaki, Japón, 2013.
A finales de los años setenta, vio la luz un manga que pronto marcó a toda una generación de japoneses. Su posterior adaptación a anime favoreció que traspasase fronteras, y llegó a España de manos de algunas televisiones autonómicas, logrando gran popularidad, al igual que en otros lugares de Europa (como Italia o Francia). Capitán Harlock, como se la conoció aquí, ha sido uno de esos nombres míticos que se han mantenido en el imaginario de los seguidores del manga y anime. Tras muchos años perdurando únicamente en la memoria de los aficionados, en 2013 se produjo el esperado retorno, ni más ni menos que en la gran pantalla. La recuperación de esta serie que tantos asociaban a su infancia supuso un auténtico bombazo, pero también, como es lógico cuando ocurren este tipo de acontecimientos, provocó ciertas reticencias entre aquellos fans que temían que un lavado de cara pudiera haberla estropeado.
Aunque desde aquí no podemos establecer comparaciones, puesto que no somos tan conocedores de la serie original, lo que sí podemos hacer es reconocer la espectacularidad técnica y visual de la película, obtenida gracias al empleo del CGI, es decir, realizada íntegramente en ordenador. La calidad de las texturas hace que, en ocasiones, entre la duda de si lo que se está viendo es imagen real o animación digital. Igualmente, los personajes están diseñados de una manera realista, más alejada de la estética manga que otras producciones enteramente realizadas por ordenador. Este diseño de personajes puede traer a la memoria, por ejemplo, la película de Final Fantasy (titulada en España Final Fantasy, La fuerza interior), pionera en el uso de la técnica CGI para la recreación de humanos de apariencia estéticamente realista. Sin embargo, en esta ocasión, la calidad es notablemente superior, cosa lógica si tenemos en cuenta los doce años que separan ambas películas y los progresos que en esta década se han producido en este sentido.
Capitán Harlock: El Pirata Espacial es una space opera ambientada a finales del tercer milenio, cuando la humanidad se encuentra dispersa en multitud de colonias interplanetarias. Muestra un momento decadente en el que se ha abandonado todo interés por explorar el espacio. En un pasado cercano, la falta de recursos obligó a muchos colonos a volver a la Tierra, sin embargo, esto generó una amenaza de superpoblación que desembocó en la llamada “guerra de Regreso al Hogar”, conflicto resuelto a través de la proclamación del planeta como un lugar sagrado que no puede ser habitado por humanos, llevada a cabo por Coalición Gaia y su autoritario gobierno.
En este contexto, el Capitán Harlock, junto con su tripulación de almas rebeldes y ansiosas de libertad, lucharán a bordo del Arcadia para conseguir hacer frente a la Coalición Gaia y conseguir, en última instancia, el regreso a casa.
BEIJING FLICKERS, Zhang Yuan, China, 2012.
El director Zhang Yuan, perteneciente a la sexta generación de realizadores chinos, estrenó en 2012 este largometraje tragicómico, que subraya el lado oscuro de la modernización china. San Bao es un joven de la gran ciudad que vive un día colmado de catastróficas desdichas: su novia le abandona, es despedido de su trabajo, su casero le echa de su (por otro lado) maltrecho apartamento. Agobiado y desesperanzado, decide suicidarse, aunque sus dos intentos son también desafortunados y únicamente le conducen al hospital, donde coincide con un poeta travesti y bailarín. Al salir del hospital, San Bao es consciente de que la situación de sus amigos es tan lamentable como la suya propia, y todos ellos tratarán, cada uno por su lado, de prosperar en una ciudad que les es hostil en su glamurosa prosperidad.
Sin embargo, la visión de Pekín que se vierte en la película no está exenta de un halo romántico, que se entrelaza con la crítica social en un equilibrio perfecto que huye de la excesiva crudeza tanto como de la exagerada edulcoración.
El tema principal, la desafección de la juventud china, entronca con la primera obra relevante del cineasta, Beijing Bastards (1993), de modo que puede percibirse como la constatación de una realidad intergeneracional, así como una vuelta a unos orígenes que nunca han sido abandonados del todo, ya que han ido aflorando, en mayor o menor medida, a lo largo de todas las producciones del autor.
CHOCOLATE, STRAWBERRY, VANILLA, Stuart Simpson, Australia, 2013.
El cierre del festival y fin de fiesta se produjo por todo lo alto con esta comedia negra de Stuart Simpson.
Warren Thompson es un heladero que trabaja en una de las peores zonas de Melbourne. Su vida se vuelve particularmente deprimente desde el atropello de su gato, aunque su rutinaria existencia no era mucho mejor antes del suceso. El único rayo de luz en su gris y monótona vida es la actriz Katey George, hasta el punto que Warren comienza a desarrollar una obsesión enfermiza por ella, algo que tendrá consecuencias inesperadas.
La cinta arranca con un ritmo monótono, amenizado con un tema country (Waiting for a train, de Jimmie Rodgers) que subraya el cierto anacronismo que rodea a la figura de Warren. Sin embargo, desde el primer momento se incluyen algunos gags o elementos humorísticos, a medio camino entre lo naíf y lo gamberro, que contrastan con la pretendida afabilidad del personaje, constituyendo una baza bien jugada para presentar los derroteros por los que seguirá la película. Por si al espectador le quedaba alguna duda, ese espíritu exagerado queda patente en los planos (recurrentes) referidos al atropello del gato. Tanto en el propio momento del atropello, como un poco después en un flash-back (muy bien llevado), se juega con el gore como elemento que supuestamente debería ahondar en la crudeza pero concebido de manera que a efectos prácticos esté cargado de hilaridad, creando en el espectador un regusto agridulce: la carcajada es inevitable, pero con cierto remordimiento, intensificando la experiencia cómica.
Una propuesta llamativa, a la vez una de las más occidentales pero con una personalidad propia muy bien construida, no es una comedia típica o al uso. Una pequeña joya que no deberían perderse (y en este caso, lo tienen relativamente fácil: acaba de salir en DVD en Reino Unido, y puede adquirirse –eso sí, únicamente en versión original– a través de conocidas plataformas digitales).
El resto de la Sección Panorama se completaba con cuatro cintas iraníes (Bending the Rules, The Snow on the Pines, Iranian y Fort he sake of Pooneh), tres afganas (Buzkashi Boys y We Came Home –proyectadas conjuntamente- y The Network), dos indonesias (Haji Backpacker y 9 Summers, 10 Auttums), una australiana (These Final Hours), una pakistaní (Zinda Bhaag), una india (Humpty Sharma Ki Dubhania), una de Corea del Sur (The Face Reader), una de Singapur (Innocents) y una de Hong Kong (Firestorm).
Estos títulos, unidos a los de la Sección Oficial, componen un panorama muy completo y con una vocación clara por la reivindicación de cinematografías más desconocidas. Además de la fuerte presencia de Irán (que actuaba como país “invitado”, con la proyección de seis películas en total) es destacable la atención que reciben, por ejemplo, Afganistán (cuatro películas), Indonesia (tres), Australia (tres) o Pakistán (dos), y la representación de países cuyos cines resultan muy desconocidos en Occidente, como pueden ser Malasia, Tailandia, Kazajistán, Mongolia, Filipinas o Vietnam.
También explica esta pretensión de ser un festival plural y alternativo (más que cumplida, como puede verse) la presencia sorprendentemente escasa de algunas de las cinematografías asiáticas más potentes: India y Japón presentan tan solo tres películas (dos y una a concurso, respectivamente), Corea del Sur dos, y China tan solo una (en la Sección Panorama, ninguna a concurso). De este modo, se constata la menor necesidad de difusión que requieren estas industrias, cuando lo esperable a priori era que éstas (y quizás alguna más) hubiesen copado la parrilla. Debemos, por tanto, considerarlo un acierto más de la organización, que ha logrado presentar una programación exquisita en cuanto a calidad, muy representativa en cuanto a geografía y muy coherente con el espíritu del festival.
A tenor de todo lo que hemos podido ver estos días, solo nos queda esperar que el deseo de los organizadores por que el Casa Asia Film Week fuese una cita anual se convierta en una realidad que mantenga ese espíritu de acercamiento, el buen criterio y la calidad de los que ha hecho gala la edición de 2014. En ese sentido, el único cambio que deseamos para la próxima edición es que la respuesta de público sea masiva, ya que mientras quede una butaca libre en alguna de las salas, la afluencia de espectadores no estará haciendo justicia al extraordinario nivel del festival.