Es posible que durante los últimos días hayan leído sobre toda una serie de nuevas acusaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y el de la República Democrática Popular de Corea, centradas en el hackeo informático a la multinacional Sony: de por medio estaban insultos racistas al presidente Obama y un grupo llamado los Guardianes de la Paz, que reivindicó dicho hackeo y que amenazó con provocar un nuevo 11-S si la película The Interview (La entrevista, 2014), dirigida por Evan Goldberg y Seth Rogen, y que trata sobre dos profesionales del espectáculo norteamericanos y su plan para asesinar al Líder Supremo de Corea del Norte, Kim Jong-Un. Tras muchas dudas y titubeos, y sin ningún ataque terrorista a la vista, la película se estrenó el 25 de diciembre en medio de una tremenda expectación –y una inaudita situación comercial- y aunque llegará a las pantallas españolas próximamente, nos hemos apresurado a ofrecerles un análisis de alguno de sus elementos.
Como ya hemos mencionado, The Interview es una producción norteamericana, co-dirigida por los canadienses Evan Goldberg y Seth Rogen (a los que ya vimos juntos en la dirección en Juerga hasta el fin –2013–, y con diferentes roles en muchas otras comedias), en la que los responsables de un exitoso tabloide televisivo de famoseo, el showman Dave Skylark (James Franco) y el productor ejecutivo Aaron Rapoport (Seth Rogen), tienen la fortuna de poder entrevistar a Kim Jong-Un, el Líder Supremo de la nación norcoreana, gracias a que este se declara absoluto fan del programa de Skylark. En medio de esta inédita situación, resultan ser los primeros norteamericanos en disfrutar de un cara a cara con (en términos de la película) “el culpable de numerosos crímenes contra la Humanidad” y en viajar a “uno de los países más peligrosos de mundo” para entrevistarle, por lo que la CIA requerirá al dúo protagonista para asesinar al Líder. A partir de este punto, se desarrollará una comedia de acción con ligeros toques éticos, que sucederá casi totalmente en un ficticio suelo norcoreano.
Como consumidora habitual de los productos de Rogen, Goldberg, Franco y compañía (y como espectadora de casi la completa filmografía de todos ellos y sus círculos habituales), como amante de las sátiras políticas, y en última instancia, como amante de la Cultura y las culturas asiáticas, teníamos expectativas de ver una película que podría haber sido la fusión perfecta entre el “cine de colegas” (hecho por, entre y para los mismos), ese que adquirió proporciones literalmente épicas en Juerga hasta el Fin, y la sátira deslenguada de producciones como El Dictador (2012), o muy especialmente, Borat (2006), ambas orquestadas por el cómico Sacha Baron Cohen. Pero, tal y como desgranaremos a continuación, el producto final está bastante lejos de ser una mezcla equidistante, dejado un decepcionante sabor de boca a todo aquellos que esperábamos que lo fuera.
Es precisamente entre estas dos líneas, la de la comedia de camaradería supina (con la correspondiente dosis de escatología, sexo, drogas y MTV) y la del acoso y derribo de una figura nociva para la percepción de la democracia norteamericana, entre las que bascula la película, inclinándose más hacia la primera y desaprovechando con ello una valiosa oportunidad cinematográfica.
Si el cine de profesionales como Evan Goldberg, Judd Appatow o Jake Kasdan[1] cuenta, por definición, con una enorme dosis de autorreferencialidad, la enésima repetición de los dopplegangers cinematográficos de Franco y Rogen sostiene esta comedia, aunque no acaba de satisfacer. Rogen evita salir de su zona de confort recurriendo a un reparto amigable y conocido (destaca la excepción de Diana Bang), y gracias al cual puede permitir que sus odas a la camaradería funcionen, gags metacinematográficos (como la constante referencia a El Señor de los Anillos, diseminada a lo largo de todo el film) mediante. El problema es el excesivo peso que se concede a la pareja protagonista, que como ya hemos dicho, se hace predecible en tanto que repite por enésima vez unos personajes que llevamos viendo desde hace casi una década: la autorreferencialidad proporciona sin embargo algunos momentos memorables, aunque excesivamente similares a los de intervenciones previas del género: mención especial a la muy conseguida y acertada reutilización de un conocido tema pop como parte de la trama argumental, como ya sucediese también con el personaje de Franco en Spring Breakers.
El problema es que esta oda a la amistad en clave de acción y humor escatológico desmerece sobremanera el pretendido tono crítico de film: aunque los temas que hacen referencia a la construcción pública y privada de Kim Jong-Un están tratados con solvencia, no dejan de caer en lo arquetípico: las hambrunas del pueblo coreano, los ataques nucleares, el desmesurado culto a la personalidad del líder… y sobre todo, la negación de cualquier aspecto negativo por parte del régimen coreano. Lástima no haberse adentrado, ya fuera en tono serio o en el tono deliciosamente irónico que se apuntaba en la secuencia inicial del film (una canción propagandística de odio a los Estados Unidos) en las luces, o en las sombras, de una cultura cuyo hermetismo ha provocado más la risa y el miedo que la fascinación. Esto, sumado a algunos errores (detalles como faldas de uniformes militares femeninos excesivamente cortas –algo que quizás deba interpretarse en clave paródica- u otros mucho más importantes, como que los extranjeros puedan campar a sus anchas por la ciudad) hacen que el ya de por si desmesurado pacto de ficción del que parte la película se tambalee para los que hemos querido ver en ella algo más que risa fácil.
Y es que, al contrario que El Dictador -sátira de Cohen sobre un homólogo líder islámico-, y sobre todo que Borat –mockumentary[2] que narra las aventuras de un periodista kazajo en los Estados Unidos-, con las que The Interview podría haber culminado una extraoficial trilogía del enemigo, las imágenes de héroe (o anti-héroe) y villano quedan mucho más definidas aquí que en las producciones de Cohen, que utilizaba las costumbres extranjeras para reírse de las propias contradicciones de la sociedad norteamericana; The Interview parece atenerse sospechosamente a una máxima de la que precisamente se mofan constantemente en la película: “nos odian porque no son nosotros”. Por mucho que el cine de Franco y compañía tienda al antiheroísmo, la película rezuma constantemente un aire de superioridad durante sus casi dos horas de duración: comparada con las de Cohen, quien al reírse de todos (incluso de él mismo) parece que lo hace más alto y mejor, The Interview resulta una mera niñatada poblada de gags graciosos y cameos ocurrentes –mención especial al afectado Eminem-, con demasiada concesión al chiste privado en una producción que, de haber tomado el toro por los cuernos, y especialmente tras toda la expectación generada, podría haber sido la comedia del año.
Pero no se engañen, les hará reír. Técnicamente, está bien rodada, con buenos efectos, encuadres, música y una deliciosa parte gráfica que ojalá hubiese tenido más importancia: unos créditos a la manera de la propaganda gubernamental norcoreana. Lo cierto es que la mitomanía del Líder Supremo, ya sea real o construida, provoca tanto el miedo como la risa en nuestra sociedad,[3] y lógicamente lo hace también en el cine; la auto-mitomanía de Franco (y en mucha menor medida, la de Rogen, que tras sus personajes de loser esconde muy eficaces trabajos de guion y dirección en la mayor parte de su carrera) está enfocada igualmente al humor, por mucho que en ocasiones dudemos de sus pretendidas sanas intenciones.
Por último, más allá de la risa, hay otro elemento por el que este film hubiera podido resultar mucho más valioso: estrenada apenas unos días tras el final de la serie The Newsroom, la película retoma su frenético debate sobre las funciones éticas y sociales del periodismo y del espectáculo. ¿Cuál debe ser la función de una entrevista a un líder político? ¿Es ético trabajar con alguien cuya forma de proceder no coincide con la nuestra? ¿Debe el periodista, debe el showman civilizar al espectador? ¿Cuáles son las formas éticas de someter al entrevistado en pantalla? ¿Justifica el fin los medios? Y en definitiva, ¿qué es periodismo y qué es espectáculo?
Si han visto ustedes la película, reflexionen detenidamente sobre todos estos aspectos diseminados pero constantes en el film. Porque, ¿qué es cine y qué es espectáculo? ¿Es el cine información? ¿Debe el cine informar? ¿Debe el cine denunciar una dictadura injusta? ¿Con qué medios y propósitos puede o debe denunciarla?
Decidan ustedes mismos si esta película se trata únicamente de entretenimiento o espectáculo, tal y como debe suceder en el show de Skylark, y tal y como suele suceder en Hollywood, por mucho que algunas veces esto nos lleve a la decepción. ¿Es esta película meramente entretenimiento? ¿Mera provocación? Esto último, queridos lectores, queda únicamente a su elección.
Notas:
[1] Que no están aquí presentes pero que comparten numerosos elementos –y protagonistas- con este cine de colegas deslenguado, repleto de personajes tan perdedores y “raritos” como triunfadores y enrollados.
[2] Con mockumentary (formado por mock, “burlarse” y documentary “documental”) o “falso documental” se conoce a un variado género de ficción que emplea los códigos y formatos de un documental sin serlo en absoluto, a menudo con intenciones satíricas y/o humorísticas. Aunque se practica desde hace décadas, está especialmente vigente en el cine y la televisión reciente, a través de series como The office, Parks and Recreation o Modern Family.
[3] No podemos evitar la mención al célebre Tumblr Kim Jong-Un looking at things.